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La moral de la sociedad de mercado

Empatía, reciprocidad y perdón

Mario I. Juárez García
Profesor de Filosofía, Universidad de San Diego, EE.UU. Ph.D. en Filosofía, Universidad de Arizona. Á - N.8

Para Adam Smith, el clásico filósofo y economista escocés, ¿es el egoísmo lo que mueve al ser humano? Juárez García argumenta aquí que, contrario a lo que suele pensarse, los motores fundamentales del mercado para Smith son la empatía, la reciprocidad y el perdón.

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Probablemente el pasaje más famoso de La Riqueza de las Naciones sea el siguiente:

«No es la benevolencia del carnicero, el cervecero, o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino la atención que ponen ellos a su propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad sino a su amor propio, y jamás les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas».[1]

Son comunes aquellos que piensan que Adam Smith escribe aquí una apología del egoísmo. Según esta interpretación, en una sociedad de mercado, los individuos producen, cooperan, e intercambian los frutos de su trabajo únicamente por interés personal. Esta forma de entender el más famoso pasaje de La Riqueza de las Naciones es sin duda dominante en aquellas facultades de filosofía y ciencias políticas en América Latina que se aventuran a leer a Adam Smith. Recuerdo, con cierta vergüenza, que hace ya varios años asistí a una conferencia en la Ciudad de México sobre el pensamiento moral de Smith. Uno de los trabajos que ahí se presentaron llevaba el atrevido título La Necrofilia Moral del Egoísmo en Adam Smith. Aquel osado trabajo usaba este famoso pasaje para mostrar la supuesta podredumbre moral de la sociedad de mercado. Según su autor, Smith consideraba al egoísmo como el valor fundamental, lo cual llevaba a la vorágine social que hoy vivimos, en la que nadie tiene escrúpulos en la lucha por ser el mejor.

Al contrario de esta lectura superficial más dominante en América Latina, mi meta es mostrar que este breve pasaje de La Riqueza de las Naciones apunta a que los valores morales fundamentales de las sociedades de mercado son la empatía, la reciprocidad y el perdón.

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Empatía y reciprocidad como motores del mercado

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Contrastemos el famoso pasaje anterior con el párrafo que abre del primer libro de Smith, Teoría de los Sentimientos Morales:

«Por más egoísta que se pueda asumir que es el hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la fortuna ajena, y hacen que la felicidad de otros le resulte necesaria, aunque no obtenga de ella más que el placer de verla».[2]

A primera vista, pareciese que el fragmento de La Riqueza de las Naciones y el de La Teoría de los Sentimientos Morales se contradicen.[3] En el primero, Smith apela al amor propio como motivo, si no único, sí primario del intercambio comercial, mientras que, en el segundo, el mismo Smith afirma tajantemente la imposibilidad de que el interés propio sea únicamente propio. Al leer cuidadosamente el pasaje de La Riqueza de las Naciones, llama la atención que Smith escribe acerca del amor propio en la primera persona del plural. Notemos que, en dicho pasaje, Smith no hace referencia a su propio interés (que, si bien presente, queda relegado al segundo plano), sino al amor propio ajeno, de aquel con el que se busca cooperar. Más que poner su interés en el centro de su discurso, Smith subraya la necesidad de poner atención al interés ajeno en el intercambio, de interesarse en las preferencias del otro, de descifrar lo que el otro desea. Se trata, pues, para Smith, de entender al otro como un fin en sí mismo, no sólo como un medio (para usar términos kantianos). Contra la creencia general, lo que yace en el centro de la sociedad comercial no es el egoísmo, sino la capacidad de saber leer las necesidades y los deseos del otro.

El primer momento de un intercambio comercial es la empatía, el intento por ponerse en los zapatos del otro para descifrar sus fines. «¿Qué se le ofrece?», «¿Le puedo ayudar en algo?» «Estamos a sus órdenes», son frases que comúnmente escuchamos en tiendas o restaurantes en sociedades de mercado. Dichas frases, de tan comunes, pasan desapercibidas. Sin embargo, estas expresiones revelan los fundamentos de la moral de una sociedad de mercado. Lejos de buscar únicamente su beneficio, los propietarios, los productores, y los trabajadores intentan saber qué es lo que el comprador quiere con el fin de ofrecérselo. De cierta manera, antes que un sistema de producción, el mercado es un sistema de descubrimiento acerca de lo que el otro desea. En tal sistema, la empatía, de la que habla Smith en La Teoría de los Sentimientos Morales, es fundamental para las buenas relaciones sociales. Se trata de estar alerta (como diría Israel Kirzner siglos después) al interés ajeno.[4] Una vez descubierto lo que los demás desean, entonces producimos, entonces abrimos una empresa, entonces nos arriesgamos a investigar si es que de verdad lo desean. El Big Bang del comercio está, pues, en un ejercicio de empatía, en un intento por ponerse en el lugar del otro. Un empresario exitoso es alguien que ha aprendido a ser empático.

Dicha empatía lleva a la reciprocidad, el segundo momento del intercambio comercial. La aseveración parece baladí; al final de cuentas, es fácil entender que pagar por un servicio es un acto de reciprocidad. No obstante, no es ahí donde podemos encontrar la esencia de la reciprocidad en una sociedad de mercado. De cierta manera, todos actuamos como si la reciprocidad fuera más allá del intercambio financiero. Nosotros, en la posición de clientes, no simplemente tratamos a aquellos que buscan servirnos como meros sirvientes, como simples medios para nuestros fines. Ocurre algo más. ¿Qué es ese gracias al final de cada transacción sino una forma de comunicar a aquel que nos ha servido que lo consideramos más que un mero vehículo de nuestros deseos?  Gracias revela que entendemos que aquel que nos sirvió es un ser humano que podría haber decidido hacer cualquier otra cosa con su tiempo y su esfuerzo, y sin embargo decidió estar ahí para proporcionarnos algo que hace nuestra vida mejor. Antes que nada, aquel que nos sirve también es un fin en sí mismo y tenemos suerte de que haya decidido estar ahí para servirnos más allá de cuánto le paguemos. El agradecimiento es, sin lugar a dudas, una parte fundamental de una sociedad de mercado próspera que reconoce en el proveedor de servicios un fin en sí mismo.

Lejos de ser un sistema de intercambio económico cuyo motor principal es el egoísmo, el mercado se muestra fundamentado por una red de empatía y reciprocidad. En él, los individuos están alerta a los fines, deseos y gustos ajenos para ponerse a su servicio; a cambio, son reconocidos, no sólo con dinero, sino con humanidad, o, mejor dicho, con el reconocimiento de su humanidad.

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La métrica de la reciprocidad

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Todos hemos preguntado alguna vez: ¿Cómo puedo pagarte este favor? La duda no es ociosa. Dicha intención, podemos especular, busca garantizar una relación futura de cooperación que vaya más allá de un solo acto de buena voluntad. Sin embargo, no siempre es fácil calcular la medida exacta de lo que cuesta un favor.

Mantener viva la reciprocidad es un arte delicado. Tras cooperar esperamos cierta reciprocidad para seguir cooperando; pero si no consideramos que la acción estuvo a la altura de nuestro favor original podemos simplemente dejar de cooperar la próxima vez. Entre amigos, de vez en cuando uno siente que ha dado más de lo que el otro ha regresado; y esto puede generar problemas. ¿Cómo puedo devolverle el favor a Pablo que me llevó al aeropuerto, pero nunca me ha pedido lo mismo? ¿Comprarle una botella de vino chileno de la cosecha de 1980 sería demasiado? ¿Qué tal simplemente darle las gracias? ¿Demasiado poco? Las respuestas a este tipo de preguntas son necesarias si queremos sostener una relación cooperativa y armoniosa de largo plazo. Si es difícil saber la medida exacta de la reciprocidad con amigos, imaginemos lo difícil que es saberla con desconocidos. En esto, el mercado también resulta virtuoso: proporciona una métrica pública y aceptada de la reciprocidad.

La búsqueda de métricas adecuadas no es ajena a la filosofía. El problema nos resulta evidente cuando hablamos de castigos: alguien que considera que un castigo fue excesivo tenderá a buscar venganza. Entre muchas otras cosas, John Locke es famoso por subrayar lo problemático que es encontrar una métrica del castigo que pueda ser aceptada por todos, sobre todo cuando no hay leyes escritas, ni jueces, ni gobierno. Su respuesta es en gran parte el fundamento de la democracia moderna. Sin embargo, no sólo es importante encontrar una métrica del castigo para una sociedad próspera. El filósofo David Schmidtz hace notar lo complicado que resulta encontrar la métrica de la reciprocidad, especialmente en relaciones que yacen fuera del mercado.[5] Sin un consenso acerca de la métrica de la reciprocidad resulta complicado asegurar la cooperación a futuro. Tal vez puedo cortar la carne para un panadero, pero si considero que la rosquilla de chocolate que me da a cambio no es suficiente para compensar mi sangriento trabajo, no querré volver a cortar un pedazo de carne para él.

A pesar de lo fundamental que resulta encontrar una métrica públicamente aceptada de la reciprocidad, el tema generalmente no es identificado como un problema filosófico. Como especulación, me atrevo a decir que nos es difícil ver el problema debido a que la solución que proporciona la sociedad de mercado es tan sencilla y eficaz que nos hace difícil recordar que la falta de métrica algún día fue un problema. El mercado brinda una métrica clara para la reciprocidad: el precio y la cortesía. Huelga decir que el precio es, entre otras cosas, la cantidad necesaria para pagarle un favor a un desconocido.[6] Tú cortaste un pedazo de carne para mí, aquí está mi cooperación para que sigas haciendo lo que haces y también un agradecimiento por hacer mi vida mejor cuando podrías estar haciendo cualquier otra cosa en este momento. El precio y la cortesía, que constituye un reconocimiento de nuestra humanidad, simplifican significativamente la complejidad de mantener la cooperación continua en la sociedad de mercado.

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Castigar y perdonar

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¿Qué pasa cuando no hay empatía y reciprocidad? Más allá de los métodos punitivos centralizados (en términos más simples, la policía y la cárcel) que resultan de violar las reglas de propiedad, los participantes del mercado tienen formas de castigar de manera descentralizada a aquellos que no exhiben sus valores fundamentales. Los que no son empáticos y, por lo tanto, se muestran incapaces de ofrecer algún servicio que haga mejor la vida de alguien más, son obligados a cambiar de negocio continuamente hasta encontrar alguna actividad que sus pares valoren. Aquel que no cumple con las reglas de reciprocidad, por otro lado, es castigado con la falta de cooperación de los demás. Alguien puede engañarnos una vez, pero en una sociedad de mercado en el que se respeta el derecho fundamental de decir que no, es responsabilidad de cada participante dejar de cooperar con aquel que nos ha engañado y con aquel que no nos ha mostrado reciprocidad.

Ésta es una de las lecciones más importantes de La Evolución de la Cooperación del politólogo Robert Axelrod.[7] Dicha obra es uno de los tratados más importantes sobre ética jamás escritos, pero está ausente de la biblioteca de muchos filósofos, no sólo latinoamericanos, sino de todo el mundo. Axelrod se da a la tarea de descubrir los fundamentos de la cooperación entre individuos egoístas desde la teoría de juegos. Axelrod retoma el estado de naturaleza de Thomas Hobbes en donde los agentes, al encontrarse con un desconocido, se ven obligados a decidir si cooperan o no. Tres resultados son posibles: la cooperación unilateral conlleva a la explotación; la cooperación mutua, a ganancias mutuas; la no cooperación a irse con las manos vacías. Los individuos se encuentran, pues, en el famoso Dilema del Prisionero. El experimento de Axelrod tiene, sin embargo, diferencias fundamentales con la hipótesis hobbesiana: (i) el Dilema del Prisionero se repite más de una vez y (ii) no todos los jugadores siguen la misma estrategia de cooperación. Se trata, entonces, de descubrir cuál es la estrategia que lleva a obtener más rendimientos. Para ello, Axelrod diseña una competencia entre algoritmos que siguen distintas estrategias. Finalmente, se añade un componente evolutivo al experimento: (iii) las estrategias perdedoras desaparecen de la población y las ganadoras ocupan su lugar. Las mejores estrategias tienden a ser dominante en la población. A mi entender, el resultado de este torneo habla mejor de las reglas morales de una sociedad de mercado que cualquier tratado filosófico.

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«al pensar en carniceros, cerveceros, y panaderos, Adam Smith no pensaba en su amor propio, sino, antes que nada, en descubrir lo que movía al corazón ajeno… El Big Bang del comercio está, pues, en un ejercicio de empatía, en un intento por ponerse en el lugar del otro»

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¿Cuál es la estrategia ganadora? Una de las más longevas herencias de Hobbes fue hacernos pensar que, en situaciones similares, la no-cooperación dominaría una población de individuos racionales, llevando así a una guerra de todos contra todos. Hobbes estaba equivocado. Ahora bien, tampoco es la estrategia del altruismo incondicional la que resulta ganadora ya que es fácilmente explotado. Es la estrategia Pasando-y-Pasando la que tiende a dominar la población. Dicha estrategia empieza cooperando para mostrar empatía con el otro e invitar a la cooperación. En segundo lugar, repite la acción inmediatamente anterior de su contrincante: si el contrincante coopera, Pasando-y-Pasando tiene razones para seguir cooperando; de lo contrario, Pasando-y-Pasando deja de cooperar. En otras palabras, la estrategia ganadora es aquella que es empática en un primer momento, y después actúa con reciprocidad. Sin embargo, la reciprocidad no es sólo la magia de la cooperación, es también la regla moral que nos ayuda a saber cuándo decir que no y defenderse a uno mismo para castigar y corregir a aquellos que no son de fiar. Dando-y-Dando da una oportunidad, pero también sabe defenderse ante la presencia de explotadores. Ésta es la moral de la sociedad de mercado demostrada matemáticamente.

Ahora bien, aunque el castigo descentralizado sea fundamental en una sociedad de mercado, perdonar resulta clave para mantener la cooperación. En un mundo complejo, la información es imperfecta y el ruido nubla la comunicación de maneras inesperadas. ¿Qué pasa cuando, en un Dilema del Prisionero entre dos Dando-y-Dando, uno comete un error? Entre dos agentes recíprocos, esto dará pie a un círculo vicioso de castigos imposible de corregir. He aquí la última lección de Axelrod para una sociedad comercial en un mundo complejo: perdonar también es fundamental para evitar castigos innecesarios y rescatar la cooperación. Dar segundas oportunidades es vital para un sistema de cooperación constante. Pasando-y-Pasando no sólo es empático y recíproco, también sabe perdonar.

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«El mercado se muestra fundamentado por una red de empatía y reciprocidad. En él, los individuos están alerta a los fines, deseos y gustos ajenos para ponerse a su servicio; a cambio, son reconocidos, no sólo con dinero, sino con humanidad, o, mejor dicho, con el reconocimiento de su humanidad»

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Cuando la reciprocidad se desborda

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En este punto, sin embargo, yace un peligro subterráneo para las sociedades de mercado. La paradoja es que las relaciones de mercado son tan eficientes en la promoción de la reciprocidad que un nuevo problema aparece: la empatía y reciprocidad entre empresarios y políticos que fundamenta un capitalismo de amigos.

Esa paradoja también la observó Adam Smith. Los dueños de las empresas podrían entrar en contubernio con aquellos encargados del quehacer político y crear, así, un sistema de reciprocidad entre ellos para evitar la entrada de nuevos competidores. Smith advirtió que el peor enemigo de una sociedad de mercado son estas alianzas que protegen privilegios que no son resultado de la competencia y el trabajo duro, sino de la compra del poder público. En otras palabras, en política, la empatía y reciprocidad son vicios.

Por ello, algunos filósofos han intentado dejar de lado la reciprocidad como un valor fundamental de justicia.[8] David Schmidtz, sin embargo, argumenta que es importante distinguir que la reciprocidad en el capitalismo de amigos es esencialmente distinta de la reciprocidad en el mercado. El contubernio entre políticos y productores es una falsa reciprocidad, puesto que los políticos ejercen reciprocidad con algo que no le pertenece. Imaginemos que Pablo me presta su carro para ir al supermercado porque el mío está en el taller. Meses después, el carro de Pablo se descompone y me pide mi vehículo para ir al supermercado. Yo con gusto le digo: «¡Claro! Te debo una. Toma el carro de Ezequiel». Sin duda, en este caso, mi acto no es un acto de reciprocidad. Aunque estuviera regresando el favor de la misma forma lo haría con algo que no me pertenece. Lo mismo pasa con empresarios y políticos: los primeros pagan a los que ocupan cargos públicos con regalos, mientras que éstos actúan con reciprocidad usando el poder público, que no les pertenece. Dicho de otra forma, los funcionarios públicos no pueden ejercer reciprocidad con las leyes y regulaciones puesto que no son de ellos. El problema, en este caso, no es la reciprocidad, sino usar el poder público como si fuera propiedad privada. No obstante, esto se parece mucho a la reciprocidad y, de ahí, el peligro.

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Para defender la moralidad del mercado

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Ciertamente, el amor propio juega un papel importante en una sociedad de mercado, pero éste no entra en el plano moral, sino epistémico: la mejor forma de saber lo que alguien necesita es preguntárselo. Sin embargo, las virtudes que mantienen y sostienen las sociedades de mercado son: la empatía, para estar alerta a los fines ajenos; la reciprocidad, para mantener la cooperación o castigar a aquellos que no son de fiar; y, finalmente, el perdón, para evitar que los malentendidos lleven a conflictos imposible de resolver.

Entender lo que de hecho hacemos en el mercado y las reglas morales que éste promueve es fundamental para defender a este sistema de las críticas simplistas que creen ver en La Riqueza de las Naciones una apología del egoísmo, cuando, al pensar en carniceros, cerveceros, y panaderos, Adam Smith no pensaba en su amor propio, sino, antes que nada, en descubrir lo que movía al corazón ajeno.

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[1] Smith, A. (1776). An Inquiry Into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (Cannan ed.), vol. 1. Methuen, I.2. Traducción del autor.

[2] Smith, A. (1759). The Theory of Moral Sentiments and on the Origins of Languages (Stewart ed.).  Henry G. Bohn, I.1. Traducción del autor.

[3] Algunos académicos han llamado a esta aparente contradicción Das Adam Smith Problem (así, en alemán). Por ejemplo, véase Montes, L. (2003). «Das Adam Smith Problem: Its Origins, the Stages of the Current Debate, and One Implication for Our Understanding of Sympathy». Journal of the History of Economic Thought 25  (1): 64–90.

[4] Kirzner I. (1973). Competition and Entrepreneurship. Chicago, IL: The University of Chicago Press.

[5] Schmidtz, D. (2006). Elements of Justice. Cambridge: Cambridge University Press.

[6] El precio es también información. Véase Hayek, F.A. (1945). «The Use of Knowledge in Society». The American Economic Review 35, 4: 519-530.

[7] Axelrod, R. (1984). The Evolution of Cooperation.  New York: Basic Books.

[8] Buchanan, A. (1990). «Justice as Reciprocity versus Subject-Centered Justice». Philosophy & Public Affairs 19: 227-252.