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Cristianismo y revolución en los «largos años 60»

Socialismo y catolicismo

José Manuel Castro
Investigador, Instituto de Historia/CEUSS, Universidad San Sebastián. Doctorando en Historia, University College, London, Inglaterra Á-N.9

En su texto, el autor muestra tres momentos claves que explican el proceso político chileno durante los años sesenta y comienzos de los setenta. Son momentos donde figuras importantes de la Iglesia Católica politizan y radicalizan su comprensión de la doctrina cristiana. Una visión histórica que explora cómo el compromiso político asumido por miembros de la Jerarquía, sacerdotes y laicos terminó por debilitar los tradicionales límites entre la religión y el activismo político.

 

La acción de la Iglesia Católica en Chile durante los «largos años sesenta» se volcó fuertemente hacia el campo político y social.[1] Desde principios del siglo XX el país experimentaba una «larga cuestión social», en que los problemas asociados a la extrema pobreza que afectaban a largos segmentos de la población seguían sin ser resueltos. Hacia mediados de siglo, las carencias de salud, vivienda y educación mostraban niveles alarmantes: casi un tercio de los chilenos moría antes del primer año de vida, tan solo la mitad de los hogares contaba con agua potable y un 35% de los niños no asistía a la enseñanza básica, que, en teoría, era obligatoria.[2] Tras la revolución cubana en 1959, y por más de una década, una vorágine revolucionaria envolvió no solo la acción de los actores políticos en los partidos de izquierda, centro y derecha del país, sino también la de miembros del clero y de la jerarquía de la Iglesia, quienes se autoimpusieron la tarea de resolver los problemas sociales mediante un «cambio en las estructuras». En una Iglesia que hacía gala de una alta influencia pública en un país mayoritariamente católico, esas nuevas directrices tuvieron un efecto inmediato en laicos y partidos de inspiración cristiana. El Partido Demócrata Cristiano, fundado en 1957, durante los años sesenta fue la nueva expresión de un viejo clericalismo fuertemente arraigado en la cultura política nacional, operando como el brazo político de aquellos sectores eclesiásticos que auspiciaban una agenda de cambios sociales estructurales. Con el avance de la década revolucionaria, la inicial politización de miembros de la jerarquía eclesiástica y el clero chileno dio paso a una radicalización progresiva, expresada primero en un «diálogo cristiano-marxista» y más adelante en la búsqueda de una síntesis entre la religión católica y la ideología marxista, manifestada en la creación del movimiento «Cristianos por el Socialismo» en 1971. Este ensayo revisará tres momentos clave de ese proceso de politización, radicalización y marxistización de miembros de la Iglesia Católica en Chile en los sesenta y primeros años de la década del setenta. Una mirada histórica de ese proceso permitirá evaluar en qué medida el compromiso político de miembros de la Iglesia Católica buscó «revolucionar» la tradicional comprensión de la relación entre el cristianismo y la política.

 

Compromiso de la Iglesia con los «cambios estructurales»

 

El compromiso de la Iglesia Católica en Chile con los «cambios estructurales» se expresó de modo elocuente tras el nombramiento de Raúl Silva Henríquez como arzobispo de Santiago en 1961. Se trataba de una época en que la demanda por cambios sociales estaba a la orden del día y marcaba la pauta del debate político: ante la perspectiva del avance del modelo revolucionario cubano por toda América Latina, distintos sectores políticos y eclesiásticos se abocaron a la tarea de explorar y proponer un programa de cambios sociales equivalentes en su alcance a la experiencia cubana, pero que, alternativamente, no significara el establecimiento de una dictadura. En sectores políticos y eclesiásticos del catolicismo chileno se fortaleció la convicción de que los graves problemas del subdesarrollo social podrían solucionarse con la aplicación de una política de «reformas estructurales» que tenía, como parte central de su programa, la aplicación de una profunda reforma agraria.

 

En la jerarquía eclesiástica, el gran precursor de esos cambios había sido, por décadas, el obispo de Talca Manuel Larraín. Ya desde los años cuarenta, Larraín había expresado su compromiso no solo por la realización de cambios sociales de gran envergadura, sino que había hecho explícito su compromiso con el proyecto de la Democracia Cristiana. En agosto de 1946, en carta de Manuel Larraín a su amigo, el sacerdote y mentor de la Falange Nacional, Francisco Vives, anticipaba: «El mundo está propicio para que la democracia cristiana lo salve, a condición de que ésta lo sea de verdad». Además, en su carta, el obispo Larraín sugería que el régimen capitalista debía ser reemplazado a través de una «reforma agraria honda».[3] Las palabras del obispo Larraín no solo eran explícitas en señalar la posición a favor de una opción política contingente, sino que, además —sin esconder un cierto espíritu anticapitalista que lo animaba—, muestran su convencimiento respecto al papel central que jugaba la reforma agraria en el conjunto de cambios que desde su perspectiva requería el país.

 

Esta opción reformista pasó a ser la política oficial de la jerarquía eclesiástica chilena con la llegada de Raúl Silva Henríquez al arzobispado de Santiago. En su primer acto público como cabeza de la Iglesia capitalina, expresó su voluntad de luchar «para que en Chile cada uno tenga lo que en justicia le corresponde», manifestando así el sello social con el que iniciaba su tarea. Más todavía, en su primera conferencia de prensa, al día siguiente, añadía que «un equipo de técnicos y expertos preparaba en este mismo momento la reforma agraria en las tierras de la Iglesia». Con esto, expresaba la voluntad de sumar a la Iglesia a la corriente de cambios sociales estructurales que entonces se discutían en Chile y en todo el continente.[4]

 

 

 

«El obispo Larraín sugería que el régimen capitalista debía ser reemplazado a través de una “reforma agraria honda”».

 

 

 

La publicación de la pastoral «El deber social y político en la hora presente», en septiembre de 1962, confirmó el carácter oficial de tales definiciones. El documento, firmado por todo el episcopado chileno, junto con confirmar los «errores del materialismo marxista», exhortaba a los fieles a apoyar un conjunto de reformas socioeconómicas necesarias para construir una sociedad justa. «El cristiano, para serlo verdaderamente —señalaba el documento— tiene que tomar posición respecto a estas reformas», y agregaba que «no se puede pretender ser cristiano y marginarse por reformar las estructuras según la doctrina de la Iglesia». La exigencia de reformas sociales, lejos de ofrecer tan solo una orientación general sobre la necesidad de construir un orden social justo en el país, iba más allá y se comprometía con una serie de políticas que debían ser aplicadas para estos efectos. El documento enfatizaba que «el cristiano debe favorecer las instituciones de reivindicación social» y que este «tendrá que apoyar cambios institucionales, tales como una auténtica reforma agraria, la reforma de la empresa, la reforma tributaria, la reforma administrativa y otras similares».[5]

 

 

 

«Su origen fueron las “Jornadas sobre la participación de los cristianos en la construcción del socialismo en Chile” en 1971, en cuya declaración final, un grupo de ochenta sacerdotes, entre los que se encontraban el jesuita Gonzalo Arroyo y el peruano Gustavo Gutiérrez, expresaron que su apoyo al gobierno de Salvador Allende estaba basado, fundamentalmente, en “nuestra fe en Jesucristo”»

 

 

 

Coincidentemente, el borrador de esta carta pastoral fue preparado en el Centro Bellarmino, liderado por el sacerdote y experto jesuita Roger Vekemans, quien también sería uno de los principales ideólogos del programa de gobierno del PDC de la «Revolución en Libertad», que llevaría a Eduardo Frei Montalva a la presidencia de la República en 1964. En estricto rigor, se trataba de un vínculo entre la jerarquía de la Iglesia, miembros de la Compañía de Jesús y la Democracia Cristiana que estaba significativamente extendido. Como destaca Brian Smith, «entre 1955 y 1964, catorce de los veintiocho obispos del país que morían o se retiraban fueron reemplazados por progresistas sociales», muchos de los cuales «tenían cercana amistad y lazos familiares» con el Partido Demócrata Cristiano.[6]

 

 

Del compromiso con la revolución al «diálogo cristiano-marxista»

 

Aunque la jerarquía eclesiástica mantuvo la línea esbozada en la pastoral «El deber social y político en la hora presente» y se esforzó por hacer valer ese marco, desde 1962 y hasta 1973, es posible observar un progresivo proceso de radicalización ideológica de grupos de clérigos y políticos católicos. Ese proceso estuvo marcado por la definición de la relación del cristianismo con el comunismo, pasando de una inicial oposición y resistencia al marxismo, a un entendimiento ideológico en que cristianos y comunistas serían vistos como aliados en la realización de la revolución y en la superación del capitalismo.

 

Los primeros signos de radicalización se hicieron sentir tempranamente, en diciembre de 1962, con la publicación del número 115 de la revista jesuita Mensaje, que llevaba por título «Visión Cristiana de la Revolución en América Latina». En la búsqueda de un modelo revolucionario alternativo al cubano, el editorial «Revolución en América Latina» planteaba la inevitabilidad de la llegada de la revolución: se trataba de una «revolución en marcha» respecto a la cual era «imposible permanecer neutral». El cristiano, en lugar de oponerse, «tiene la obligación de esforzarse por “cristianizar” la venidera revolución». Añadía que «no vemos cómo pueda conciliarse una actitud auténticamente cristiana con una actitud cerradamente anti-revolucionaria, opuesta al cambio radical y urgente de las estructuras».[7] La posición de la publicación jesuita volvía a plantear una cuestión que parecía aclarada tras la orientación del cardenal Eugenio Pacelli a los católicos chilenos en 1934, y que paradójicamente estaba en el origen de la Falange Nacional. Por un lado, la revista tensionaba el reconocimiento de que los católicos, en el marco de la doctrina cristiana, tienen plena libertad para elegir y respaldar distintas alternativas políticas, con independencia de si estas eran conservadoras, reformistas o incluso radicales. Por otro lado, tensionaba la indicación realizada por Pacelli —y que al igual que la anterior era parte del magisterio de la Iglesia— respecto a la conveniencia de que el clero se abstuviera de pronunciarse en aquellas materias políticas donde legítimamente los cristianos podían sostener una variedad de opiniones.

 

En los años siguientes, y en un ambiente de polarización ideológica general de los actores políticos, distintos grupos cristianos experimentaron un proceso de radicalización ideológica. Tal proceso tenía como ingrediente fundamental una disputa conceptual sobre qué se entendería por revolución y cuál sería el contenido de los «cambios estructurales» anunciados al comienzo de la década. El planteamiento de un «diálogo cristiano-marxista» dio paso a una verdadera fascinación por el marxismo en círculos políticos cristianos. En ese contexto, la creación del MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitaria) en 1969, surgido a partir de una corriente rebelde del Partido Demócrata Cristiano, no solo buscaba una realización integral y acelerada del programa de gobierno de Frei, como ellos reclamaban, sino que además era el resultado de una nueva identidad política que había integrado la teoría marxista al análisis de la realidad social. Afirmaban que «el marxismo pasa a ser considerado como una fuente de inspiración en el cual hay que zambullirse creadoramente, utilizando todas aquellas categorías que son instrumentales para la construcción revolucionaria».[8] En estos círculos, cristianos y marxistas observaban una convergencia en algunos medios y fines políticos: si el capitalismo iba a ser superado, tenía que serlo a partir de una revolución. En ese sentido se pueden entender las palabras del senador del MAPU Rafael Gumucio en un homenaje a Lenin en el centenario de su nacimiento, rendido en el Congreso Nacional, en que puntualizaba que la alianza cristiano-marxista era la «palanca de la revolución en Chile».[9]

 

 

«El cardenal Raúl Silva Henríquez, quien seguramente entendió la gravedad del proceso de politización de la Iglesia Católica, ahora ya desbordado, lo reprobó públicamente»

 

 

Los «Cristianos por el Socialismo»

 

Finalmente, el tercer momento en el proceso de radicalización del cristianismo tuvo lugar durante el gobierno de la Unidad Popular. El surgimiento de la teología de la liberación y la creación de la agrupación «Cristianos por el Socialismo» —ambos en abierta resistencia tanto al magisterio de la Iglesia como a la jerarquía eclesiástica local— se fundamentaban tanto en la expectativa de una síntesis conceptual entre marxismo y cristianismo, como en un explícito activismo político en favor del gobierno de la Unidad Popular. En efecto, la creación de este grupo se remonta a la celebración de las «Jornadas sobre la participación de los cristianos en la construcción del socialismo en Chile» en 1971, en cuya declaración final, un grupo de ochenta sacerdotes, entre los que se encontraban el jesuita Gonzalo Arroyo y el peruano Gustavo Gutiérrez, expresaron que su apoyo al gobierno de Salvador Allende estaba basado, fundamentalmente, en «nuestra fe en Jesucristo».[10] Este nuevo clericalismo, que tampoco escondía su intención de justificar en el Evangelio la adopción de posturas políticas específicas, esperaba ofrecer nuevas respuestas a la realidad latinoamericana directamente a partir de una síntesis cristiano-marxista. En este contexto, no fueron pocas las ocasiones en que la figura del Che Guevara fue comparada con la de Cristo, siendo considerada incluso como un nuevo Cristo para América Latina; frecuentemente se sustituyó la idea de salvación cristiana por la de liberación, que suponía un enfrentamiento capaz de resolver el conflicto entre clases sociales; no en pocas ocasiones hubo homenajes a Lenin en parroquias de Santiago, al tiempo que se exaltaba la figura del cura obrero como símbolo del sacerdote revolucionario.

 

Mientras los planteamientos eclesiásticos de comienzos de la década de los sesenta habían esgrimido una crítica al marxismo y al capitalismo, proponiendo una suerte de tercera vía entre ambas corrientes, los «Cristianos por el Socialismo» denunciaron el fracaso de esa posición, inclinándose a favor del establecimiento del modelo socialista en Chile como proyecto político. Si había que propiciar un «cambio en las estructuras», esto se haría a partir de aquellos principios del socialismo que se identificaban con el cristianismo. Como es posible observar, los límites entre la religión y la política —y, por lo tanto, entre la acción pastoral y el activismo político— ya para entonces habían sido completamente borrados. El Informe del Primer Encuentro Latinoamericano de Cristianos por el Socialismo, organizado en Santiago en abril de 1972, resume muy bien el contenido de esa síntesis cristiano-marxista que esperaban formular: «La causa de la liberación es la destrucción del capitalismo y la construcción del socialismo, como paso fundamental para que el Reino de Dios se acerque. Por la solidaridad combativa con los oprimidos, luchan por el socialismo; por la fe esperanzada en el Dios de Jesucristo, actúan y viven en forma revolucionaria».[11] El cardenal Raúl Silva Henríquez, quien seguramente entendió la gravedad del proceso de politización de la Iglesia Católica, ahora ya desbordado, reprobó públicamente tanto ese encuentro como la búsqueda de una síntesis cristiano-marxista, manifestando una «honda preocupación por esta reunión política de clara orientación marxista, que constituye una caricatura del cristianismo».[12]

 

 

«La revista Mensaje añadía que “no vemos cómo pueda conciliarse una actitud auténticamente cristiana con una actitud cerradamente anti-revolucionaria, opuesta al cambio radical y urgente de las estructuras”».

 

 

 

 

[1] Una visión panorámica de la historia de la Iglesia en el periodo 1958-1973 en Alejandro San Francisco (Director General), José Manuel Castro, Milton Cortés, Myriam Duchens, Gonzalo Larios, Monserrat Risco, Alejandro San Francisco, Ángel Soto (2016-2019). Historia de Chile 1960-2010, tomos 1-6. Santiago: Universidad San Sebastián/CEUSS. Ver también Gonzalo Larios Mengotti (2017). «Nuevos vientos en la Iglesia Católica», en Marcial Sánchez (Director), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo V: Conflictos y esperanzas. Remando mar adentro. Santiago: Editorial Universitaria. Páginas 28-59.

[2] Más antecedentes sobre el acceso a servicios en el XII Censo Nacional de Población y I de Vivienda. Santiago: Servicio Nacional de Estadística y Censos, 1956.

[3] Carta de Manuel Larraín a Francisco Vives de agosto de 1946, en Pedro de la Noi (1988). Mons. Manuel Larraín E. Escritos Completos, Tomo V. Santiago: Imprenta San José. Página 267.

[4] Alejandro San Francisco (Director General), José Manuel Castro, Milton Cortés, Myriam Duchens, Gonzalo Larios, Alejandro San Francisco, Ángel Soto (2016). Historia de Chile 1960-2010, Tomo 2: El preludio de las revoluciones. El gobierno de Jorge Alessandri. Santiago: Universidad San Sebastián/CEUSS. Página 371.

[5] El deber social y político en la hora presente. Santiago: Publicación del Secretariado General del Episcopado de Chile, 1962. Páginas 15-16, 19.

[6] Brian H. Smith (1982). The Church and Politics in Chile. Challenges to Modern Catholicism. Princeton: Princeton University Press. Página 112.

[7] «Revolución en América Latina» (Editorial), Mensaje Nº 115, diciembre 1962. Páginas 589-592.

[8] «Los rebeldes plantean un frente revolucionario», Punto Final Nº 78, mayo de 1969. Página 16.

[9] Diario de Sesiones del Senado, Sesión 68º, en 22 de abril de 1970, 3822.

[10] «Participación de los Cristianos en la construcción del Socialismo en Chile», Grupo de los 80 sacerdotes, Declaración a la Prensa, 16 de abril de 1971, en Los Cristianos y la Revolución. Un debate abierto en América Latina. Santiago: Quimantú, 1972. Página 176.

[11] «Informe nacional sobre la actuación de los cristianos», en Los cristianos y el socialismo. Primer encuentro latinoamericano. Buenos Aires: Editorial Siglo XXI, 1973. Página 96.

[12] PEC, 5 de mayo de 1972.