El destacado músico y director chileno Juan Pablo Izquierdo repasa algunos hitos de su carrera, como sus estudios de dirección bajo Hermann Scherchen, su estadía en Nueva York como asistente de Leonard Bernstein y su desempeño como director del Festival Testimonium en Israel. También habla su admiración por ciertos compositores (Schönberg, Mahler) y de su legado como promotor incansable de la música contemporánea en Chile.
Ha dicho anteriormente que Beethoven fue decisivo en su encuentro con la música a temprana edad. ¿Hubo influencias de familiares que lo llevaron a interesarse por la música? ¿Qué obras, autores o discos lo marcaron?
Beethoven fue muy importante. Sus sinfonías se escuchaban mucho en casa. Mi padre –que no era músico, sino un hombre de negocios– era un gran entusiasta de Beethoven, tenía muy buen oído, podía silbar de memoria cualquier trozo de sus sinfonías. Viví desde niño rodeado de música, ya fuera por mis padres o mis hermanos mayores. Además, había un piano en la casa, ¡un muy buen piano por lo demás! Yo tuve clases de piano desde niño con Rudy Lehmann, un pianista alemán de origen judío que había escapado de Alemania, un enorme pianista, muy influyente. En mi casa había discos, sobre todo de Beethoven, Mozart, Wagner, etcétera. Era un ambiente musical, también se oía ópera.
Antes de estudiar con Hermann Scherchen en Suiza, ¿quiénes fueron los profesores que lo marcaron en la Universidad de Chile? ¿Hubo alguien especial que influyó en su comprensión de la composición musical?
En la universidad el músico que me marcó más fuertemente fue Juan Allende-Blin. Conocerlo fue muy importante para mí. Además de ser compositor, él traía un repertorio nuevo. Con él me adentré en Arnold Schönberg, Alban Berg y Anton Webern, pero también en obras estrictamente contemporáneas, como los Estudios de Olivier Messiaen. Gracias a Allende-Blin (y a mis hermanos mayores, que también eran entusiastas de la música contemporánea) tuve la suerte de conocer este repertorio desde muy joven. La música contemporánea era parte de la cultura musical, no era algo extraño o excepcional. Se tocaba en la radio y también en los conciertos. Don Domingo Santa Cruz, que era el decano en la universidad, daba a conocer la música contemporánea y la Orquesta Sinfónica incluía esta música. También hay que mencionar los Festivales de Música Chilena. Se estrenaban obras de compositores chilenos actuales, era algo muy vivo.
¿Ud. diría que en la década de los cincuenta había mayor curiosidad por lo contemporáneo que hoy?
Yo diría que sí, los Festivales de Música Chilena incorporaban a la juventud, había grandes discusiones sobre los nuevos compositores y la nueva música. En las radios, por ejemplo, la Radio Chilena, tocaban obras nuevas. Obviamente que había repertorio tradicional, pero este no eclipsaba el repertorio nuevo. Tuve la suerte de pertenecer a un mundo interesado activamente en la música contemporánea. Existía, por ejemplo, la oportunidad de escuchar a Alban Berg con la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile.
Le tocó trabajar cerca de dos grandes directores del siglo XX: Hermann Scherchen y Leonard Bernstein. ¿Qué semejanzas y diferencias ve en estos grandes directores? Y, en retrospectiva, ¿cómo han influido en su propia forma de dirigir o de acercarse a la música?
De Scherchen fui alumno y de Bernstein fui asistente. Entre ellos había una gran diferencia de edad, eran de generaciones distintas. Yo diría que en común tenían el entusiasmo por el repertorio contemporáneo. Bernstein y la Filarmónica de Nueva York eran grandes difusores del repertorio moderno. Bernstein no solo fue un gran difusor de Gustav Mahler, sino también de los contemporáneos, por ejemplo, de los norteamericanos como William Schuman. Bernstein sentía la necesidad imperiosa de dar a conocer a los compositores más jóvenes, incluso aunque no fuesen exactamente de su gusto. Era un hombre muy amable, trabajaba con los músicos de orquesta muy de “colega a colega”. No era el maestro endiosado, era un maestro que generaba afecto en los músicos. Scherchen era muy diferente. Era amable también, pero de una exigencia extrema, como la que él recibió de joven.
Scherchen tenía métodos que podríamos llamar “extremos” para enseñar la dirección orquestal (exigir el aprendizaje de memoria de obras enteras, preguntar cosas muy difíciles de improviso, etc.). ¿Recuerda alguna anécdota en este sentido? ¿Ha utilizado estos métodos con sus alumnos?
Una vez Scherchen me hizo estudiar la primera suite orquestal de J.S. Bach. Yo la estudié y fui a conversar con él. Entonces me dijo: “Escriba la suite completa. Ahí tiene papel y lápiz”. Además exigía cantar partes de memoria: “Ya, cante el fagot de este movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven, de memoria”. Los métodos del maestro Scherchen eran enormemente exigentes, pero pienso que son métodos realistas. Yo he tenido pocos alumnos, porque he sido sobre todo director de orquesta. Los alumnos que tuve en Pittsburgh habían sido ya alumnos de Scherchen, entonces era una práctica común, son las exigencias “normales” en esta escuela.
«En la universidad el músico que me marcó más fuertemente fue Juan Allende-Blin. Conocerlo fue muy importante para mí. Además de ser compositor, él traía un repertorio nuevo. Con él me adentré en Arnold Schönberg, Alban Berg y Anton Webern, pero también en obras estrictamente contemporáneas, como los Estudios de Olivier Messiaen»
Ha sido un director que ha abordado un repertorio enorme y muy variado: desde J.S. Bach hasta Xenakis, desde Mozart hasta Scelsi. Para hacer una pregunta atípica, ¿existe algún compositor o alguna época que no le guste? ¿O algún compositor famoso con el cual no tiene sintonía alguna? ¿Existe algún compositor que lo aburra?
¡Oh, hay muchos compositores que no me gustan, pero me da no sé qué decirlo! A ver, tengo un desapego muy grande con la música minimalista. De autores más tradicionales, a mí no se me ocurriría programar –a no ser que me obliguen– a Jachaturián o Rachmaninoff, por ejemplo, no me interesan. A este último lo he dirigido varias veces (por suerte no me ha tocado dirigir a Jachaturián), es una música muy digna, hermosa, pero no me interesa mayormente. Sobre los autores contemporáneos que no me gustan, prefiero no decirlo porque no me quiero pelear con ellos (risas).
Ha sido desde joven un gran admirador de Arnold Schönberg, ¿por qué este clásico contemporáneo no es tan popular entre el gran público? ¿O cree que sí es popular pero que los prejuicios acerca del público impiden que se toquen más sus obras? Para pensar en nuestra realidad: nunca se ha dado Moisés y Aarón en el Teatro Municipal, por ejemplo.
¡Schönberg es popular! La noche transfigurada es una de las favoritas del público. ¡Se ha tocado tanto!
Pero es el Schönberg más temprano, no el dodecafónico. Y si hablamos del Schönberg temprano, hasta donde yo sé tampoco se han tocado los Gurre-Lieder……
Es verdad, no se han tocado los Gurre-Lieder. Pero es que es una obra enorme, difícil de montar. El Moisés y Aarón, como dice, no se ha tocado entero acá. Ahí tiene razón. Quizás porque exige un gran elenco y es muy compleja. Pienso que hay una deuda…estamos en deuda con esa gran obra, sí. Pero sí tienen éxito las Variaciones para orquesta y el Pierrot Lunaire. Hay un público que escucha estas obras. Quizás no es el público de abonados a la ópera del Teatro Municipal, pero sí es el público, no pequeño, que va a escuchar música de cámara, por ejemplo al Goethe Institut.
Durante once años (1974-1985), fue director musical en un festival de música clásica en Israel. Durante 18 años fue profesor en la Universidad Carnegie Mellon. A partir de estas experiencias como director y profesor, ¿cómo ve nuestra propia realidad chilena? ¿Hay experiencias de afuera que se puedan replicar acá?
Lo de Israel es una experiencia única. En Israel se armó un festival llamado Testimonium Israel. Se hacían funciones en Jerusalén y Tel-Aviv de obras especialmente comisionadas para el festival, obras con la tinta fresca. Esto ocurrió gracias a la iniciativa de una gran mujer, una verdadera heroína, Recha Freier. Ella había arrancado del nazismo y se había radicado en Israel. Era una amante de la música, y se dio cuenta de que la música contemporánea no era exactamente lo que más se escuchaba. Entonces, como pionera, fundó el festival Testimonium Israel. Ahí me tocó estrenar, por ejemplo, muchas obras del compositor chileno León Schidlowsky, quien vivía en Israel. Recha Freier promocionó mucho la música contemporánea, las obras que ella comisionó no solo se tocaron en Israel, sino que también en Europa. Iannis Xenakis fue un habitué de los Testimonium Israel. De él estrené varias obras, incluso hicimos un gran festival Xenakis.
¿Cómo era Xenakis personalmente?
Un gran amigo. Xenakis era mayor que yo, lo conocí en Estados Unidos, donde él enseñaba. En Jerusalén tenía un laboratorio de música electrónica. En Israel nos hicimos muy amigos, y me tocó dirigir mucho su música en París –¡y también en Chile!–; Iannis era un hombre muy simpático, de una inteligencia superior. Con esa inteligencia podía ser muy sarcástico con las personas que no entendían lo que él decía (risas). En ese sentido, no era una persona que andaba buscando caer bien. Fui muy amigo de Iannis y su esposa Françoise. En muchas ocasiones me alojé en el estudio de ellos en París.
¿Qué obra siempre ha querido dirigir y no ha podido hacerlo? ¿Se siente en deuda con alguna obra o algún compositor?
No pude estrenar yo mismo a Wozzeck, de Alban Berg, porque caí enfermo. Eso me dolió. Me hubiera gustado tocar más música de Olivier Messiaen. Considero que Messiaen es uno de los grandes compositores de la historia de la música. Me siento un poco en deuda. He dirigido muchas veces su sinfonía Turangalila, pero me hubiera gustado tocar otras obras. De obras más antiguas, nunca he dirigido el Orfeo de Monteverdi, o las Vísperas de la beata Virgen. No es que a Monteverdi le haga falta que lo toque yo –otros lo tocan, y muy bien– pero me hubiera gustado hacerlo.
¿Toca algún instrumento de modo regular? ¿Existen obras que le guste ejecutar? ¿Un director de orquesta “tiene” que ser intérprete antes de ser director? Por ejemplo, Bernstein fue un gran pianista y entiendo que Scherchen se formó como violista.
Me formé como pianista, pero tomé el piano nunca con el fin de ser concertista, sino como un instrumento, por así decirlo, de aprendizaje para la composición. Nunca quise dar conciertos como solista, no ha sido mi destino. He tocado sonatas de Beethoven y conciertos para piano de Mozart. Pero siempre he tratado al piano para un “uso práctico”. También fui violinista, si se puede decir así, toqué violín alguna vez en la orquesta, porque fui estudiante de violín en el conservatorio. Tocar en la orquesta es una práctica muy positiva.
¿Existen obras literarias, filosóficas o teológicas que lo inspiren en su labor como director y profesor de música? ¿Se ha inspirado en algún musicólogo?
En mi vida he leído de todo, desde mi época del colegio hasta ahora. Dentro de las lecturas no relacionadas con mi oficio, me interesó siempre leer literatura chilena, no solo los grandes poetas como Vicente Huidobro y Pablo Neruda, sino que también a los novelistas. A Mariano Latorre, por ejemplo. En cuanto a las lecturas musicales, muchas biografías me han influido como director. Bach de Philipp Spitta, por ejemplo, es una fuente de inspiración tremenda para interpretar la música de Bach. También podría nombrar la obra de Albert Schweitzer. He leído muchas biografías y también mucha musicología. Bueno, fui alumno de un compositor musicólogo, que tuvo una enorme influencia en mí, don Juan Allende-Blin. Tuve clases de contrapunto con él. Organizaba conciertos de música contemporánea. Fré Focke, músico que llegó desde Holanda después de la Segunda Guerra Mundial, también influyó mucho en mí. Fue el maestro de prácticamente todos los compositores chilenos de esa época. Un excelente pianista, por lo demás. Allende-Blin y Focke son en gran medida los responsables del cultivo de la música contemporánea en Chile.
Ha trabajado mucho la música de G. Mahler. ¿Qué es lo que más le impresiona de este compositor? Hace unos años dirigió la Sexta Sinfonía Trágica en el Teatro Municipal de Santiago. Me imagino que una tarea así debe ser extenuante emocionalmente. ¿Tiene algún “descanso”? ¿Alguna otra afición que complemente el intenso trabajo musical?
Lo que más me impresiona de Mahler es acercarme a sus partituras: leer y escuchar interiormente esa entrega total, y total maestría del ámbito sinfónico. Creo que, con excepción de la Décima, he dirigido todas sus sinfonías. Tengo una admiración enorme por Mahler, comparable a la admiración que le tengo a Beethoven o Mozart. Sobre la Sexta Sinfonía, para ir a su pregunta, mi reacción físico mental ante esta obra es quedar eufórico, no extenuado. De todas las obras de Mahler, la Sexta es la que más me impresiona. Es tal la perfección y la intensidad de esta obra, que encuentro en ella algo que le da sentido a la vida. Estrenar la Sexta Sinfonía –creo que la estrené yo, pero ahora no estoy tan seguro– de Mahler en Chile es algo de lo cual estoy inmensamente agradecido vitalmente. Los músicos de la orquesta perciben que se trata de una misión humana importante. Otra obra que me produjo una enorme alegría estrenar fue la sinfonía Turangalila de Messiaen. Haber montado la Turangalila con la Orquesta Filarmónica fue una verdadera alegría. Quienes participamos en esa sinfonía también teníamos la sensación de haber cumplido con una misión. Otra sinfonía que causó una enorme impresión fue la Tercera Sinfonía de Mahler. Le pregunto, ¿se siguen tocando las sinfonías de Mahler ahora?
Pienso que la Cuarta y la Quinta son las que más se tocan.
Me acuerdo de haber visto al maestro Scherchen dirigiendo la Quinta Sinfonía de Mahler, hace tanto tiempo atrás. Pero volviendo a su pregunta de mis aficiones, además de la lectura y la música, la amistad. He tenido amigos muy queridos. Mi esposa Trinidad, que forma parte de la tradición de la cultura, ha estado siempre ahí como amiga. También menciono a mis hermanos. ¡Y hay que mencionar el fútbol! Fui seleccionado en el colegio Saint George’s, y esto siempre fue un motivo de gran alegría y camaradería (risas)
«De mis aficiones, además de la lectura y la música, la amistad. He tenido amigos muy queridos. Mi esposa Trinidad, que forma parte de la tradición de la cultura, ha estado siempre ahí como amiga. También menciono a mis hermanos. ¡Y hay que mencionar el fútbol! Fui seleccionado en el colegio Saint George’s, y esto siempre fue un motivo de gran alegría y camaradería».
¿Existe algún tema o pregunta que quisiera plantear Ud. mismo?
Sí, me hago la siguiente pregunta: ¿Qué pasa con la música sinfónica hoy en Chile? No es que no exista, pero hubo una época en que había dos temporadas paralelas, todas las semanas, con dos orquestas, la Sinfónica y la Filarmónica. Eso me hace falta. Se incluían compositores contemporáneos. Extraño lo que hacía Víctor Tevah, por ejemplo, estrenando música contemporánea chilena. No se trata de añorar tiempos pasados, sino de tener la conciencia de que esto no se puede perder. Es parte de la historia cultural de Chile; el Teatro Municipal es parte de esa historia. También lo es el Conservatorio de la Universidad de Chile. Eso habría que avivarlo.
«Extraño lo que hacía Víctor Tevah, por ejemplo, estrenando música contemporánea chilena. No se trata de añorar tiempos pasados, sino de tener la conciencia de que esto no se puede perder. Es parte de la historia cultural de Chile; el Teatro Municipal es parte de esa historia. También lo es el Conservatorio de la Universidad de Chile. Eso habría que avivarlo».