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La propia hilacha

Francisca Aninat Artista visual

Catalina Mena
Santiago, Chile Á - N.6

Hilos, retazos, restos, hilachas: las obras de Francisca Aninat (1979) evidencian el modo en que las cosas se amarran precariamente, dejando espacios vacíos entre ellas. A través de esas fallas el ojo se sumerge. Se trata de un elogio a la fragilidad.

 

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Desde el comienzo Francisca Aninat fue pintora, pero nunca entendió la pintura como medio para representar otra cosa sino que la concibió en sí misma, como materialidad. Ya cuando estudiaba Arte se le ocurrió instalar los cuadros en el espacio para que pudieran ser experimentados desde distintas perspectivas. Le interesó, desde el comienzo, explorar cómo el cuerpo de la pintura se relacionaba con otros cuerpos.

 

 

Pero no sólo se trataba de una pintura en cuerpo presente vinculándose con el entorno. Aninat quiso interrogar más radicalmente la idea de la representación y mostrar la estructura interna de ese cuerpo pictórico, siempre fragmentario. Para ello recurrió a una operación extrema: pintó lienzos gigantes y oficiosos durante mucho tiempo y luego los hizo tiras: literalmente, cortó sus cuadros en tiritas. Uno pensaría que fue un gesto autodestructivo; tal vez sí. Pero después, con la misma paciencia, volvió a juntar los pedazos irregulares y deshilachados uniéndolos con débiles puntadas de hilo. Así, generó obras de mayor extensión que se sostenían flotantes, dejando ver las fisuras entre sus partes. Ese fue el gesto iniciático: la obra como resistente fragilidad.

 

Todos los trabajos que ha realizado después responden a este primer acto. Sin apartarse de un imaginario pictórico, Aninat experimenta con instalaciones donde utiliza distintos materiales y desechos, trabaja con video y fotografía y realiza libros-objetos que operan como bitácoras del inconsciente. Su estética siempre remite a lo precario y azaroso, pone en escena un tiempo suspendido en el hacer, una manualidad oficiosa pero ajena al virtuosismo. También ha realizado muchos proyectos relacionales con personas anónimas que se hacen partícipes y coautoras de las obras, creando pequeños objetos, relatos y dibujos transitorios, pero de gran intensidad emocional y simbólica. De este modo Aninat se ha ido involucrando en lo que ella denomina «comunidades ficticias»: grupos de personas reunidas por circunstancias casuales, como los de la sala de espera de un hospital, los paraderos de micro o los inmigrantes que trabajan en torno a la Plaza de Armas.

 

 

Uno de sus proyectos más significativos es el que realizó durante más de diez años en el hospital público San Juan de Dios, en Quinta Normal, donde se fue vinculando poco a poco con los pacientes que se encontraban en las salas esperando con ansiedad ser atendidos. La artista se acercaba respetuosamente a ellos, interceptando el silencio reinante, y les pasaba distintos materiales: cartón, clavos, palitos de fósforo, lanas e hilo para amarrar. Les pedía que fabricaran un objeto que tuviese relación con su infancia, su casa o sus sueños. Los pacientes aceptaban: de cualquier modo, servía para matar la espera y aliviar la angustia. Así el intercambio entre ella y sus colaboradores se volvía recíproco. «Hay algo con la repetición que es bien importante. Cuando uno hace gestos manuales repetitivos entra en una especie de trance que va silenciando los contenidos mentales. Eso permite estar más presente, menos ansioso, y que surjan percepciones corporales», dice.

 

 

El hilo que todos tenían en sus manos de pronto se convertía en una vínculo de complicidad. «El hilo es fundamental en este proceso, es como una forma de escritura. Hace que las personas busquen su propia manera de cerrar el objeto agregándole una marca de expresión individual. Además tiene un tiempo, una artesanía personal que potencia cada pieza», explica.

 

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Sea cual sea el método o el lenguaje que utiliza, las obras de Francisca Aninat son configuraciones donde lo que interesa no es montar un relato ni afirmar convicciones, sino exhibir los espacios inciertos que vinculan una cosa con otra, para que el observador se asome a aquello que se escapa al discurso y que corre por entre las secretas fisuras de lo no dicho.

 

Persistente en esta navegación por los mapas de la subjetividad, en la última década las obras de Aninat han tenido una fuerte presencia en distintos espacios, tanto en Chile como fuera. Egresada de Arte de la Universidad Católica y con dos maestrías en Historia del Arte y Artes Visuales (Universidad de Maryland y Central Saint Martins, de Londres), sus trabajos hoy forman parte de varias colecciones importantes como la del MoMa de Nueva York, Colección Cisneros Fontanals, Femsa, Fundación Engel y Museo de Arte Contemporáneo.

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«Sospecho de la gente que tiene demasiadas certezas»

 

-Estaba pensando por qué necesitaste salir del taller y vincularte con otra gente.

-Creo que mi trabajo funciona de una manera bastante instintiva. Sí reconozco una búsqueda de relacionarme, de introducir algo que no controlo, salir de mí misma para que entre otra cosa.

 

-Eso se parece al amor.

-Y el amor es una palabra que está como proscrita en la escritura de arte. Sí, uno podría decir que hay una búsqueda amorosa.

 

-¿Qué te ha pasado haciendo estos trabajos con personas anónimas, que además pertenecen a mundos distintos?

-Primero, ha sido una excusa para conocer otras situaciones, algunas muy particulares, como es el funcionamiento de un hospital público. Son lugares donde se juegan temas sociales, económicos, políticos, pero que atraviesan profundamente el cuerpo y la subjetividad de las personas. No quiero hacer etnografía, sino relacionarme con esas situaciones, ser también atravesada por ellas. No tengo nada en contra del arte político, o de aquellos artistas que se meten en mundos subalternos para visibilizarlos o enarbolar un discurso de denuncia, pero mi personalidad no es así. Me meto un poco a ciegas y luego trato de llevar a la obra estas instancias de encuentro, trato de revelar esas imágenes internas que, de algún modo, todos compartimos.

 

-¿Mostrar las hilachas sociales pero también mostrar tu propia hilacha?

-Algo así. En el fondo uno siempre se está armando y desarmando, uno convive con sus hilachas y sus hilvanes, y por ahí se sostiene. Mi trabajo tiene que ver con eso, con los procesos, con el tiempo en que las cosas se hacen y se deshacen. Y también, volviendo al tema de las relaciones, es desde la fragilidad que uno puede vincularse, desde lo que no está tan resuelto. Es en ese espacio donde uno puede encontrarse.

 

 

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-¿Y cómo es eso de andar a ciegas?

-A veces no es tan cómodo, porque uno siente que no tiene un programa y eso puede ser bastante poco eficiente para un artista que quiere hacer carrera. Pero con los años he ido ganando confianza, las cosas se van sincronizando, la obra va armándose su propio camino, va adquiriendo una especie de coherencia propia.

 

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-Dices que no podrías situarte como una artista política. ¿Sientes que allí se juega una especie de superioridad moral?

-A veces me pasa eso, cuando el artista se ubica en una posición de privilegio intelectual y se arroga la representación del dolor de otros. Yo no podría apropiarme de otras voces desde una misión social. Lo que me gusta es trabajar lo subjetivo de esas voces anónimas, esa emocionalidad que surge de la relación entre los cuerpos.

 

-¿Confías más en lo que se hace que en lo que se dice?

-Si entendemos la obra como un «hacer», y así la entiendo yo, sí. La obra es algo que se hace y a la vez la obra «hace» algo, actúa en relación con el espacio y con los que participan de la experiencia. Me interesa más la «presentación» que la «representación». Lo que pasa es que la idea de cuerpo es muy fuerte en mí. Las obras crean un flujo de conciencia pero eso surge de la materialidad. No me seducen los trabajos que requieren de un exceso de discurso. Como te decía, creo que eso tiene que ver también con mi personalidad.

 

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-¿Tímida? ¿Poco discursiva?

-Sí, me considero más bien tímida. No quiere decir que no hable, porque me encanta conversar. Pero nunca estoy tan segura de nada, tengo muchas más dudas que certezas, me cuesta defender ideas a ultranza o definirme de un modo muy claro y completo. Y creo que así también es mi trabajo: se trata más de rodear las cosas que de atraparlas. Yo sospecho de la gente que tiene demasiadas certezas.

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