«Es interesante saber la historia de la maestra Teave y su odisea pero, aunque no la supiéramos, estos discos serían de escucha obligatoria. Uno de los mejores álbumes de piano que he oído en los diez últimos años y, sin duda, el mejor álbum debut en ese mismo lapso».
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No son muchos los pianistas chilenos grabados, editados y publicados en el extranjero. De los que recordamos: Rosita Renard, Claudio Arrau, Alfredo Perl (que acaba relanzar todo su Liszt en una caja), Roberto Bravo y podemos sumar al ariqueño-francés Pierre Barbizet o Alberto García Guerrero, que aparece por ahí en algunos discos de Columbia. Ahora se suma Mahani Teave.
Rubicon es uno de los sellos más interesantes de la actualidad. Sus discos son siempre novedosos tanto por repertorio como por la difusión de artistas emergentes. Todo con las mejores condiciones técnicas posibles. No es extraño, en consecuencia, que las grabaciones del sello reciban críticas elogiosas en un mundo saturado muchas veces por refritos o apuestas de mercado seguras. El atrevimiento de Rubicon es de aquellos que justifican la existencia de un sello discográfico que apela al más alto nivel artístico.
Odissey es el álbum debut de Mahani Teave. Es un álbum doble con un programa precioso que abarca autores de distintas épocas y estilos: Bach, Haendel, Chopin, Rachmaninoff, Scriabin. Teave y su casa discográfica apuestan afortunadamente por la reciente tendencia de armar recitales lo más parecidos a un concierto en vivo. Es un disco en que el clima emocional está perfectamente calibrado en la inteligente secuencia de obras que, en este caso, abre con una poética «Fantasía y fuga cromática» de Bach y cierra con un sentido arreglo de una canción de Rapa Nui. En el medio Teave logra lo que pocos saben hacer: mantener la tensión cuando apuesta por un pulso reposado (no se pueden tocar mejor ese par de «Nocturnos» de Chopin) y desata las tormentas necesarias de modo infalible en los pasajes más convulsionados, sin perder jamás una musicalidad que rehúye todo efecto vacío (vaya inicio de la «Balada 2» de Liszt o la manera de esculpir el drama en el «Scherzo 1» de Chopin).
El título Odissey apela al trayecto artístico personal de Teave, pero además al proyecto educativo de la pianista, al cual van destinados los fondos que recaude el álbum. Ser músico académico en Chile es, probablemente, de las cosas más difíciles que existen en el mundo. Ser músico académico de nivel internacional pascuense es un milagro que solamente puede darse si se reúnen talento, generosidad e inteligencia. Acá, sin duda, el talento de Teave es el protagonista, y tras él están también su familia, su comunidad, los maestros chilenos Roberto Bravo y Ximena Cabello, la amistad de David Fulton y sus maestros internacionales, entre ellos nada menos que el gran Sergei Babayan.
Mahani Teave ha grabado un par de discos. Son dos discos serios, en ellos no hay nada externo, nada extrañamente inaudito, nada que quiera lucir. No es necesario, porque la belleza no necesita adorno. Teave frasea con un gusto infalible, su rubato es precioso y jamás fuera de lugar, su coloración es exquisita, su sentido del ritmo jamás mecánico, su sentido de la estructura es increíblemente maduro, su adecuación estilística fuera de discusión y jamás invasiva con su impronta artística. Ya quisieran algunas actuales estrellas del piano poseer su indiscutible buen gusto. Por sobre estas cualidades técnicas evidentes, hay algo conmovedor en el pianismo de Teave que hemos podido apreciar también en sus conciertos en vivo: hay un sentido poético interior único. Teave toca con un ardiente pudor, es pasional pero exacta. Recuerda en esto, quizá, a la Pires o a los humildes maestros de antaño, aquellos que hacían parecer que tocaban de modo directo, sin dobles lecturas, pero a los cuales había que oír con mucha atención.