Dejemos de ocupar el término neoliberalismo. Esta es la propuesta de Fernando Claro, quien argumenta en este texto que el concepto «neoliberal» no solo tiene contornos difusos —y a veces contradictorios—, sino que es usado principalmente como caricatura sin significado para denostar al rival de turno. Más aún, a diferencia de etiquetas políticas estigmatizantes como «facho» y «progre», nadie, ni por reacción reivindicativa, se identifica como «neoliberal». Dejemos de pelear contra fantasmas, entonces, dice el autor, y abandonemos un término inútil por su polisemia y nocivo en tanto exalta la emocionalidad en desmedro de una discusión honesta.
Luego de ganar sus elecciones primarias, el que luego iba a ser el presidente de Chile, Gabriel Boric, dijo que, así como había nacido el «neoliberalismo» en Chile, él mismo, como Presidente, se encargaría de cavar su tumba. Y de enterrarlo, me imagino. ¿A qué se refería Boric con «neoliberalismo»? Quizás sea la ideología que llevó a la aprobación del aborto, tal como dijo el doctor en ciencia política de la Universidad de Rennes, Daniel Mansuy, quien, hablando del Proyecto de Ley que lo aprobaba, dijo que el «neoliberalismo» tenía en el aborto una «de sus manifestaciones culturales más explícitas».[1] ¿O no será que Boric estaba pensando en la liberalización del comercio que permitió a los chilenos importar televisiones y no nos obligaba a fabricarlos? ¿o a la baja de los impuestos de exportación que permitió desarrollar plantaciones antes inexistentes de arándanos? ¿a la combinación política de dictadura y libre mercado —como la China—? ¿al Lollapalooza? ¿a la eliminación de los monopolios del Estado en educación o salud? No se sabe y nunca se sabrá: la palabra «neoliberal» es muy confusa y nadie sabe lo que significa.
Hace unos meses, Ignacio Walker, un político demócrata cristiano con un doctorado en Ciencia Política en la Universidad de Princeton, dijo terminantemente que el «neoliberalismo» no «es ni filosofía ni ciencia, es ideología». Luego continuó y, a pesar de que no explicitó la acepción del término ideología al que se refería —¿el socialismo, el socialcristianismo o el comunismo no son ideologías?—[2] dijo que entre nosotros, los chilenos, el «neoliberalismo» había tomado su forma de «capitalismo autoritario más tortura». Para Walker, entonces, existen otras personas —digamos alguien como yo, que sería un «neoliberal»—, que defenderán un sistema de capitalismo más tortura. ¿Qué hace uno interpelado con alguien que piensa así? No queda nada más que retirarse a pescar pejerreyes.
En ese mismo escrito Walker dice que el «neoliberalismo» es un «reduccionismo economicista», es decir, que reduce la realidad de nuestro mundo a que «la base de la vida social está dada por el individuo… [y entiende] que la sociedad no existe (Margaret Tatcher) y que el Estado es el problema (Ronald Reagan)».[3] Acá, de nuevo Walker, demócrata cristiano epítome de la moderación, se excede. Sin embargo, sobre esto último, creo que vale la pena discutir si es que acaso el individuo (y su familia, y todo tipo de familias) es realmente la base de la sociedad y que esta última «no existiría». Me explayaré en esta idea, porque siempre aparece constantemente en las discusiones que adornan la opinión pública. Cuando Margaret Thatcher dijo «¿Quién es la sociedad? ¡No hay tal cosa como como una sociedad!» ella no se refería que los humanos éramos unos egoístas ermitaños despreocupados del resto, no se refería a la idea de que las comunidades o lazos comunitarios no existiesen.[4] De hecho, dijo lo siguiente, algo completamente contrario: existen «hombres y mujeres individuales, y familias, y el gobierno no puede hacer nada solitariamente, sino solo a través de personas, y las personas se preocupan de ellas antes que todo. Es nuestro deber preocuparnos de nosotros y nuestros vecinos, la vida es recíproca…». Después sigue criticando la idea con la que peleaba:
«Esta idea ha llegado demasiado lejos. Si vemos que los niños tienen un problema, se culpa a la sociedad. No existe tal cosa llamada sociedad, existe una rica y compleja red de hombres, mujeres y diferentes personas y la belleza de esa complejidad y la calidad de nuestras vidas depende de cuán capaces somos de hacernos responsables de nuestras vidas y de mirar a nuestro alrededor y ayudar a quienes han sido desafortunados en esta vida…».[5]
Thatcher se refería entonces a algo completamente distinto y contrario y, además, estaba criticando algo puntual: la martingala retórica-estética de andar culpando de todos nuestros dramas a «la sociedad», cuando es imposible culpar a la sociedad de algo ya que, al no ser una persona natural o jurídica, no tiene agencia, no tiene responsabilidad y no se le puede, por lo tanto, culpar ni castigar. Es un discurso muy común entre quienes predican buenismo por el mundo. Acá en Chile, hace unos meses, por ejemplo, el director del Servicio de Migrantes Jesuita tuvo la desfachatez de culpar públicamente de un asesinato «a la sociedad», cuando este hecho había sido perpetrado por un sicario. ¿Qué sentido tiene tal discurso? Es lo mismo que andar culpando de cualquier drama puntual a ricos, pobres, inmigrantes, judíos o empresarios: solo difumina responsabilidades, llama al odio y, al revés de la prédica buenista, solo incita a destruir sociedades (y la historia lo corrobora).[6]
El resto de las invectivas de Walker son solo caricaturas que nadie medianamente serio debería utilizar para conversar sobre ideologías, revoluciones, teoría política o historia. Por eso es muy deprimente esta moda de analizar la historia del mundo y especialmente de países como Estados Unidos, Inglaterra, Nueva Zelanda o Chile acusando de cualquier mal que los aquejan al «neoliberalismo». Falta que lo acusen de la erupción de los volcanes. Desgraciadamente —y por eso las cito—, las afirmaciones de Walker no están lejos de lo que cree la opinión pública, los políticos, diferentes periodistas y, más desgraciadamente aún, muchos académicos. A los «neoliberales» no le importarían los pobres, no creerían en la función del Estado, estarían a favor de dictaduras, no creerían que exista algo así como la sociedad y tendrían ideologías que los ciegan.
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«A los “neoliberales” no le importarían los pobres, no creerían en la función del Estado, estarían a favor de dictaduras, no creerían que exista algo así como la sociedad y tendrían ideologías que los ciegan»
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Origen y evolución del término
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El término «neoliberalismo» originalmente se creó como respuesta a diferentes fenómenos de inicios del siglo XX europeo: el ascenso del comunismo; la aparición posterior del fascismo y la implantación de un liberalismo «demasiado liberal» durante el siglo XIX y principios del XX.
En el periodo entreguerras, y luego en la posguerra, la ciencia económica aún estaba muy confundida con diferentes fenómenos económicos como la inflación y los ciclos económicos (hoy, un siglo después, se comprenden y manejan mucho mejor).[7] Así, la Gran Depresión de los años 30 y la aparición de periodos de inflación —o incluso hiperinflación—, inició una ola de opinión pública condenando el laissez-faire que había aparecido en respuesta a los controles proteccionistas o políticos propios de las sociedades estratificadas por monarquías, religiones y feudos que habían dominado en el pasado. Se apuntó así al liberalismo como el causante del caos y nació entre los liberales alemanes un término medio entre el liberalismo clásico y el socialismo, algo así como un «liberalismo moderado» que respondía a ese laissez-faire: el famoso «neoliberalismo».[8] Toda esta moderación y reformulación liberal, además, mezcló en sus fundamentos a otras fuentes y referencias, muchas veces relacionadas con las diferentes corrientes ideológicas del cristianismo como el protestantismo, catolicismo, luteranismo y otros. Así, se consolida en Alemania el término «neoliberal» como una nueva ideología con su principal eslogan: la «economía social de mercado». Estos términos fueron acuñados por la escuela económica de Friburgo,[9] y la revista donde iniciaron sus reflexiones fue fundada 1948 —en su comité editorial estaban Alexander Rüstow, Frederick Hayek y Wilheim Röpke, entre otros—.[10] Años antes, en 1938, se habían juntado en París 26 intelectuales para discutir lo que ya venían analizando en otros seminarios en el Institut Universitaire de Hautes Études Internationales de Ginebra: el débil estado del liberalismo, las ideas que lo tenían por los suelos y las amenazas que ascendían como respuesta: el keynesianismo. La reunión fue en Francia por iniciativa de Louis Rougier y se le llamó «Coloquio Walter Lippman» en referencia al desafío que había impuesto este intelectual en su libro The Good Society, recientemente traducido al francés y publicado allá.[11] Habría sido ese Coloquio donde Alexander Rüstow acuñó el término «neoliberalismo» y esa junta sería la semilla de lo que después fue la Sociedad Mont Pèlerin.[12] Años más tarde por ejemplo, en 1955, Ludwig Erhard —parte de la Escuela de Friburgo y miembro de la Sociedad Mont Pèlerin— ya era reconocido en un trabajo académico como el «vocero del credo de los neo-liberales en la política alemana y europea».[13] Erhard, en esa época ministro de Economía de Alemania, terminaría siendo el constructor del «Milagro alemán» como Canciller años después.[14] Hoy, ¿se le considera también un «neoliberal» o a Alemania la cuna del «milagro neoliberal»?
El «neoliberalismo» es considerado hoy día entonces como un término que describiría algo muy poco relacionado a lo que realmente significaba en su origen: hoy es cualquier cosa menos un liberalismo moderado, humanista o religioso. Y peor aún: nunca ha sido utilizado por alguien, o por una escuela de pensamiento, para definirse ellos mismos en algún espectro intelectual o ideológico. Si para algo se utiliza esa palabra hoy en día es para criticar a alguien, algún hecho, u fenómeno, o para explicar cualquier «hecho negativo y radical».[15] Antes, por ejemplo, incluso durante los 60, 70 u 80, si alguien hacía alusión a esa política o ideología, se hacía de manera descriptiva y racional, refiriéndose a esa nueva escuela liberal identificada con Rüstow, Erhard y Hayek, pero nunca de manera peyorativa o como un término vacío de significado o algo simplemente insultante.[16]
Luego de esa época, identificando el término con la fundación de la Sociedad Mont Pèlerin y la obra de los intelectuales alrededor de ella —entre los que estaban, además, Karl Popper, Michael Polanyi, Bertrand de Jouvenel, Milton Friedman, Ludwig von Mises, Frank Knight, entre otros—,[17] ocurre el deterioro del concepto: en la década de los 80 se empieza a utilizar de modo más claramente asimétrico: es utilizado solo por quienes lo criticaban y lo asociaban a algo radical y malvado, mientras que nunca era utilizado por quienes defendían el libre mercado. Las reformas económico-sociales realizadas bajo la dictadura de Pinochet —en base a las ideas de la escuela económica de la Universidad de Chicago y a través de los llamados Chicago Boys— se empezaron a relacionar al término «neoliberalismo»,[18] y desde ahí en adelante también a las «revoluciones» liberales-conservadoras de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Inglaterra —esto último exacerbado estéticamente por la conocida influencia de Hayek en ella—.[19]
Dos académicos, Taylor Boas y Jordan Gans-Morse, analizaron textos chilenos publicados entre los años 63 y 73, y mostraron que ningún defensor del libre mercado se autodefinió como «neoliberal» y solo habrían utilizado la palabra para referirse —correctamente, para quien cree algo en la ciencia—, a las ideas que rodeaban a la escuela económica de Friburgo. Por el contrario, pero expandiendo ya la búsqueda a los años 80, sí se empezó a utilizar muchas veces por quienes querían criticar todas las reformas de Pinochet —aunque más claramente las reformas o políticas que nada tenían que ver con la economía—. Prácticamente nunca la utilizaron los defensores del libre mercado.[20] Según estos autores, lo sucedido acá en Latinoamérica es el lugar y la razón de por qué ocurrió este cambio inútil del concepto, pasando a perder todo sentido: desde tener un significado puntual pasó a significar cualquier cosa y, al final, algo negativo, un mero insulto. Quizás, y muy probablemente, por haber tenido la apertura de los mercados un protagonismo en un Chile en dictadura. A pesar de las confusiones que genera el término, todo lo ocurrido en Chile se relaciona con la conspiranoide idea de perjudicar a los pobres y a los más necesitados en beneficio de las clases acomodadas, pero se les olvida decir que la pobreza disminuyó desde más de un 50% durante los 80 a menos del 10% en los albores del 2020,[21] que la inflación fue mantenida a niveles promedio del 3% después de 1989 cuando se hizo autónomo el Banco Central y se concentró en controlarla — mientras en Latinoamérica siguió disparada —; que la educación escolar, pública y privada, pasó a ser la mejor de Latinoamérica, superando a los países punteros de la región;[22] y los «años neoliberales» han sido un éxito en cualquier otro índice sociocultural que cualquiera se pueda imaginar —incluso desigualdad—,[23] especialmente comparado con los países similares, convirtiéndolo en el país más desarrollado y con mejor calidad de vida de la región según el PNUD —cuando en el pasado era un país inestable políticamente, pobre y una mediocre calidad de vida relativa—.[24]
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Entonces, ¿sirve usarlo o no?
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La palabra «neoliberalismo» simplemente colapsa. Además de nunca ser utilizada por personas que abracen el libre mercado o el liberalismo, esta palabra, después de los años 80’s, dice el académico Rajesh Venugopal, «pasó de ser un término esotérico, apenas utilizado, y si es que, solo por economistas, a ser uno de los más utilizados términos en las más diferentes ciencias sociales menos en economía».[25] Otro estudioso del término, John Clarke, dijo que se encontró con la siguiente lista de prácticas, lugares, instituciones y otros, que se les consideraba como «neoliberales»:
«Estados, espacios, lógica, técnicas, tecnologías, discursos, ámbito discursivo, ideologías, forma de pensar proyectos, agendas, programas, índices de gestión gubernamental, regímenes, desarrollos, desarrollo étnico, imaginarios de desarrollo, formas de control globales, políticas sociales, multiculturalismo, culturas de fiscalización, técnicas de gerencias, reestructuración, reformas, privatizaciones, ámbitos regulatorios, gobernanzas, buenas gobernanzas, ONG´s, tercer sector, sujetos, subjetividades, individualización, profesionalización, normalización, lógicas de mercado, cálculos de mercado, desestatización del gobierno, desgobernación del Estado».[26]
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«(…) nació entre los liberales alemanes un término medio entre el liberalismo clásico y el socialismo, algo así como un “liberalismo moderado” que respondía a ese laissez-faire: el famoso “neoliberalismo”»
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Clarke advierte que esta lista no es exhaustiva, pero es «una lista impresionante incluso para un concepto ya considerado omnipresente y promiscuo».[27] Y claramente no es exhaustiva. Basta citar un nuevo texto que analiza las producciones cinematográficas de moda que tratan el narcotráfico latinoamericano: unas servirían de «crítica social al neoliberalismo contemporáneo o la disolución de los derechos de los ciudadanos», mientras que otras se quedarían en «algo opuesto a la idea más aceptada del mundo de los narcos como algo glamoroso y festivo». Bastante lejos llegamos.[28]
A esto llegó el uso y abuso del término «neoliberal»: más allá de lo ocurrido en Chile, Inglaterra, Nueva Zelanda o Australia; el lucro; el Consenso de Washington; unas políticas macroeconómicas puntuales; la defensa de ideas que favorecen «la dominación de las grandes multinacionales» (¿?)[29] o algo relativo a las ideas de poder o conspiraciones a la Gramsci, Marx y Foucault. Dos influyentes e importantes académicos, Alfredo Saad-Filho y Deborah Johnston, dicen, por ejemplo, que el «neoliberalismo» es un sistema hegemónico que promueve la explotación de la mayoría de las personas por una «minoría global, cuyo sistema global de poder saquea países y destruye la naturaleza». El «neoliberalismo», continúan, habría de ser un fenómeno tan evidente, que sería muy fácil «reconocer a la bestia cuando conquista nuevos territorios, pisotea a los más pobres, debilita los derechos de las personas y logra someter a la resistencia mediante una combinación de presiones económicas, políticas, legales, ideológicas y sobre la prensa».[30] ¿Qué se puede decir de un sistema, ideología o lo que sea que hace todo lo que estos autores dicen? No conozco absolutamente a nadie que defienda algo así —quizás Genghis Khan, los comunistas o los nazis, no sé—. No sé contra quién o qué pelean estos «académicos» pero lamentablemente estos fantasmas que se inventan no son hechos aislados.
Volviendo a Chile, y para poner ejemplos recientes, el doctor en economía de la Universidad de Chicago (de la misma generación de los Chicago Boys, pero crítico de ellos), Ricardo French-Davis, publicó hace unos meses un libro llamado la Pandemia Neoliberal, título que basta para exponer el insulto que para él implica el término. Él dice que «las políticas económicas impulsadas por el enfoque neoliberal que se globalizó, en especial en el mundo occidental, mere[cen] catalogarse como una pandemia».[31] Nunca explicita muy bien qué sería lo «neoliberal» y solo una vez relaciona el término con el Consenso de Washington, pero, luego de leer su libro, se puede deducir que tiene una obsesiva antipatía hacia la liberalización de las finanzas internacionales y la inexistencia de potentes políticas industriales de parte del Estado.[32]
Críticos algo más sobrios dicen que el «neoliberalismo» es una ideología tecnocrática y economicista, que olvida la política y es incapaz de ver más allá.[33] Muchas veces, sin embargo, también aseguran que el «neoliberalismo» sería una ideología de capital autoritario, que solo se preocupa de proteger a cualquier «clase alta», ya sean los agricultores o el mundo financiero, estableciéndoles así estructuras de dominación y protección con duros arreglos políticos. Esto se contradice con lo primero, ya que eso implicaría fijar un marco político, y hacer política, para luego, dejar en segundo plano, u olvidado, al libre mercado y la técnica.[34] Hay que elegir: o se liberan los mercados para que se importen desde afuera televisiones, trigo y cebada —en beneficio de los consumidores—, o se protege la industria y el trigo —en beneficio de los industriales y terratenientes trigueros—, pero no los dos al mismo tiempo; o se tiene una lógica tecnocrática o una de dominación política de clases, pero no las dos. Hay que decidir entonces si el «neoliberalismo» sería una ideología que busca que «el Estado se retire u otra [ideología] que cree en Estados poderosos», como dice un académico autodenominado de izquierda, Bill Dunn, que llama a nunca más utilizar el término.[35]
Todo esto es similar a una reciente crítica hecha por Noam Titelman, un joven y activo político chileno, candidato a doctor en Métodos de la Investigación Social en LSE, que sostenía que en parte importante el «neoliberalismo» defendería «la preservación de jerarquías ante el asalto de fuerzas que buscan superarlas».[36] Hay que ponerse de acuerdo: o se liberan los mercados permitiendo una economía dinámica con jerarquías permeables o se los controla y limita, haciendo impenetrables las jerarquías económicas y políticas, pero no podemos tener las dos. ¿Dónde es más fácil moverse social, económica y políticamente? ¿En los países que más defienden las libertades individuales o en los más socialistas? ¿En Chile, Estados Unidos y Nueva Zelanda, o en los otros, como Argentina, Bolivia y Nicaragua? No hace falta leer el apartado, «Sociedades estamentales y capitalismo», de uno de los más heréticos «neoliberales», Ludwig Von Mises, para llegar a la respuesta teórica y empíricamente obvia.[37]
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Una paradoja teórica similar le ocurre a quienes critican al «neoliberalismo» en su ámbito tecnocrático: lo critican por sus resultados, por no lograr el bien sociocultural en los países donde se habría llegado. Ellos simplemente no se basan en la evidencia, niegan el éxito de países libres como Chile y Nueva Zelanda para contraargumentar con casuística. Su caso puntual favorito, evitando analizar promedios —como debería hacerse, si se quiere hacer ciencia— es elegir uno que otro tigre asiático, con recursos, historia y geopolítica completamente diferentes a su punto de comparación —como por ejemplo, Corea del Sur—. Luego de eso empiezan a entremezclar otras teorías contradictorias ya que ese «neoliberalismo» occidental sería ahora un nuevo colonialismo de los países desarrollados del norte del hemisferio, el neocolonialismo y sus transnacionales.[38] Así, las elites locales en Latinoamérica u Oceanía, desde victimarios pasarían ser víctimas del globalismo, en una especie de teoría de la dependencia de Presbich-CEPAL de los años 50 y 60 revisitada.[39]
Mención final merece una nueva tendencia de opiniones que relaciona al «neoliberalismo» con algo así como controles antidemocráticos.[40] Además de la antigua crítica tecnocrática al respecto,[41] esto ahora se mezcla con la idea de que las constituciones, limitando al poder y las democracias, están hechas para consolidar el «neoliberalismo». Esta idea, confunde, olvida o ignora —yo ya ni sé qué imaginarme, además de que el análisis debería ser simétrico para cualquier orden constitucional— toda la tradición constitucional desde los griegos en adelante que busca limitar las democracias consagrando derechos y separando poderes —que ahora empieza a llamarse «neoliberal»—.[42]
En fin, toda esta confusión y contradicción con el uso del término lleva a convertirlo en algo analíticamente estéril, que simplemente no sirve para pensar o analizar nuestra realidad. Esto llega a niveles tales como el siguiente: académicos como Jamie Peck —de un campo académico similar al del influyente David Harvey—,[43] a pesar de tener clara la confusa historia del término, defiende la idea paranoide, basándose en ideas de Karl Polanyi (al igual que Harvey), de que el «neoliberalismo» es una fuerza que busca volver al desatado siglo XIX y sus orgías liberales con poderes ocultos, una fuerza reaccionaria en todos sus sentidos.[44] Sin embargo, luego, sostiene, en otro trabajo, que el «neoliberalismo» es un fenómeno tan complejo que no vale la pena definirlo, que su problema con la definición no es realmente un problema, ya que se debe a la complejidad intrínseca de su naturaleza, polimórfica y contradictoria. No habría que definirlo entonces, así estaría bien, serviría para pensar.[45] Un delirio.
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Conclusión
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El uso y abuso de las palabras es algo especialmente peligroso para la sociedad, pero no es nada de nuevo. Ezequiel Gallo escribía en 1985 que uno de los «rasgos menos estimulantes de los tiempos que corren es la distorsión que han sufrido algunas palabras».[46] Citaba ahí mismo a Dante, quien habría dicho que «la confusión conceptual de las personas siempre fue el inicio de la enfermedad de las ciudades» como señal de que la destrucción del lenguaje era algo antiguo y peligroso, tanto que destruía civilizaciones, y, además, un peligro antiguo. Confucio sostiene una idea similar en su famoso pasaje de las Analectas, donde dice que lo más importante en el caso hipotético de que le dieran el poder de gobernar sería, antes que todo, «rectificar los nombres», ya que, explica, «si el lenguaje no tiene objeto, la acción se hace imposible… y en consecuencia, todos los asuntos humanos se desintegran y su administración se vuelve inútil e imposible. Por tanto, la primera tarea de un verdadero estadista es sin duda rectificar los nombres».[47]
Joseph Schumpeter decía que «no peleamos a favor y en contra de hombres o cosas tal como lo que realmente son, sino que a favor y en contra de las caricaturas que de ellas hacemos».[48] Es común entonces el hecho de que los términos sean controversiales, especialmente en las ciencias sociales,[49] pero por muchos términos controversiales normativa y esencialmente que existan, siempre existen delimitaciones o incluso, el tiempo para primero definir la acepción con la que se quiere trabajar y desde ahí avanzar. Para el caso del «neoliberalismo» se podría haber hecho un esfuerzo intelectual honesto para delimitarlo, principalmente acerca de cómo esta ideología enfrentaría la redistribución, las políticas educacionales, los impuestos, el cuidado de la naturaleza, el comercio internacional, la vivienda, etc, pero las caricaturas que se fabricaron en torno a él hicieron que el término se convirtiese en simplemente inútil para razonar o conversar. Se convirtió en un término que es un «objeto de odio, esto es, de un mal moral y social —siempre etéreo— que debe ser aniquilado», sin nunca proponer algo claro en contraposición. El ataque siempre se ha hecho solo «por negación de lo que no son: el opuesto al “neoliberalismo”, ese enemigo casi sobrenatural que debe ser combatido, pues basta destruirlo para alcanzar el paraíso que nos arrebató».[50]
En fin, se convirtió en un término que «nunca más sirvió para describir un nuevo liberalismo con características específicas y referentes reales puntuales, sino que se convirtió en un término vago que significa virtualmente nada, pero siempre se describe una característica normativamente mala con la que se quiere culpar al libre mercado».[51] Seguir insistiendo en su uso solo hará un diálogo de sordos que no permitirá a nadie que está a favor o en contra del capitalismo, avanzar en entender el mundo ni al otro. Tiene además otra característica interesante: nadie, pero absolutamente nadie, se reconoce como «neoliberal» y menos los economistas —incluyendo las más diferentes y mejores revistas o textos de manual de economía de los supuestos «neoliberales» de cualquier tendencia política—.[52] Seguir utilizando el término, por lo tanto, no tiene simplemente ningún sentido.
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«El uso y abuso de las palabras es algo especialmente peligroso para la sociedad, pero no es nada de nuevo. Ezequiel Gallo escribía en 1985 que uno de los “rasgos menos estimulantes de los tiempos que corren es la distorsión que han sufrido algunas palabras”. Citaba ahí mismo a Dante, quien habría dicho que “la confusión conceptual de las personas siempre fue el inicio de la enfermedad de las ciudades”»
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[1] Mansuy, D. (2021). «Evitar el nuevo triunfo del yo». Carta al director del diario El Mercurio, 28 de Septiembre 2021.
[2] A veces se utiliza el término ideología para describir un conjunto de ideas que te impide ver o distorsiona la realidad, a diferencia de la otra acepción, que se refiere nada más que al conjunto de ideas y principios que alguien defiende o cree, por lo generalmente en política, aunque también se entremezcla con religiones —liberalismo, socialismo, cristianismo, comunismo, comunitarismo, catolicismo, etc.—. Para una discusión clásica leer a Sartori, G. (1969). «Politics, ideology, and belief systems». American Political Science Review, 63(2), 398-411.
[3] Walker, I. (2021). «Sobre neoliberalismo». Carta al director del diario El Mercurio. 7 de Octubre de 2021.
[4] Esto más allá de la discusión filosófica y sociológica acerca de lo que es una sociedad. Ver sobre esta misma frase una breve reflexión: https://theconversation.com/why-theres-no-such-thing-as-society-should-not-be-regarded-with-moral-revulsion-136008
[5] Thatcher, M. (1987). «No Such Thing as a Society». Entrevista para Woman’s Own. Disponible en Margaret Thatcher Foundation: Speeches, Interviews and Other Statements. Londres, Reino Unido.
[6] Debido al espacio no me explayaré en reflexionar acerca de si el Estado es o no el problema (ya que al menos yo no creo que los sean las personas individuales ni sus familias), pero, quien se interese, podría partir quizás por revisar este herético documento: Friedman,M. (1993).«Why Goverment is the problem». Essays in Public Policy, No.39. Hoover Institution. El jesuita dijo esto públicamente en: Vicuña, J.T. (S.J.). «Sicario mató a mi padre II». Carta al director, diario El Mercurio, 31 de mayo 2020.
[7] Boas, T. C., & Gans-Morse, J. (2009). Neoliberalism: From new liberal philosophy to anti-liberal slogan. Studies in comparative international development, 44(2), 137-161.
[8] Friedrich, C. J. (1955). «The political thought of neo-liberalism». American Political Science Review, 49(2), 509-525.
[9] Entre los intelectuales de esa escuela, quien acuñó el término al parecer fue el Alejander Rüstow.
[10] La revista ORDO — Jahrbuch für die Ordnung von Wirtschaft und Gesellschaft, con un comité editorial compuesto esos años por Karl Brandt, Constantin von Dietze, Friedrich A. Hayek, Friedrich A. Lutz, Wilhelm Röpke y Alexander Rüstow entre otros. Hacia 1955 ya tenían 6 volumenes publicados. Ver Friedrich, C. J. (1955). «The political thought of neo-liberalism». American Political Science Review, 49(2), 509-525. Es interesante notar que el término ordoliberal se utilizó y utiliza aún a veces como un sinónimo de «neoliberal». Sobre esto ver Boas, T. C., & Gans-Morse, J. (2009). Neoliberalism: From new liberal philosophy to anti-liberal slogan. Studies in comparative international development, 44(2), 137-161. Página 145, Nota 8.
[11] Lippman, W. (2017) [1937]. The Good Society. Londres: Routledge.
[12] Henry, J. F. (2010). «The historic roots of the neoliberal program». Journal of Economic Issues, 44(2), 543-550. También Peck, J. (2008). Remaking laissez-faire. Progress in human geography, 32(1), 3-43. Página 14.
[13] Friedrich, C. J. (1955). The political thought of neo-liberalism. American Political Science Review, 49(2), 509-525. Página 510.
[14] Venugopal, R. (2015). «Neoliberalism as concept». Economy and Society, 44(2), 165-187. Página 168.
[15] Boas, T. C., & Gans-Morse, J. (2009). Neoliberalism: From new liberal philosophy to anti-liberal slogan. Studies in comparative international development, 44(2), 137-161. Página 145.
[16] Boas, T. C., & Gans-Morse, J. (2009). Neoliberalism: From new liberal philosophy to anti-liberal slogan. Studies in comparative international development, 44(2), 137-161. Página 148
[17] Mirowski, P., & Plehwe, D. (Eds.). (2015). The road from Mont Pèlerin: The making of the neoliberal thought collective, with a new preface. Harvard University Press.
[18] Venugopal, R. (2015). «Neoliberalism as concept». Economy and Society, 44(2), 165-187. Página 168-9.
[19] Para iniciar una revisión de la influencia de Hayek en las ideas de Margaret Thatcher se puede revisar https://www.margaretthatcher.org/archive/Hayek.
[20] Boas, T. C., & Gans-Morse, J. (2009). «Neoliberalism: From new liberal philosophy to anti-liberal slogan». Studies in comparative international development, 44(2), 137-161. Página 149. Incluso entre los nacionalistas de derecha, como Góngora en su famoso ensayo de 1982.
[21] Ver CEPAL y Ministerio de Desarrollo Social.
[22] Ver evolución prueba PISA, realizada por la OCDE.
[23] Para analizar el polémico tópico de desigualdad leer Sapelli, C. (2011). Chile más equitativo: Una Mirada Distinta a la Distribución del Ingreso, la Movilidad Social y la Pobreza en Chile. Ediciones UC.
[24] Para un análisis completo sobre la evolución de Chile en los últimos 30 años, leer Paniagua, P. (2021). Atrofia: nuestra encrucijada y el desafío de la modernización. Santiago: RIL Editores.
[25] Venugopal, R. (2015). «Neoliberalism as concept». Economy and Society, 44(2), 165-187. Página 169. Cursivas originales.
[26] Clarke, J. (2008). Living with/in and without neo-liberalism. Focaal, 2008(51), 135-147. Página 138.
[27] Ibíd.
[28] Cabañas, M. A. (2014). Imagined narcoscapes: Narcoculture and the politics of representation. Latin American Perspectives, 41(2), 3-17.
[29] Crouch, C. (2011). The strange non-death of neo-liberalism. Polity. Citado al respecto en Venugopal, R. (2015). «Neoliberalism as concept». Economy and Society, 44(2), 165-187. Página 167 y 169.
[30] Saad-Filho es un importante e influyente académico brasilero, doctorado en la Universidad de Londres y actualmente director del Departamento de Economía Política y Desarrollo Internacional de la Universidad King´s College, en Londres, y un prolífico estudioso del «neoliberalismo», al igual que Deborah Johnston, hoy en el SOAS y doctorada en economía esa misma universidad. Saad-Filho, A., & Johnston, D. (Eds.). (2005). Neoliberalism: A critical reader. London: Pluto Press. En la introducción por los mismos autores, páginas 1-8.
[31]El «brote viral», para Ffrench-Davis, habría ocurrido en 1975, en Chile, para luego extenderse a todo el mundo real y academia, especialmente Estados Unidos e Inglaterra (harta importancia, vanguardia e influencia ve el autor lo ocurrido en Chile, quizás no conoció al “primer Chicago Boy”, Jean Gustave Courcelle-Seneuil, intelectual francés importado por el Estado chileno, importante e influyente en la liberalización de la economía chilena durante el siglo XIX). Ffrench-Davis, R. (2022). La pandemia neoliberal. TAURUS. Página 9-10; 17
[32] A lo largo de todo su libro se podría decir que la explicación de todos los males económicos de Chile se debe puntualmente a sus dos obsesiones: la liberalización de las finanzas internacionales y la inexistencia de potentes políticas industriales dirigistas estatales. Solo una vez habla de una supuesta «triada neoliberal»: los esquemas de metas de inflación de los Bancos Centrales (a lo que llama una simple «moda» varias veces en otras ocasiones; el tipo de cambio sea flexible; y las finanzas puedan fluir a través de fronteras). Sus afirmaciones para atacar principalmente a estos tres últimos y ni qué decir de las políticas estatales dirigistas, parecen ser problemas personales con otros economistas o parte de la historia del país porque simplemente no las justifica con trabajos científicos, aunque sí con uno que otro documento de trabajo, a la Mazzucato. Ffrench-Davis, R. (2022). La pandemia neoliberal. Taurus. Página 88.
[33] Aldo Madariaga dice que hay tres definiciones de neoliberalismo y todas deben coexistir, es bueno que eso ocurra para entenderlo. Esta es la primera: dice que es un paradigma de políticas, que «no prohíbe la intervención estatal y a veces la requiere, aunque le entrega a los negocios (epitomizados como «mercados») el poder para decidir qué intervenir y qué no». Bueno, afirmar algo así implica sencillamente afirmar que no siempre se necesita al Estado y que lo lideran los negocios. Que existe una mafia que las hace de poder estatal, monopoliza la violencia y hace hospitales y regula los mercados. Otra cosa es que exista corrupción, empresarios que hacen las leyes o leyes que son empresarios, como ocurre aquí y en la quebrada del ají, y menos en todo caso que en Rusia, Cuba, Argentina o Bolivia, países libres del «cáncer neoliberal». Luego aclara que en países menos desarrollados el «neoliberalismo» sería dejar a los precios operar, pero no explicita por qué se diferenciaría de otros países y, finalmente, desregular los mercados. Madariaga, A. (2020). Neoliberal Resilience. Princeton University Press.
[34]Esta sería, por ejemplo, similar a la segunda acepción que presenta Madariaga, A. (2020). Neoliberal Resilience. Princeton University Press. Ver nota anterior. Es también parte importante de lo desarrollado por David Harvey, en cuanto a que él establece un móvil de restauración de dominación de clases a través de las finanzas, las crisis financieras y la globalización. Harvey, D. (2007). A brief history of neoliberalism. Oxford University Press.
[35]Dunn, B. (2017). «Against neoliberalism as a concept». Capital & Class, 41(3), 435-454. Página 2.
[36]Noam Titelman, quien escribió un ensayo sobre el concepto de «neoliberalismo» donde confunde las diferentes tradiciones del liberalismo y caricaturiza diferentes facciones políticas. Si bien reconoce lo controversial del término, comete errores extraños al relacionar su nacimiento con un texto de Hayek en el cual simplemente no lo nombra para luego tomar como referente la idea de 1982 del historiador conservador chileno Mario Góngora: que el «neoliberalismo» habría sido una planificación desde arriba, una «planificación liberal». Este es un oxímoron fabricado por Góngora y que ha tenido bastante aceptación entre los conservadores chilenos, ya que es igualado a la planificación central, obviamente criticada por cualquier defensor del individuo y los mercados. Sería muy largo responder acá todas sus ideas, pero dos respuestas a varias de sus confusiones fueron hechas por Valentina Verbal y Pablo Paniagua en el mismo medio electrónico. Todo disponible en: Titelman, N. (2022). «El gobierno de Boric se propone superar el neoliberalismo, pero ¿qué es neoliberalismo?» Disponible en https://terceradosis.cl/2022/03/20/el-gobierno-de-boric-se-propone-superar-el-neoliberalismo-pero-que-es-neoliberalismo/. Verbal, V. (2022). «¿Neoliberalismo Inédito?, una respuesta a Noam Titelman» en https://terceradosis.cl/2022/04/08/neoliberalismo-inedito-una-respuesta-a-noam-titelman/ y Paniagua, P. (2022). «Conceptualizando al Neoliberalismo, una respuesta a Noam Titelman» https://terceradosis.cl/2022/04/08/conceptualizando-al-neoliberalismo-una-respuesta-a-noam-titelman/
[37] Mises, L. V. (1956). Anti-capitalist Mentality. D. Van Nostrand Company. Capítulo I.3.
[38] Esta versión representa uno de los énfasis que le da Harvey, D. (2007). A brief history of neoliberalism. Oxford University Press, USA.
[39] Para Venugopal esto rememoría el Kikking away the ladder de Friedrich List, frase que sirvió, por lo demás, como título para el libro de otro de los divulgadores del confuso odio al «neoliberalismo», aunque él presentándose como moderado: Chang, H. J. (2002). Kicking away the ladder: development strategy in historical perspective. Anthem Press.
[40] Leer reseña de Eduardo Fuentes sobre el libro Democracy in Chains en este número de ÁTOMO. Página XX
[41] Ver por ejemplo las críticas de Harvey a los tecnócratas como por ejemplo al reflexionar sobre la autonomía de los bancos centrales en Harvey, D. (2007). A brief history of neoliberalism. Oxford University Press, USA. Páginas 66 en adelante.
[42] Ver la reseña en este número de ÁTOMO hecha por Eduardo Fuentes sobre el libro de de Nancy MacLean, gran promotora de esta conspiranoide idea en el último tiempo, que además inspira al libro de Madariaga antes citado. Ver además Munger, M. C. (2018). «On the origins and goals of public choice: Constitutional conspiracy?». The independent review, 22(3), 359-382 y Fleury, J. B., & Marciano, A. (2018). The Sound of Silence: A Review Essay of Nancy MacLean’s Democracy in Chains: The Deep History of the Radical Right’s Stealth Plan for America. Journal of Economic Literature, 56(4), 1492-1537 y
[43] Los dos son geógrafos. David Harvey es un importante teórico social, gran divulgador de Marx y crítico del neoliberalismo, a la par de su trabajo en geografía y otros ámbitos de las humanidades y ciencias sociales. Su trabajo sobre el «neoliberalismo» enfocado en la crítica a la globalización, desregulación de los mercados y beneficio de los ricos en perjuicio direto de los más pobres, las clases medias, accionistas minoritarios, y qué decir de las próximas generaciones», se puede revisar en Harvey, D. (2007). A brief history of neoliberalism. Oxford University Press. Ver página 188.
[44] Peck, J. (2008). Remaking laissez-faire. Progress in human geography, 32(1), 3-43.
[45] Peck, J. (2010). Constructions of neoliberal reason. OUP Oxford.
[46] Gallo, E. (1986). «Notas sobre el liberalismo clásico». Estudios públicos, (21).
[47] Confucio, (475–221 AC). Analectas. Editorial Herder. XIII.3. Página 99.
[48] Schumpeter, J. A. (1954). History of Economic Analysis. New York: Oxford University Press. Página 90.
[49] Sartori, G. (1970). Concept misformation in comparative politics. American Political Science Review, 64(4), 1033-1053.
[50] Kaiser, A. (2021). «Antineoliberales». Columna en diario El Mercurio …Disponible en https://fppchile.org/es/blog/anti-neoliberales/?fbclid=IwAR0lB7plNtliHHxrV4jqmDEet0TiaHuRxydXqIqy6hsIrsX7FvxvOPFTHxU
[51] Boas, T. C., & Gans-Morse, J. (2009). Neoliberalism: From new liberal philosophy to anti-liberal slogan. Studies in comparative international development, 44(2), 137-161. Página 152.
[52] Venugopal analizó los tanto libros como manuales de economía G. Mankiw, J. Stiglitz, P. Krugman, E. Duflo, O. Blanchard y tantos otros, incluido el análisis de diferentes revistas académicas. Ver Venugopal, R. (2015). «Neoliberalism as concept». Economy and Society, 44(2), 165-187. Página 180.