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Sonidos del más allá

La Décima de Mahler en la reconstrucción de Michelle Castelletti

Germán Reyes Busch
Santiago, Chile. Á - N.4

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Mahler: Sinfonía 10 (completada y arreglada para orquesta de cámara por Michelle Castelletti)
Lapland Chamber Orchestra, John Storgårds
1SACD (BIS), 2019

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En 1911 Mahler fallece. Estaba trabajando en su Décima Sinfonía. Había casi completado el primer y tercer movimientos. El resto tenía prácticamente una sintaxis acabada, pero faltaba la orquestación. La estructura era especular, al modo de la Séptima: Adagio, Scherzo, Purgatorio, Scherzo, Finale.

En el mundo se solía tocar el primer movimiento tal como lo dejó Mahler. El resto era tabú. Alma, la esposa del compositor, no quería que la obra se completara. Ni Schoenberg, ni Britten, ni Shostakovich aceptaron el desafío. Pero, desde la década del 50, varios musicólogos lo hicieron: Cooke en cuatro ediciones (la primera de ellas convenció a Alma de que se completara la obra), Wheeler también en cuatro, Mazzetti en dos, Carpenter, Barshai, Samale/Mazzucca y Gamzou, todos ellos con una edición. Hay consenso en atribuirle a Cooke la edición menos intervenida y a Gamzou la más «imaginativa». Las preferencias suelen inclinarse por Cooke o Barshai como las más idóneas.

Como declarara Haitink, la Décima es una obra sin duda incompleta pero fascinante. Sin embargo, los apuntes del resto son tan impresionantes que obligan a una orquestación tal como entendió finalmente la viuda del compositor. Como seguidor de la partitura he oído cuidadosamente todas las ediciones y grabaciones oficiales de la Décima, las cuales suman cerca de 40 lecturas. Lo que diré lo haré sin énfasis: esta de Castelletti es quizá la nueva referencia, la más convincente y mahleriana de las ediciones.

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« Lo que diré lo haré sin énfasis: esta de Castelletti es quizá la nueva referencia, la más convincente y mahleriana de las ediciones».

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Lo sorprendente es que se trata de una edición de cámara, en el estilo de las reducciones de «La Canción de la Tierra» y la Cuarta Sinfonía, surgidas en el marco de la Verein für musikalische Privataufführungen, la asociación impulsada por Schönberg para difundir música de su época. Parecerá extraño, pero no lo es tanto. En primer lugar, Mahler estaba evolucionando hacia un lenguaje sinfónico más depurado y menos cargado instrumentalmente, lo que nos da la sensación de que a esta reducción no le falta nada, es absolutamente perfecta. Por otra parte, la reescritura de pasajes sin orquestar o semiorquestados tiene en el conjunto de cámara la menor distancia con respecto a las ideas dejadas por el compositor. El resultado es impresionante. Mahler suena menos retórico que de costumbre, adquiere una calidez muy en sintonía con la carga emocional de la obra y además lo hace con una modernidad nada forzada. Acá están Schoenberg, Berg y Webern muy presentes.

Después del bellísimo primer movimiento vestido con ropas más humildes y adecuadas, lo que puede causar extrañeza pero jamás desagrado, el primer Scherzo es fenomenal. Al fin se puede oír verdaderamente completado, sin la desnudez de Cooke ni la sobreorquestación de Gamzou o Carpenter.

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… el primer Scherzo es fenomenal. Al fin se puede oír verdaderamente completado, sin la desnudez de Cooke ni la sobreorquestación de Gamzou o Carpenter.

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El Purgatorio queda fantástico en esta reducción. Parece que así lo hubiese dejado Mahler. Al segundo Scherzo le pasa lo mismo que al primero, gana mucho. Los detalles rítmicos y contrapuntos están todos ahí y con absoluta naturalidad. Incluso Storgards sabe imprimirle una poesía y drama que a veces pasan inadvertidos con orquestaciones más estentóreas. El final despliega una de las músicas más sentidas del siglo XX y en esta edición alcanza una dimensión cósmica e íntima como si se tratara de una prolongación de La noche transfigurada de Schoenberg.

La dirección de John Storgards a cargo de la Lapland Chamber Orchestra es impresionante. Se trata de un alarde técnico que ha merecido elogios de la poca crítica y recepción que este notable disco ha tenido. El sonido del SACD es fantástico.

Un disco para atesorar y para oír muchas veces. Obligatorio para mahlerianos, amantes de la música de cámara y del sinfonismo del siglo XX.

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