Título: Masa y poder
Autor: Elías Canetti
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La sensación de incertidumbre social de los últimos meses ha provocado un interés creciente en la revisión de Masa y poder, el libro clásico, o «libro de vida» de Elias Canetti. Publicado en 1960, esta extensa indagación sobre la condición humana pareciera echar luz sobre los mecanismos que llevan a un individuo diferenciado y autónomo a sumergirse en las profundidades de lo colectivo como si cediera a una tentación bestial.
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El nombre del escritor búlgaro Elias Canetti (1905–1994) entró recientemente al baile por una columna de Ascanio Cavallo en La Tercera a propósito de la crisis que se desató el 18 de octubre pasado en la que citaba su famoso ensayo Masa y poder (1960), título que pareciera decirlo todo. Esta aguda columna fue publicada el sábado 9 de noviembre, es decir cuatro días antes del incendio de la Iglesia de la Veracruz, acontecimiento que podría considerarse como la guinda de la torta de una espiral de violencia que se mostró desde un comienzo fuera de control.
La sensación generalizada fue que el quiebre de la paz social estaba tomando un aspecto desastroso. Si las causas profundas del estallido estaban más o menos claras —desigualdad impúdica, trucherías persistentes a plena luz, títulos de universidades de «baquelita» que no han dado el ancho, desafección por el destino del país como si éste fuera una entidad ajena— había muchas más dudas sobre la «lógica impersonal» con que estaban actuando las masas en las calles, compuestas básicamente por manifestantes pacíficos y vándalos de toda especie arrojados de manera casi ciega al pillaje (una pulsión nacional de larga data). Con una fuerza policial desbordada por los cuatro costados y un toque de queda que parecía en sus horas iniciales más que nada un saludo a la bandera, muchos entramos en un loop de angustia que se podría resumir en cinco palabras: aquí puede pasar cualquier cosa. ¿De qué afirmarse? Entre otros asuntos, de las ideas, esas entelequias que de algún modo las generamos con el fin de ubicarnos en el mundo y de ese modo establecer un nivel razonable de tranquilidad mental al menos en el corto plazo.
Yo había leído de manera incompleta Masa y poder a los veinticinco años, fascinado por la pluma de su autor. La novela Auto de fe, el ensayo El otro proceso de Kafka y sus libros de memorias habían sido la puerta de entrada a esa obra monumental. No pude terminarla simplemente porque no estaba preparado para recibir una lluvia de ideas tan intensa y prolongada. De ahí que no me extrañara la mención de Ascanio Cavallo en su columna de opinión. De esa lectura me había quedado una imagen difusa de cosas ardiendo en manos de una turba eufórica y una cita parcialmente retenida: «… la pulsión más profunda de la masa: mantenerse en su estado agudo, no desintegrarse, seguir siendo masa». Posiblemente haya sido éste el fundamento del temor que experimentamos durante los meses de verano, pensando en lo que pasaría en marzo: la posibilidad de que las multitudes volvieran con fuerza para ser fieles a su naturaleza de permanecer unidas y actuar a contrapelo de las órdenes con que el poder busca doblegarlas. Tal temor se encuentra potenciado por la ferocidad que hemos visto: sólo a Wallmart le han quemado más de 30 supermercados, algo nunca visto en los 28 mercados donde opera esta empresa desde su fundación hace 75 años, entre los que figura México, Nicaragua y Honduras, países donde la hostilidad ciudadana ha hecho estragos. Ocasionalmente a Wallmart lo saquean, pero de incendios nada se sabía.
Esta tesis central del libro permite entender uno de los principales enemigos de nuestras masas: Carabineros de Chile. ¿Acaso ellos no están por ley obligados a resguardar el orden público, por ejemplo para asegurar el libre paso de cualquier persona por cualquier calle? Lo están, sin embargo las masas no están dispuestas a ser disgregadas bajo ningún argumento. Es cierto que muchos los tienen por enemigos debido a los múltiples abusos que han cometido, pero —si Canetti tiene razón—, no es ése el motor que explica la furia contra ellos: son una amenaza en cuanto tal. El gran error, al parecer, ha sido dispersar a multitudes que tenían vocación de violencia.
Este largo ensayo, publicado en 1960, en el que no figuran notas al pie y donde no hay página —y a veces párrafo— en que no se encuentren ideas propias de su autor, pertenece a la categoría de las «obras de una vida». Entre ellas podemos destacar la edición comentada que hizo la profesora inglesa Nan Dunbar de Las aves de Aristófanes (1995), la cual le tomó cuarenta años y fue lo único que publicó. En Chile también tenemos una: El milenio según Virgilio (2018), un extenso estudio de Antonio Cussen en el que trabajó intermitentemente desde mediados de los años ochenta y a tiempo completo durante los últimos cuatro antes de entrar a imprenta.
Canetti no veía con buenos ojos esa categoría, pues le hacía pensar que tales esfuerzos intelectuales de gran alcance suponían un «ascetismo inhumano». Cuenta, de hecho, que se estremeció cuando lo vio impreso por todo el tiempo que invirtió escribiéndolo. «¿Qué eres ahora?», se pregunta. «Soy el cráter de ese libro». Fue una empresa titánica que tuvo como norte «conocer todas las costumbres de los hombres y todo cuanto les ha sucedido, para así recuperar toda la vida pasada, ya que la venidera nos está vedada».
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«Canetti cuenta que se estremeció cuando vio impreso el libro, por todo el tiempo que invirtió escribiéndolo. “¿Qué eres ahora?”, se pregunta. “Soy el cráter de ese libro”. Fue una empresa titánica que tuvo como norte “conocer todas las costumbres de los hombres y todo cuanto les ha sucedido, para así recuperar toda la vida pasada, ya que la venidera nos está vedada»
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Con el paso de los años valoró su libro cada vez más, especialmente por la verdad que irradiaban los aspectos secundarios que en su momento no le parecieron relevantes («recorrí cientos de caminos») y porque se leía cada vez mejor. El argumento que dio la Academia Sueca al otorgarle el premio Nobel de Literatura en 1981 considera que sus escritos están «marcados por una visión amplia, una gran riqueza de ideas y poder artístico». Cuesta imaginar que los redactores de esta línea no hayan tenido un ejemplar de Masa y poder a la vista.
Si bien no cuenta con un epígrafe, una frase de Jacob Burckhardt de las Reflexiones sobre la historia universal (1889) podría ocupar ese lugar. De ella siempre estuvo agradecido, según cuenta, pues operó como una justificación de toda la energía que puso en el libro. «Es posible que en Tucídides haya algún hecho de primer orden que alguien advierta sólo dentro de cien años».
De alguna manera Canetti trabajó para la posteridad. Su personalísimo análisis no excluye otros abordajes que permitan comprender en principio lo que hoy ocurre —estoy pensando en las ideas sobre la ira y la violencia presentadas por Žižek, Sloterdijk, Arendt y Byung-Chul Han— pero el tipo de luz que arroja Canetti pareciera ser de otra naturaleza: él encuentra patrones remotos de comportamientos de masas entre asociaciones humanas que no tuvieron entre ellas ningún contacto o noticia, por ejemplo los sacerdotes frigiosirios y la secta rusa Skoptsy, de manera que el marco que ofrece posee una universalidad que no reside sólo en una estipulación conceptual o metafórica (en esto es un experto), sino en acontecimientos históricos dispersos por el espacio y el tiempo, desde guerras civiles y castraciones masivas hasta antiquísimos rituales religiosos, sin dejar de examinar ciertas conductas animales y fenómenos naturales de aglomeración, como el viento y el mar, «la masa más grande existente». Ciertamente estos elementos capturan de inmediato al lector atento; el magnetismo del libro, espejo de una mente crepitante, se ve potenciado por su elegante estilo: directo, de frases no muy largas, con una inteligente neutralidad que nunca abandona aunque se interne, para rastrear un símbolo determinado, en «una confusa mezcla de supersticiones» (tomo la expresión de Ernst Cassirer).
Un repaso a la extensa bibliografía de Masa y poder —en la que no figura Freud, dicho sea de paso— nos muestra una curiosidad ilimitada por la antropología, la etnografía y la psicología en sus aspectos más abarcadores y también recónditos. Esta larga lista de obras se puede conectar con algo que dijo sobre su método de trabajo: «Nunca he aprendido nada sistemáticamente, sino por excitaciones súbitas». Lo que esa bibliografía no muestra es que Canetti deseó tener un conocimiento de primera mano de las multitudes; ya que lo emocionaban, siempre quiso participar de ellas a pesar de los riesgos inherentes que casi por definición implican. Esta inclinación desapareció cuando publicó el libro.
Canetti entregó en 1959 el manuscrito a la editorial Classen Verlag de Hamburgo. Si bien en 1925 tuvo la primera idea para escribir un libro sobre el tema, su germen es aún anterior: cuando tenía 17 años quedó impresionado al observar una manifestación obrera en Frankfurt motivada por el asesinato del ministro de Relaciones Exteriores de la República de Weimar, Walther Rathenau, el 24 de junio de 1922, poco después de firmar un tratado de paz con la Unión Soviética. Explica que a ese evento quedó ligado «toda mi vida de adulto», pues durante largo períodos trabajó exclusivamente en su obra dedicado a comprender cómo se forman, desarrollan y disuelven las masas, movido por una pasión irresistible, «remando sin gobierno en mi propio mar». Fue, de hecho, tomado por un obseso por su círculo privado. Escribe al respecto en su libro de notas La provincia del hombre (1973):
«¿Mereció la pena este esfuerzo? ¿No se me habrán escapado así otras muchas obras? ¿Cómo lo diría? Tenía que hacer lo que he hecho. Me hallaba bajo una coacción que jamás comprenderé. Empecé a hablar de este libro cuando apenas existía más que la intención de escribirlo. Lo anuncié como una obra de grandes pretensiones con el fin de atarme más a él. Mientras todos los que me conocían me impulsaban a terminarlo, yo no lo terminé ni una hora antes de lo que me pareció adecuado. Durante estos años, mis mejores amigos perdieron su fe en mí; aquello duraba demasiado; yo no podía reprochárselo. Ahora me digo que he conseguido agarrar a este siglo por el cuello».
«Agarrar a este siglo por el cuello». Canetti relata, en una nota de sus diarios de 1954, que él buscó en Masa y poder «una nueva fundamentación, un ámbito nuevo y no agotado, […] un nuevo respirar» donde poder situarse y comprender desde ahí al ser humano. Gastó todo lo que tenía en libros, incluso en los peores momentos, especialmente cuando vivía en Viena y en Londres, con poco dinero. Es interesante destacar su distancia con Thomas Hobbes, otro autor que por estos días vuelve a leerse con sentido de urgencia. Lo admira abiertamente; piensa que sus ideas, aunque sólo unas pocas sean correctas, «agudizan el ingenio» en lugar de paralizarlo.
«Él lo explica todo por el egoísmo, y aunque conoce a la masa —la menciona muy a menudo—, en realidad no tiene nada que decir sobre ella. Mi tarea es, sin embargo, mostrar precisamente cómo está compuesto el egoísmo, cómo aquello sobre lo cual ejerce su dominio no le pertenece en absoluto y proviene de otros ámbitos de la naturaleza humana, justamente aquellos para los cuales Hobbes era ciego».
Una posible línea interpretativa de Masa y poder consiste justamente en dilucidar aquello que Hobbes no vio, entre otras cosas el efecto que el poder tiene en nosotros toda vez que atenta contra nuestros deseos.
En la masa somos todos iguales y desconocidos (sería terrible si sólo hubiera conocidos, piensa Canetti). Si cuando estamos solos no dejamos que nadie nos toque, con la excepción de personas con quienes tenemos una relación cercana o derechamente íntima, al plegarnos a la multitud esa inhibición desaparece por completo: nuestro cuerpo pareciera ampliarse. A este hecho hay que agregarle otro, expuesto en todos sus detalles en el octavo capítulo llamado «La orden».
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«En la masa somos todos iguales y desconocidos (sería terrible si sólo hubiera conocidos, piensa Canetti). Si cuando estamos solos no dejamos que nadie nos toque, con la excepción de personas con quienes tenemos una relación cercana o derechamente íntima, al plegarnos a la multitud esa inhibición desaparece por completo: nuestro cuerpo pareciera ampliarse»
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Sólo alguien con poder puede darnos órdenes. Primero lo hacen nuestros padres; con el tiempo, quien esté sobre nuestras cabezas. Canetti postula que toda vez que recibimos una orden queda en nosotros un «aguijón». Es una suerte de registro ante el llamado a la obediencia. Nuestra vida está llena de ellos. «Nunca se asimilan, son un cuerpo extraño», escribe Canetti. Pese a la molestia que nos provocan, sacárselos de encima no es posible, salvo cuando participamos de la masa. Sólo ahí existe la liberación, al menos mientras formamos parte de ella. Quienes han probado esta válvula de escape jamás la olvidarán. Esa nostalgia es hoy un gran problema para quienes detentan el poder. De alguna manera todos lo saben, de ahí el temor ante lo que podría ocurrir en un tiempo cercano.