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Histórica relación de Colín

Alguna luz para este pueblo. Un ensayo sobre el campo

Felipe Joannon O.
27 de marzo, 2025

Título libro: Alguna luz para este pueblo. Un ensayo sobre el campo
Autor: Pedro Gandolfo
Año: 2023
Editorial: Ediciones UCM
Nº páginas: 284

 
Incluso antes de que estuviera de moda manifestar el encono hacia la academia, existía la comprensible sospecha de que las disciplinas universitarias estaban llegando a niveles de especialización insensatos. El hecho nunca planteó problemas a las ciencias naturales ni a las carreras francamente orientadas a aumentar la productividad, cuyos lenguajes son acaso más abstrusos para el ciudadano culto que un paper de literatura (piénsese en el enrevesado lenguaje financiero, por ejemplo). Así, las carreras humanistas, al carecer de un índice de rentabilidad que las avalara, vieron cómo sus nuevos lenguajes (sus «jergas» dirían algunos) eran sometidos a un escrutinio menos indulgente. Además, a las críticas ligadas a su supuesta inutilidad y opacidad se podían sumar las provenientes del humanismo conservador, nostálgico de un conocimiento integral, ese mismo que encarnara Andrés Bello, y que dejara impreso en el célebre discurso de inauguración de la Universidad de Chile.

Es comprensible, en efecto, que se recele de investigaciones doctorales que estén orientadas a desentrañar los mecanismos humorísticos en el epistolario de un poeta secundario de del siglo XIX o que se sospeche de fondos destinados a textos que conjeturan sobre la sintaxis de una lengua indígena desaparecida. Tal crítica soslaya, no obstante, que para entender un fenómeno aparentemente limitado es necesario restituir todo un contexto rico en dinámicas complejas. «Todas las verdades se tocan», podríamos argüir aludiendo nuevamente al primer rector de la Chile, y un buen investigador académico sabrá situar un tema que, aunque parezca parcelado, existe en el marco de un mundo latente, al que debe dar vida, con el fin de definir un punto de referencia para nuestra realidad contemporánea.

Alguna luz para este pueblo, el libro que el crítico literario Pedro Gandolfo publicara en 2023, no es, por cierto, un objeto académico (ya el subtítulo, Un ensayo sobre el campo, designa un tipo de escritura, el ensayo, que huye de las categorías de ese ámbito). Sin embargo, el modo en que el escritor conduce su exploración ilumina con claridad el problema que acabamos de plantear. Pues ¿qué interés general podría suscitar la historia remota del pueblo rural de Colín, nombre que la mayoría de los lectores escucha por primera vez? ¿Qué impulsaría a un lector promedio —y no a un antropólogo— a indagar con el autor en los modos de vida de los indígenas promaucaes de la cuenca del Maule? ¿Por qué la coincidencia del trazado de una pequeña calle de la séptima región con el antiguo sendero precolombino debería captar nuestra atención?

Y la respuesta no se aleja de lo que hemos planteado al comienzo. Una de las virtudes de este original ensayo de Gandolfo consiste en ofrecer la elaboración de un micromundo, que parte de cimientos muy concretos y delineados con precisión, para luego ir abordando nociones —ahora sí— para todos nosotros familiares, como las de campo, inquilino, hacienda o criollismo. Nociones familiares, en efecto, que sin embargo han adquirido con el tiempo un aire de vaguedad difícil de conjurar, cuando no se remite a un sustrato material. Y eso es justamente lo que se propone el autor, al amarrar sus reflexiones sobre el campo a su experiencia concreta en su casa de Colín. Clavada esa estaca, el autor puede entonces indagar en su definición, echando mano de fuentes bibliográficas bien distintas y recurriendo a estrategias de narración y análisis dispares, consciente de que un género como el ensayo admite tal libertad.

De hecho, el planteamiento inicial de la cuestión en este libro recuerda el modo de proceder de los cronistas de indias, en cuyas relaciones se alternaba un afán de objetividad por dar cuenta del nuevo territorio con las irreprimibles expresiones subjetivas que asediaban sus plumas. Gandolfo sabe del efecto que surte el relato de las cosas como si estas fueran vistas por primera vez, y mientras cita las cartas de Valdivia y las crónicas de Jerónimo de Vivar, no solo toma prestada la valiosa información que ellas contienen, sino que recrea también esa genuina curiosidad que, en las crónicas de antaño, provenía del simple hecho de estar ante una realidad completamente desconocida. Hay en este libro una simulación bien construida de los mecanismos desplegados por los cronistas, a la que se van añadiendo, conforme avanza la lectura, otras tácticas de narración.

Así, por ejemplo, no falta el recurso a las memorias personales de infancia, sobre todo cuando se trata de abordar esa serie de convenciones tácitas que rigen las dinámicas del mundo campesino, proclive a dar espacio a lo no dicho: «En cuanto a las personas que rodeaban a ese niño [el autor] —las empleadas domésticas, los inquilinos y peones del fundo— su historia era un enigma: ¿quiénes eran? ¿Por qué estaban allí esperando resignados cuando estos emigrantes italianos llegaron a Colín? ¿Cómo habían llegado a esa situación de casi completa dependencia? Me parecía entonces que ni ellos mismos lo sabían, ni nadie se preocupaba por averiguarlo e, incluso, era algo acerca de lo cual no se debía conversar» (17). Sin ocultar la posición que le cupo en esta comunidad, el narrador va esbozando las preguntas que guiarán el recorrido del ensayo.

Como podía esperarse de su trayectoria crítica, Gandolfo enriquecerá su exploración mediante el diálogo con autores que han puesto el campo en el centro de su literatura. Un papel protagónico revestirán, por supuesto, los escritores vinculados al Maule, como Mariano Latorre, emblema del criollismo, el cuentista Federico Gana, y poetas como Efraín Barquero y Pablo de Rokha. Y a medida que las reflexiones se vuelvan más generales, se sacará a colación a otros escritores del valle central y alrededores, como Violeta Parra, Marta Brunet, Orrego Luco y, entre los predilectos del autor, José Donoso (principalmente por El lugar sin límites, cuyo pueblito, «El Olivo», se situaría en las inmediaciones de Talca). Estas novelas (como también los poemas) se revelarán instrumentos eficaces para escudriñar en los sentidos que despierta la palabra campo, pues ellas mismas han aportado a su configuración. Así, cuando el crítico plantee la paradoja de que «el paisaje rural chileno es una elaboración de un grupo social urbano», y más precisamente de un patriciado capitalino rico que, en su mayoría, no dependía exclusivamente de la producción del campo, encontrará ejemplos a granel en la literatura chilena: desde las novelas de Blest Gana hasta Casa de campo de José Donoso, pasando por obras de gran popularidad en su época, como Gran señor y rajadiablos, de Eduardo Barrios.

Cronista de Indias, historiador local, memorialista, crítico literario, son algunas de las figuras de autor que confluyen en este ensayo, que va desplegando un tiempo que imita el tiempo del campo, uno sujeto a ciclos bien distintos de aquellos que rigen nuestra contemporaneidad. Y si, ahora por contraste, tuviéramos que indicar el subgénero opuesto de este libro heterogéneo, señalaríamos acaso el de la novela policial, ese relato explotado hasta el hartazgo por editoriales y plataformas de streaming, orientado a proponer un tiempo progresivo y fácil, que acuna y distrae la hipercontrolada realidad del
lector-espectador. En sus antípodas, esta obra de Pedro Gandolfo no promete una epifanía final sino un paseo, una invitación a quien esté dispuesto a tomar desvíos, a estirar el tiempo o a perderlo, demorándose gratuitamente en esas palabras que surgen de una misteriosa infancia compartida: chacra, potrero, acequia, estero.