El ser humano es un animal político: utiliza las palabras y la persuasión, y no la violencia sobre nuestros semejantes para orientar la vida social. Elinor Ostrom reconoce la naturaleza política del individuo y le atribuye un papel clave a la deliberación y al acuerdo para superar los tres problemas más recurrentes en la administración de lo común: la provisión, el compromiso y la supervisión. Este ensayo revisa su visión de la organización policéntrica de la gobernanza, donde la comunidad ejerce una fuerza hacia arriba, como respuesta posible ante la crisis de las democracias liberales que sacuden a buena parte del planeta.
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Pareciera no haber duda de que las democracias liberales se encuentran hoy en una profunda crisis.[1] A donde quiera que se alce la mirada, de este a oeste, de norte a sur, se evidencian grandes estallidos sociales que han amenazado a democracias tan consolidadas como Francia y Estados Unidos.[2] Los acontecimientos ocurridos con el asesinato de George Floyd y en el Capitolio en Washington D.C. son reveladores de tiempos convulsionados.
Pensadores como Peter Turchin se han aventurado a predecir, incluso, utilizando series históricas y Big Data, un megarrelato según el cual estaríamos entrando en un período de la humanidad marcado por las revoluciones y los conflictos sociales.[3] El académico estadounidense ha advertido durante una década que algunas tendencias sociales y políticas clave presagian una «era de la discordia»: disturbios civiles y una violencia peor de lo que hemos experimentado en los últimos cincuenta años. En 2010, Turchin predijo que los disturbios se agravarían alrededor del 2020 y que no cesarían hasta que esas tendencias sociales y políticas se revirtieran. Sin duda el periodo 2019-2020 en el mundo ha confirmado, en parte, estas oscuras predicciones. Ciudades en llamas, protestas multitudinarias, saqueos, líderes electos y políticos que respaldan la violencia, parecieran ser la nueva constante.
Se han dado distintas interpretaciones respecto a los orígenes de la crisis de la democracia liberal. Sin embargo, no ha habido suficientes respuestas desde las ciencias sociales que nos ayuden a dilucidar por qué nos encontramos frente a un periodo marcado por conflictos políticos y crisis de legitimidad. Debido a esto, es posible que podamos iluminar tales problemas desde la economía y la filosofía política, enfocándonos en desafíos de gobernanza y en la relación sociedad civil-Estado.
Dada esta necesidad de iluminar lo que nos aflige, exploraremos el pensamiento político de Elinor «Lin» Ostrom (1933-2012), la primera mujer que obtuvo el Premio Nobel de Economía (2009), con el objetivo de desprender tres lecciones fundamentales de su pensamiento policéntrico y de la gobernanza, para observar los posibles orígenes de las amenazas a las democracias liberales. En lo especifico, revisaremos tres lecciones por las cuales obtuvo el Premio Nobel.[4] Primero, el concepto de policentrismo en el pensamiento de Elinor y su esposo (y cercano colaborador) Vincent Ostrom. Segundo, desarrollaremos una de las conclusiones positivas más trascendentales de su trabajo; a saber, que el orden social es posible sin un centro definitivo y consolidado de poder. Tercero y, para terminar, exploraremos la idea de que el concepto de lo público debe ser entendido de manera dinámica y mucho más abierta y pluralista de cómo se concibe hoy.
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El proyecto tocquevilleano de la gobernanza
Vincent y Elinor Ostrom, siguiendo los pasos de Alexis de Tocqueville, trabajaron conjuntamente durante cerca de cincuenta años en temas tan fundamentales como la economía y la teoría filosófica de la gobernanza, la producción local de bienes públicos y el desarrollo de su concepto del «arte y la ciencia de la asociación». Desde su centro intelectual, Workshop in Political Theory and Policy Analysis (conocido como «el taller»), fundado en 1973 en la Universidad de Indiana en Bloomington, desarrollaron juntos un enfoque único de la teoría de la elección pública en economía política (Public Choice). Su enfoque innovador ayudó a revivir la Economía Institucional, contribuyendo así al renacimiento de la economía política del siglo XX.
Elinor Ostrom es hoy conocida sobre todo por su trabajo sobre el gobierno y la autogobernanza de recursos de uso común y de recursos naturales, temas de su popular libro El gobierno de los bienes comunes.[5] Ostrom estaba interesada en los procesos locales a través de los cuales las comunidades y sus miembros eran capaces de trabajar en conjunto en la generación de reglas endógenas, y en la creación de procesos de penalización y monitoreo con los cuales las comunidades disciplinaban el comportamiento de sus miembros y eran capaces de gobernar sus asuntos comunes.
Lamentablemente, los cientistas sociales se han concentrado sobre todo en estos aspectos ecológicos del trabajo de Ostrom, relacionados con los recursos de uso común, y han dejado de lado los temas más generales y filosóficos relacionados con la gobernanza que surgen cuando su trabajo se considera como un proyecto de vida realizado junto a Vincent Ostrom (1919-2012), su mentor, colega y esposo. Cuando el camino policéntrico de ambos se fusiona, entonces el autogobierno, el policentrismo y el arte y la ciencia de la asociación se destacan como los hilos comunes que unen toda su obra colectiva.[6] Consideradas como parte de un proyecto unificado, estas ideas arrojan ciertas luces respecto a las amenazas actuales de las democracias liberales.
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Gobernanza policéntrica
Considerada como una agenda de investigación unificada, la investigación de los Ostroms es una profunda exploración de la teoría y la práctica del autogobierno y de la autogobernanza de los ciudadanos dentro de sistemas policéntricos. Es notable cómo durante toda su vida sus investigaciones buscaron responder de manera coherente a una sola pregunta: ¿cómo es que personas imperfectas, en situaciones complicadas, crean y hacen cumplir reglas que facilitan la cooperación y la coordinación sin necesidad de intervención externa? Veremos el concepto de policentrismo y de gobernanza policéntrica, para mostrar que la pregunta sobre cómo las personas se autogobiernan dentro de sistemas de autoridades múltiples nos ayuda a entender mejor los problemas que aquejan a las democracias liberales contemporáneas.
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«En Chile, y en las democracias liberales, la tendencia en general ha sido contraria al policentrismo, de corte profundamente centralista y con una administración pública altamente rígida, burocrática y verticalizada, que ha desplazado a las comunidades y a la sociedad civil de la gestión de los asuntos públicos.».
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Uno de los conceptos más importantes del pensamiento de Lin y Vincent Ostrom es la idea de policentrismo y de gobernanza policéntrica. Elinor Ostrom define policentrismo cómo:
«Un sistema en el que los ciudadanos son capaces de organizar no solo una, sino múltiples autoridades de gobierno a diferentes escalas. Cada unidad tiene una considerable independencia para elaborar y hacer cumplir las reglas en un dominio de autoridad establecido y para un área geográfica específica. En un sistema policéntrico, algunas unidades son gobiernos de propósito general, mientras que otros pueden estar altamente especializados».[7]
De la misma manera, Ostrom considera la gobernanza como un proceso o un desafío de coordinación a través del cual se genera un orden y en el que se ejerce autoridad sobre los agentes al definir reglas consensuadas. En otras palabras: «La gobernanza es un proceso mediante el cual se forma, aplica, interpreta y reforma el repertorio de reglas, normas y estrategias que guían el comportamiento dentro de un ámbito dado de interacciones políticas».[8] La clave es que la gobernanza es un proceso (no estático), en el cual pueden participar múltiples agentes de todo tipo, como personal de un gobierno local, y/o agentes de la sociedad civil o de las comunidades locales, etcétera.
De esta forma, distintos sistemas de gobernanza alteran la autoridad, la información disponible, los niveles de competencia del sistema, el uso de los recursos disponibles y los incentivos a través de los cuales los participantes actúan en un contexto local determinado. Un sistema policéntrico entonces es aquel que no posee una sola y única autoridad final que diseña, aplica e interpreta las reglas de una comunidad; pero que sí posee un conjunto general y abstracto de reglas compartidas que pueden ser acordadas y aplicadas por los propios centros de decisión. Por lo tanto, un sistema policéntrico no sería necesariamente lo mismo que un sistema descentralizado o fragmentado.
El concepto de policentrismo fue formulado por primera vez por Vincent Ostrom y sus colaboradores, en su célebre artículo de 1961,[9] en el cual introducen esta idea con el objetivo de refutar la tesis hobbesiana y centralizadora de Woodrow Wilson respecto a que una forma monocéntrica[10] o centralizada de gobierno era la mejor manera de concebir lo público, gobernar a la sociedad americana y, por lo tanto, la manera más eficiente de tutelar a la administración pública y la producción de bienes públicos. Vincent Ostrom buscó refutar la visión consolidacionista de Wilson arguyendo que aquellos a favor de un sistema consolidado y unitario de gobierno perseguían la quimera peligrosa de un Leviatán como el último centro de autoridad, el cual solo generaría un despotismo blando al desplazar a las comunidades y quitarles las capacidades de autogobernanza, generando además ineficiencias económicas y conflictos sociales.
Lo relevante de un sistema policéntrico es que permite que existan múltiples centros de gobernanza que colaboran y compiten entre sí, donde los ciudadanos pueden explorar distintos arreglos institucionales para responder a dilemas sociales y/o colectivos, de manera local y fomentando la experimentación. Así, la gobernanza policéntrica permite que emerja un orden espontáneo de diversas instituciones de tipo asociativas que complementan a los mecanismos de mercado, con el objetivo de gobernar y resolver problemas de acción colectiva y desafíos asociados con la correcta producción de bienes públicos, pero desde abajo hacia arriba.
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«Las democracias liberales han fomentado el monocultivo institucional y la homogeneidad a través de Estados centrales omniabarcantes que supuestamente deberían subsumir y dirigir todos los asuntos públicos bajo su alero. Las comunidades y las organizaciones civiles -fundamentales para generar sentido de pertenencia, confianza y representación en lo público – han ido perdiendo relevancia en la solución de los asuntos comunes»
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Los sistemas políticos que promueven la gobernanza policéntrica ayudan a que los individuos adquieran la praxis de la gobernanza y la autogestión de sus asuntos comunes, lo cual contribuye a enseñarles qué significa ser un ciudadano comprometido en una sociedad autogobernada y responsable. El concepto de gobernanza policéntrica ayuda a comprender que existe una relación estrecha entre ciudadanía, representación política y responsabilidad pública, por un lado, y el ejercicio de la autogobernanza y la libertad de asociación, por el otro. Todo esto implica tomarse en serio la pluralidad, la incertidumbre, la complejidad y el cambio continuo del orden social. Con todo, para los Ostrom existe una correspondencia directa entre la existencia de una gobernanza de orden policéntrica, a nivel institucional, y la efectiva práctica del arte y la ciencia de la asociación que generan ciudadanos comprometidos con lo común.
El trabajo de los Ostrom retoma entonces el liberalismo asociativo de Alexis de Tocqueville, quien en La democracia en América ya advertía que «se necesitan siempre esfuerzos para arrancar a los hombres […] de sus negocios particulares y ocuparlos en los comunes: su inclinación natural es abandonar este cuidado al solo representante visible y permanente de los intereses colectivos que es el Estado».[11] Lúcidamente, al observar los peligros del despotismo blando y el desplazamiento de la autogobernanza, el pensador francés ya advertía aquí un riesgo letal para el futuro de las democracias liberales.
Hoy en Chile, y en las democracias liberales, la tendencia en general ha sido contraria al policentrismo, de corte profundamente centralista y con una administración pública altamente rígida, burocrática y verticalizada, que ha desplazado a las comunidades y a la sociedad civil de la gestión de los asuntos públicos. Las democracias liberales han fomentado el monocultivo institucional y la homogeneidad a través de Estados centrales omniabarcantes que supuestamente deberían subsumir y dirigir todos los asuntos públicos bajo su alero. Si bien los mercados y el Estado han crecido en su predominancia dentro de lo social y en la provisión de bienes públicos, las comunidades y las organizaciones civiles -fundamentales para generar sentido de pertenencia y representación en lo público – han ido perdiendo relevancia en la solución de los asuntos comunes.
Como bien advierte Ostrom en su ensayo Crowding out Citizenship (Desplazamiento de la ciudadanía): «La teoría de la acción colectiva actualmente aceptada presupone que los individuos están atrapados e indefensos ante los dilemas sociales. Esto ha llevado a una forma de análisis de políticas que presume que las autoridades externas deben siempre resolver todos los problemas de acción colectiva». De esta forma, reconoce que las democracias liberales tienen hoy por delante «el delicado problema de diseñar instituciones que mejoren la ciudadanía en lugar de desplazarla. La inclinación por los sistemas jerárquicos prolijos y ordenados debe ser reemplazada por el reconocimiento de que se necesitan sistemas policéntricos complejos para hacer frente con eficacia a los problemas complejos de la vida moderna y para dar a todos los ciudadanos un papel más eficaz en la gobernanza de las sociedades democráticas».[12]
Al leer estos problemas y desafíos de las democracias liberales en clave ostromiana, podemos entender que el desplazamiento contemporáneo de la ciudadanía de los asuntos públicos y de la gobernanza es fuente de una pérdida de las virtudes cívicas y de desconfianza hacia la democracia representativa, que contribuyen a erosionar sus instituciones y a antagonizar a los mercados y sus bondades.
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Orden social sin Leviatán
Como hemos esbozado, la teoría del gobierno de los bienes comunes, acompañada del surgimiento de la nueva economía institucional, vienen a intentar superar tres tipos de análisis de las ciencias sociales: la tragedia de los comunes, el dilema del prisionero y la lógica de la acción colectiva. Estos tres métodos, a su vez, han servido de base para el fundamento de las estrechas lógicas de las soluciones estatales o de privatización, posiciones hegemónicas del último tiempo, que, como hemos visto, han tendido a desplazar a las comunidades y su rol en la coproducción de bienes públicos y sociales.
Mediante sus estudios de campo, Elinor Ostrom demuestra que la interacción humana y la cooperación bajo consentimiento permite superar dichas lógicas. De esta forma, el Leviatán no sería la «única vía», así como tampoco la estrecha privatización. El ser humano, a diferencia de otros animales, necesita de la ayuda de sus semejantes para su sobrevivencia[13] y, a través de un continuo proceso de ensayo y error, es capaz de generar formas de gobierno o gobernanza alternativas, diseñadas de acuerdo con la propia identidad y necesidades particulares de la comunidad. La segunda enseñanza del trabajo de Elinor Ostrom es entonces la siguiente: el orden social es posible sin un centro definitivo de poder.
Ostrom logra refutar así la solución propuesta por Garret Hardin, bajo la cual debe instituirse el cambio desde arriba hacia abajo con toda la fuerza que sea necesaria.[14] Esa propuesta se basa, a su vez, en la tesis de Hobbes, según la cual para asegurar la paz y defensa común, autorizamos y transferimos nuestro derecho de gobernarnos a nosotros mismos, constituyendo a un dios mortal llamado Leviatán, que ostentaría el uso legítimo de la fuerza.[15] No obstante, el supuesto de que es necesario un Leviatán para evitar las tragedias de los comunes e imponer un orden social, conlleva al hecho de creer que un organismo exógeno, como son los gobiernos centrales, deben por necesidad administrar, definir y dirigir los medios y, por consiguiente, el curso de acción conveniente para solucionar los problemas comunitarios; incluso aunque muchas veces estas entidades centrales desconozcan la realidad fáctica y cotidiana de los individuos.
El problema es que los gobiernos conforman una entidad política y administrativa con intereses propios,[16] al igual que un individuo; como explica F. A Hayek, todos poseemos una escala de fines y valores distinta.[17] Debido a esto, es muy improbable que el Estado le dé una urgencia o grado de importancia similar al que le podrían dar las personas realmente inmersas en esa situación particular. A fin de cuentas, tanto como por desafíos de conocimiento local (epistemológicos) y por urgencia de intereses, el contexto institucional y local importa para dar soluciones sustentables a los dilemas sociales.
Así, bajo este modelo hobbesiano, existen ocasiones en que el ciudadano se siente como un colono en su propio país. La limpieza de sus calles, el destino de sus barrios o la suerte del patrimonio arquitectónico no le importa; piensa que todas aquellas tareas no le incumben, y que pertenecen ya a un «extranjero poderoso» que se llama gobierno.[18] Lo que genera aquella situación es que el individuo disfruta de los bienes comunes como un mero usufructuario, sin un espíritu de propiedad, y por lo tanto, sin ideas para mejorarlos y protegerlos (no hay ni rol activo ni coproducción de los bienes públicos). Cuando las democracias liberales llegan a este punto, Tocqueville explica que la fuente de las virtudes públicas estaría agotada, por lo que es momento de un cambio en la estructura normativa. Este cambio, sin embargo, debe provenir desde el interior de la misma comunidad, y no desde una fuerza exógena hobbesiana.
Si bien el Leviatán o la fuerza estatal pueden promover alteraciones, a la larga solo son sostenibles por medio de la sanción punitiva; situación que, si no se legitima desde los propios ciudadanos, da luego paso a la anomia, a la desafección política y a la erosión de la vida en común. Ostrom explica que la obediencia y estabilidad de las acciones ordenadas por las reglas se debe, más que al riesgo de sanción en caso de contravención, a los significados compartidos que se asignan a tales palabras que conforman la regla.[19] Y, sin duda, la cultura juega un rol importante en ello, así como también la homogeneidad cultural, el tamaño, el lenguaje, la composición de la comunidad son factores que facilitan o dificultan el acuerdo institucional.[20] En razón de lo anterior, se debería privilegiar una estructura policéntrica de gobierno, en la cual a cada comunidad se le reconozca su autonomía, de manera que se le permita diseñar y adoptar sus propias instituciones de acuerdo a la conciencia y creencias de cada comunidad.[21]
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«Al leer los problemas y desafíos de las democracias liberales en clave ostromiana, podemos entender que el desplazamiento contemporáneo de la ciudadanía de los asuntos públicos y de la gobernanza es fuente de una pérdida de las virtudes cívicas y de desconfianza hacia la democracia representativa, que contribuyen a erosionar sus instituciones y a antagonizar a los mercados y sus bondades».
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Que una autoridad externa establezca un orden social o determine con precisión la capacidad de un recurso común, inspeccione las acciones y sancione de forma infalible el cumplimiento, se basa en supuestos extremos concernientes a la exactitud de la información, la verificación de las capacidades, la credibilidad de las sanciones y los nulos costos de administración burocráticos.[22] En otras palabras, la solución hobbesiana para mantener el orden social se basa en supuestos exagerados del conocimiento, los incentivos y los bajos costos administrativos que podría poseer el Leviatán. El trabajo de Ostrom advierte entonces que nunca un poder central, por ilustrado y sabio que se suponga ser, podrá abarcar este conocimiento disperso, local y tácito, ya que es un trabajo que de por sí excede las fuerzas y cognición humana.
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Lo público más allá de lo estatal
Siempre y dondequiera que se junten humanos, surgen de inmediato intereses públicos que se acumulan dentro de una esfera en que los ciudadanos salen de su privacidad para tratar temas de interés común. De hecho, Elinor Ostrom reconoce la naturaleza política del individuo, atribuyendo un papel clave a la deliberación y al acuerdo para superar los tres problemas más recurrentes en la administración de lo común: los problemas de provisión, compromiso y supervisión.
Sin embargo, la cooperación y el diálogo entre ciudadanos no solo son capaces de resolver los problemas de forma más eficiente y eficaz, sino que cumplen con una función elemental para el bienestar de cualquier comunidad: brindar un sentido de trascendencia y participación. Bajo los parámetros de la acción política somos capaces de expresar nuestra pluralidad, concepción inherente a nuestra humanidad. Bajo ese punto de vista, la «única vía del Leviatán», es decir, la instalación de un ente suprasocial que vele por nosotros y resuelva nuestros problemas, desmantelaría o dañaría en buena parte aquella faceta humana que tiene que ver con la acción y la conciencia.
De esta forma, es solo en la conducción de los asuntos de la sociedad civil donde los hombres pueden desplegar sus capacidades y sus talentos. Así, la tercera lección del trabajo de Elinor y Vincent Ostrom para nuestros tiempos de crisis es que aquello que consideramos como «lo público» va mucho más allá del Estado y su burocracia, y debe abarcar conceptualmente todas aquellas expresiones colectivas pero virtuosas del ser humano basadas en la cooperación y el consentimiento. Lo público es en realidad un concepto dinámico y maleable que se ve fortalecido a través de la diversidad institucional y a través de la acción cooperativa de los agentes privados y las personas. En síntesis, y en palabras de Vincent Ostrom, «lo que constituye el sector público no es una cuestión de simple definición, sino que es en sí mismo un asunto discutible que necesariamente debe ser debatido en las sociedades modernas».[23]
Como hemos visto, la crisis de la democracia liberal es en gran parte producto de este fuerte desapego, falta de autogobernanza y anomia que es tierra fértil para la emergencia de populismos, violencia nihilista que se vuelca contra el espacio público y para los despotismos paternalistas del siglo XXI. Por eso, en parte, es que desde el 2019 se han visto protestas en todos los rincones del mundo, mientras que los individuos oscilan entre la servidumbre y el desenfreno. Por esto hoy resulta fundamental intentar reequilibrar la ecuación social de lo público, a través de empoderar a las comunidades y las asociaciones civiles para dar a las personas y los grupos no estatales mayor control sobre su futuro en el proceso de creación y distribución del poder económico y político. Las ideas de autogobernanza y gobernanza policéntrica ayudan no solo a descentralizar la toma de decisiones, dispersando el poder político, sino que además permiten que los ciudadanos que estén más cerca de un problema social se involucren activamente en su solución y en la coproducción de bienes públicos. Esto no solo aumenta el accountability y permite un mejor uso del conocimiento local, sino que además genera mejor calidad de ciudadanía, eleva las virtudes públicas y acerca la representación política a las comunidades.
En conclusión, las posibles soluciones a muchos de nuestros problemas colectivos y políticos se encuentran ligados a utilizar las ideas en torno a la gobernanza policéntrica para así revitalizar a las comunidades disfuncionales y producir mejores sistemas de representación política. A fin de cuentas, las comunidades y las asociaciones saludables, trabajando en conjunto a los mercados y a través de la democracia representativa en la eficiente producción de bienes públicos locales, hacen finalmente que el capitalismo sea más inclusivo, más humano y sostenible. Revivir a las comunidades, a la sociedad civil y nuestro arte de la asociación son absolutamente vitales en estos tiempos de crisis, si las democracias liberales quieren abordar los múltiples desafíos que las amenazan. En síntesis, hoy más que nunca sería conveniente volver a recurrir al pensamiento de Tocqueville y Elinor Ostrom para probar sanar las profundas heridas de las democracias liberales.
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[1] Castells, M. (2017). Ruptura. La crisis de la democracia liberal. Madrid: Alianza Editorial.
[2] Véase Wright, R. (2019). «The Story of 2019: Protests in Every Corner of the Globe». The New Yorker.
[3] Turchin, P. (2016). Ages of Discord: A Structural-Demographic Analysis of American History. Connecticut: Beresta Books.
[4] Véase su conferencia de recepción del Nobel: Ostrom, E. (2014) [2009]. «Más allá de los mercados y los Estados: gobernanza policéntrica de sistemas económicos complejos». Revista Mexicana de Sociología, 76: 15-70.
[5] Ostrom, E. (2011) [1990]. El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva. Ciudad de México: FCE.
[6] Ostrom, E. (2010). «A Long Polycentric Jounrey». Annual Review of Political Science, 13: 1-23.
[7] Ostrom, E. (2015)[2005]. Comprender la diversidad institucional Ciudad de México: FCE, p. 365-366.
[8] McGinnis, M. (2011). «An Introduction to IAD and the Language of the Ostrom Workshop: A Simple Guide to a Complex Framework», Policy Studies Journal, 39 (1): 169-18, p. 171.
[9] Ostrom, V., Tiebout, C. y Warren, R. (1961). «The organization of government in metropolitan areas: A theoretical inquiry». American Political Science Review, 55 (4): 831-842.
[10] Monocentrismo o monocéntrico se entiende como la forma de gobernanza en la cual hay un solo y específico centro de decisión consolidado que posee la última autoridad sobre todas las decisiones importantes relacionadas con una comunidad o grupo.
[11] Tocqueville, A. (2015)[1835 – 1840]. La democracia en América. Ciudad de México: FCE. Página 618.
[12] Ostrom, E. (2000). «Crowding out Citizenship». Scandinavian Political Studies, 23 (1): 3-16. Página 3.
[13] Smith, A. (2020) [1776]. La riqueza de las naciones. Madrid: Alianza. Página 45.
[14] Ostrom, E. (2000) [1990]. El gobierno de los comunes. Op. cit. Página 36.
[15] Hobbes, T. (1980) [1651]. Leviatán. Madrid: Editora Nacional. Parte II, XVII. Página 141.
[16] Kukathas, C. (2019) [2003]. El archipiélago liberal. Barcelona: Deusto. Página 575.
[17] Hayek, F. (2008) [1960]. Los fundamentos de la libertad. Op. cit. Página 83.
[18] Tocqueville, A. (2015) [1835 – 1840]. La democracia en América. Op.cit. Página 102.
[19] Ostrom, E. (2015) [1990]. Comprender la diversidad institucional, Ciudad de México: FCE. Página 59.
[20] Ibíd. Página 67.
[21] Kukathas, C. (2019) [2003]. El archipiélago liberal. Op. cit. Página 463.
[22] Ostrom, E. (2000) [1990]. El gobierno de los comunes. Op. cit. Página 37.
[23] Ostrom, V. (2007)[1974 ]. The Intellectual Crisis in American Public Administration. Alabama:
University Alabama Press, p. 25.