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Topología de la violencia, de Byung-Chul Han

La violencia de la positividad

José Antonio Giménez
Santiago, Chile. Á - N.4

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Título: Topología de la violencia
Autor: Byung-Chul Han

 

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Habiendo iniciado tardíamente sus estudios filosóficos, el surcoreano Byung-Chul Han —residente en Alemania— se ha convertido en uno de los pensadores más significativos del mundo actual. Han, que acaba de protagonizar una viralizada polémica con el esloveno Slavoj Žižek en torno a los efectos de la pandemia en la política y la sociedad, ha centrado sus esfuerzos en establecer el rol del sujeto contemporáneo en un entorno global capitalista. Este texto analiza su punto de vista sobre un factor siempre presente: la violencia.

 

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En Topología de la violencia (Topologie der Gewalt)[1] el filósofo surcoreano radicado en Alemania Byung-Chul Han profundiza en su diagnóstico de la vida contemporánea llevado adelante en La sociedad del cansancio (Müdigkeitsgesellschaft).[2] El autor ha logrado desde entonces dibujar en distintas obras breves un análisis lúcido y consistente de diferentes aspectos de la existencia posmoderna, sin que en este desarrollo se haya alterado en lo esencial su diagnóstico inicial. La intuición central de Han consiste en reconocer a la base de distintos fenómenos de la postmodernidad un «exceso de positividad». Este reconocimiento permite al autor establecer una clara oposición entre la situación actual y el diagnóstico que, entre otros, Foucault, Freud y la escuela de Frankfurt propusieron para el hombre del siglo XX.

Según Han, en la actualidad ya no nos encontramos en una «sociedad disciplinaria» (Disziplinargesellschaft), sino en «una del rendimiento» (Leistungsgesellschaft).[3] De esta manera, mientras que en la modernidad la conciencia del sujeto era sometida por la negatividad del «no-poder» o del «deber», en la actualidad el sujeto «puede-todo». Es la libertad del poder y no el sojuzgamiento del deber lo que caracteriza al hombre actual, quien no parece estar ya «sujeto» a otro, sino ser un «proyecto» siempre inacabado para sí mismo.[4] Estos nuevos sujetos no desarrollan tampoco patologías causadas por la «represión» de los deseos inconscientes, sino más bien enfermedades mentales que surgen del exceso de posibilidades y no de su reducción. La «depresión» y el «agotamiento» (burnout) son, en este sentido, productos de la proyección por parte del sujeto de un «yo ideal» —que puede-todo— y no consecuencia de un «súper-yo» represor.[5] Finalmente, tampoco nos encontramos ya en una sociedad de clases, donde pueda distinguirse claramente entre explotador y explotado, sino que el sujeto posmoderno se auto-explota, siendo a la vez verdugo y víctima del imperativo de optimización y rendimiento.[6]

Si bien el fenómeno de la violencia es tratado en las distintas obras del autor, es en Topología de la violencia donde se le dedica especial atención. Han pretende mostrar aquí cómo el «lugar» (tópos) de la violencia ha variado desde los orígenes del hombre hasta nuestros días. En términos generales, en la sociedad arcaica la violencia tenía lugar como «decapitación» en la plaza pública y era ejercida por orden directa del soberano, mientras que en la sociedad moderna (o disciplinaria) la violencia se «interioriza» y toma el aspecto de la «deformación». Tanto uno como otro tipo de violencia operan por «negatividad», esto es, se oponen al violentado como un otro que ataca desde fuera —aun cuando este «fuera» se encuentre interiorizado como «deber» en la sociedad disciplinaria—. La sociedad del rendimiento, sin embargo, ya no procede de este modo, sino «positivamente», puesto que ya no es un «otro» quien me disciplina, sino uno mismo quien se explota. La violencia tiene lugar aquí como «depresión», en la medida que el sujeto de rendimiento se agota hasta el desmoronamiento total.[7]

Han divide su libro en dos partes: la macrofísica de la violencia, destinada a explicar la violencia por decapitación y deformación, y la microfísica de la violencia, ordenada a analizar la violencia propia de la sociedad del rendimiento. El sujeto del rendimiento experimenta una violencia que no proviene de fuera como un virus (Baudrillard) ni es provocada por un enemigo (Schmitt) o una institución disciplinaria (Foucault), sino que se trata de una agresión que el sujeto lleva a cabo contra sí mismo.[8] Por lo tanto, la violencia del rendimiento no presenta ya como frente de batalla el cruce con el otro —ya sea en su forma explícita o como deformación de la conciencia—, sino que carece de todo frente. Por otra parte, el sujeto del rendimiento carece también de una interioridad que pueda oponer a un otro. La ausencia de interioridad (y de singularidad) hace que los individuos se enfrenten siempre con «lo igual». La violencia microfísica de la sociedad de rendimiento no tiene, por tanto, ni siquiera a la interioridad como un «lugar», puesto que se ejerce precisamente a través de la dispersión hiperactiva de la interioridad fuera de sí. El «singular» desaparece, así, en la sociedad del rendimiento: sus límites con el otro se vuelven «promiscuos», su intimidad se desvanece en la «transparencia» del teatro social y el imperativo de la libertad acaba en una pérdida absoluta de sí mismo.[9] «La historia de la violencia», remata Han, «culmina en esta unidad entre víctima y verdugo, amo y esclavo, libertad y violencia».[10]

 

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Puntos críticos

 

El análisis de Han tiene la originalidad de presentar el fenómeno de la violencia, de modo paradójico, como una forma de positividad que se lleva a cabo en ausencia de un otro. ¿Pero es posible pensar la violencia sin hacer referencia a la negatividad? Según Han, la violencia es negativa si el poder de otro o el deber que es en la conciencia experimentado como otro, buscan aniquilar las propias posibilidades de autorrealización; es positiva si tiene por origen el mismo poder de quien la padece. Esto es posible, sugiere Han, dado que en la sociedad del rendimiento se diluye la «negatividad de lo otro» en la relación narcisista de cada sujeto consigo mismo. La violencia positiva puede explicarse, así, como un resultado de la eliminación de toda negatividad en la sociedad. Han no pretende de ninguna manera defender la violencia negativa como un bien —aun cuando sea la violencia de la positividad peor que esta—, sino distinguir, por un lado, la violencia sin más y, por otro, la negatividad que es inherente y necesaria para la constitución de la identidad, para el reconocimiento de la resistencia del otro y para la experiencia de «lo otro» en el pensar.[11] Una tal noción de violencia resulta en muchos sentidos más razonable que las nociones de violencia que asumen de entrada que toda negatividad es per se violencia.[12]

La concepción de la violencia de Han presenta, sin embargo, aun a pesar de sus virtudes, algunos puntos críticos. Una primera objeción que se puede levantar contra el diagnóstico del autor es que lo que este entiende por violencia positiva constituye un fenómeno que tan solo puede descubrirse en las sociedades más ricas de Occidente. Según esto, la propuesta de Han no sólo sería incompleta, sino también irresponsable, al desviar la atención de la violencia que realmente es un problema. Esta objeción, sin embargo, si bien atiende al hecho evidente de que no todo el mundo vive actualmente bajo el imperativo del rendimiento y de que las formas de violencia negativa no han dejado de existir, pasa por alto que Han —quien es, por cierto, consciente de esta situación[13]— no pretende sino dar cuenta del aspecto dominante u orientador de la cultura, apelando antes a un germen que debe todavía desarrollarse que a un organismo del todo configurado. Hecha esta salvedad, la objeción no deja de estar en parte justificada, puesto que la propuesta de Han, al intentar ofrecer una explicación omnicomprensiva de la historia de la cultura, cae en muchos casos en la generalización, no haciendo del todo justicia a la heterogeneidad de fenómenos particulares que comprenden tanto la postmodernidad como otras épocas.

Un segundo aspecto crítico de la propuesta de Han puede reconocerse en la función que se adjudica al neoliberalismo en la sociedad del rendimiento. Según Han, el sistema neoliberal es causante de la «violencia sistémica» de la sociedad del rendimiento y, sin embargo, cada sujeto del rendimiento es responsable de su propia explotación. El sujeto aparece así, por una parte, como sometido a sí mismo («verdugo y víctima de sí mismo») y, por otra, como sojuzgado por «otro» —porque el «sistema» tienta y seduce y, así, configura su (aparente) libertad de autodeterminación—. Con todo, Han se niega a identificar al neoliberalismo con un agente particular y a dividir a la sociedad en explotados y explotadores, puesto que todos se encuentran sometidos al mismo imperativo de poder-todo, imperativo que no tiene tampoco la estructura de una ideología, sino que da cuenta más bien de una sociedad desideologizada.[14]

Es llamativo también, en este sentido, que Han responsabilice de la prevalencia de la violencia de la positividad tan solo al neoliberalismo, como si éste no estuviera íntimamente conectado con otros fenómenos de la modernidad y de la posmodernidad. Han evita establecer conexiones —nada difíciles de hacer— entre la «libertad de poder» de la sociedad de rendimiento, y el ideal de la emancipación ilustrada y romántica de la modernidad.

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Es llamativo que Han responsabilice de la prevalencia de la violencia de la positividad tan solo al neoliberalismo, como si éste no estuviera íntimamente conectado con otros fenómenos de la modernidad y de la posmodernidad. Han evita establecer conexiones —nada difíciles de hacer— entre la “libertad de poder” de la sociedad de rendimiento y el ideal de la emancipación ilustrada y romántica de la modernidad.

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Lo mismo puede decirse de las escuelas posmodernas de sensibilidad anti-neoliberal y de izquierda que favorecen la violencia de la positividad al interpretar, sin muchos matices, casi cualquier expresión de negatividad como violencia.

 

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El recurso de la amistad

 

En fin, el mote «neoliberalismo» oculta en Han, probablemente, más fenómenos que los que de hecho pueden adscribirse a esta escuela de pensamiento económico. Y si bien Han no responsabiliza al pensamiento de izquierda de la violencia positiva, rechaza abiertamente la hermenéutica de la sospecha y la crítica emancipadora: para Han no toda negatividad ha de ser suprimida (Deleuze),[15] ni todo poder usa como medios la violencia (Bourdieu, Zizek),[16] ni todo lenguaje busca el sojuzgamiento del otro (Nietzsche),[17] ni todo derecho se funda en la violencia (Benjamin, Agamben).[18]

Han presenta de un modo provocador una teoría bastante original de la violencia, polemizando con las principales concepciones de la materia de las últimas décadas. Su propuesta, a pesar de los puntos controversiales recién señalados, resulta en términos generales bien articulada y fundamentada. Como propuesta constructiva a su crítica de la sociedad actual, Han no nos plantea una nueva filosofía, sino, en la tradición de la filosofía helenista y oriental, un «arte de vivir», que no busca tanto redimir a la sociedad en su conjunto como salvar la singularidad de cada uno. En esta línea, nos invita Han, entre otras cosas, a aprender a tener trato con lo inutilizable,[19] a devolver a lo bello su carácter vinculante,[20] a vencer la voluntad de poder con la amabilidad desinteresada[21] y a recuperar al otro por la escucha.

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Han no nos plantea una nueva filosofía, sino, en la tradición de la filosofía helenista y oriental, un “arte de vivir”, que no busca tanto redimir a la sociedad en su conjunto como salvar la singularidad de cada uno. En esta línea, nos invita Han, entre otras cosas, a aprender a tener trato con lo inutilizable, a devolver a lo bello su carácter vinculante, a vencer la voluntad de poder con la amabilidad desinteresada y a recuperar al otro por la escucha.

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[22] En Topología de la violencia es la «amistad»[23] la actitud que puede salvar al hombre contemporáneo de caer en el narcisismo posmoderno —donde el yo se desvanece en una dispersión autodestructiva— o en la lógica amigo-enemigo —donde la identidad personal se constituye solo desde la anulación del otro—. En  suma, el problema de la violencia —y en esto me parece que Han está en la dirección correcta— sólo puede solucionarse si se recupera al otro como tal, lo que implica el reconocimiento del límite que este comporta para uno mismo, entendiendo este «límite» como uno que posibilita antes que imposibilita la propia singularidad.

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[1] Han, B-Ch. (2016) [2011]. Topología de la violencia. Barcelona: Herder.

 

[2] Han, B-Ch. (2012) [2010]. La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.

[3] Han, B-Ch. (2016) [2011]. Topología de la violencia. Páginas 25-28.

 

[4] Han, B-Ch. (2014) [2014]. Psicopolítica. Barcelona: Herder. Páginas 11-12.

 

[5] Han, B-Ch. (2016) [2011]. Topología de la violencia. Páginas 61-62.

 

[6] Ibíd. Páginas 124-125.

[7] Han, B-Ch. (2016) [2011]. Topología de la violencia. Páginas 11; 21.

 

[8] Ibíd. Páginas 75; 135; 145.

[9] Ibíd. Páginas 113;153.

 

[10] Ibíd. Página 195.

[11] Ibíd. Páginas 75; 137; 178.

 

[12] Ibíd. Páginas 176-177.

 

[13] Ibíd. Página p. 161, n.182.

[14] Ibíd. Páginas 98; 122.

[15] Ibíd. Página 177.

 

[16] Ibíd. Páginas 119-120.

 

[17] Ibíd. Páginas 159-160, n. 180.

 

[18] Ibíd. Páginas 79;89.

 

[19] Ibíd. Páginas 77-79.

 

[20] Han, B-Ch. (2015) [2015]. La salvación de lo bello. Barcelona: Herder. Páginas 108-110.

[21] Han, B-Ch. (2016b) [2005]. Sobre el poder. Barcelona: Herder. Páginas 176-178.

 

[22] Han, B-Ch. (2017) [2016]. La expulsión de lo distinto. Barcelona: Herder. Páginas 120-123.

 

[23] El autor se refiere aquí expresamente a la noción de amistad y de comunidad de Aristóteles. Han, B-Ch. (2016) [2011]. Topología de la violencia. Barcelona: Herder. Páginas 90-92.