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«No soy entrevistado ni citado en los medios masivos de comunicación»

Hermógenes Pérez de Arce

Daniel Rozas
Periodista

 
Con un tono de voz inalterable y una batería argumentativa exasperante para sus detractores, al abogado Pérez de Arce se le recuerda como uno de los más duros impugnadores del gobierno de la UP, tanto desde la trinchera de las radios como en el Congreso y en los diarios de oposición al régimen. Con los años no ha hecho más que afianzar esta imagen de hombre inclaudicable de derecha, conservador, discrepante de la opinión consensuada de los medios de comunicación, lo que le ha valido censuras y expulsiones.
Nostálgico de la antigua autoridad y autodefinido como opinólogo, este periodista por vocación hoy se mantiene en contacto con su público por medio de un blog y de otras redes. Desde ese lugar defiende a brazo partido a Pinochet y a su régimen, a quien le celebra haber neutralizado diecisiete estallidos sociales.

 

 
Hijo y nieto de periodista, Hermógenes Pérez de Arce Ibieta (1936) es abogado egresado de la Universidad de Chile, director de La Segunda entre 1976 y 1981, y columnista histórico de El Mercurio, además de autor de varios libros.

Admirado y odiado, intelectual de derecha que respalda a la dictadura militar, se caracteriza por poseer una personalidad obstinada. Este temperamento se refleja en sus columnas, donde expone sus ideas con una prosa concisa. Sus frases son cortas, contundentes y a veces lapidarias.

Exdiputado por Santiago en 1973 y miembro de la IV Comisión Legislativa de la Junta de Gobierno, así como de la Comisión Redactora de Leyes Orgánicas Constitucionales, su fallida candidatura al Senado por Santiago Oriente en 1989, que perdió frente al expresidente Sebastián Piñera, lo apartó definitivamente de la política partidista activa, enfocándose en la escritura para difundir sus principios e ideas.

 

Conservador desde su nacimiento, crítico de la Concertación y de los gobiernos posdictadura, está convencido de que Augusto Pinochet fue el mejor presidente de la historia de Chile, y de que puede probarlo documentadamente.

Famoso por no inclinarse ante nadie, independiente en sus juicios, polemista, es autor de un blog desde abril de 2010, y a los 88 años sigue siendo un usuario activo de la red social X, con 79 mil seguidores.

A pesar de su influencia y de sus seguidores, su presencia en los medios masivos se ha visto limitada desde 2008, cuando renunció públicamente a El Mercurio debido a la polémica generada por sus opiniones y a la presión recibida por parte del director del medio, Agustín Edwards.

Durante el estallido social de 2019 fue invitado al matinal Bienvenidos de Canal 13 para compartir su visión sobre los acontecimientos en el país, pero fue expulsado del set por la animadora Tonka Tomicic tras expresar su opinión sobre la violación de derechos humanos durante la dictadura. Casi cinco años después, el 21 de marzo de 2024, Tomicic le ofreció disculpas públicas en La Segunda.

Casado y padre de cuatro hijos, Pérez de Arce es abuelo de más de una decena de nietos. En esta entrevista, reflexiona sobre su vida personal y política, resume su trayectoria intelectual y explica los motivos detrás de su pensamiento.

 
¿Podría contarme dónde se crio y qué recuerdos guarda de su infancia?

 
Nací en Nataniel 135, Santiago, la casa de mis abuelos paternos, con quienes siempre vivimos, hasta la muerte de ambos. Cuando yo tenía seis años murió mi abuela Blanca Plummer y nos cambiamos a Providencia, calle María Luisa Santander 0301. De mi infancia guardo recuerdos gratos y los únicos episodios negativos, como cuando me quemé con el cautín de un maestro o casi me electrocuté por meter los dedos en un enchufe, fueron autoinferidos.

 
¿Cuáles son sus primeros recuerdos relacionados con la lectura y qué escritores influyeron en su formación intelectual?

 
Aprendí a leer a los cinco años y mi padre me regaló una colección completa de fábulas y cuentos infantiles, pero de a uno, a medida que los fuera terminando. Pero no los terminaba y pedía el siguiente, así es que me los dio todos. Nunca leí ninguno completo, porque me aburría. Pero sabía de qué trataban todos, del flautista de Hamelin que se deshizo de los ratones, y de una princesa que probó ser tal porque era tan delicada que amaneció dolorida tras dormir con una lenteja bajo el colchón. El libro que marcó mi infancia por lo entretenido fue Las cuatro plumas, de un novelista inglés, que leí a los diez años con fruición y del cual se han hecho sucesivas películas. Una novela de aventuras del norteamericano Zane Grey, sobre los mormones, me apasionó en la adolescencia, lo mismo que Pimpinela Escarlata, de la baronesa de Orczy, la serie de Sandokán y la de Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas. Nunca he leído para cultivarme, sino para entretenerme, logrando a veces ambas cosas. Después de los veinte años recuerdo haber leído El exorcista sin poder soltarlo ni dormir en toda la noche. También la serie completa de James Bond y la de George Mikes, un húngaro-inglés, sobre distintos pueblos, ingleses, franceses, alemanes, italianos, todo humorístico, lo cual me impulsó a escribir mi libro más vendido, Los chilenos en su tinto.

 
¿Cómo fue su acercamiento al periodismo? ¿Qué diarios y revistas solía leer?

 
Mi casa era periodística, porque mi abuelo había sido director, gerente y presidente de El Mercurio y mi padre trabajaba en Las Últimas Noticias, de la misma cadena. Yo leía este último diario y La Segunda en mi adolescencia y juventud y después leía completo El Mercurio, lo que me procuró una gran ventaja informativa porque muy pocos leían diarios y, cuando estaba en la universidad, les llevaba esa ventaja. Como estudiante de leyes trabajé un tiempo en las tardes en Las Últimas Noticias y en La Segunda.

 

 
En 1949, durante su adolescencia, ocurrió la Revolución de la Chaucha, durante el gobierno de Gabriel González Videla. ¿Cuáles son sus recuerdos de ese episodio?

 
Ésa fue una de las revoluciones comunistas periódicas que hay en Chile y, como incendiaban micros, igual que en 2019, González Videla puso un conscripto en cada micro y santo remedio. Con la Ley de Defensa de la Democracia puso fuera de la ley a los comunistas y los sacó del parlamento y de la administración pública. Siguieron nueve años de perfecta tranquilidad, hasta que el general Ibáñez derogó la Ley de Defensa de la Democracia y los comunistas, entonces, le agradecieron haciendo otra revolución, el 2 y 3 de abril de 1957. Pero el general la aplastó en dos días. Eso debió hacerse el 18 de octubre de 2019 y todo habría durado un par de días.

 

«No he firmado por ningún partido, porque ninguno cumple el requisito que les exijo, de reconocer y hacer suyo explícitamente el legado del gobierno militar»

 

 
Durante el segundo mandato del presidente Carlos Ibáñez del Campo, en 1957, usted estudiaba leyes y el país vivió una nueva agitación social. El gobierno subió el precio del transporte público y las organizaciones sindicales convocaron a una protesta. La intervención policial derivó en que los manifestantes destruyeron locales comerciales, vehículos de transporte público y bienes públicos y privados. Ibáñez del Campo decretó Estado de Sitio y varias unidades militares salieron a la calle al mando del general Humberto Gamboa. El saldo fue de varios muertos y un centenar de heridos. ¿Podría compartir su perspectiva sobre aquellos eventos y cómo afectaron su visión del país y su futuro?

 
Fue lo mismo que la revolución comunista contra González Videla del 49 y la misma del 2019 contra Piñera, pero Ibáñez y González Videla tenían pantalones y terminaron el lío en unos días, mientras Piñera se rindió. Los comunistas vienen haciendo revoluciones desde 1934. Lean la historia del partido, por Mauricio Rojas, excomunista. La de 1957 la viví completa, con todos los postes botados en las calles, las tiendas saqueadas. No había malls ni supermercados, pero sus equivalentes fueron saqueados y semidestruidos. Vi a los transeúntes aplaudir a un militar sobre un tanque liviano en Ahumada con Moneda. La gente estaba con la mano dura y por eso eligió a Jorge Alessandri y no a Salvador Allende ni a Eduardo Frei al año siguiente.

 
Su actividad como periodista comenzó en 1962. ¿Le influyó el trabajo de algún columnista cuando estaba empezando a escribir en prensa? ¿Cuál es su motivación para escribir columnas?

 
Comencé en El Mercurio porque fui donde Agustín Edwards a ofrecerme como redactor de editoriales en 1962 y, para ser franco, lo hice porque, como abogado, la Caja de Previsión me exigía hacer imposiciones previsionales y yo buscaba una empresa que me las hiciera y pensé en El Mercurio. Agustín me contrató por veinte escudos mensuales y eso satisfacía lo que yo necesitaba en lo previsional. En un comienzo sólo reunía material para documentar a los redactores de la página editorial, pero empecé a escribir y me publicaron artículos secundarios y el «Día a día». Posteriormente fui contratado por el diario medio día y así fui incorporándome hasta llegar a ser editor a fines de la década del 60. Ya a esas alturas escribía habitualmente en la página editorial. No fue hasta 1982 que Arturo Fontaine, ya como director del diario, me ofreció una columna semanal y ahí me convertí en columnista hasta que renuncié el 31 de diciembre de 2008, fundamentalmente por haber el diario apoyado la candidatura de Sebastián Piñera a la Presidencia de la República. Mis motivaciones para escribir siempre han sido el impulso de expresar una opinión propia sobre hechos de la actualidad. En lo político me he caracterizado por ser de derecha a secas y de una sola línea, que se define como un apoyo sin renuncios al gobierno militar y sus políticas. Considero que el único presidente integralmente de derecha que ha tenido el país, y sin desfallecimientos, ha sido Augusto Pinochet. Y es la postura que me inspira hasta hoy.

 
En 1972 ingresó al Partido Nacional y posteriormente fue electo diputado por Santiago en las elecciones parlamentarias de 1973. ¿Cómo vivió los años del gobierno de la Unidad Popular y qué significó para usted ser uno de los firmantes del Acuerdo de la Cámara del 22 de agosto de 1973?

 
Caí en la política gracias al periodismo, pues la radio Agricultura me ofreció hacer comentarios político-económicos a fines de 1971 y eso motivó que el Partido Nacional me ofreciera ser candidato a diputado por el primer distrito de Santiago. Disputé la primera mayoría con Bernardo Leighton, lo que incidió en que fuera uno de los participantes directos en el acuerdo del 22 de agosto de 1973 llamando a las fuerzas armadas y Carabineros a deponer al presidente Salvador Allende, cosa que hicieron el 11 de septiembre de ese año. Después me distancié de la política hasta que fui candidato a senador por Santiago en 1989, pero fui derrotado por Eduardo Frei y Sebastián Piñera, a raíz de lo cual me alejé para siempre de la política partidista activa y después no he firmado por ningún partido, porque ninguno cumple el requisito que les exijo, de reconocer y hacer suyo explícitamente el legado del gobierno militar.

 
¿Qué hacía usted el día del golpe de estado de 1973?

 
Era diputado y los del Partido Nacional habíamos acordado, para el caso de un golpe de cualquier origen, reunirnos en grupos de cinco en distintos lugares. A mí me tocó radio Minería, en los altos de un edificio de Tobalaba con Providencia. Desde ahí presencié todos los bombardeos, a La Moneda hacia el poniente y a la mansión presidencial de Tomás Moro hacia el oriente, que por error del piloto fue al Hospital de la FACH. Después hicimos vanos intentos de entrar al centro e ir al Congreso, pero los militares no nos dejaron pasar. Finalmente, nos fuimos a nuestras casas a las tres de la tarde, obedeciendo el toque de queda.

 
¿Siente admiración por el suicidio de Salvador Allende?

 
No. Creo que él lo tenía previsto como manera de pasar a la inmortalidad. «Aquí hay carne de mártir, compañeros», dijo en algún discurso. Tenía la ambición de pasar a la posteridad y lo consiguió. Pero como gobernante fue un desastre y eso también quedó para la posteridad.

«Allende tenía la ambición de pasar a la posteridad y lo consiguió. Pero como gobernante fue un desastre y eso también quedó para la posteridad»

 
Augusto Pinochet era un personaje secundario antes del golpe. Había otros militares más opositores a la UP y a Allende. ¿Usted pensó que vendría una dictadura que duraría 17 años?

 
No, pero en junio de 1973 tuve una experiencia que me puso a pensar. Yo era diputado y tenía programas de radio en Agricultura y Minería. El senador de mi partido Fernando Ochagavía me dijo que un alto oficial de la Fuerza Aérea, de apellido Lapostol, quería conversar conmigo y que era de toda confianza. Lo llamé y concertamos una entrevista en su oficina del Ministerio de Defensa. Nuestra conversación no tuvo nada de particular, salvo que en un momento determinado me preguntó: «¿Qué le parecería a usted que hubiera un gobierno de las fuerzas armadas?». Yo le contesté que eso no podía ser, que no estaba contemplado en la Constitución y no veía cómo podría suceder. No me insistió y nos separamos, sin volver a conversar. Pero poco después un comentarista que era muy oído, me dijo cuando nos encontramos grabando en la radio: «El golpe está listo. Ya están organizados todos los puestos de mando con radioaficionados opositores. La mesa central va a estar en la Escuela Militar y los demás puestos en la Fuerza Aérea y el de la Armada en el Ministerio de Defensa, para controlar todas las radios del país y las de izquierda van a ser silenciadas. Sólo falta que los militares den el golpe». Me dejó muy sorprendido, pero me di cuenta de que había movimientos subterráneos que no conocía en absoluto, pues después el golpe se dio tal como él decía, tras la decisión de Merino ratificada por Pinochet y Leigh. Sobre la duración del gobierno militar, yo pensé que duraría menos. Pero con el tiempo me convencí de que era una revolución militar que buscaba cambiar al país y convertirlo en uno de derecha como aquel a que yo aspiraba y que el plazo y el itinerario eran los adecuados.

 
La novela Tomás Nevinson, de Javier Marías, transcurre en un contexto político marcado por la violencia terrorista de ETA y del IRA. El protagonista del libro hace la siguiente reflexión: ¿tenemos derecho a matar a quien tal vez matará después? Para darle mayor espesor al relato, Marías recuerda la vida del escritor alemán Friedrich Reck-Malleczewen, autor de Diario de un desesperado, que en 1932 coincidió en un restaurante con Hitler, que llegó sin escolta. Reck-Malleczewen escribió: «En el restaurante casi desierto podría haberle metido un tiro con facilidad. De haber tenido el menor atisbo del papel que iba a desempeñar, y de los años de sufrimiento que iba a infligirnos, lo habría hecho sin pensarlo dos veces». Le cuento esta historia para hacerle una pregunta: ¿usted justifica el uso de la violencia por parte de los militares para derrocar el gobierno de Salvador Allende?

 
Por supuesto. No tiene nada que ver con Hitler, un fracasado en comparación con Pinochet, un exitoso. La izquierda ha escrito, transmitido, filmado y televisado una versión falsa de la revolución militar chilena. Ésta pacificó el país en ciento veinte días y en esa tarea contó con enorme apoyo nacional, Frei Montalva y Aylwin incluidos, pero ambos después olvidaron lo que había quedado grabado. El 57 por ciento de todos los muertos en la guerra civil larvada que hubo desde 1973 se produjo en los ciento veinte días iniciales: mil ochocientos muertos de los tres mil totales. Después el país fue una taza de leche, con asaltos miristas a bancos, secuestro de un coronel, asesinato de carabineros de guardia y episodios aislados como ésos, que no alcanzaban al grueso de la opinión pública, que vivió en un clima de seguridad ciudadana superior al de antes y para qué decir al de hoy. La propia biografía de Pinochet, de Gonzalo Vial, sesgada contra aquél, reconoce eso, sobre todo cuando describe las pacíficas intervenciones habituales del Ejército en las poblaciones, donde agrupaban a los hombres en la cancha de fútbol y los que no tenían órdenes de detención volvían a sus casas y los que las tenían se iban presos, pues no había puerta giratoria. Por eso Pinochet era y es popular en las poblaciones, porque en ellas no mandaban los patos malos y la gente podía salir tranquila en la noche. Y todo eso se recuerda y añora hoy y por eso Daniel Matamala en su columna de La Tercera, «Barros Boric», reconoce el aumento de popularidad del gobierno militar.

 
Fue director de La Segunda entre 1976 y 1981. ¿Considera que su papel en el periódico influyó en la forma en que se informaba y percibía la sociedad chilena durante ese período?  ¿El gobierno militar controlaba los medios de comunicación?

 
Tuve dos episodios con el gobierno militar: uno en que un ministro suyo, cuando el presidente y el ministro del Interior estaban en Punta Arenas, ordenó cerrar el diario por tres días, en razón de una entrevista al exdiputado DC Claudio Orrego. Soporté la clausura. El dueño del diario me impidió publicar un editorial protestando contra ella cuando reapareció tres días después el diario. Yo renuncié. Él me pidió perdón y solicitó que retirara la renuncia. Lo hice y después todo siguió como antes, excepto una ocasión en que me llamó un ministro, el general Badiola, para decirme que yo era un traidor por haber publicado el itinerario de un viaje al exterior de la señora Lucía Hiriart, lo que yo consideraba una noticia. Pero el presidente pensaba que la exponía a sufrir atentados. Después me llamó el general Badiola para decirme que había tenido que tratarme de traidor porque el presidente le había exigido llamarme desde su propio escritorio y estaba oyendo la conversación.

 

«[La Revolución de la Chaucha en 1949] fue una de las revoluciones comunistas periódicas que hay en Chile y, como incendiaban micros, igual que en 2019, González Videla puso un conscripto en cada micro y santo remedio. Con la Ley de Defensa de la Democracia puso fuera de la ley a los comunistas y los sacó del parlamento y de la administración pública. Siguieron nueve años de perfecta tranquilidad, hasta que el general Ibáñez derogó la Ley de Defensa de la Democracia y los comunistas, entonces, le agradecieron haciendo otra revolución, el 2 y 3 de abril de 1957. Pero el general la aplastó en dos días. Eso debió hacerse el 18 de octubre de 2019 y todo habría durado un par de días»

 

 

Bueno, yo dejé pasar todo eso y no tuve otros problemas durante los restantes años en que dirigí el diario, pero en 1980 renuncié definitivamente por una razón de fondo: La Segunda se vendía mucho más cuando era sensacionalista y yo no quería un diario sensacionalista, pero no podía hacer perder plata el dueño por tener un diario a mi gusto. Básicamente por eso renuncié finalmente y me alegré cuando Agustín por fin me liberó y nombró a Cristián Zegers. Entonces volví a El Mercurio como redactor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 
¿Cómo fue su relación con Agustín Edwards?

 
Él me llevó a El Mercurio en 1962, cuando yo tenía 26 años, y siempre tuve una buena relación con él. Ponía énfasis en el agradecimiento que le tenía a mi abuelo Guillermo. Además, subrayaba que él y yo éramos los únicos de la cuarta generación en El Mercurio. Cuando asumió como director en 1982, en que fue vital la ayuda crediticia al diario del Banco del Estado, Agustín me puso a cargo de «La semana política» y se molestaba si el jefe de redacción se la encargaba a otra persona. Después vino la Concertación y varias personas le pidieron suprimir mi columna firmada, en particular la escritora Marcela Serrano y la periodista Elizabeth Subercaseaux. Ésta, en entrevista a Agustín en La Tercera, le preguntó cuándo se iba a deshacer de extremistas como yo y él contestó que estaba viendo cómo solucionar ese problema. Ya bajo la Concertación se dejó influir por amigos que lo convencieron de apoyar a Sebastián Piñera y su línea, y en alguna ocasión me dijo francamente que a mí me consideraba un ultra. Admitía cartas de lectores insultantes en mi contra en el diario. Cuando yo le reclamaba por eso me encontraba razón. Pero en definitiva siempre mantuvo mi columna y mi calidad de empleado del diario. Y si yo decidí renunciar, y lo hice públicamente en una columna el 31 de diciembre de 2008, fue debido a que no quería seguir recibiendo ataques por mi posición crítica frente al candidato presidencial del diario. Después de que me fui no volví a ver a Agustín.

 
¿Qué consecuencias ha enfrentado por mantener una postura independiente en la política chilena?

 
Durante 2009 publiqué mi Autobiografía desautorizada y en abril de 2010 abrí el blogdehermogenes.blogspot.com que dura hasta hoy. También estoy activo en Twitter, que ahora se llama X y donde tengo 79 mil seguidores y aumentando. Pero en general no soy entrevistado ni citado en los medios masivos de comunicación, léase diarios, estaciones de TV y radios, por lo que atribuyo a una equivocación de una periodista demasiado joven, y que no me conocía, el haber sido convidado a fines de 2019 al matinal de Canal 13. Mis opiniones provocaron tal trastorno que la conductora del matinal, Tonka Tomicic, me expulsó del programa, lo cual generó un transitorio interés periodístico en mi persona. Pero la actitud de los medios hacia mí se reflejó en el Twitter del dueño del Canal 13 el día de mi expulsión, pues dijo que había sido un error convidarme al programa y pidió perdón a la audiencia por haberlo hecho. La última vez que me habían convidado a la TV, en 2015, hice confesar en cámara a un juez perseguidor de militares que fingía los delitos, es decir, confesó la ilegalidad de los juicios. De hecho, el propio Colegio de Abogados aplicó censura previa a un artículo que le mandé a la Revista del Abogado denunciando la prevaricación de los jueces. Así es que tengo claro que mis opiniones son incompatibles con lo que es admisible para la corriente dominante dueña de los medios. Como soy de derecha y partidario del legado de la revolución militar, soy considerado extremo o ultra.

 

 
En 1989 fue candidato a senador, pero fue derrotado por Sebastián Piñera. ¿Cree que su figura, tras su muerte este año, deja un legado a la derecha chilena?

 
Tengo una opinión negativa en lo personal y en lo político de ese personaje, pero dada su trágica muerte prefiero no entrar en detalles. Políticamente su ausencia es de gran importancia y perjudica en general a la izquierda política, en favor de la cual siempre trabajó con su reconocida tenacidad y energía. El legado de Piñera, aparte de algunos éxitos de gestión en temas específicos, como salvataje de mineros o distribución de vacunas, es muy negativo, pues terminó con el Frente Amplio y el Partido Comunista en el poder. Legó un precedente de incapacidad de mantener el orden público, pudiendo haber puesto fuera de la ley, de acuerdo a los artículos 19 N°15 y 60 de la Constitución, a todos los partidos que se basaron en la violencia para impulsar cambios políticos. A Pinochet le hicieron, entre 1983 y 1987, 17 estallidos como el del 18 de octubre de 2019, y demoró un día en aplastar cada uno de los mismos. Terminó su gobierno con más de mil terroristas presos, plena paz interna y el mayor crecimiento económico de América Latina.

 
¿Qué significa ser de derecha?

 
Ser de derecha significa ser partidario de garantizar a las personas su más amplia libertad y su derecho de propiedad, respetando el derecho ajeno, el orden público y las buenas costumbres. En política esto implica tener una democracia protegida, como la de la Constitución de 1980, que pone fuera de la Constitución y de la ley a los partidarios de la violencia.

 
¿Podemos considerar el estallido como una revolución fallida debido a su incapacidad para establecer un nuevo orden social? ¿Cómo describiría usted los eventos que tuvieron lugar a partir del 18 de octubre de 2019?

 
Fue una revolución comunista exitosa en cuanto a que logró llegar al poder. El comunismo siempre intentó tomar el poder por la violencia en Chile. Quiso apropiarse del motín de la Armada en 1931 y no pudo. Aprovechó el movimiento campesino de Ránquil en 1934, pero Arturo Alessandri mandó tropas y lo aplastó. En 1949 quisieron derrocar a González Videla, que los había llevado al gobierno, pero éste fue más ágil y aplastó la Revolución de la Chaucha en 1949 y dictó la Ley de Defensa de la Democracia, que los dejó fuera de la ley por nueve años. Apenas Ibáñez derogó esa ley le hicieron la revolución del 2 y 3 de abril de 1957, pero el general Gamboa la aplastó en esos dos días. A Jorge Alessandri no se atrevieron a hacerle la revolución acostumbrada por temor a que llamara a los militares. Pero a Frei se la hicieron y éste resultó más duro de lo que preveían, pues mandó a viajar a su ministro del Interior titular, un blando izquierdista, Bernardo Leighton, y puso a Edmundo Pérez Zujovic, que impidió la toma de Pampa Irigoin con un saldo de seis muertos; en venganza lo asesinaron en 1971. A Pinochet los comunistas le hicieron diecisiete estallidos entre 1983 y 1987, pero éste los sofocaba en un día y finalmente desmanteló al MIR y al FPMR y metió presos a mil terroristas, a los cuales después Aylwin liberó. En 2019 había un presidente sin pantalones, porque si los hubiera tenido habría declarado inconstitucionales a los 14 partidos que se aprovechaban de la violencia y destituido a todos sus parlamentarios y se habría acabado la revolución. Pero se rindió sin usar sus atribuciones y entregó la Constitución y el país al comunismo, que gobierna hoy junto a su ala izquierda, el Frente Amplio.

 
¿Siente optimismo o pesimismo sobre el futuro de Chile?

 
Optimismo, porque tengo la certeza de que volverá a haber un gobierno de derecha-derecha, como no lo hay desde el de Pinochet, y la situación general del país va a volver a normalizarse gracias a una política como la de ese presidente entre 1985 y 1990, que fueron los primeros cinco años de los mejores treinta años de la historia de Chile, 1985-2015. Confío en que además ese presidente tendrá los pantalones o las polleras necesarias cuando sobrevenga la inevitable próxima revolución comunista.

 
¿Quién es Hermógenes Pérez de Arce?

 
Es un opinólogo de la plaza, autor de un blog desde abril de 2010, convencido de que Augusto Pinochet fue el mejor presidente de la historia de Chile, y de que puede probarlo documentadamente. Ha escrito 16 libros mayormente dedicados a reivindicar la verdad histórica reciente. Se caracteriza porque los medios masivos de prensa evitan entrevistarlo.