Quien sabe cuánto tiempo le queda a este fenómeno que vino a renovar, sin mayores aspavientos, una rama no menor de la literatura chilena. Me refiero al auge y a la transformación del género biográfico en los últimos años, y más en particular, a la escritura de vidas de autores, generalmente llevadas a cabo por escritoras y escritores contemporáneos, impulsados acaso por el debilitamiento del estímulo ficcional, o bien por la necesidad de apuntar sus filiaciones literarias.
Por cierto, no se trata de un fenómeno estrictamente local, como puede comprobarse al estudiar obras similares en otros países, pero sí cabe señalar la profusión con que se ha dado en Chile, especialmente en la década de 2010 y la presente, en casas editoriales que le han concedido un espacio particular (la colección «Vidas ajenas», de la UDP, es precursora y protagonista al respecto). Bombal, Parra, Lihn, De Rokha, Oyarzún, entre muchos, han sido retratados por otros tantos narradores locales, quienes a menudo han ofrecido en ellos algunas de sus mejores páginas, no obstante se trate de autores dueños de una obra narrativa importante.
Es el caso, indudablemente, de Álvaro Bisama (1975), en cuyas biografías dedicadas a escritores convergen las virtudes de su labor como crítico y el oficio de un novelista que sabe estructurar y dar suspenso a textos de largo aliento. Si ya había dejado la vara alta con su «retrato» de Pablo de Rokha (Mala lengua, Alfaguara, 2020), el reciente «ensayo biográfico» que consagra a Carlos Droguett lo afianza en el dominio de tal registro. Más aún, esta segunda semblanza nos ofrece algunas mejoras reconocibles. En ella Bisama especula menos, intercala mejor las citas del biografiado, lo que redunda en una prosa más depurada, que tiene como virtud poner en primer plano a Droguett y a sus obras más importantes, como Eloy (1960) y Patas de perro (1965).
Atendidos estos nuevos aciertos formales —acaso vinculados a la diferencia en los subtítulos: el primero es un «retrato» más poético, el segundo libro es un «ensayo» más prosaico—, en lo que toca al tema y al universo desplegado, puede considerarse esta biografía de Droguett como una coda de la de Pablo de Rokha. Bisama insiste en la afinidad y en la respetuosa amistad que sentían uno por el otro. Es emotivo —y emblemático— el pasaje en que se refiere el suicidio del poeta de Licantén, cuyo cuerpo ensangrentado Droguett pudo observar, así como las amargas palabras que pronuncia en su funeral, bordeando ese tópico nacional que es «el pago de Chile». A ojos del lector, de hecho, ambos escritores emergen (casi) como un mismo personaje; o para ser más precisos: los dos ocupan el mismo lugar en la tradición literaria chilena. ¿Escritores marginales? No da para tanto, pero Bisama de todas formas les concede esa aura semisagrada que cubre a los autores «laterales», aquellos que tercamente se jugaron la vida por una obra distinta y no del todo reconocida.
Porque uno de los principales motivos que guían estas dos biografías consiste en el establecimiento de tradiciones literarias paralelas a una supuesta versión oficial. La copiosa acumulación de nombres propios desconocidos para el lector, que resultaba abrumadora en el retrato de Pablo de Rokha, es una prueba de ello. Y aunque en el ensayo sobre Droguett estas listas se reducen, no dejan de volver figuras que a Bisama le interesa reivindicar, como el crítico Juan de Luigi, que usa como uno de los pivotes para unir a ambos escritores. En la misma línea, frases como las que usa para referirse al poeta Jaime Rayo —«autor de una escritura interrumpida, una promesa que quedó como tal, un perdido más de la literatura chilena» (p. 78)— bien podrían describir a muchísimos de sus personajes, y revela, sobre todo, los intereses y deseos de Bisama en su labor crítica: no tanto proponer un canon alternativo como devolverle la fragilidad a tales construcciones, para destacar, de paso, tradiciones transidas de vínculos afectivos. Para el escritor porteño la literatura chilena es una suerte de familiastra, como diría Zambra en su novela Poeta chileno (2020).
Por otro lado, en su médula teórica, este ensayo biográfico plantea —tras recorrer cronológicamente la vida y las obras del autor— un dilema siempre perenne (y, creo, irresoluble) respecto de la esencia de la literatura: el problema del estilo y de su traducción en una forma. En su ardiente defensa de Droguett, Bisama pareciera intentar combatir, junto a Borges, lo que el escritor argentino calificó de «superstición del estilo», aquellos juicios que valoran los textos atendiendo a «sus comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis» (La supersticiosa ética del lector), en detrimento de la emoción que pasajes menos agraciados podrían suscitar. La prosa de frase larga y jadeante de Droguett pertenecería a la estirpe de autores como Dostoievsky y Cervantes, que habrían alcanzado sus obras maestras a pesar de la aspereza de su sintaxis. «El estilo es el espíritu», dirá Bisama de Droguett (p. 115). Tal postura, sin embargo, es tan cierta como indiscutible, y no deja más que dos alternativas: o se adhiere o se disiente frente a un juicio de valor de una obra o un autor. La discusión se corta cuando no es posible remitir a los aspectos formales de un texto.
Con todo, esta última obra de Bisama se cuenta entre las mejores del subgénero y ofrece todavía interesantísimas perspectivas adicionales para multiplicar sus lecturas, como la restitución de la atmósfera de la ciudad de Santiago en los años 30 y su firme imbricación con el personaje biografiado; la presentación de la historia de Chile desde sus episodios de violencia, íntimamente ligados a la vida de Droguett; ciertas filiaciones literarias inesperadas (¿quién hubiera pensado que el autor de Patas de perro adoraba Proust?) o sus enconados rechazos (a Parra, por ejemplo, figura que hoy pocos osan criticar). Nuevas perspectivas que sobresalen en la renovada constelación de biografías literarias y cuyos aciertos proceden, en el igual proporción, del entusiasmo que siente Bisama por la figura retratada y de su conocimiento vivo y orgánico de la historia de las letras chilenas.