Título: More Money, More Crime: Prosperity and Rising Crime in Latin America
Autor: Marcelo Bergman
Oxford University Press.
Nueva York.
Año: 2018
Este libro ofrece un marco conceptual útil para aproximarnos al fenómeno del aumento del crimen y de la violencia en nuestra región. Anclado en numerosas fuentes de datos como encuestas, registros administrativos e incluso una muestra de 1.100 expedientes judiciales, el sociólogo Marcelo Bergman logra explicar convincentemente cómo el crimen se ha disparado en América Latina en los últimos 25 años, época en que, paradójicamente, la región ha experimentado el mayor aumento de ingreso per cápita de su historia.
La tesis de Bergman sostiene que la criminalidad ha aumentado porque se volvió un negocio lucrativo para muchos ciudadanos, los que se han apropiado de las rentas provenientes de mercados ilícitos manejados por redes criminales. A su vez, este aumento de demanda no ha sido contrarrestado por mayores capacidades en el aparato público (policías, cárceles, jueces y fiscales) para controlar el crimen. El resultado de esto es un círculo vicioso de altas tasas de criminalidad y pocas o nulas capacidades de los Estados para combatirlas.
Aunque el autor no pretende establecer una explicación causal sobre los determinantes específicos de la irrupción del crimen en la región, la perspectiva de equilibrio general desarrollada en el libro permite ordenar y situar los distintos factores que están detrás de irrupciones violentas del crimen en lugares como Colombia en la década de 1990 o Venezuela en los 2000.
En concreto, países con altos niveles de criminalidad (Colombia, Guatemala o Venezuela) tienen equilibrios inestables, donde la violencia se ha salido de control luego de romper un orden preestablecido. Por el contrario, países con bajos niveles de criminalidad (Chile, Uruguay y Perú) han logrado tener equilibrios estables o aumentos muy poco significativos de violencia (p.12).
Como ciudadano chileno, a medida que uno avanza por las páginas no puede dejar de preguntarse si nuestro país hoy día pasó a ser uno con un equilibrio de alta criminalidad (HCE, por sus siglas en inglés). La primera publicación de este libro fue en 2018, previo al estallido social, que en Chile desnudó las falencias de nuestro Estado en materia de orden público e inteligencia, y a la irrupción de bandas internacionales del crimen organizado como El Tren de Aragua, Los Pulpos o Los Espartanos. A todas luces, el equilibrio que Chile tiene hoy es uno más precario del que señalan las cifras de Bergman.
El autor argumenta que el crimen motivado por la obtención de ganancias en mercados ilícitos es la principal causa del aumento de la criminalidad en la región y que, desde la política pública, se ha hecho poco para contrarrestar este fenómeno. Mientras el foco ha estado en perseguir y detener a quienes se desvían de nuestras leyes, poco se ha hecho para desbaratar los negocios ilícitos con políticas de precios, regulaciones bancarias, incentivos fiscales, entre otros. Así, las instituciones encargadas del orden público —policías, jueces y fiscales— se ven totalmente sobrepasados (p. 16).
El enfoque más novedoso que nos entrega Bergman es la noción de «equilibrio del crimen». Como señalé anteriormente, los países (o regiones dentro de un país) se mueven entre equilibrios de bajo crimen (LCE, por su sigla en inglés) y equilibrios de alto crimen (HCE). Cada uno de estos «estados» es una señal para potenciales delincuentes o infractores de ley. El carácter dinámico de estos equilibrios lleva a concluir que un HCE establece condiciones propicias para una rápida propagación del crimen.
El capítulo 2, a través de diversas fuentes de datos, describe de manera detallada la evolución del crimen en Latinoamérica de los últimos treinta años. La conclusión es una sola: mientras en otras regiones del mundo las tasas de crimen han disminuido, en los 18 países de Latinoamérica que se analizan han aumentado. En 2012, las tasas de homicidio en Latinoamérica eran las más altas del mundo, con 23,2 homicidios por cada 100 mil habitantes, en contraste de continentes como África (8,9), Asia (3,5) o Europa (1,3). En el notable esfuerzo del autor por documentar series de tiempo para diversos delitos, también se puede observar, entre otros, que el alza de homicidios se da en períodos cortos de tiempo —entre seis y ocho años—, lo que muestra la fragilidad y alto dinamismo de los equilibrios.
«Bergman sostiene que la criminalidad ha aumentado porque se volvió un negocio lucrativo para muchos ciudadanos, los que se han apropiado de las rentas provenientes de mercados ilícitos manejados por redes criminales. A su vez, este aumento de demanda no ha sido contrarrestado por mayores capacidades en el aparato público (policías, cárceles, jueces y fiscales) para controlar controlar el crimen»
Irrupción de los mercados secundarios ilícitos
El capítulo 4 desarrolla la tesis principal del libro. El autor examina en detalle el aumento del consumo de bienes ilegales como autos y teléfonos móviles robados, desde 1990 a la fecha. A su vez, esta mayor demanda ha generado y alimentado una red de bandas y negocios que profitan de estos bienes y que han copado toda la cadena de suministros de bienes ilegales.
Bergman parte analizando desde la sociología la demanda explosiva del consumo en el continente. Plantea que la redemocratización de América Latina (refiriéndose a la salida de los países de dictaduras) trajo consigo la integración de muchos segmentos de la sociedad cuya formación de identidades se basó, precisamente, en el consumo; de ahí el término «sociedad de consumo» (p. 116). En concreto, el ingreso de los hogares en la década de 1990 creció un 16,5 por ciento y en los 2000, un 30 por ciento. Estos cambios profundos en los patrones de consumo en América Latina desarrollaron mercados secundarios e informales, que fueron instrumentales para que los sectores medios y bajos de la población pudieran acceder a bienes y/o servicios a un precio mucho más accesible. Así, hoy en América Latina cada ciudad cuenta con un mercado de bienes robados o falsos.
Este fenómeno no es exclusivo a América Latina. La gran diferencia, sostiene Bergman, es que en nuestro continente las autoridades generalmente reaccionan tarde o hacen la «vista gorda» a estos mercados, toda vez que ya se encuentran desarrollados y el costo de erradicarlos es demasiado alto.
El caso del robo de teléfonos móviles o celulares ilustra de excelente manera las dinámicas de un equilibrio perverso difícil de romper. Los celulares robados llegan a consumidores que pueden comprar un producto de alta gama a un precio mucho menor. Por otro lado, la industria se beneficia de un mayor recambio de aparatos, los clientes del mercado formal se aprovechan de su victimización para obtener la última versión y los proveedores de celulares expanden su red de clientes y utilidades. En corto, el crimen sostiene y beneficia la expansión de la industria (p.125).
El autor también desarrolla en profundidad, con datos disponibles para Colombia, México, Perú y Argentina, el robo de autos. Mientras en otras partes del mundo, como Estados Unidos, el robo de autos ha disminuido en el tiempo, en América Latina ha aumentado. ¿Por qué se roban autos? La respuesta es doble. Por una parte, autos de alta gama y 4×4 se venden en mercados internacionales. Segundo, para vender sus partes en los mercados nacionales. La gran mayoría de estos robos son perpetrados por bandas criminales que operan con armas de fuego y actúan con altos niveles de agresividad.
El capítulo 5 se destina exclusivamente al negocio de la droga y crimen asociado, enfatizando sobre la enorme utilidad esperada para las bandas criminales al ingresar a este negocio. Si un kilo de café, cuyo costo de producción es de US$ 3 y se vende a US$ 12 en Nueva York, un kilo de cocaína pura, cuyo costo de producción es US$ 1.600, se vende a US$ 150.000. Así, la diferencia en utilidades es de casi cien veces. De esta manera, las bandas de narcotráfico han copado lentamente ciudades estratégicas, tanto desde el punto de vista de la producción, como de su rol en las cadenas logísticas. Las excesivas rentas de la droga debilitan los LCE y crean fuertes incentivos para que las bandas peleen por ellas. El caso de Rosario, una apacible ciudad de un millón de habitantes es muy ilustrativo. Si bien la ciudad ha visto un importante desarrollo económico producto de su puerto exportador de granos de soja, en los últimos años las bandas de narcotráfico se han tomados las afueras de la ciudad, generando lazos con policías y una escalada de violencia nunca vista.
Equilibrios de alta criminalidad (HCE)
En el triángulo norte de Centro América (Guatemala, El Salvador, Honduras), junto con Colombia, Venezuela y algunas regiones de México y Brasil, se ha desarrollado una criminalidad que es cualitativamente muy distinta al resto de la región (p.174). Estas áreas son víctimas, según Bergman, de un HCE. El capítulo 6 describe los factores que explican este escenario, como la presencia del crimen organizado, asociaciones entre criminales y la policía, entre otros.
El gran drama con los HCE es que pasado cierto umbral de violencia, las instituciones sociales de los países se transforman por completo. En un HCE, las tasas de impunidad son altas, por lo que más y más individuos se involucran en actividades delictuales, generando un espiral de delincuencia fuera de control. Por ejemplo, en Venezuela, mientras la policía hacía 118 arrestos por cada 100 homicidios en 1998, el 2008 había apenas 9 detenciones por cada 100 homicidios (p. 176).
El autor destaca una serie de factores que permiten identificar un HCE. Entre ellos la brutalidad y violencia con que operan las bandas, como las «muertes ejemplares» que llevaban a cabo los paramilitares de triángulo norte de Centro América en la década de 1980. Otro factor clave es la presencia del crimen organizado, que en América Latina toma la forma de bandas criminales de tamaño pequeño y mediano, a diferencia de, por ejemplo, la mafia italiana. Por último, la corrupción, la desconfianza de los ciudadanos en el gobierno y la pérdida de legitimidad de las instituciones encargadas de controlar el crimen son otros factores propios de un equilibrio de alta criminalidad.
«Mientras el foco ha estado en perseguir y detener a quienes se desvían de nuestras leyes, poco se ha hecho para desbaratar los negocios ilícitos con políticas de precios, regulaciones bancarias, incentivos fiscales, entre otros. Así, las instituciones encargadas del orden público —policías, jueces y fiscales— se ven totalmente sobrepasados»
Institucionalidad para enfrentar el crimen
Los últimos tres capítulos del libro (7, 8 y 9) se enfocan en el poco éxito (y fracaso) que han tenido las policías, fiscales, poder judicial y la gestión carcelaria en América Latina, en el combate contra el crimen.
La evidencia que Bergman exhibe en el capítulo 7, muestra de manera convincente que la vasta mayoría de los habitantes de ciudades con un HCE, evalúan a las policías de mala manera y que los bajos niveles de confianza están fuertemente correlacionados con esta percepción. Ahora, es interesante ver que altas tasas de criminalidad y victimización no necesariamente tienen un impacto negativo en la confianza de las personas en las policías, siempre y cuando las personas perciban que la policía está tratando de hacer una buena labor (p. 237).
Con respecto a los sistemas judiciales (fiscales y jueces), Bergman documenta que, si bien ha habido múltiples reformas penales en distintos países después del retorno a la democracia, ninguna ha mostrado resultados alentadores. Aunque el debido proceso ha mejorado levemente, no han existido avances, cuantitativos o cualitativos, en la efectividad de las investigaciones criminales. Esto se explica, en parte, por una inercia burocrática, con poco accountability de fiscales y jueces e instituciones débiles incapaces de proveer evidencia para presentar cargos y asegurar penas efectivas.
La historia no es mucho mejor en la gestión carcelaria. Mientras la población penal se ha triplicado en los últimos 25 años, los niveles de criminalidad siguen al alza. Bergman señala, cuantitativamente, que el costo esperado del encarcelamiento ha bajado para muchos tipos de delitos. La tesis de Bergman en este punto es que la alta rotación de presos y reemplazos, producto del confinamiento masivo de personas que cometen delitos de baja gravedad, mantienen vivas las estructuras de las bandas criminales ya que simplemente éstas son reemplazadas. Otro problema que se genera es el contagio adentro de los recintos penales, donde las bandas siguen operando impunemente. Así, sin quererlo, la política carcelaria ha acelerado endógenamente el crimen en la región (p. 300).
Como queda de manifiesto, el trabajo de Bergman para documentar y proveer de un marco teórico a la irrupción del crimen y narcotráfico en América Latina es profundo, serio y en extremo útil para analizar este fenómeno. Al no buscar causalidades directas o balas de plata para enfrentar el crimen, el libro obliga al lector a aproximarse a la irrupción del crimen como un problema multifactorial, dinámico y difícil de controlar. Y es aquí donde, justamente, se encuentra su mayor valor.