En 1960 Allen Ginsberg estuvo en Chile invitado a un congreso de escritores. Ya es parte de la pequeña historia que se quedó más tiempo del presupuestado, que alojó donde Nicanor Parra, que hizo defensas públicas de la marihuana y que viajó por el sur mientras terminaba Kaddish, el famoso poema dedicado a la muerte de su madre. William Burroughs había visitado América Latina en 1953, en busca de drogas. Cuando Ginsberg le contó que lo habían invitado a Chile, y que usaría esa invitación como excusa para viajar y drogarse, Burroughs le hizo el siguiente comentario: «Si ves algo horrible, no te aferres. Si ves algo hermoso, tampoco te aferres».
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La versión oficial dice que Allen Ginsberg, entonces de 34 años, entonces autor del poema generacional Aullido, viajó para participar en el Primer Encuentro de Escritores Americanos en Concepción.
Esa es la versión oficial.
Lo que lo trajo a Chile en 1960. La versión alternativa, la versión literaria de esa visita, dice que Allen Ginsberg vino a Chile para expandir su conciencia. Es decir, para inspirarse. Es decir, para buscar ese último empuje sicodélico que necesitaba, cosa de terminar Kaddish, un largo poema para despedir a su madre, Naomi, quien tuvo una vida marcada por problemas mentales.
De esta forma lo puso, décadas más tarde, el mismo Ginsberg en una entrevista en la que recordó esta visita: «Viajé por todo Chile. Estuve en Ancud en la casa de un poeta de allí. Su familia tenía una envasadora de pescado. Comí mucho pescado en tarro. Salí a pescar. Crucé los Andes hacia Bariloche.
También fui a Temuco. Me interesaban los araucanos y algunas de sus hierbas. Así que busqué hasta que las encontré. Esas hierbas eran muy celebradas en la época. Producían efectos novedosos»(1).
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En 1956 Allen Ginsberg había publicado Aullido («He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas, histéricas, desnudas / arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de una dosis furiosa…»). Gracias a ese largo poema se había convertido en la cara más reconocible de la contracultura gringa; de los beatniks, aquel grupo descrito en la novela En el camino de Jack Kerouac.
Su siguiente libro, Kaddish, lo consagraría como un gran poeta estadounidense. El continuador de Walt Whitman y de William Carlos Williams.
Por mucho tiempo su visita a Chile fue un mito. Se sabía que Allen Ginsberg vino invitado a un congreso literario. Que se quedaría, en un principio, por dos semanas. Y que finalmente fueron tres meses.
Sin embargo, no fue hasta hace poco, con la publicación de sus diarios (South American Journals, January-July 1960), en que se esclareció aquel viaje.
La primera es que Ginsberg quería seguir los pasos de otro beatnik: William Burroughs. El autor de El almuerzo desnudo había visitado América Latina en 1953, en busca de drogas. Cuando Ginsberg le contó que lo habían invitado a Chile, y que usaría esa invitación como excusa para viajar y drogarse, Burroughs le hizo el siguiente comentario: «Si ves algo horrible, no te aferres. Si ves algo hermoso, tampoco te aferres».
Enero de 1960. En esa época, en Chile era usual que las universidades realizaran congresos durante el verano. Entre esos, el Primer Encuentro de Escritores Americanos en la Universidad de Concepción. Uno de los organizadores fue Gonzalo Rojas: «Todo esto se gestó en noviembre de 1959, cuando me contacté en San Francisco con la librería de Ferlinghetti, City Lights, donde mandé una invitación a cuatro escritores de la Beat Generation», le dijo Rojas a El Mercurio en 2003. «Vinieron dos. Jack Kerouac se excusó».
Los primeros días de Ginsberg sucedieron en Santiago. El beatnik fue al zoológico, a bares, a dar vueltas por la ciudad, incluso subió el Santa Lucía un par de veces. Eso sí, la gente lo miraba raro. «Parezco ser el único hombre con barba en Chile —así que mi foto estuvo en todos los periódicos — y los niños en la calle pensaban que era el representante de Fidel Castro», escribe Ginsberg en sus diarios.
A los pocos días viajó a Concepción con Lawrence Ferlinghetti, el otro beatnik que vino a Chile. Los siguientes nombres también pasaron por Concepción: Ernesto Sábato, Miguel Arteche, Nicanor Parra, Volodia Teitelboim, José Donoso y Martín Adan. Aunque el beatnik era la novedad. Por eso cuando Allen Ginsberg se instaló, ante mil personas, en el foro de la universidad, el ambiente era electrizado. Leyó poemas de su libro Aullido, en inglés, y el escritor Fernando Alegría, que lo había traducido, lo iba leyendo en español en forma simultánea. Más que una lectura era una performance. Según Jorge Teillier, que lo conoció y hasta entrevistó, su aspecto era «entre predicador religioso, comerciante ambulante y guerrillero cubano: frondosa barba, melena, desaliñado atuendo y un equipaje consistente en un gran bolso de buhonero y una caja de cartón».(2)
La lectura fue un éxito. Y no sólo por su vestimenta. Sino porque no era el tipo de lecturas poéticas acostumbradas en Chile. Los poetas locales estaban bastante politizados. Y eran más bien serios. Y hasta un poco simplones con sus versos.
Por eso al final de esa primera jornada le preguntaron lo siguiente: ¿qué le pareció la intelligentsia local? Y Ginsberg dijo que era «urgentemente necesario importar algunos kilos de marihuana para los escritores chilenos ». Esto porque había que «despertar su dormida percepción» de la realidad.
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Sucedió un poco antes de Concepción, en el tren hacia el sur, en que Allen Ginsberg y Nicanor Parra se conocieron. Pero fue ya en el contexto del congreso cuando se hicieron casi amigos. Incluso tenían una rutina.
Todos los días, junto con otros escritores, luego del congreso, iban a Lota a ver a los mineros. Según Parra (entrevista a El Mercurio): «Después de que vimos a los mineros volver del fondo de la tierra —todos éramos en ese tiempo marxistoides— yo no sé quién le preguntó qué era lo que pensaba de esto, la explotación capitalista y él dijo: el mundo se divide en ricos y pobres. Estos ñatos han elegido ser pobres, que se cambien al otro bando: que se hagan ricos». Ese fue el chiste que hizo Ginsberg. Y al parecer no sacó muchas risas. Pero, según Parra, «ese chiste hay que leerlo por debajo y por el lado, es muy complejo».
Después de Concepción, Ginsberg viajó por el sur de Chile. Fue ahí cuando anduvo en Chiloé tras la pista del chamico, una hierba mapuche que se la había recomendado el poeta Jorge Teillier. Se habían conocido justo antes del congreso en Concepción. Teillier lo había interceptado a la salida del Hotel Panamericano, en Santiago. Así, el poeta chileno aprovechó de entrevistarlo para Ultramar, la revista de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Es una entrevista más bien breve pero en la cual Ginsberg habla de todo. Por ejemplo, de Cuba («me gustaba Fidel Castro, pero me parece mal que haya prohibido fumar marihuana »); de sus lecturas («leo principalmente prosa lírica, escrita de una manera espontánea, y poemas»); de sus influencias («mi maestro es el gran poeta William Carlos Williams»); y hasta de su amigo beatnik Carl Solomon, quien estaba en el manicomio («está empeñado en demostrar que es mucho mejor estar enfermo que sano. Lleva cuatro años en esta broma»).
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Ya de regreso del sur, Ginsberg se convirtió en un frenético turista. Uno que quiere conocer a todos y hacer de todo. Su lugar de operaciones fue la casa de los Parra, en La Reina: «3 de marzo, 1960», anota en su diario: «Tarde de domingo donde Nicanor Parra. Catherine, hija con guagua (bebé) está de visita, sentada en la terraza, Violeta Parra está tocando la guitarra y cantando, vieja canción a Catherine, Nicanor relajándose con los ojos cerrados, en una reposera».
También, apenas pisó Santiago fue a San Diego. Necesitaba ropa… aunque se terminó comprando un overol azul. Uno que vestía sin nada más por debajo. «Evidentemente que eso llamaba la atención», recordaría Parra, más tarde, en El Mercurio.
Lo otro que llamaba la atención era que no escondía su homosexualidad. Al contrario, Ginsberg la sacaba a pasear. Una de las anécdotas de entonces dice que el gringo entró al bar Il Bosco, cuna de la bohemia santiaguina de entonces, y gritó: «¡Vengo a buscar cocaína y maricones!». A continuación alguien se le acercó, le tiró la chaqueta y le dijo: «Ya, huevón, aquí está lleno de maricones y drogadictos, así que no venís a hacer ninguna cosa nueva».
Nicanor lo hospedó cerca de un mes en su casa de La Reina. Ginsberg compartió con Violeta y Ángel Parra, que vivían cerca. Todo esto mientras esperaba que su amigo Ferlinghetti, que había vuelto a Estados Unidos, le enviara unos cheques. Con estos viajaría a Perú y Bolivia.
En pocos días Ginsberg se hizo parte de la fauna literaria local. «Visité varias veces a Pablo de Rokha» recordaría en la entrevista en la Apsi. «Entonces vivía en un hotel,
con su esposa, cerca de la estación del ferrocarril. Todavía tengo sus libros. Me recuerda a uno de los poetas más paranoicos y envidiosos de los Estados Unidos». Al parecer Ginsberg primero tuvo que hablar con uno de los hijos de Rokha, el cual
le dijo que su padre no aceptaba homosexuales; lo mejor era ocultar esa información. Si bien el estadounidense así lo hizo, a esas alturas ya todos sabían que era gay. ¿La razón? Su entrada al bar Il Bosco días antes.
Si uno lee sus South American Journals, pues muchas cosas. Como la geografía: «En todo caso el paisaje del sur de Chile, su crudeza, influyó en mi poesía posteriormente. Es grande el paisaje chileno ». O lo que sucedía en la casa de los Parra; como por ejemplo, Ángel Parra cantando en la entrada de su casa. «Voy a cantar una cueca más larga que un sentimiento», asegura Ginsberg que le dijo el Parra chico. Y también todas las personas y personalidades que entran y salen de las páginas de su diario. Como Jorge Edwards («su casa estaba llena de cosas chinas y zen»). Y la Violeta Parra («la escuché cantar junto a su joven amante…»). Y la poeta Stella Díaz Varín, con quien Ginsberg soñó («tengo miedo de que el gato no haya salido del auto, pero veo que se escabulle por la ventana —un gato chico y negro como el de la poeta chilena borracha Stella— quien se escabulló por la ventana de su casa»). De los seis meses que Ginsberg pasó en América Latina, tres los fueron en Chile. Luego siguió por Perú, Bolivia, y más tarde se fue a la India. Ahí terminó de exorcizar los dolorosos recuerdos de la muerte de su madre.
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El Kaddish es una plegaria del judaísmo que se reza en público. Una de cuyas variantes es la oración para los difuntos. Pero el Kaddish de Ginsberg (publicado un año luego de su visita a Chile) mezcla la tradición judía con la culpa del hijo que no se pudo despedir de la madre. Y también con las drogas. Justamente esas drogas que producían efectos novedosos y que el beatnik vino a buscar a Chile. Como el chamico que encontró en Chiloé.
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En julio de 1960 Ginsberg volvió a Estados Unidos. Lo primero que hizo fue editar sus apuntes, aquellos que escribió en América Latina; se encargó de hacer esto con Lawrence Ferlinghetti, el otro beatnik que vino a Chile, aquel que, a diferencia de Ginsberg, se devolvió a los pocos días.
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«Le preguntaron lo siguiente: ¿qué le pareció la intelligentsia local? Y Ginsberg dijo que era “urgentemente necesario importar algunos kilos de marihuana para los escritores chilenos”. Esto porque había que “despertar su dormida percepción” de la realidad»
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En 1961 publicaría Kaddish and Other Poems 1958–1960 con City Lights Books, el sello de Ferlinghetti, en San Francisco. Con este libro Ginsberg por fin despediría a su madre. «Me tomó un año entero —incluido el viaje a América Latina— reunir la paciencia para transcribir la versión final del poema. No quise hacerlo, al principio culpa de la depresión. Tenía dudas de que fuera un poema. Así como dudas de que a alguien le interesaría», diría Ginsberg cincuenta años más tarde, en una edición conmemorativa de Kaddish. «De todas maneras, una derrota así es buena para la poesía: a veces uno se va tan lejos que no sabe lo que está haciendo, se pierde el contacto con lo que alguien ha hecho antes, pero se termina así creando un nuevo universo de poesía».
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(1) Marras, S. (1987). «El aullido vigente». APSI 146. Páginas 38-40.
(2) Teillier, J. (1960). «Conversación “beat” con Allen Ginsberg». Ultramar
N°3 (04). Página 3.