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Hacia un liberalismo humanista

Más allá de Chicago

Pablo Paniagua Prieto
Ph.D. Economía Política, King’s College London. Á - N.8

¿Más Estado o más mercado? Según Pablo Paniagua, esta falsa disyuntiva aún concentra —y distorsiona— gran parte del debate actual de economía política en nuestro país y el mundo. El autor sugiere trascender esta dicotomía por medio de un liberalismo humanista, esto es, un liberalismo renovado e interdisciplinario, que pone énfasis en la pluralidad institucional y promueve una sociedad autogobernada, cooperativa, voluntaria y contractualista. Esto requiere expandir el concepto de lo público más allá del Estado y que dejemos de asociar al liberalismo con una fe ciega en los mercados.

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Superemos a Milton Friedman

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Pareciera que en Chile hay ciertos grupos intelectuales que están obsesionados con criticar al liberalismo y a la economía política en general a través de la persona y la obra de Milton Friedman. Tanto grupos de izquierda como grupos conservadores de derecha tienden a utilizar la figura de Milton Friedman como un presunto causante de todos los males del país, en la medida en que el economista norteamericano sería el epítome del así llamado «neoliberalismo».[1] La intención argumentativa de asociar a Friedman con el liberalismo, para así después asociarlos a ambos con la suma de todos los males —aquel espectro difuso del «neoliberalismo»— es obvia en nuestro país: primero, Friedman visitó Chile y se reunió con Pinochet; segundo, la dictadura de Pinochet fue un sistema autoritario brutal que violó sistemáticamente los derechos humanos; tercero, y por mera asociación, Friedman y el liberalismo serían igual de malvados como aquellos que lo invitaron a Chile. De esta forma, y gracias a la triquiñuela de la falacia de asociación,[2] Friedman es la figura obvia y el puente retórico o el cliché más utilizado en Chile para tratar de criticar al liberalismo y al modelo de desarrollo imperante, y así erigir un hombre de paja al cual tratar de pasarle luego la retroexcavadora.[3]

De la misma forma, hay algunos críticos que usan la figura de Friedman, y al Departamento de Economía de Chicago en general, para hacer generalizaciones infundadas y criticar al liberalismo por su presunta naturaleza «economicista»; en donde el mercado supuestamente predominaría por sobre lo político o social, sosteniendo así que el mercado es el orden social que debería prevalecer en la sociedad y así expandirse para dominar toda interacción social. Sin embargo, esta observación es equivocada y refutada por toda la teoría económica e institucional, que establece que son siempre la política, la sociedad y las leyes los elementos que dominan —y dan forma a— el orden económico.[4] Es más, dicho presunto «fetichismo de mercado» es una visión reductivista de lo social que ningún liberal a lo largo de la historia ha sostenido seriamente.[5]

Por lo demás, dicha crítica es típica de grupos conservadores y de izquierda, que no advierten cómo funcionan las instituciones y la economía política en la práctica. No obstante, estos utilizan dicha idea para promover la imagen de que el liberalismo no sería nada más que un «fundamentalismo de mercado», o bien, un simplista «liberalismo económico», en donde solo se busca la privatización y la expansión de la libertad económica a prescindir de las libertades sociales, políticas o de las minorías y del florecimiento humano en general. Todo esto es un profundo error, pues el liberalismo es una doctrina reformista que promueve la emancipación del ser humano en contra, primero, del dominio del feudalismo, y de otras formas de dominación después. Es, además, por medio de la emancipación de tales ataduras que el ser humano logra alcanzar su florecimiento y la sociedad conseguir el pluralismo y la tolerancia a través de la protección del ciudadano y de la libertad de asociación, elementos que caracterizan a una sociedad liberal.[6]

Es posible sostener que la culpa de toda esta obsesión con Friedman, que ha contribuido bastante a construir una visión empobrecida y simplista del liberalismo, no es exclusiva de sus críticos, sino que también de los mismos liberales. Pues bien, la mayoría de los liberales en Chile después de la década de los 70’ han sido en su gran mayoría economistas técnicos o macroeconomistas, muchos de ellos entrenados en la Escuela de Chicago. Así, por ejemplo, la Facultad de Economía de la Universidad Católica de Chile ha tenido en sus filas a varios economistas entrenados en Chicago, como Rolf Lüders, Francisco Rosende y Sergio de Castro, entre otros. Varios de ellos, además, participaron en la administración económica del país durante la dictadura, lo cual hace mucho más difícil separar, en el contexto nacional, las aguas conceptuales entre liberalismo, economicismo y dictadura en nuestro país.

De hecho, en el 2014 estos economistas editaron un amplio volumen honorando las contribuciones de Milton Friedman,[7] y en el 2013 otro extenso volumen celebrando las contribuciones de la Escuela de Chicago y su realización fáctica en Chile, por medio de la implementación de sus ideas «desde el gobierno y la academia» al resto del país.[8] Es interesante notar que, pese a que en estos dos volúmenes —que conforman más de 600 páginas acerca de Friedman y Chicago—, se le haya dado un escaso espacio de reflexión a la teoría política y a la filosofía social liberal, a la relación entre mercados y sociedad, y a otros conceptos de libertad más amplios que «la libertad de elegir como consumidor». Si hasta el mismo Hayek, quien dictaba clases en la Universidad de Chicago —pero no en la Facultad de Economía—, es raramente utilizado como referente para la reflexión acerca de problemas económicos, democráticos y sociales, pese a sus importantes contribuciones en todos esos asuntos.[9]

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«un liberalismo vigoroso y no empobrecido no puede ser reducido a simples recetas tecnocráticas de liberalización económica y al mero free to choose en el mall. De esta forma, la siguiente frase de Hayek es atingente (…): “Nadie puede ser un gran economista si sólo es economista, e incluso estoy tentado de añadir que el economista que sólo es economista es probable que se convierta en una molestia, cuando no en un peligro real”»

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Se podría quizás justificar a estos economistas diciendo que son simplemente técnicos: que escriben acerca de liberalización macroeconómica y política monetaria y que, por ende, dada su especialidad, se justificaría su acotado foco a los aspectos estrictamente macro asociados con el liberalismo económico. En otras palabras, por formación (o deformación, si se quiere) de técnicos, es quizás entendible que la gran mayoría de los liberales en Chile, durante casi tres décadas (1980-2000), se hayan focalizado solo en los aspectos económicos y en los datos macro, asociados con el liberalismo de la Escuela de Chicago; desatendiendo otros aspectos del liberalismo, como la sociedad civil, su rol en el producción de bienes colectivos, la ética y la moral que promueven un sistema de capitalismo sustentable y cómo fortalecer una democracia liberal. Todos estos han sido, por lo demás, temas clave para el liberalismo al menos desde Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill.[10]

No obstante, un liberalismo vigoroso y no empobrecido no puede ser reducido a simples recetas tecnocráticas de liberalización económica y al mero free to choose en el mall. De esta forma, la siguiente frase de  Hayek es atingente, no solo para ilustrar la pobreza del liberalismo nacional post década de los 80 —concentrado únicamente en la macroeconomía y la tecnocracia—, sino que también para superar la estrecha concepción del liberalismo y la libertad asociada con aquellos economistas de Chicago: «Nadie puede ser un gran economista si sólo es economista, e incluso estoy tentado de añadir que el economista que sólo es economista es probable que se convierta en una molestia, cuando no en un peligro real»[11].

Se necesita mucho más que la técnica económica y una planilla Excel para ser un buen economista y, también, se necesita mucho más que la mera técnica económica y un conjunto de tecnócratas de Chicago para poder sostener al liberalismo a nivel cultural, moral y social. Así las cosas, una de las paradojas del liberalismo en Chile es que por muchas décadas se defendió y se formuló sólo una visión deslucida de este, a través de la economía neoclásica, que fue el imperio de la tecnocracia de un grupo de economistas «planificadores» de Chicago.[12] El resultado está hoy a la vista en nuestro país y en las ruinas de lo poco que queda del proyecto tecnocrático de los Chicago Boys. Es por todos estos motivos que el liberalismo en Chile debe reformularse a nivel intelectual, enriqueciéndose a través de la economía política, la filosofía moral, la sociología y la interdisciplinariedad entre las ciencias sociales; de lo contrario, este será siempre un edificio programático diseñado por una élite y, en consecuencia, tendrá pies de barro. En simple, debemos superar a Milton Friedman y apuntar a eso que llamaremos hacia un nuevo liberalismo humanista y hacia una economía política mainline en la tradición de Adam Smith.

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La Economía Política Mainline como piedra angular

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Una de las tendencias más interesantes de las últimas décadas a nivel intelectual es el hecho de que el liberalismo contemporáneo se ha desvinculado casi completamente de la economía neoclásica (maximizar utilidades), del monetarismo de Chicago, y de sus figuras más predominantes como Gary Becker, George Stigler y Milton Friedman. Esta doctrina ha comenzado a nutrirse, en cambio, de la filosofía política,[13] la historia, la antropología y las ciencias humanistas[14], y la economía política inspirada en la Ilustración escocesa.[15]

El economista Peter Boettke, por ejemplo, construyendo sobre las ideas de Kenneth Boulding, ha recientemente propuesto el término Mainline economics para referirse a un tipo particular de economía política que debería ser uno de los pilares del liberalismo contemporáneo.[16] En simple, la tradición Mainline se contrapone al Mainstream, y «se define como un conjunto de proposiciones positivas, descriptivas del orden social, que han sido compartidas desde Smith hasta nuestros días. En cambio, la corriente principal de la economía [mainstream] es un concepto sociológico, relacionado con lo que actualmente está de moda entre la élite científica de la profesión económica».[17] La tradición mainline busca entonces avanzar y profundizar las importantes proposiciones realizadas por los filósofos morales escoceses como Smith, Hume y Ferguson en torno a la imperfecta naturaleza humana y a las instituciones que promueven el bienestar social y la cooperación pacífica entre individuos libres. Como bien advertía Lord Acton, con relación a aquello que vale la pena y aquello que no vale la pena en el pensamiento político-económico: «Pero no es el movimiento popular, sino el viaje de las mentes de aquellos hombres que se sientan en la silla de Adam Smith lo que es realmente serio y digno de toda atención».[18]

De esta forma, existen cuatro proposiciones clave[19] con respecto a la naturaleza de la acción humana y el papel de las instituciones que la economía política liberal (mainline) adopta y promueve: 1) existen límites a la benevolencia y la bondad de los individuos, por lo que, como sociedad, enfrentamos restricciones respecto a cuánto podemos confiar o depender de la benevolencia de otros; de esta forma, 2) los individuos enfrentan serios problemas y limitaciones tanto de incentivos como de información (i. e., límites de intereses, cognitivos y epistémicos) a la hora de cooperar y negociar en el mundo social. 3) Para poder superar las limitaciones de la naturaleza humana descritas, los individuos dialogan y cooperan para establecer instituciones formales e informales que guían y dirigen las actividades humanas hacia la cooperación (instituciones inclusivas) o hacia el conflicto (instituciones extractivas). Dadas estas tres proposiciones podemos comprender que: 4) el orden social y la cooperación pueden sostenerse a través de órdenes espontáneos y la cooperación es posible sin un centro definido y hegemónico de poder (i.e., sin una dirección central).[20]

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«el liberalismo es una doctrina reformista que promueve la emancipación del ser humano en contra, primero, del dominio y del feudalismo, y de otras formas de dominación después. Es, además, por medio de la emancipación de tales ataduras que el ser humano logra alcanzar su florecimiento y la sociedad conseguir el pluralismo y la tolerancia a través de la protección del ciudadano y de la libertad de asociación, elementos que caracterizan a una sociedad liberal»

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Estas proposiciones en torno a la imperfección de la naturaleza humana, el valor de la cooperación y la acción colectiva, el rol fundamental de las instituciones y las reglas en un contexto dado, deberían transformarse en los pilares del liberalismo contemporáneo; [21]en vez de postular mundos idealizados en donde los individuos son seres perfectamente racionales, maximizadores de utilidad, y pretender que el mercado es siempre una institución perfectamente eficiente, libre de costos de transacción y que, por ende, este debería ser autónomo (i. e., autogobernado) y no necesita entonces de otros soportes institucionales adicionales. De hecho, como bien lo ha expuesto el economista David Colander, la Escuela de Economía de Chicago abandonó los postulados del liberalismo clásico y de la economía política mainline, para abrazar el mundo estéril y ficticio del paradigma neoclásico, con el fin de ganar argumentos maniqueos dentro de una intensa guerra ideológica, dañando con ello profundamente la relación entre economía política y liberalismo.[22]

Dicho de otra manera, la mera liberalización de los mercados y la expansión de la libertad económica no son condiciones suficientes para hablar de un renacimiento del liberalismo en Chile, ni programático ni intelectual. Esto no quiere decir que la libertad económica no sea un elemento esencial para la expansión del bienestar material de las personas y el florecimiento humano.[23] En otras palabras, lo ocurrido en Chile en las décadas de los 80-90 no sería un renacimiento ni cultural ni intelectual del liberalismo, sino que más bien una contrarrevolución de la «planificación tecnocrática y económica», de orden pragmático, que buscaba la privatización y el uso de los mercados para tratar de establecer un poco de orden y eficiencia económica a un país devastado y económicamente caótico. Al parecer, el ser un tecnócrata pragmático en Chile basta como condición para ser proclamado como un «liberal clásico», por un lado, o un «malévolo neoliberal» por el otro. Como hemos visto en este ensayo, ambas visiones son equivocadas.

Con todo, la economía política que debería ser la piedra angular del liberalismo contemporáneo sostiene que, al confiar en las reglas de conducta e instituciones emergentes e ideadas por los seres humanos, los individuos falibles (que poseen tanto capacidades como limitaciones) pueden trabajar juntos para establecer así incentivos y procesos de generación de información que les permitan obtener objetivos tanto individuales como colectivos. Todo esto sin la necesidad de una dirección central o de un burócrata benevolente. De esta visión menos idealizada y menos ideológicamente sesgada de la economía política se pueden derivar dos implicancias normativas que guían al liberalismo humanista.

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Más allá de la idolatría del mercado y del Estado

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Primero, las instituciones (i. e., el conjunto de reglas y normas específicas) que gobiernan las interacciones de los individuos, tanto en la política y la sociedad civil como en el mercado, importan más que la naturaleza imperfecta del ser humano, ya que de esta forma podemos reconocer que los individuos son imperfectos siempre, tanto en la política como en el mercado y, en consecuencia, lo realmente importante es comparar las instituciones (e. g., burocracias, empresas, mercados, sociedad civil, etc.) como realmente son, examinando si estas son capaces de guiar correctamente los incentivos y establecer las penalizaciones adecuadas, como además proporcionar la información necesaria para que los actores tomen decisiones que produzcan bienestar social y relaciones mutuamente provechosas.[24]

Esta visión reconoce un punto esencial de la economía política resaltado por el Nobel de Economía Ronald Coase: [25] que todas las instituciones son imperfectas y cada institución o solución posee costos de oportunidad y riesgos y que, por lo tanto, no deberíamos idealizar ni al mercado ni al Estado en nuestro análisis, sino que más bien compararlos como realmente son en búsqueda de alternativas factibles (pero jamás perfectas) y reformas que beneficien a las personas. Lo anterior se conoce como el análisis institucional comparado y conduce a la prevención de tratar de evitar la falacia del Nirvana.[26] En simple, este liberalismo humanista parte reconociendo que no existen las panaceas o una única solución (e. g., el mercado) que sea siempre la mejor respuesta a todos nuestros problemas.[27] De esta manera, reconocemos que el mercado (y la privatización) no es (ni debería ser) siempre la única solución a todo: el mercado, los empresarios y las empresas son imperfectos (al igual que los agentes del Estado) y, por consiguiente, los mercados poseen límites y riesgos respecto de aquello que nos pueden ayudar a resolver como sociedad.[28] Para esta visión del liberalismo entonces, el mercado no es —ni debería ser— el único centro de orden y de cooperación social factible, y su expansión no debería ser necesariamente un fin en sí mismo.[29]

Todo lo anterior no significa que los mercados y la privatización no sean buenos aliados en la expansión de libertad, autonomía y en la generación de bienestar,[30] pero debemos estar atentos a sus imperfecciones, costos alternativos, y a cómo regularlos de manera correcta, ya que estos no son una panacea a todos nuestros problemas. Dicho de otra forma, no podemos ser ideológicamente miopes frente a la compleja realidad del orden social, que es mucho más rico que la mera privatización y estatización de nuestras actividades tanto comerciales como sociales. De manera análoga, esto deja también espacio para reconocer que el Estado puede cumplir un rol positivo y clave en el buen funcionamiento del orden económico-social —a través de reformas institucionales y mejores regulaciones— y, por lo tanto, el Estado puede ser utilizado para el beneficio de la sociedad en concomitancia con el uso de los mercados.[31] Como bien lo reconociera el Premio Nobel de Economía Douglas North[32] cuando indicó que el Estado, con su capacidad para definir y hacer cumplir leyes y los derechos de propiedad, puede proporcionar el mayor impulso para el desarrollo económico y el mejoramiento de la humanidad, pero este también puede ser la mayor amenaza para el desarrollo y el progreso humano a través de su capacidad depredadora y clientelar. Un buen Estado, entonces, es crucial para el buen funcionamiento de los mercados y de una sociedad moderna y compleja, pero bien podría convertirse en un arma de doble filo sin los contrapesos adecuados de los privados y de la sociedad civil.[33]

Segundo, esta visión del liberalismo reconoce que lo colectivo y lo cooperativo van mucho más allá del mercado, así como también que lo público debe ir mucho más allá de lo estrictamente estatal. Esto rechaza el espejismo de las construcciones intelectuales abstractas, que pretenden reducir todo lo público a lo privado o viceversa. El ideal final del liberalismo humanista debe ser una sociedad pacífica que busque tanto fomentar la auto-gobernanza, la libertad de asociación y de autonomía, y la cooperación de los individuos y sus grupos, como minimizar los espacios de dominio, explotación y discriminación que existan entre estos.[34] De esta forma, autores como Hayek, Ostrom y Buchanan mantienen vivo el ideal liberal de una sociedad predominantemente voluntaria, autogobernada, cooperativa y contractualista, oponiéndose a la visión reduccionista del orden social, la cual presupone que el Estado o el mercado son la única fuente posible y defendible del orden y del bienestar social.

Al poner el foco en las instituciones imperfectas y en un pluralismo institucional alejado del fundamentalismo estatal o de mercado, esta visión reconoce que existe una multiplicidad de arreglos civiles y múltiples derechos de propiedad, que van más allá de los mercados estrechos y que son perfectamente compatibles con el ideal liberal de una sociedad voluntaria y autogobernada. Como lo evidencia el trabajo de Ostrom[35] acerca del cómo las comunidades locales pueden manejar la propiedad y los recursos en común mediante la elaboración de reglas y normas, a veces el arreglo de derechos de propiedad que funciona mejor no es necesariamente ni el de los derechos de propiedad individuales (i. e., la privatización in extremis), ni el de la propiedad estrictamente estatal. Es decir, existen posibilidades de florecimiento humano y de bienestar que van mucho más allá que el de los mercados y el Estado y, por consecuencia, es menester del liberalismo el fomentar la pluralidad institucional en la medida en que esta permita promover la cooperación, la autogobernanza y las organizaciones voluntarias que expandan lo público y las virtudes cívicas. En palabras de Ostrom:

 

«Muchas prescripciones de políticas no son en sí mismas más que metáforas. Tanto los centralizadores como los privatizadores defienden con frecuencia instituciones idealizadas, excesivamente simplificadas (de manera paradójica, casi instituciones sin institución).  […] Una importante lección que se aprende al analizar el crecimiento de la cantidad de estudios sistemáticos de académicos asociados con el Nuevo Institucionalismo es que estos detalles institucionales son importantes».[36]

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Conclusiones para un liberalismo post-Chicago

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Todo lo anterior nos permite escapar de la dicotomía estéril que caracterizó al debate económico de la Guerra fría: una pugna ciega por expandir el Estado (a través de un Estado de Bienestar hipertrofiado y omniabarcante) o expandir, a cualquier costo para la sociedad, el mercado a través de oligopolios protegidos y mal diseñados.[37] Esta lógica dicotómica sigue, lamentablemente, definiendo (o empobreciendo) el debate acerca de lo público y lo privado en nuestro país. Dicho de otra manera, esta forma de liberalismo rechaza la idea de que la búsqueda estrecha del interés personal sea condición suficiente para sustentar una sociedad buena y una economía saludable. Por el contrario, el liberalismo humanista sostiene que una sociedad buena es viable solo en la medida en que se promueven las virtudes públicas, la autonomía personal y el florecimiento humano a través de la libertad de asociación y la diversidad institucional.[38] Así las cosas, la sociedad buena es un orden dinámico, emergente e indeterminado: aquella sociedad que está basada en la tolerancia, la experimentación y en la diversidad institucional, con el objetivo de poder ir descubriendo —a través de instituciones de la sociedad civil, del mercado u otras estructuras voluntarias— aquellas formas que mejor promuevan nuestros objetivos y respondan a nuestras inquietudes.[39]

Como hemos visto, para esta forma de liberalismo el objetivo básico es la coexistencia pacífica de distintas asociaciones y de distintas visiones de la vida buena. En su forma más avanzada, la sociedad liberal debería ser un sistema tolerante de formas pluralistas de florecimiento y la promoción de los regímenes institucionales apropiados asociados con estos. Esta es la versión más robusta y menos maniquea de un sistema liberal:  un sistema inclusivo, igualitariamente democrático, promotor de las virtudes cívicas y, por sobre todo, pluralista.[40]

Para cerrar con una perentoria observación, para el economista Peter Boettke, los principales exponentes de esta economía política mainline, heredera de Adam Smith, son los siguientes Premios Nobel de Economía: F. A. Hayek, James M. Buchanan, Ronald H. Coase, Douglass C. North, Vernon L. Smith y Elinor C. Ostrom.[41] Serían estos, según Boettke, y no los economistas de Chicago, los verdaderos herederos de Smith y de la economía política que debería sustentar al liberalismo del futuro y que hemos expuesto en estas líneas. Dicho en simple, y a manera de cierre, lo que para al liberalismo contemporáneo es el corazón del asunto y la raison d’être de la economía política, para los economistas de Chicago es una mera nota al margen y, por lo tanto, su mayor punto ciego o talón de Aquiles.

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[1] El concepto de «neoliberalismo» es hoy tan difuso y tan omniabarcante, pero a su vez tan poco claro, que al tratar de explicarlo todo, termina por no explicar nada. Es decir, termina siendo un término vacío (casi un insulto) que se usa a discreción, con el objetivo de desestimar rápidamente ideas o políticas públicas contrarias a las que uno cree convenientes. El neoliberalismo «se ha convertido en un término profundamente problemático e incoherente que tiene significados múltiples y contradictorios y, por lo tanto, ha perdido valor analítico», Venugopal, R. (2015). «Neoliberalism as concept». Economy and Society, 44 (2): 165-187. Para ver una crítica conceptual al concepto de «neoliberalismo» ver: Boas, T. y Gans-Morse, J. (2009). «Neoliberalism: From New Liberal Philosophy to Anti-Liberal Slogan». Studies in Comparative International Development, 44: 137–161.

 

[2] La falacia por asociación es un error de razonamiento que sostiene que las cualidades de uno son intrínseca o esencialmente cualidades de otro simplemente por mera asociación. Es una falacia en la que se afirma que las cualidades de una persona específica se corresponden con las de un grupo, mediante una relación intrascendente, como lo es el caso entre liberalismo, Friedman y Pinochet.

 

[3] La falacia del hombre de paja es una falacia a través de la cual se da la impresión de refutar un argumento, pero que en realidad se hace solo a través de una tergiversación o de ideas que no van en línea con la argumentación de fondo, por lo que este no se refuta debidamente.

[4] Por problemas de espacio no exploraremos este tema en detalle. Para una refutación extensa de esta idea consultar: Paniagua, P. (2021). Atrofia: Nuestra Encrucijada y el Desafío de la Modernización. Santiago: RIL Editores.

 

[5] Hayek, F.A. (2021). Essays on Liberalism and the Economy. Chicago: Chicago University Press.

 

[6] Mill, J. S. (2013). Sobre la libertad. Madrid: Alianza Editorial. Véase también, Hayek, F. A. (2009). Individualismo: el verdadero y el falso. Madrid: Unión Editorial.

[7] Ver Lüders, R. y Rosende, F. (Eds). (2014). Milton Friedman: La vigencia de sus contribuciones. Santiago: Ediciones UC.

 

[8] Ver Rosende, F. (Ed.). (2016). La Escuela de Chicago. Segunda Edición. Santiago: Ediciones UC.

 

[9] De hecho, Leónidas Montes ha señalado que F. A. Hayek tuvo un escaso (quizás hasta nulo) impacto en el pensamiento político y económico durante la dictadura en Chile. Ver: Caldwell, B. y Montes, L. (2015). «Friedrich Hayek y sus dos visitas a Chile». Estudios Públicos, 137: 87-132.

 

[10] Mill, J. S. (2019). Consideraciones sobre el gobierno representativo. Madrid: Alianza Editorial.

[11] F. A. Hayek (2015). Estudios de Filosofía, Política y Economía. Madrid: Unión Editorial, Capítulo 8, «El dilema de la especialización».

 

[12] Para un análisis crítico que explora la relación entre la tecnocracia económica, el autoritarismo y la planificación de la liberalización en Chile consultar: Rumié, S. (2019). «Chicago Boys en Chile: neoliberalismo, saber experto y el auge de una nueva tecnocracia». Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, 64 (235): 139-164.

[13] Véase: Cowen, N. (2021). Neoliberal Social Justice: Rawls Unveiled. Edward Elgar; Kukathas, C. (2022) [2003]. El Archipiélago Liberal. Santiago: Fundación Para el Progreso, y Tomasi, J. (2012). Free Market Fairness. Princeton University Press.

 

[14] Véase: McCloskey, D. (2020). Bettering Humanomics. Chicago University Press, y Mokyr, J. (2016). A Culture of Growth: The Origins of the Modern Economy. Princeton University Press.

 

[15] Smith, V. y Wilson, B. (2019). Humanomics: Moral Sentiments and the Wealth of Nations for the Twenty-First Century. Cambridge University Press.

 

[16] Boettke, P., Haeffele, S. y Storr, V. (2016). Mainline Economics: Six Nobel Lectures in the Tradition of Adam Smith. Mercatus Center.

 

[17] Boettke, P. (2013). Viviendo la economía: ayer, hoy y mañana. UFM, p. 18.

 

[18] Herbert, P. (1904). Lord Acton: Letters of Lord Acton to Mary Gladstone. George Allen, p. 212.

 

[19] Ver Boettke, P., Haeffele, S. y Storr, V. (2016). Mainline Economics, p. 4.

[20] Referente a este tema crucial de la posibilidad del orden social sin un centro hobbesiano de poder consultar: Paniagua, P. y Vergara, A. (2022). «Gobernanza policéntrica y la crisis de la democracia liberal». Estudios Públicos, en prensa.

 

[21] Estas proposiciones fueron expuestas de manera lúcida por E. Ostrom a lo largo de toda su carrera. Véase: Ostrom, E. (1998). «A Behavioral Approach to the Rational Choice Theory of Collective Action». American Political Science Review, 92 (1): 1-22.

 

[22] Colander, D., y Freedman, C. (2019). Where economics went wrong: Chicago’s abandonment of classical liberalism. Princeton, NJ: Princeton University Press.

 

[23] Sen, A. (2000). Desarrollo y libertad. Buenos Aires: Editorial Planeta.

[24] Véase: Ostrom, E. (2000). El Gobierno de los Bienes Comunes. México: FCE, Capítulo 1.

 

[25] Coase, R. (1994). Essays on economics and economists. Chicago: Chicago University Press.

[26] La falacia del Nirvana es un error de carácter lógico que se comete al tratar de comparar cosas imperfectas —pero reales— con alternativas idealizadas. Este ejercicio presenta una falsa dicotomía: presenta una opción ideal que es a priori y evidentemente ventajosa, pero que es, simultáneamente, inverosímil e inalcanzable. Utilizando esta falacia, se puede vilipendiar cualquier institución real por el mero hecho de ser imperfecta y de compararla contra algo idealizado. Véase: Demsetz, H. (1969). «Information and Efficiency: Another Viewpoint». Journal of Law and Economics, 12: 1-22.

 

[27] Ostrom, E. (2007). «A Diagnostic Approach for Going beyond Panaceas». PNAS, 104 (39): 15181-15187l.

 

[28] Existen ejemplos que constatan cómo la privatización y parcelación de áreas comunes ha generado pérdidas de bienestar social y destrucción de riqueza, sugiriendo que debemos tener cuidado con las recetas universalistas de «privatización» para todos los problemas sociales. Véase: Leeson, P. y Harris, C. (2018). «Wealth-destroying private property rights». World Development, 107: 1-9.

 

[29] Hayek, F. A. (1966). «The Principles of a Liberal Social Order». Il Politico, 31 (4): 601-618.

 

[30] Véase Peña, C. (2017). Lo que el dinero sí puede comprar. Santiago: Taurus.

 

[31] Hodgson, G. (2015). Conceptualizing Capitalism. Institutions, Evolution, Future. Chicago: Chicago University Press.

[32] North, D. (1981). Structure and Change in Economic History. Nueva York: W. W. Norton & Co.

 

[33] Acemoglu, D. y Robinson. J. (2019). El pasillo estrecho: Estados, sociedades y cómo alcanzar la libertad. Barcelona: Deusto.

 

[34] Para entender en profundidad esta visión cooperativa y no discriminatoria del ideal liberal-democrático véase: Hayek, F. A. (2009). Individualismo: el verdadero y el falso. Madrid: Unión Editorial; y, Buchanan, J. y Congleton, R. (1998). Politics by Principle, Not Interest: Towards Nondiscriminatory Democracy. Cambridge University Press.

 

[35] Para una revisión del trabajo de E. Ostrom véase su conferencia de recepción del Premio Nobel: Ostrom, E. (2014). «Más allá de los mercados y los Estados: gobernanza policéntrica de sistemas económicos complejos». Revista Mexicana de Sociología, 76: 15-70.

[36] Ostrom, E. (2000). El Gobierno de los Bienes Comunes, p. 53.

 

[37] Rajan, R. (2019). The Third Pillar: How Markets and the State Leave the Community Behind. Penguin Press.

 

[38] Aligica, P., Boettke, P. y Tarko, V. (2019). Public Governance and the Classical-Liberal Perspective. Oxford University Press.

[39] Kukathas, C. (2022) [2003]. El Archipiélago Liberal. Santiago: Fundación Para el Progreso.

 

[40] Para ver reflexiones recientes acerca del liberalismo humanista véase: 1) McCloskey, D. (2020). Por qué el liberalismo funciona. Barcelona: Deusto. 2) Smith, V. y Wilson, B. (2019). Humanomics. Cambridge University Press. 3) Boettke, P. (2021). The Struggle for a Better World. Virginia: Mercatus Center. 4) Cowen, N. (2021). Neoliberal Social Justice. Edward Elgar.

 

[41] Boettke, P., Haeffele, S. y Storr, V. (2016). Mainline Economics. Mercatus Center.