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Del tablón al crimen

Fútbol, delincuencia y poder

Pía Greene Meersohn
Investigadora Centro de Estudios en Seguridad Pública y Crimen Organizado, Universidad San Sebastián Á N.11.

 

 

Título: País Barrabrava
Autor: Juan Cristóbal Guarello
Editorial: Debate
Año: 2021
Santiago de Chile

El 11 de febrero de 2024, cuando se disputaba la Supercopa entre Huachipato y Colo-Colo en el Estadio Nacional, un grupo de barristas comenzó con destrozos en la galería. En el entretiempo, los hinchas ingresaron a la cancha saltando las vallas y, pese a las advertencias por parte de la seguridad del estadio, el desorden continuó. En el minuto 76 el árbitro decidió suspender el partido por los incidentes que seguían ocurriendo en las gradas. Los barristas prendieron fuego a las butacas, rompieron rejas, atacaron el Memorial de Detenidos Desaparecidos, se enfrentaron con Carabineros y bomberos tuvo que intervenir.

 

Días después, la Primera Sala del Tribunal de Disciplina de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP), emitió su dictamen respecto de los hechos sucedidos: «Los 12.820 hinchas controlados en el ingreso en la Galería Norte tendrán prohibición de asistir a los próximos cinco partidos que le correspondan a Colo-Colo en calidad de local en el Campeonato». Para esto, el club debería abstenerse de vender, canjear, donar o entregar entradas a dichas personas, cuyos números de cédulas de identidad se detallaron en la sentencia.

 

Colo-Colo decidió apelar bajo el argumento que se trataba de «una medida discriminatoria, arbitraria y facilista, que no ataca el problema de fondo y que, por el contrario, perjudica a aquellos hinchas que sí asistieron, muchos de ellos en familia, a ver fútbol». Días después, la Segunda Sala del Tribunal modificó la sanción, la que se limitaba sólo a la «clausura de la galería norte del Estadio Monumental o donde el recurrente haga de local». Así, una vez más, los delitos ocurridos en el estadio por las barras, que causaron heridos, destrozos y requirieron auxilio de la fuerza pública, quedaron impunes.

 

En esos días, en Paraguay, el Tribunal Disciplinario de la Asociación Paraguaya de Fútbol anunciaba una sanción sin precedentes para el club Cerro Porteño, en respuesta a los incidentes ocurridos durante un partido. Las medidas impuestas incluyeron la pérdida de puntos al club, la prohibición del acceso a los estadios para los integrantes de ambas barras —además de 22 personas que participaron en los actos vandálicos y violentos— por un período de diez años, una multa de 40 salarios mínimos mensuales y la obligación de jugar dos partidos a puertas cerradas. Todo esto con la intención de entregar un claro mensaje en contra de la violencia en el fútbol.

 

La comparación no puede ser más desilusionante. El Estado de Derecho de Chile, el «país OCDE», el «excepcionalismo chileno» en el contexto regional, empalidece al lado del de Paraguay, país que nunca hemos considerado un referente en materia institucional. ¿Cuál está más cerca del desarrollo en esta materia de los dos?

Violencia, amedrentamiento y control 

Juan Cristóbal Guarello, en su libro País Barrabrava expone, desde su experiencia y punto de vista, el fenómeno de las barrasbravas en Chile, su formación, evolución y comportamiento. El texto describe hechos y hace relaciones para llegar a una conclusión ineludible: en la actualidad, las barras del fútbol chileno (ya) no son parte de un fenómeno deportivo, sino de uno delictual.

 

A través de un ensayo que muestra conocimiento de la realidad que describe, el autor estructura con agilidad la dinámica de las barras en los estadios, su réplica en los barrios, su penetración en distintos estamentos de la sociedad, donde esboza la corrupción presente con las autoridades, dirigentes, políticos, seguridad, entre otros.

 

Guarello comienza describiendo cómo, treinta años antes en Argentina, el fenómeno ya existía con todas sus características: máquinas recaudadoras de dinero; fuerzas parapoliciales al servicio de los dirigentes, posteriormente cooptadas por el poder en los clubes y la política; sectores que las utilizan a cambio de favores o dinero. Sin embargo, el fenómeno no se traspasó inmediatamente Chile, y el deporte en el país pudo mantenerse al margen de la violencia, con grupos diversos de hinchas alentando a sus equipos, gozando de una tranquilidad e inocencia propia de los espectáculos deportivos que aún persiste cuando no se trata de fútbol. Los Panamericanos 2023 son un claro ejemplo de ello.

 

Todo cambió con la aparición de la Garra Blanca, la barra de Colo-Colo, y su némesis, Los de Abajo, barra de Universidad de Chile. Ellas obligaron a otros grupos a desaparecer bajo estos nuevos líderes hegemónicos, que primero dominaron el espacio para luego instalar sus costumbres y reglas e imponerlas por medio de la violencia, el amedrantamiento y el control. Se perdió la oportunidad de un futuro donde contribuyeran a la sociedad —particularmente a la clase popular que los acompañó desde sus inicios— con su pasión y energía, propone el autor, pues que se acomodaron extraordinariamente en el «sistema neoliberal» construyendo exitosas y rentables empresas ilegales. Junto a esto, apareció la relación entre dirigentes y barras, una de favores y regalías que, posteriormente, dice Guarello, «excedería los límites de la política interna de los clubes para instalarse, aunque de forma limitada, en la política nacional».

 

Tras su consolidación como barrasbravas, la violencia no tardó en hacerse ver. El autor describe diversos hechos que terminaron en destrozos, saqueos y muertes, con la intervención de la fuerza policial. La hipótesis que presenta es que a los barrabravas no les interesa el fútbol, sino que lo utilizaron como un medio para crear su imperio en los estadios, y fuera de ellos también. Son hinchas de una hinchada y los creadores y protagonistas de una fiesta a la cual sólo asisten para mostrar su pertenencia y lealtad. Con todo, los jugadores le deben una gratitud infinita a la barra, porque (supuestamente) los apoya con sus cantos y arengas y, pase lo que pase, no se puede criticar: tienen «su propia bula de infalibilidad papal». Entonces hay intercambio de favores con los jugadores, protección de personas, reputación y liderazgos. Una contradicción brutal: los jugadores deben apoyar a la barra, a pesar de que esta solo se alienta a sí misma.

 

Así, bajo ese lema y con el modelo de las dos grandes barras institucionalizadas en el país, los demás clubes siguieron el ejemplo. Guarello cuenta que, al expandirse el fenómeno, las barras tomaron el lugar de las juventudes políticas en la periferia, dando una identidad y sentido gregario con simbología y relato histórico, a sus habitantes. Sin embargo, es claro en diferenciar su propósito: «El de la patota no es cambiar el sistema, sino apropiárselo y ponerlo a su servicio». En la última década, dice el autor, los líderes de estos grupos están lejos de ser los entusiastas seguidores del deporte, sino delincuentes que manejan los vínculos con los clubes, pero utilizan a «soldados» para las tareas menores que pueden ser riesgosas y dejarlos expuestos a problemas.

«Para Guarello, lo que se ve es un mero salvajismo camuflado como un “sentimiento” que se autoerige como “puro” y “desinteresado”, del que se elabora todo un relato para justificar e intenta lavar la esencia intolerante y barbárica del barrabrava»

Modus operandi 

La violencia de los barrabravas se limita, en general, a escenarios fuera del estadio. Los enfrentamientos entre barras rivales, 90% de las veces, son simulacros de peleas con mucho show, porque las peleas importantes o heridos son malos para el negocio. Así, se guardan estos hechos sólo para cuando quieren mostrar su poderío frente a jugadores o dirigentes.

 

Para el autor, la estructura de las barras es la de una empresa moderna que se mueve por incentivos económicos. Su fin es ganar dinero. Y para eso, pueden estar en un lado del espectro político o en el otro, pero siempre al lado que les traiga más beneficios y que les permita realizar mejor sus actividades en paz. Tal como el crimen organizado.

 

Paoli y Van Der Beken explican en el Oxford Handbook of Organized Crime que el entendimiento del crimen organizado ha transitado entre dos nociones rivales: (1) un set de organizaciones estables ilegales o cuyos miembros participan sistemáticamente en delitos y (2) un set de actividades criminales serias llevadas a cabo principalmente para ganancia monetaria. Tal como las barras.

El crimen organizado, transnacional en su esencia, ingresó a Chile por su posición estratégica y la permeabilidad de sus fronteras e instaló prácticas comunes en otros Estados latinoamericanos que encontraron tierra fértil y espacio en el país. La actuación inicial fue sigilosa, para no levantar alertas en la institucionalidad, pero, tras su consolidación, mostró su estructura y maquinaria para alcanzar su objetivo mayor: obtener ganancias fuera del marco legal.

Si bien al comienzo se requiere de una persona que —al menos— mire hacia el lado para el ingreso de este tipo de criminalidad, en poco tiempo esa posible negligencia se convierte en corrupción. Hoy, suficientes ejemplos dan cuenta que ya no estamos hablando de los delitos de los ochenta, donde el robo a la propiedad era el mayor problema, sino de un cambio del fenómeno criminal donde la violencia se ha instalado como un método de resolución de conflictos y, por sus características, muestran que el crimen organizado ya está aquí. Algo de esto percibe Guarello: «Puede que la línea divisoria entre bandas narcos y barrasbravas, en ciertos casos, esté tan borrosa a esta altura, que sea casi imposible diferenciar unas de otras».

El autor dice que la historia ha demostrado que los barrabravas son un fenómeno más cercano al liberalismo económico que al socialismo, y utilizan el sistema hasta apropiárselo. La imagen de Guarello acá descarrila, al igual que en otras partes del libro, donde algunas licencias ideológicas del autor secuestran una narración cruda e interesante. Una lectura más atenta de Smith, Hayek o Zingales llevarían a Guarello a mirar en otra dirección para generar metáforas comparativas de organización industrial (quizás la cleptocracia rusa o la narcodictadura de Maduro serían más apropiadas).

El periodista cuenta con detalles cómo opera el financiamiento de las barras: con entradas regaladas por los dirigentes que luego revenden para sus actividades propias; con una «cola» del sueldo de los jugadores, la cual deben entregar bajo amenazas. Pero la «corrupción» no llega hasta ahí: se les permite actuar en «zonas liberadas», protegidos por la seguridad del club, existe laxitud y desinterés en investigar y sancionar cuando los muertos son responsabilidad de los barrabravas, e incluso consiguen que se anule una sentencia del tribunal de la ANFP e instalan su relato de justicia y no discriminación.

Quizás lo más interesante y novedoso del libro es cómo el autor desmiente tajantemente las teorías de la transformación de las barras cuando, en un acto «político», dejaron atrás sus diferencias para unirse por objetivo común: cambiar el sistema. «Externamente parece que las barrasbravas han sido permeadas por un sentido social o una ideología determinada, pero en el núcleo duro esas son cosas accesorias, utilitarias y desechables». Para Guarello, lo que se ve es un mero salvajismo camuflado como un «sentimiento» que se autoerige como «puro» y «desinteresado», del que se elabora todo un relato para justificar e intenta lavar la esencia intolerante y barbárica del barrabrava.

Este romanticismo se instaló con fuerza cuando las barras participaron «unidas» activamente en las concentraciones en Plaza Baquedano para el estallido social. Sin embargo, el autor cuenta cómo la presencia de éstas fue prácticamente inexistente como grupos organizados y que sólo se sumaron tras la manifestación masiva de más de un millón de personas. Y en ningún caso fue por conciencia o justicia, sino más bien por un «oportunismo para validación social y avanzar en la búsqueda de poder dentro del fútbol profesional», llevando la dinámica del estadio a la calle, aprovechando su experiencia para enfrentarse con las fuerzas policiales, organizándose para evitar la cohabitación directa entre barras rivales y finalmente, dispersándose cuando no eran el centro de atención.

Es un libro interesante, rápido de leer y que entrega información relevante para entender no sólo el fenómeno de las barras, sino del mundo actual del delito. Un texto valiente que, aunque a ratos desordenado y con demasiados tintes ideológicos, se atreve a escarbar en rincones oscuros y muchas veces peligrosos, para mostrar una realidad actual que demuestra, una vez más, la crisis de seguridad en la que se encuentra en nuestro país, donde la delincuencia común dejó de serlo cuando se organizó, profesionalizó y se unió con la institucionalidad.

«En el estallido social, las barrasbravas no participaron para apoyar la conciencia o la justicia, sino por un “oportunismo para validación social y avanzar en la búsqueda de poder dentro del fútbol profesional”, llevando la dinámica del estadio a la calle, con su experiencia para enfrentarse con las fuerzas policiales»