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El jesuita Roger Vekemans en Chile: 1957-1970

Cristianizar una revolución

Gonzalo Laríos
Universidad San Sebastián. Á - N.9

Aquí se repasa la historia del sacerdote belga que, entre otras iniciativas, participó de la fundación de la Escuela de Sociología de la Universidad Católica, para la cual reclutó a jóvenes profesores europeos que, desde las aulas, y con sus investigaciones, terminaron por transitar con muchos de sus alumnos desde la Democracia Cristiana hacia la izquierda revolucionaria. Se relata la decisiva influencia socio-política en Chile de un sacerdote jesuita, quien pretendió “cristianizar la revolución”, durante la agitada década de 1960.

 

En 1957 arribó a Chile el sacerdote jesuita Roger Vekemans. Había nacido en Bélgica y tenía 35 años cuando el superior de la Compañía de Jesús lo destinó a continuar las obras del padre Alberto Hurtado, interrumpidas debido a su prematura muerte cinco años antes. El joven jesuita belga era ya profesor en la Universidad Gregoriana en Roma y un fiel exponente de la nueva hornada de la Compañía, aquella que desde el término de la Segunda Guerra Mundial protagonizaba el boom de las ciencias sociales, es decir de los estudios en sociología, psicología, economía, demografía, ciencia política, entre otros.

 

El ambiente de optimismo generalizado en Occidente —tras dejar atrás la posguerra— se desplegó desde la segunda mitad de la década de los cincuenta, y se reflejó en la aparición de nuevos organismos internacionales que favorecieron un interés por el desarrollo sociopolítico y económico de América Latina, con clara vocación planificadora. La Compañía de Jesús buscó involucrarse en todo ello, desde hacía algunos años vivía un giro hacia la justicia social.[1]

 

Roger Vekemans había completado sus estudios doctorales en universidades europeas, entre ellas la de Lovaina, Bélgica, cuna jesuita de los nuevos «expertos» en ciencias sociales. En Chile, su aguda inteligencia, su carácter disciplinado y su firme voluntad de trabajo pronto llamaron la atención (aunque lo acompañaba cierta arrogancia natural).[2] Así, las tareas y el temperamento de Vekemans no pasaron desapercibidos; fue considerado uno de los hombres más influyentes durante la década, aunque terminó ganándose —como veremos— más adversarios que admiradores. Sus reconocidas capacidades personales las acompañaba con el dominio de varios idiomas lo que le ayudó a generar una influyente red de contactos, tanto en Europa como en América, a la postre fundamental para el financiamiento de sus proyectos socio-políticos.

 

Vekemans debió organizar en Chile un Centro de Investigación y Acción Social (CIAS), replicando a aquellos que los jesuitas ya estaban gestando en otros países latinoamericanos. Se encontró en Santiago con el Centro Bellarmino en proceso de formación y con la revista Mensaje a su alero. Vekemans organizó el Bellarmino como el CIAS al que aspiraba la Compañía, y junto a la colaboración de jesuitas chilenos que venían llegando del exterior con estudios de posgrado en universidades norteamericanas y europeas —entre ellos Renato Poblete, Hernán Larraín, Manuel Ossa, Mario Zañartu y Gonzalo Arroyo— dieron vida a uno de los think tanks más relevantes de Chile y Latinoamérica durante la agitada década de los sesenta.[3] Al año siguiente de su llegada, el sacerdote belga participó de la fundación de la Escuela de Sociología en la Universidad Católica y reclutó para ella a jóvenes profesores europeos, como Armand Mattelart y Franz Hinkelammert, que desde las aulas y con sus investigaciones terminaron por transitar con muchos de sus alumnos desde la Democracia Cristiana hacia la izquierda revolucionaria.

 

Desde 1959, con Fidel Castro en el poder en Cuba se desplegaba —en medio de la Guerra Fría y de los rebeldes años sesenta— un modelo de revolución marxista de creciente atractivo para la juventud latinoamericana. Vekemans, desde la revista Mensaje, salió al encuentro de la revolución, pretendiendo cristianizarla y no detenerla. Esta era la fórmula que los jesuitas del Bellarmino propusieron para Chile y América Latina para evitar el marxismo. Dos números especiales de Mensaje, de 1962 y 1963, se titularon: «Visión cristiana de la revolución en América Latina» y «Reformas revolucionarias en América Latina», y en ellos promovieron las llamadas reformas estructurales, encabezadas por la reforma agraria, y otras, en sectores como el fiscal, educativo, de seguridad social y la empresa.[4]

 

Paralelamente, los jesuitas Roger Vekemans y Renato Poblete asesoraban a la Conferencia Episcopal de Chile que publicó en septiembre de 1962 la pastoral «El deber social y político en la hora presente». El documento eclesial en realidad recogía el proyecto sociopolítico de reformas estructurales que venía propiciando el Centro Bellarmino. Su texto generó polémica y daba cuenta del nuevo liderazgo del cardenal arzobispo de Santiago, Raúl Silva Henríquez, sobre el episcopado chileno y que alineó a los sectores demócrata cristianos, reemplazando al que hasta entonces habían mantenido sectores vinculados al partido Conservador. El «deber social y político» cambió el tono de la jerarquía de la Iglesia en Chile, precisamente hacia donde el título del documento indicaba. Su efecto se proyectaría primero desde la Gran Misión, un plan pastoral que puerta a puerta, durante 1963, entregó en miles de hogares de la capital el documento eclesial, que en realidad pretendió el compromiso del cristiano con las reformas estructurales que —no por casualidad— coincidían con el proyecto de la Democracia Cristiana. Al año siguiente, la exitosa campaña presidencial de Eduardo Frei Montalva se titulaba «Revolución en libertad», y no pocos percibieron que su origen y las principales ideas de su programa coincidían con las de la mencionada pastoral y las de los «expertos» del Bellarmino. Mientras tanto, la izquierda política denunciaba que los proyectos jesuitas y de la Democracia Cristiana concordaban también con los de la Alianza para el Progreso, estrategia que la administración de John F. Kennedy desplegaba en América Latina favoreciendo reformas estructurales para frenar la expansión de la experiencia revolucionaria cubana.[5]

 

«Paralelamente, los jesuitas Roger Vekemans y Renato Poblete asesoraban a la Conferencia Episcopal de Chile que publicó en septiembre de 1962 la pastoral “El deber social y político en la hora presente”. El documento eclesial en realidad recogía el proyecto sociopolítico de reformas estructurales que venía propiciando el Centro Bellarmino»

 

Roger Vekemans desde comienzos de los años sesenta colaboró con investigaciones y consultorías en oficinas del Departamento de Estado de los EE.UU., conociendo personalmente a los hermanos Kennedy. También trabajó para la OEA, el BID y tenía estrecho contacto con Raúl Prebisch, Secretario Ejecutivo de CEPAL y con Teodoro Moscoso, coordinador de la Alianza para el Progreso. Paralelamente, representó los intereses de las fundaciones alemanas Misereor y Adveniat para América Latina, vinculadas a la Iglesia Católica. Por entonces, realizaba unos seis viajes intercontinentales al año, lo que no solo era muy poco común, sino que lo convirtió en algo parecido a un funcionario internacional de la Iglesia.[6] El jesuita belga obtuvo una creciente autonomía económica que se reflejó en el mismo Centro Bellarmino, donde creó el Centro para el Desarrollo Económico y Social de América Latina (DESAL). Según sus estimaciones en 1963 manejaba un enorme presupuesto anual de unos 25 millones de dólares, lo que le permitió solventar una creciente planta de funcionarios e investigadores sociales.[7] Desde allí alentó sus propios proyectos de desarrollo, de innegable influencia política. El más trascendente fue la llamada «Promoción Popular», que derivaba de sus investigaciones sociológicas que lo llevaron a plantear, basado en la teoría de la marginalidad, el hecho de que la gran mayoría de la población en Latinoamérica vivía al margen de los centros de participación y decisión públicas. Debían entonces generarse ámbitos de participación comunitaria que la involucrara en la toma de sus propias decisiones en orden al desarrollo. Así la «Promoción Popular» estimuló la generación de organizaciones de base, juntas de vecinos, centros de madres, capacitación sindical, cultural y deportiva, en busca de que la misma comunidad fuera protagonista de la superación de la marginalidad que le afectaba.[8] La idea promovida por Vekemans fue recogida en el programa de la «Revolución en Libertad» como uno de los cuatro ejes de la campaña presidencial de Frei Montalva durante 1964. Los lazos de Vekemans y los jesuitas con la Democracia Cristiana eran crecientes y se acusó desde la izquierda a la campaña de Frei de «clerical». A pesar de ello, o quizás por ello, el candidato de la DC obtuvo la mayoría absoluta, un gran triunfo electoral.

 

Tres hechos en torno a la llegada a La Moneda de la Democracia Cristiana me permitirán ilustrar la importante influencia que había alcanzado el jesuita belga: i) el 5 de septiembre de 1964, al día siguiente de la sonada victoria, un exultante Eduardo Frei escribía a Pablo VI pidiéndole apoyo para un proyecto que Vekemans le había planteado al pontífice meses atrás. Se trataba de gestar un centro de formación para los nuevos cuadros dirigentes de Latinoamérica, que ya imbuidos de la doctrina socioeconómica defendida por la CEPAL, pudieran conocer la doctrina social cristiana.[9] Al poco tiempo surgió en Santiago el Instituto Latinoamericano de Estudios Sociales (ILADES); ii) una incómoda situación le aconteció a Vekemans en noviembre de 1964 cuando debía asumir Frei la presidencia de la República. Autoridades del nuevo gobierno solicitaron al padre Renato Poblete que informara al jesuita belga —por entonces fuera de Chile— que no asistiera a la transmisión del mando para evitar las críticas de clericalismo que se le hacían a la próxima administración.[10] Tras la compleja solicitud, las relaciones entre Vekemans y el gobierno demócrata cristiano comenzaron poco a poco a distanciarse, ya que en la Presidencia se consideraban incómodas las hasta entonces muy estrechas relaciones con parte de la jerarquía eclesial y los jesuitas del Bellarmino; iii) en febrero de 1965, recién asumido Frei, DESAL, el centro dirigido por Vekemans en el Bellarmino, y la Consejería de «Promoción Popular», recién creada por la nueva administración, organizaron en Santiago un encuentro internacional con directivos de universidades, instituciones y fundaciones norteamericanas y europeas, principalmente católicas. Lo llamaron Seminario El Triángulo. Se trataba de reunir a la extensa red de contactos del jesuita belga y recabar fondos para implementar los proyectos de «Promoción Popular» del nuevo gobierno. Lo curioso es que ello se debía realizar a través de una triangulación de los fondos desde Estados Unidos a Chile vía Alemania, ya que recibirlos directamente de Norteamérica era por entonces sinónimo de sometimiento al imperialismo yanqui.[11]

 

Desde la izquierda política, Vekemans era considerado como «cura politiquero» y «eminencia gris» de la campaña de Frei. Orlando Millas, connotado dirigente comunista, denunció que los nuevos anhelos jesuitas eran «antioligárquicos, pero proimperialistas», es decir, abandonaban a las tradicionales élites dirigentes, pero terminaban plegándose a las políticas de Estados Unidos. Los proyectos socioeconómicos que propiciaba el Bellarmino, desde los ojos de la izquierda, fueron percibidos como «tímidas reformas burguesas», que no debían opacar la «verdadera» revolución marxista. No obstante, desde esta misma izquierda aceptaron encantados la invitación al diálogo cristiano marxista, que sectores de la juventud universitaria de la democracia cristiana junto a los de partidos de izquierda comenzaron a protagonizar desde la segunda mitad de los años sesenta. Se materializaron en movilizaciones conjuntas «antiimperialistas» y fueron alentadas desde la Parroquia Universitaria y la revista Mensaje. En la acción o praxis conjunta de cristianos y marxistas, estos últimos tenían la convicción de que serían los jóvenes cristianos los que transitarían hacia el marxismo y no viceversa. Así efectivamente sucedió y de forma vertiginosa durante el revolucionario lustro de 1968 a 1973.

 

«El jesuita belga obtuvo una creciente autonomía económica que se reflejó en el mismo Centro Bellarmino, donde creó el Centro para el Desarrollo Económico y Social de América Latina (DESAL). Según sus estimaciones en 1963 manejaba un enorme presupuesto anual de unos 25 millones de dólares»

 

El gobierno demócrata cristiano que había generado enormes expectativas, luego de un inicio auspicioso en el ámbito electoral, insistió en su tesis de gobernar solo, sin requerir el apoyo de otros partidos. Sin embargo, desde 1966, la oposición comenzó a crecer; desde la izquierda se levantaba la bandera de una «verdadera» revolución, la marxista, en una atmósfera muy propicia como fueron los últimos años de los sesenta; desde la derecha, que pareció desfondada en 1965 por la derrota electoral de sus partidos conservador y liberal, se rehízo al año siguiente, a través del surgimiento del Partido Nacional, que a los dos partidos anteriores sumó la vitalidad de sectores nacionalistas. Los problemas para Frei se suscitaron también en su propio partido, en especial en su juventud que comenzó a izquierdizarse al sentirse defraudada por lo que consideraron un gobierno no revolucionario; de este descontento, en 1969, surgiría el MAPU.

 

Durante el gobierno demócrata cristiano, Vekemans se sintió apartado de la implementación de su proyecto de «Promoción Popular», el que, en definitiva, tampoco encontraría en el Congreso el respaldo esperado. Así la Promoción Popular debió mantenerse como mera consejería, ya que tanto la izquierda como la derecha la estimaron, no sin razón, como un medio de penetración partidista de la Democracia Cristiana en sectores populares.[12] Las actividades del sacerdote belga se centraron entonces en difundir la «Promoción Popular» en el resto de América Latina a través de DESAL. Mientras, su presencia dentro del Centro Bellarmino era cada vez más criticada por sus compañeros jesuitas; muchos de estos transitaron hacia la izquierda y fueron protagonistas de los efectos de la crisis posconciliar que sacudía a la Iglesia, caracterizada por numerosos abandonos del ministerio sacerdotal y un creciente magisterio contestatario.

 

En 1965, Vekemans se vio salpicado por la denuncia del polémico Plan Camelot, y debió atestiguar ante el Congreso por la investigación sociológica financiada por los Estados Unidos que buscaba establecer las causas del germen de los procesos revolucionarios en el Tercer Mundo. No fue culpado, pero sus nexos con los Estados Unidos lo hicieron blanco de acusaciones de vinculación con la CIA, y algunos jesuitas del Bellarmino, que antes habían compartido sus proyectos reformistas, comenzaron a distanciarse del sacerdote belga, mientras se dirigían hacia posiciones de izquierda cercanas al marxismo.[13] Uno de ellos fue Gonzalo Arroyo, considerado el «experto» del Bellarmino en asuntos de Reforma Agraria; fue subdirector de DESAL, donde trabajó para Vekemans, y luego  subdirector de ILADES. También fue el principal responsable de que aquella institución cerrara temporalmente en 1969 cuando Adveniat —la fundación católica alemana que la financiaba— constató que la inmensa mayoría de sus alumnos y profesores se autocalificaban como cristianos-marxistas. El jesuita Arroyo fue impulsor del MAPU, plataforma cristiana para la candidatura de Allende en 1970, participando en su Comisión Política y organizando el movimiento «Cristianos por el Socialismo», que lideró hasta 1973.

 

Vekemans, concentrado en difundir la «Promoción Popular» en América Latina, miró con preocupación el giro hacia la izquierda de la juventud demócrata cristiana en Chile, que lo achacó a «una infiltración neomarxista» consciente de la responsabilidad que en ello recaía sobre varios jesuitas y de la que él mismo, sin duda, no estuvo ajeno.[14] El ambiente del Bellarmino se fue haciendo más tenso al finalizar la década. En el emblemático año 1968, se produjo la toma de la Catedral de Santiago por parte del grupo Iglesia Joven; en Medellín, Colombia, se efectuaba la II Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), donde se presentaban algunas tesis liberacionistas (relacionadas a la Teología de la Liberación) alentadas entre otros por el polémico y carismático obispo brasileño Helder Camara; el Seminario de Santiago protagonizaba una fuerte crisis interna; el jesuita Gonzalo Arroyo —que afirmaba el fracaso de la «Revolución en Libertad»— promovía desde Mensaje el establecimiento de «comunidades rebeldes» en las poblaciones más pobres del país donde sacerdotes, estudiantes y trabajadores cristianos que rechazaban el capitalismo debían afincarse, para constituir allí «un auténtico centro de protesta social y de concientización del pueblo».[15] Alarmado por los rumbos que tomaban ciertos sectores de la Iglesia, Vekemans, en noviembre de 1968, organizó en la Universidad de Lovaina un seminario interdisciplinario para insistir en elaborar una doctrina del desarrollo para América Latina como alternativa al marxismo. El seminario, enmarcado en la atmósfera de rebeldía de aquellos días, debió interrumpirse abruptamente cuando entre los alumnos de izquierda —que se manifestaban en contra del encuentro por considerarlo sometido a los intereses de los EE.UU.— el joven profesor asistente André Corten, quien había colaborado con Vekemans en DESAL, se subió a la testera acusándolo con el dedo índice de agente de la CIA.[16] El episodio hacía recordar el viejo refrán «cría cuervos y te sacarán los ojos».

 

En Chile, durante 1970 el clima de las campañas presidenciales fue polarizando el ambiente. La prensa de izquierda amenazó veladamente al sacerdote belga: «Vekemans sabe que una entidad como DESAL, dependiente del extranjero, tendrá muy poco que hacer en un gobierno de Allende».[17] Ante la posibilidad de una victoria de la Unidad Popular el jesuita belga —que estimaba que sus investigaciones no podrían realizarse con la libertad requerida bajo un régimen marxista— gestionó, con el ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, visas para más de 80 funcionarios de DESAL. Días antes de abandonar Chile, las visas fueron sorpresivamente revocadas por el gobierno demócrata cristiano de Rafael Caldera, quien finalmente decidía no recibir en Venezuela a Vekemans y su equipo de DESAL. Renato Poblete fue encomendado con urgencia a Colombia para obtener allí las visas, que en definitiva logró. El 18 de octubre de 1970, cuando aún no había sido confirmado por el Congreso Pleno la condición de Salvador Allende de Presidente de la República, un avión de Braniff International, dispuesto por el empresario católico estadounidense Peter Grace, despegaba desde Santiago rumbo a Bogotá con más de 80 funcionarios de DESAL y sus familias, en total más de 200 pasajeros. Vekemans había salido de Chile semanas antes a Europa y luego se reunió con ellos en Colombia. Allí el influyente jesuita fundaría el Centro de Estudios para el Desarrollo y la Integración en América Latina (CEDIAL) y su revista Tierra Nueva, desde donde encabezaría una férrea campaña en contra de la naciente Teología de la Liberación, considerando la experiencia de marxistización de sectores cristianos que había recientemente vivido.

 

«Los lazos de Vekemans y los jesuitas con la Democracia Cristiana eran crecientes y se acusó desde la izquierda a la campaña de Frei de “clerical”. A pesar de ello, o quizás por ello, el candidato de la DC obtuvo la mayoría absoluta, un gran triunfo electoral».

 

Roger Vekemans abandonaba Chile con más pena que gloria. Despreciado por sectores de la Compañía de Jesús y la Democracia Cristiana como una figura muy incómoda. La izquierda lo denunciaba por sus vínculos con los Estados Unidos y lo consideró como sacerdote fracasado ya que «ha perdido influencia sobre los sacerdotes y los jóvenes».[18] Por su parte, la derecha lo consideró como uno de los precursores del proceso que había entregado Chile al marxismo por lo que «bien podían emigrar a sembrar en otro país».[19] La trayectoria novelesca de Roger Vekemans en Chile no fue precisamente «pastoral», fue un claro ejemplo del temporalismo que comenzó a vivir la Iglesia Católica, esto es la primacía de los asuntos temporales o provisionales por sobre la esencial misión espiritual y sobrenatural que le correspondería según el propio Concilio Vaticano II. Este temporalismo azotó con fuerza a sectores de la Iglesia en Chile desde la década de los sesenta, entre ellos a la Compañía de Jesús y ha dejado huellas hasta nuestros días.[20]

 

 

[1] Este giro en la Compañía de Jesús hacia lo social, que algunos llaman vuelco, comenzó con Jean Baptiste Janssens como Prepósito General desde 1946 y se profundiza con Pedro Arrupe, su sucesor desde 1965.

[2] Tanto el historiador Ricardo Krebs, como el periodista Leonard Gross, quienes trataron personalmente con el jesuita belga, dieron cuenta de su arrogancia. Ver Ricardo Krebs y otros (1994). Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile 1888-1994, Tomo II. Santiago: Ediciones UC. Página 987; Leonard Gross (1967). The Last, Best Hope: Eduardo Frei and Chilean Democracy. Nueva York: Random House. Página 175.

[3] Fernanda Beigel (2011). Misión Santiago. El mundo académico jesuita y los inicios de la cooperación internacional católica. Santiago: LOM. Página 80 y ss.

[4] Puede verse una síntesis del contenido y de la trascendencia de ambos números especiales de Mensaje en nuestra Historia de Chile 1960-2010, tomo 2. Santiago: CEUSS, 2016. Páginas 374-375.

[5] Ver de Orlando Millas (1964). Los comunistas, los católicos y la libertad. Santiago: Editorial Austral.

[6] Fernanda Beigel (2011). Misión Santiago. El mundo académico jesuita y los inicios de la cooperación internacional católica. Santiago: LOM. Páginas 38-39.

[7] La Voz, N° 332, 12 de diciembre, 1963. Página 12.

[8] Ver nuestra Historia de Chile 1960-2010, tomo 4. Santiago: CEUSS, 2018. Páginas 216-17.

[9] «Hacia la creación de un Instituto de Altos Estudios Sociales», Carta de Eduardo Frei Montalva a Pablo VI, 5 de septiembre de 1964, en Chilensia Pontificia. Monumenta Ecclesiae Chilensia, Volumen III, Tomo I. Santiago: Ediciones UC, 2006. Páginas 95 y ss.

[10] Blanca Etcheberry C. (2005), Renato Poblete Barth s.j. Un puente entre dos mundos. Santiago: EDEBÉ. Página 94.

[11] «Dos seminarios promovidos por DESAL», Mensaje, N° 136, enero-febrero, 1965. Página 116.

[12] Adolfo Ibáñez Santa María (2004). Abrazado por la revolución. Ideología y totalitarismo en Chile 1960-1973. Santiago: Editorial Biblioteca Americana. Página 68.

[13] Ver de Roger Vekemans, S.J. (1982). DC-CIA-CELAM. Autopsia del Mito Vekemans. Caracas: Universidad Católica del Táchira.

[14] Roger Vekemans (1976). Teología de la Liberación y Cristianos por el Socialismo. Bogotá: CEDIAL. Página 57.

[15] Ver nuestra Historia de Chile 1960-2010, tomo 4. Santiago: CEUSS, 2018. Páginas 302-303.

[16] Jorge Magasich (2018). Datos históricos sobre la Democracia Cristiana. Santiago: Editorial Aún Creemos en los Sueños/Le Monde Diplomatique. Página 10.

[17] El Siglo, «Roger Vekemans se larga de Chile», 24 de agosto de 1970.

[18] Volodia Teitelboim en «Informe: la vía chilena», revista Víspera, Montevideo, año 4, N° 19/20, octubre- diciembre 1970. Página 104.

[19] Teresa Donoso Loero (1979), Historia de los Cristianos por el Socialismo en Chile. Santiago: Imprenta El Mercurio. Página 32.

[20] El historiador Mario Góngora denunció con clarividencia este temporalismo en la Iglesia en su agudo artículo «Sobre la descomposición de la conciencia histórica del catolicismo», en revista Dilemas, N° 9, 1973.