En octubre de 1935, Gable, el célebre actor, estuvo de paso por Chile en una gira publicitaria de la Metro-Goldwyn-Mayer. Para entonces ya había ganado su único Oscar, y en unos años más interpretaría al famoso Rhett Butler, el personaje de Lo que el viento se llevó. A su llegada al país, grupos de fanáticas lo asaltaron en los dos aeropuertos de Chile.
Clark Gable tenía 34 años, fumaba unos cuatro paquetes de cigarrillos al día, consumía alcohol en cierta demasía y ya era llamado «el Rey» en los avisos publicitarios de Hollywood cuando aterrizó en Santiago, el miércoles 2 de octubre de 1935. Meses atrás le habían entregado su primer Oscar por Sucedió una noche (1934), una de las comedias románticas más exitosas de la década, en la que actuó con Claudette Colbert. A la postre, sería el único que le dieron, a pesar de una fulgurante carrera de tres décadas.
Más de cinco horas antes había tocado tierra en Arica, según esa inhospitalaria costumbre que tenían los aviones de moverse a muy poco más de 300 kilómetros por hora. Metro-Goldwyn-Mayer, dueña de su contrato, era en ese momento la casa más prestigiosa de Hollywood y se esforzaba por mostrar cierta elegancia en la administración de sus activos.
Por eso anunció que Clark Gable venía «de vacaciones» y que, visto que quería conocer los países sudamericanos, luego iría a Buenos Aires y Rio de Janeiro. Algo así como una gira comercial que no es una gira, y menos comercial. MGM intuía que ésta era una manera de satisfacer a los anfitriones, honrados de ser elegidos personalmente por «el Rey», y de paso evitarse solicitudes de otras partes de la cadena comercial, como los exhibidores y los productores locales.
Durante la singular investigación que tituló ¡De película! Hollywood y su impacto en Chile, 1910-1950 (Taurus, 2012), el historiador Fernando Purcell encontró entre las páginas de El Diario Ilustrado del 11 de octubre un aviso que decía: «Se advierte al público. Clark Gable no asistirá a las funciones de ningún teatro, ni irá a Valparaíso como lo anuncia una empresa de turismo. Se hace esta advertencia por cuanto se usa, sin permiso, su nombre con fines de propaganda. Metro-Goldwyn-Mayer».
Aquí quedaban descartados los exhibidores (al parecer, circulaba el rumor de que el actor podría aparecer de sorpresa en alguna función de Por sendas distintas, una accidentada película coestelarizada por Myrna Loy y William Powell) y también un engranaje extraño a la industria: las agencias de turismo.
Era adecuado que la advertencia apareciera en El Diario Ilustrado. Este periódico, fundado en 1902, había ganado público y prestigio por introducir las fotografías en la prensa chilena, que rompían las sábanas de letras que eran sus grandes páginas. Para 1935 era el gran bastión conservador, que se había enfrentado al presidente Arturo Alessandri y al dictador Carlos Ibáñez, incluso al costo del destierro de uno de sus directores y varios redactores. Uno de sus espadachines era un punzante caricaturista, Jorge «Coke» Délano, que casualmente también era cineasta. Y varias cosas más: una de las figuras más polifuncionales e hiperactivas del Chile de la primera mitad del siglo XX.
Quizás por esta razón, o por cualquier otra, El Diario Ilustrado ofreció la más amplia cobertura de la visita de Clark Gable y de todas las de las celebridades de Hollywood que la siguieron. Purcell encontró que en los días previos a su llegada el periódico había instruido a sus lectores que el apellido del astro debía pronunciarse «Gueibel». Un redactor anónimo escribió una versión abatida de la guerra de los sexos, según la cual las mujeres pasarían a segundo plano a los hombres chilenos, que, «por ahora debemos contentarnos con esta derrota fulminante que nos hace sentirnos empequeñecidos. Nuestro prestigio varonil sufre grave ofensa y debemos resignarnos».
Un corresponsal del mismo diario informó que en el aeropuerto ariqueño de Portezuelo, Clark Gable fue asaltado por una multitud de jovencitas que le arrebataron el pañuelo del bolsillo superior y el cigarrillo que fumaba. El detalle sorprendente, que no repetiría en el futuro, es que luchó hasta recuperar ambas cosas. En el aeropuerto de Los Cerrillos, en Santiago, la situación fue algo más intensa: le rompieron la chaqueta a tirones, le arrancaron la corbata y le quitaron varios botones de la camisa. Dijo la revista Ecran: «Jamás había presenciado la capital homenaje más simpático rendido a un hombre: la admiración fervorosa de la mujer por un actor cinematográfico». Ecran era la revista sobre el mundo de las estrellas de cine, pero había nacido en 1930 como un semanario con una mayoría de contenidos femeninos, que es lo único que puede explicar el adjetivo «simpático» para semejante tropel. The New York Times consignó el asalto con la palabra «asalto», no con un eufemismo.
Hollywood es así
En ninguna publicación se registró el hecho de que Gable ya había estado en Chile, aunque ficticiamente, en Vuelo nocturno (1933), una historia de aviadores que se deben coordinar para llevar un remedio a un niño en Rio de Janeiro. Un avión despega desde Santiago para cruzar la cordillera y llegar a Buenos Aires; otro sale desde Punta Arenas (aunque la ciudad nunca se ve), a cargo del piloto Jules Fabian (Gable), que atraviesa una tormenta sobre Bahía Blanca y llega también a la capital argentina para seguir a Brasil con la salvación del niño. Los dos vuelos son aterradores, aunque no hay nada que supere a la Cordillera de los Andes.
En el viaje de verdad, MGM y Clark Gable lograron desprenderse de casi todo lo que no fuese funcional al negocio, excepto de una productora local, una sola: los Estudios Santa Elena, del dibujante y cineasta «Coke» Délano, cuyas instalaciones, «un barracón techado con totora» según el mismo propietario, Gable debió visitar, presumiblemente con cierto asombro.
Délano tenía un alto privilegio: era uno de los pocos cineastas chilenos que hablaba inglés, había visitado Hollywood y conocía la magnificencia de esa industria, en ese momento incomparable en todo el cine mundial.
De su atrevimiento ilimitado da testimonio su película Hollywood es así (1944), que pretende enseñar cómo era esa industria, incluyendo los «dobles» de estrellas de primera línea —Chaplin, por ejemplo— interpretados por actores profesionales y aficionados chilenos. Esa película, un verdadero oxímoron, fue filmada íntegramente en Chile, con algunos planos injertados de Los Ángeles.
Délano dibujaba con una velocidad y una precisión extraordinarias y podía componer un retrato o una caricatura en pocos minutos y con los mínimos recursos. El presidente Arturo Alessandri, al que había zamarreado con sus caricaturas, le pidió pintar al óleo el que sería su retrato oficial. Cuando se quedó sin dinero para contratar las fotos fijas de su película Escándalo (1940), dibujó las escenas para los afiches publicitarios.
«Coke» Délano merece un estudio más serio de lo que existe hasta ahora, cosa no fácil dada su constante inclinación a hacerse el gracioso. Para este artículo, importa señalar que en los años 1930 y 1940 fue la única figura local que estaba siempre presente en las visitas de cineastas y actores extranjeros, como si se tratase de la encarnación del cine chileno.
Y hasta cierto punto, lo era. Nadie como él estaba tan convencido de que, hasta los tempranos 1920, el cine de Chile había sido la vanguardia de la industria en América Latina y solía preguntarse cuándo se había perdido esa posición y, con vehemencia, en qué momento se recuperaría. (Curiosamente, más tarde consideraba que la decadencia final comenzó con la creación de Chile Films, que en el primer momento fue una especie de iniciativa público-privada, majestuosamente instalada en un sitio de calle Manquehue). Ese infundado anhelo empujó a «Coke» a filmar la primera película sudamericana con sonido óptico, Norte y sur (1933), cinco años después de que esa tecnología se había consolidado en Estados Unidos. Está desaparecida: no podemos conocer la calidad del resultado.
Délano recibió en su Estudio Santa Elena a Douglas Fairbanks, Jr., de cuyo padre era un admirador incondicional; más tarde a Clark Gable; tres años después, al otro gran ídolo de la época, Tyrone Power, y fue el anfitrión en la visita de Walt Disney en 1941.
Al fin, Gable se liberó de buena parte de las actividades sociales. MGM le ofreció un cóctel en sus oficinas de Santiago y antes de irse asistió a un almuerzo en la quinta Santa Nicolasa de Apoquindo, donde le regalaron un poncho chileno («araucano», según escribe Délano en una de sus memorias, Botica de turnio, Zig Zag, 1963) y tuvo que escuchar a Los Cuatro Huasos.
«Gable se liberó de buena parte de las actividades sociales. MGM le ofreció un cóctel en sus oficinas de Santiago y antes de irse asistió a un almuerzo en la quinta Santa Nicolasa de Apoquindo, donde le regalaron un poncho chileno (“araucano”, según dijo “Coke” Délano) y tuvo que escuchar a Los Cuatro Huasos»
Táctica comercial
«Clark Gable, la primera gran estrella masculina de MGM», escribe el historiador Tino Balio, «representaba un nuevo tipo de protagonista masculino. A diferencia de las corteses y suaves estrellas masculinas de los 20, Gable desarrolló una imagen que era una combinación de amante sexy y hombre de hombres». Primero interpretó a algunos gángsters en papeles secundarios y después MGM lo puso a enfrentar con rudeza a Joan Crawford (El mundo que baila, 1931), Greta Garbo (Susan Lenox, 1931), Norma Shearer (Extraño intermedio, 1932) y Jean Harlow (Tierra de pasión, 1932). Este último año apareció en el octavo lugar del ranking de actores favoritos y después de 1934 estuvo siempre en los primeros lugares.
Claro que su consagración definitiva vino en 1939, cuando interpretó al seductor fallido Rhett Butler en Lo que el viento se llevó. Para entonces, su eminencia había llegado a tal nivel que el poderoso productor David O. Selznick debió sacar a su director elegido, George Cukor, porque no se entendió con Gable, que finalmente sólo aceptó a Victor Fleming, su director en Tierra de pasión, La hermana blanca (1933) y Piloto de pruebas (1938).
Parece probable que nada de Chile haya impresionado mucho a Gable, al menos si se juzga por la película que rodó diez años después, La aventura increíble (1945), donde encarna al marinero Harry Patterson, que arriba a un Valparaíso de cartón, del que no llega a conocer más que una taberna (de intenso aire mexicano) y a María, una chilena que cae automáticamente enamorada. A la mañana siguiente, mientras su barco zarpa, Patterson mira al infinito, sin siquiera advertir que desde el muelle se despide la triste María. Es el más penoso de todos los Valparaíso registrados por el cine. Alguien sugirió una vez que María sería una metáfora de Chile: seducida y abandonada.
Pero eso es dramatizar más de la cuenta. La visita de Clark Gable fue nada más que otro recurso de la táctica comercial estándar del cine estadounidense en los años 30 y 40, cuyo dominio comercial era indisputado, pero requería, como diría cualquier manager, un continuo reforzamiento. En 1938 llegó en una visita similar la gran estrella de 20th Century Fox, Tyrone Power, que tuvo una agenda parecida.
Algo distinto fue el caso de quienes vinieron a comienzos de los 40. Walt Disney viajó a Chile en 1941, por encargo del presidente Franklin Delano Roosevelt, como parte de la estrategia de prevención (la política de los «buenos amigos») en contra de los ya inminentes enemigos del Eje, Alemania e Italia, de los que existían comunidades importantes en casi toda América del Sur. De esa gira Disney sacó los largos de dibujos animados Saludos amigos (1944) y Los tres caballeros (1944), que fueron contribuciones decisivas para impedir la inminente quiebra de su compañía.
Un par de meses después del ataque de Japón sobre Pearl Harbor, también por instrucciones de Roosevelt, aterrizó en Santiago Orson Welles, que filmaba en Rio de Janeiro un episodio para su cinta panamericana It’s all true, nunca terminada. La misma gira que salvó a Disney hundió la carrera de Welles.
Los grandes estudios de Hollywood seguían una estrategia muy inteligente: al mismo tiempo que apoyaban el esfuerzo de guerra, consolidaban su posición dominante en Latinoamérica, en un pie que parecía incontestable. Pero los negocios culturales nunca pueden ser muy seguros.
La película maldita
La Segunda Guerra Mundial cambió al mundo y uno de sus efectos colaterales fue la emergencia de cines nacionales de bajos presupuestos, dedicados a registrar la dura realidad europea de la posguerra. De esa situación nació el neorrealismo italiano y la sucesión de cines realistas regionales.
Combinado con el efecto de la televisión sobre las audiencias, el cine de Hollywood ya no pudo sostener esa hegemonía más allá de finales de la década de 1950. El método de las visitas de estrellas se volvió rutinario e inefectivo.
En cuanto a Gable, la guerra también tuvo su impacto. En 1939 se casó con Carole Lombard, su coestrella en varias historias románticas de esa década. En enero de 1942, Lombard murió en un avión que se estrelló en un monte de Nevada. Como venía de una venta de bonos de guerra, el gobierno la declaró como «la primera víctima femenina» desde la entrada de Estados Unidos en el conflicto.
Abatido y deprimido, Gable pidió entrar a la Fuerza Aérea para ir al frente, lo que MGM no pudo evitar, aunque maniobró para que lo asignasen a las unidades que filmaban películas y le dieran un primer grado de teniente. Consta que en septiembre de 1943, después de pasar algunos meses de entrenamiento en Inglaterra, Gable voló en cinco misiones de bombardeo sobre Alemania, a bordo de las «fortalezas voladoras» B-17.
En alguna de ellas —posiblemente la última— murieron dos miembros de la tripulación, por lo que el gobierno y MGM coincidieron en retirarlo del servicio para que se dedicara a estructurar Combat America, una película de 62 minutos que mostraba su experiencia de guerra en la Fuerza Aérea. Sorprendentemente, es un documental vibrante, con algunas de las más escalofriantes tomas de bombardeo jamás filmadas. Fue exhibida de manera limitada y reapareció en DVD en los 90.
Gable pasó a retiro de la Fuerza Aérea en 1944, condecorado y elogiado, y volvió a su carrera en los grandes estudios, pero, fuera de Mogambo (1955) no hizo nada muy distinguido. A pesar de eso, su salario ya se acercaba a un millón de dólares por película, superando los precios de todos los galanes de la época.
En 1961 aceptó la invitación del director John Huston para actuar en Los inadaptados, un guion escrito por Arthur Miller en el que actuarían también su esposa, Marilyn Monroe, además de Montgomery Clift, y se filmaría en un luminoso blanco y negro. Hay consenso crítico en que esta fue la más fina y sobresaliente actuación en la carrera de Gable.
«John Huston lo invitó en 1961 a actuar en Los inadaptados, un guión escrito por Arthur Miller en el que actuarían también su esposa, Marilyn Monroe, además de Montgomery Clift, y se filmaría en un luminoso blanco y negro. Hay consenso crítico en que ésta fue la más fina y sobresaliente actuación en la carrera de Gable»
Sin embargo, doce días después del fin del rodaje sufrió una trombosis coronaria y murió el 16 de noviembre de 1960, a los 59 años, mucho antes del estreno de la película. Los inadaptados se convirtió en una legendaria cinta «maldita», porque también fue la última de Marilyn Monroe y de los secundarios James Barton y Rex Bell. Cinco años después murió el tercer protagonista, Montgomery Clift. Para 1966 no había ninguno vivo.
Los inadaptados muestra a un Clark Gable añoso, que da su última lucha ante una mujer más joven e inconquistable. Marilyn Monroe lamentó después que haya sido un hombre tan mayor, sugiriendo que pudo haber entre ellos una conexión más intensa. Pero para entonces, Gable estaba ya enfermo y en la película encarna eso: un hombre otoñal, camino a la muerte. En esto, fue una de las primeras estrellas de su magnitud que aceptó su propia declinación, lo que agrega otra capa de grandeza a su irrepetible figura.