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«No me interesa hacer cuadros»

Entrevista a Christiane Pooley, artista

Catalina Mena
Periodista y crítica de arte Á - N.8

Fiel al lenguaje de la pintura, pero explorando radicalmente sus límites y extensiones, Christiane Pooley (1983) ha desarrollado una de las obras más interesantes y perturbadoras de la escena visual chilena. Sus pinturas aparecen como paisajes de una memoria fragmentada, donde se superponen recuerdos con fotografías de archivo, para componer una escena que vincula la vida personal con la historia colectiva.

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Sobre el soporte, entendido como territorio, Christiane compone espacios atmosféricos, interiores y exteriores, que oscilan entre la abstracción y la figuración. El suyo es un lenguaje que desdibuja las categorías rígidas, deja en suspenso las afirmaciones y certezas, rehúye los dogmatismos y defiende los claroscuros; es una pintura que se ubica en el lugar de la pregunta, que escenifica contradicciones y diferencias en un campo de relaciones abiertas.

 

Lejos del convencionalismo estético, Christiane lleva la pintura a un borde contemporáneo, experimentando con la composición, haciendo convivir diferentes planos y tratamientos materiales. Sus pinturas son híbridas, complejas, dejan a la vista los procesos, las reflexiones, el ensayo y el error.

 

A pesar del espíritu inquietante que la atraviesa, su obra no esquiva la belleza. Más bien, ese espíritu la ensalza. Visualmente se comunica sin chocar al ojo. Por el contrario: se trata de arrastrar la mirada del observador por entre las grietas de un lenguaje poético. Christiane no pretende ser provocativa: la suya es una perturbación emocional, más profunda, más ambigua.

Este lugar de la pregunta no es una opción puramente intelectual, está anclado en la biografía de la artista. Christiane nació en Temuco, región de la Araucanía, y tiene metida en el cuerpo la conflictiva historia de ese territorio incorporado por la ocupación militar y la colonización. En esa historia hay «buenos» y «malos», «ganadores» y «perdedores», «víctimas» y «victimarios». Y ella lo sabe. De hecho, su propia familia fue víctima de un injusto atentado incendiario: grupos radicalizados quemaron la casa de su infancia. Cuando eso sucedió, Christiane ya era artista y ya pintaba como pintaba, pero entonces pudo agarrar el hilo más genuino de lo que hacía. «Me hice consciente de la injusticia que hay en los procesos históricos y del modo en que la historia, de manera arbitraria, designa culpables y perdedores».

 

Siempre había interrogado la memoria colectiva, el territorio y su propia identidad, pero ahora entendía por qué sus imágenes se apartaban de lo ilustrativo para explorar la ambigüedad. «La vida es ambigua, no hay una sola forma de ver las cosas», dice. «Entonces se trata de preguntarse, de pensar. Lo opuesto a eso es el fanatismo, es la expresión de la estupidez».

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Había algo profundamente violento en esa historia de divisiones arbitrarias entre buenos y malos, una violencia que, de algún modo, su pintura combatía. Chistiane defendía la diversidad en la que ella misma había crecido, en una mezcla de idiomas traídos por los colonos, de cultura campesina y de tradición indígena. «Para mí fue un lujo crecer en la multiculturalidad y hoy en día eso se ha vuelto una amenaza», dice. «Nadie se siente en su lugar, en esa zona. Todos se miran como sospechosos, no se ha definido una nueva identidad en la que todos quepamos».

 

Tras egresar de Arte en la Universidad Católica, Christiane realizó estudios de postgrado en Londres, y hace más de diez años se instaló en París, donde se dedica a pintar tiempo completo, y ha exhibido ampliamente su trabajo en el circuito europeo.

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«Yo escarbo en mis propios materiales»

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¿Ha sido liberador para ti vivir fuera de Chile?

Sin duda que vivir lejos de todo lo que me es familiar genera una distancia que me permite verme y ver la construcción de mi identidad desde otro lugar.

 

Suelen preguntarte por tu nombre y tu apellido.

Mis apellidos provienen de un ancestro británico que se quedó en Chile hace cinco generaciones y de un austro-húngaro que llegó huérfano, escapando de la guerra. Esos inmigrantes se casaron con chilenos, mestizos, colonos, indígenas… Por lo tanto, mis orígenes son múltiples. Todos somos una mezcla de muchas cosas y todo está conectado. Celebro que empecemos a respetar la base de nuestra identidad que es indígena y a reconocer los errores del pasado. Ese proceso no debiese ser instrumentalizado como excusa para más violencia en la región. Yo nací y crecí en la Araucanía, al ritmo de los ciclos de la naturaleza y de la agricultura: los sonidos del bosque nativo, la tierra húmeda, los tonos ocres y verdes de las siembras de trigo y de avena y las noches de cosecha bajo las estrellas. La polifonía cultural en medio de la cual crecí, hoy se ha convertido en un motivo de división. No vengo de una familia de latifundistas, tampoco de personas a quienes les regalaron tierras. Hoy en Chile hay un juicio muy fuerte y por el hecho de ser agricultor se pasa a ser culpable o sospechoso. Entonces algunas personas se sienten con el derecho de atacarlos. Como artista tengo la posibilidad de visibilizar realidades y ponerlas en perspectiva, intentar mostrar el lado humano y el dolor que genera el conflicto. Me tomó varios años poder trabajar con imágenes de la casa de mi infancia destruida en un ataque incendiario en 2014 en Temuco, cuando en medio de la noche, cinco bombas explotaron en su interior. Más doloroso que la destrucción de una casa para mi fue la destrucción simbólica de un hogar y de los vínculos que nos unen como sociedad.

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«Yo nací y crecí en la Araucanía, al ritmo de los ciclos de la naturaleza y de la agricultura: los sonidos del bosque nativo, la tierra húmeda, los tonos ocres y verdes de las siembras de trigo y de avena y las noches de cosecha bajo las estrellas»

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En tus cuadros pones en relación lo íntimo y lo público, muestras cómo la historia colectiva entra en tu casa.

 

Llevo varios años preguntándome sobre mi origen y buscando imágenes que se relacionan con esa idea, que van desde archivos de las campañas militares de Cornelio Saavedra a fines del siglo diecinueve, hasta imágenes de mi infancia en la Araucanía. Mi historia está entrelazada y afectada por la historia de mi país, y son cosas que me atañen de manera profunda y por lo tanto son parte de mi pintura.

 

Tus pinturas, aunque construyen escenas, no son narrativas ni ilustrativas. Se mantienen en una zona ambigua

 

Siempre he mezclado lo figurativo y lo abstracto y hace varios años que trabajo a partir de imágenes que evocan un sentido de familiaridad y conexión al lugar de donde vengo: registros de los archivos nacionales, álbumes de familias, imágenes de la actualidad etc. Algunas de ellas aparecen de manera recurrente, como el interior de mi casa quemada, los bosques nativos que he visto secarse lentamente a lo largo de mi vida o el sol que se esconde detrás de los árboles. Actualmente estoy integrando elementos abstractos inspirados de textiles indígenas y de esa forma geométrica de figurar el territorio. Pintar puede ser pensar sin palabras. No me interesa hacer cuadros ni ilustrar imágenes, sino pensar el modo en que construimos imágenes, cómo esas imágenes construyen lenguaje y cómo ese lenguaje visual puede construir realidades.

 

¿La pintura es una forma de autoconocimiento?

 

Creo que sí, al menos así funciona en mi caso. Figurar modos de ver o sentir es subjetivo y arbitrario y también es colectivo. Escarbo imágenes, registros, lugares comunes y lugares íntimos. No trabajo con temas o discursos que están fuera de mi propia experiencia. Yo escarbo en mis propios materiales.

 

También se ven distintos tratamientos materiales, huellas de procesos

 

Me gusta imaginar ecos entre la construcción de la historia y la construcción de una pintura: el registro del paso del tiempo, el proceso de componer, sacar, borrar, equivocarse y dejar huella de esos errores. La superposición de capas de información y materia, la selección arbitraria de lo que elegimos mostrar y lo que elegimos ocultar. También imaginar que una pluralidad de modos de ver y de existir son posibles, no solo en la superficie de la pintura.

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«Me gusta imaginar ecos entre la construcción de la historia y la construcción de una pintura: el registro del paso del tiempo, el proceso de componer, sacar, borrar, equivocarse y dejar huella de esos errores»

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