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Título: Sobre la violencia
Autor: Slavoj Žižek
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El pensamiento de la judía alemana estadounidense Hannah Arendt 1906-1945) y del esloveno Slavoj Žižek (1949) ha reaparecido en el último tiempo a la luz de los acontecimientos de violencia que marcaron la vida del país. En el momento de darnos explicaciones, ambos filósofos de la política brindan instrumentos para la reflexión. Una con más eficacia que el otro, según el autor de este texto.
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En sus respectivos libros —Sobre la violencia: seis reflexiones marginales y Reflexiones sobre la violencia— Slavoj Žižek y Hannah Arendt profundizan en la definición de violencia, indagando su ámbito de influencia y sus efectos.
Arendt hace un recorrido respecto a la definición y el rol que otorgan a la violencia diversos pensadores de la filosofía moderna. Explica, por ejemplo, cómo Sartre y Fanon glorifican la violencia. Además rechaza la idea de que el poder político sea la organización de la violencia, y llega a presentar al poder y a la violencia como opuestos absolutos (descartando también la idea aceptada de que la violencia es la manifestación última del poder).
Žižek, por su parte, presenta los conceptos de violencia subjetiva y violencia objetiva, siendo la violencia subjetiva aquella directamente visible, donde se puede identificar claramente al agente que la utiliza. La violencia objetiva, en tanto, es aquella menos visible y es inherente al estado «regular» de las cosas; la violencia objetiva se compone a su vez de la violencia simbólica —aquella que está relacionada con el lenguaje como tal y las relaciones de dominación social— y de la violencia sistémica, relacionada con las consecuencias del funcionamiento del sistema político y económico.
Cada autor tiene su propio y original concepto de violencia. En ambos casos la violencia se presenta como un medio para lograr un fin: la destrucción total del oponente, la dominación social o el mantenimiento del sistema. En la reflexión de Arendt, la violencia puede tener justificación, pero ella se debilita cuando el fin perseguido es distante en tiempo y posibilidad. Para ilustrar aquella debilidad, ofrece el ejemplo de la defensa propia: el uso de la violencia en defensa de la propia vida ante un peligro inminente es casi incuestionable. Extendiendo el ejemplo, por otro lado, el uso de la violencia con el objetivo de establecer un nuevo sistema político pierde fuerza que lo justifique por la lejanía de su objetivo.
No sorprende, entonces, que la mayoría de las revoluciones y crisis en la historia surjan de descontentos populares por medidas que afectan el diario vivir, como un aumento de impuestos o de tarifas, y no por el descontento con el sistema económico como tal. ¿Hubiera tenido la misma fuerza la revolución de las trece colonias británicas en el siglo XVIII sin la Stamp Act? La violencia contra el establishment es mucho menos justificable que la violencia contra un alza de impuestos injusta, porque el establishment no es visible como la tajada que se lleva el gobierno de las cosechas, o como el saqueador que roba un almacén de barrio. Ahí entra el concepto de violencia objetiva de Žižek: la violencia del mismo establishment, menos visible y sensible pero aún presente. Es la violencia contenida en las formas de expresión y relación social.
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Conciencia colectiva
Hannah Arendt establece que la violencia y el poder son opuestos absolutos: donde uno está totalmente, el otro está ausente. Luego se pregunta por la naturaleza del poder, llegando a la conclusión de que el poder es el apoyo de las personas gobernadas, y que sin ese apoyo las capacidades del poder no existen. El poder es, en una sola palabra, consentimiento o unión, es decir, que los fines propuestos para todo un grupo son aceptados como fines propios para cada individuo. Esto significa que el individuo pasa a formar parte de una conciencia colectiva (la voluntad general de Rousseau).
El poder es siempre de base colectiva, pero puede ser ejercido en forma individual. Los fines de la colectividad son las directrices y límites del poder; el poderoso que no hace caso a la voluntad general es arrojado de su posición rápidamente. Por otro lado, la violencia, siendo el opuesto absoluto al poder, debe ser esencialmente disentimiento o división. Ahí donde no hay consentimiento, necesariamente hay disentimiento. Ahí donde no hay unión, necesariamente hay división. Sin embargo, la violencia, a todas luces, no es cualquier tipo de disentimiento. Es disentimiento llevado a la acción, y una acción que debe ser por definición contraria a los límites y directrices que la comunidad ha fijado para su convivencia. La acción violenta es entonces contraria a la acción política, puesto que la política es la construcción del poder a través del consentimiento. La violencia es la destrucción del poder a través del disentimiento: es la acción que, a través de la violación de las disposiciones sociales orientadas a lograr los fines comunitarios, logra los propios fines, distintos de los primeros. Si la violencia es contraria al poder, entonces el fin de la violencia es claro. La violencia en sí misma y sin más justificaciones, tiene como fin la ausencia del poder, es decir, la anarquía. Basta con pensar en los fines de quienes atacan a la sociedad sin aparente razón, o usan la violencia asesina contra grupos de desconocidos. Es la dinámica del poder la que repugna a estos individuos, porque presenta reglas ajenas a ellos. Es vital esta reflexión para considerar cómo la exclusión social alimenta la violencia.
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Contexto y acción
Volvamos al otro autor. Žižek categoriza la violencia en dos tipos: la violencia objetiva y la de violencia subjetiva. La violencia subjetiva corresponde, a mi juicio, a la violencia definida por Arendt. La violencia objetiva, por otro lado, corresponde a las consecuencias de las relaciones de dominación social, del sistema político-económico y del lenguaje. La violencia objetiva, entonces, viene a ser lo contenido en la estructura lingüística, sociopolítica y económica donde el individuo se desenvuelve, y se manifiesta en las categorías de exclusión que le afectan: su género, orientación sexual, situación socioeconómica, entre otras. Un ejemplo de violencia objetiva es la forma en que está ordenado el mercado laboral, una forma que de por sí excluye a las mujeres. Un ejemplo de violencia subjetiva, en el mismo ámbito, es una violación. En resumen, para el autor esloveno los tipos de violencia se ordenan en una díada, donde la violencia subjetiva corresponde a la «punta del iceberg», que choca visiblemente al Titanic, pero la violencia objetiva es las seis partes bajo el agua, que sostienen a la punta destructiva y por sí mismas quiebran las planchas de la sala de máquinas del barco.
El argumento de Žižek tiene fallas importantes. Es derechamente falaz al colocar a una valoración sobre el orden de las cosas. Žižek pone «la violencia inherente al estado normal de las cosas», o violencia objetiva, en la misma categoría que una acción directa e intencional, como la violencia subjetiva. Simplemente ambas no tienen la misma naturaleza, y por lo tanto, no pueden pertenecer al mismo elemento (la violencia).
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«El argumento de Žižek tiene fallas importantes. Es derechamente falaz al colocar a una valoración sobre el orden de las cosas. Žižek pone “la violencia inherente al estado normal de las cosas”, o violencia objetiva, en la misma categoría que una acción directa e intencional, como la violencia subjetiva. Simplemente ambas no tienen la misma naturaleza y, por lo tanto, no pueden pertenecer al mismo elemento (la violencia)»
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Veámoslo de otra forma: el juicio que hacemos sobre el estado de las cosas y sus consecuencias sobre el individuo es un juicio de orden, no de acción. Juzgamos el cómo están ordenadas las cosas, no el cómo se comportan los individuo. En este caso particular, esto determina que no podemos considerar tanto a la violencia subjetiva como a la violencia objetiva como tipos de violencia. Una de ellas debe ser falsa violencia, puesto que no es acción: la violencia objetiva. Esto no quiere decir que la violencia objetiva no exista o que no sea dañina, sino que ella no es violencia propiamente tal, sino injusticia. Sufrir las consecuencias de un mal sistema de salud es una injusticia. Sufrir un abuso emocional es violencia. Que la injusticia de la estructura social produzca violencia o la facilite no quiere decir, bajo ninguna circunstancia, que ella misma sea violencia. He aquí la falacia monumental del argumento de Žižek: asumir que el contexto y la acción son lo mismo, partes distintas del mismo iceberg, cuando el contexto nunca es la misma acción.
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«Que la injusticia de la estructura social produzca violencia o la facilite no quiere decir, bajo ninguna circunstancia, que ella misma sea violencia. He aquí la falacia monumental del argumento de Žižek: asumir que el contexto y la acción son lo mismo, partes distintas del mismo iceberg, cuando el contexto nunca es la misma acción»
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Si la exclusión social de «categorías» de personas alimenta finalmente la violencia contra esas personas, estamos hablando de una de las causas y del efecto. Una causa y su efecto no pueden ser lo mismo, porque implicaría que el efecto se causa a sí mismo y no tiene principio. Luego, si bien la violencia objetiva puede propiciar o causar la violencia subjetiva, no pueden ser ambas acción o ambas orden. Finalmente, como la violencia es acción, la violencia objetiva, al ser orden de cosas, no es acción y no puede ser violencia.
Concluyendo: la noción de violencia subjetiva según Žižek y de violencia según Arendt son equivalentes. La filósofa estadounidense entrega una visión prudencial sobre el fenómeno: lo más probable al usar la violencia es que vivamos en un mundo más violento. Esto es porque la violencia es división y la división solo provoca división. La única forma de detener la violencia es con su opuesto, el poder. El poder es consentimiento o unión y sólo cuando hay unión no hay división. Luego, la única forma de superar la violencia es con el acuerdo sobre los fines comunitarios.
Por otro lado, si aceptamos la falsa tesis de que la injusticia es violencia, como nos quiere hacer creer Žižek, deberíamos aceptar la «legítima defensa» de quienes queman edificios y agreden a la población por no considerar justo el sistema. Deberíamos igualmente dejar de lado toda adhesión a las reglas comunes que nos rigen a todos si las consideramos injustas, y destruir aquellas instituciones que siguen promoviendo, en este entendido, la violencia.
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