Las formas, que muchas veces se juegan al borde de la visibilidad, son sintéticas: geometrías, líneas, pasajes. Javier Toro Blum instala presencias que no piden la contemplación sino la relación. Son presencias-dispositivos, que «hacen cosas» con otros. Explorando los misterios de la luz (ese raro fenómeno que obsesiona tanto a físicos como a místicos) sus obras interpelan la percepción subjetiva para generar campos de experiencia.
Cóncavo y sol azul
El arte de Javier Toro Blum es un viaje físico, mental y sensorial que comienza con la poesía, se nutre de la psicología y termina visitando múltiples disciplinas, como el cine, la metafísica, la neurología, la astronomía. Y es que así ha sido su historia. Comenzó participando de un grupo de poesía experimental en el cual descubrió que ese género se emparentaba con lo visual, lo performático y sonoro. Esa pasada lo llevó a expandir su noción sobre la obra de arte: entendió que no se trataba de crear objetos estéticos, sino de activar en otros sensaciones e ideas. Su curiosidad por la experiencia intersubjetiva lo condujo a estudiar tres años de Psicología antes de cambiarse a Arte. Pero aquello no fue un viraje, sino la continuidad de un proceso creativo e intelectual.
A la manera de un investigador pre o post científico que utiliza el método experimental para desplegar su propia «ciencia ficción», Toro Blum explora las posibilidades de generar situaciones que interpelen, simultáneamente, al cuerpo y al pensamiento. Las suyas no son obras realizadas para ser «observadas», ni siquiera para ser analizadas en su particular técnica y factura. Son «objetos performativos» (así los llama él) que emiten su voz buscando conexiones. Toro Blum pone a prueba los recursos de la percepción, entendiendo la imagen como un fenómeno que se activa con la obra, pero que desde allí se expande a todo el espacio, y se reinterpreta en cada cuerpo-mente que lo habita.
Autorretrato
Luces en la obscuridad
La materia prima de sus obras es la luz. Pero no es esa luz que invade y vigila (como las de los malls, las clínicas y los supermercados) sino aquella luz nocturna, de los pasajes, las cavernas y los sueños. Esa que emerge, como un destello, desde el fondo de la obscuridad. El artista se interesa por las imágenes internas que el cerebro construye aun cuando el estímulo lumínico esté en su grado cero, llenando los vacíos con alucinaciones mentales. («Alucinar» viene de «vagar en la luz»).
Esta atención sobre la obscuridad, lo oculto y lo vacío, tiene que ver con el interés de Toro Blum en lo que podría llamarse la experiencia reflexiva: volcar la mirada hacia uno mismo. De ahí que muchos de sus trabajos despliegan superficies que reflejan al observador y lo ubican en la situación de «verse a sí mismo mirando». Esta reflexividad emparenta con la connotación mística de la «iluminación» como el estado mental en que el sujeto es capaz de observar y controlar sus pensamientos. Y sí. Toro Blum reconoce una arrastrada inquietud por el mundo de lo invisible o de lo que llamamos «espiritual»: «El diálogo entre luz y oscuridad viene desde los inicios bíblicos», dice. Fantasmas, sombras, reflejos, frecuencias, reverberaciones, ecos: su obra declara un placer por el misterio. Y, en esa inclinación, renuncia a las certezas y las verdades unilaterales. No hay un «discurso» de la obra, sino un «estar ahí»: una pregunta expuesta.
Sus trabajos son el producto de ensayos con luces, papeles, filtros, espejos y superficies, que suelen resolverse como piezas artesanales de gran creatividad técnica. Son máquinas realizadas con tecnología manual, análoga. Tienen una estética minimalista, donde lo formal está simplificado, para poner énfasis en la experiencia que proponen. Estas presencias, más que instalar su materialidad, disparan energía en el espacio y, quizás por lo mismo, no se dejan ver, en todo su lumínico lucimiento, cuando uno consulta registros fotográficos. Eso es lo dramático y rebelde de Toro Blum: en tiempos de pantallas, mediaciones, virtualidades, trucos y simulaciones, él reclama la presencia real de otro para existir. «Yo creo que en mi trabajo hay una necesidad de complejizar la experiencia. Hay cosas que solo se registran cuando se viven, y ahí juega el ambiente, los olores, la temperatura, el sonido».
Así, esta obra se realiza como «acontecer orgánico», en definición de Toro Blum. «Es una construcción entre el objeto y quien observa. A partir de esa relación se construye sentido y mundo. Lo que intento es que se produzca una sensación, porque lo que uno siente es físico y mental a la vez. La mente no está separada del cuerpo, sino que todo ocurre al mismo tiempo. Me interesa más la construcción de sentido que lo puramente perceptual».
Permear lo cultural
Cuando Javier Toro Blum estudiaba Arte en la Universidad Católica, hizo un intercambio en la Universidad de Nueva York. Allí expandió sus conocimientos sobre artes que trabajan con el espacio, especialmente sobre Minimalismo. De regreso, en 2010, realizó dos grandes muestras en Chile (en Matucana 100 y en Galería Patricia Ready), confirmando la radicalidad de su propuesta. Más tarde sacó un magister en Escultura en el Royal College of Art en Londres, entre 2011 y 2013. Desde entonces sus entregas no han cesado. Su trabajo ha sido adquirido por diferentes colecciones, manteniendo una estrecha relación con Europa, donde es representado por 193 Gallery, de París. También realiza muchas obras por encargo, generando experiencias para proyectos de arquitectura y ciencia. «Tengo un particular interés por la Arquitectura y, en específico, por la manera en que las obras se instalan y alteran el espacio, mediando la percepción. Esto viene de preguntarse de qué manera un cuerpo de obra que es formal y fenomenológico es capaz de permear lo cultural y lo humano. Este problema de la luz y del espacio está conectado con la Arquitectura. La Arquitectura no es el edificio, sino lo que pasa entre medio, es la experiencia de una habitabilidad intersubjetiva».
Fase lunar
Objeto
Reversión