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Robert Caro: Master Power

Juan Manuel Vial
Periodista y crítico literario. Santiago, Chile. Á - N.3

A los 83 años de edad, Robert Caro volvió a sorprender a medio mundo: se distrajo por algunos momentos de su obra maestra en construcción -la biografía de Lyndon Johnson a la que ha dedicado más de cuatro décadas- y publicó una suerte de memoria en la que trata sus inicios en el periodismo, su vida en Nueva York y las razones que lo llevaron a obsesionarse con todo aquello relacionado con el poder político. Working es un libro fuera de serie porque revela, paso a paso, el método demencial con que Robert Caro fue convirtiéndose en un fenómeno de la investigación sin tregua, en un maestro de la urdiembre insospechada y en el mesías de la revelación trascendente.

 

Nadie en los últimos 50 años ha demostrado una monomanía tan enquistada, persistente y productiva como la de Robert Caro, el gran biógrafo estadounidense. Obseso con llegar a entender en qué consiste el poder político -de dónde proviene, cómo se obtiene, cómo se manipula y ejerce, cuáles son sus vertientes sangrientas, delincuenciales, demagógicas y formales-, Caro ha dedicado su larga existencia a escudriñar en las más ocultas e inaparentes circunstancias de dos personajes monumentales, dos opuestos absolutos que, sin embargo, acabaron enseñándole todo lo que sabe sobre el tema. Y ello no es poco decir: Caro, muchos lo piensan, es el individuo que mejor conoce cómo se fueron moldeando y solidificando los oscuros y poco aireados recovecos del poder en su país durante buena parte del siglo XX.

 

Primero vino el planificador urbano Robert Moses, quien dominó por casi medio siglo el tejemaneje de una ciudad monstruosa como Nueva York, reconvirtiéndola, remodelándola y arrasándola a su entero antojo, esto mientras corrompía a centenares de funcionarios estatales y desalojaba de sus hogares a cerca de medio millón personas, la mayoría de ellas latinas o negras, todas pobres, para hacer así efectivas las apoteósicas transformaciones que le cambiaron la cara a la ciudad para siempre. Quienquiera que haya pisado Nueva York en los últimos 50 años, puede afirmar con propiedad que estuvo en la ciudad que Moses diseñó entre 1924 y 1968.

 

Puentes, parques, túneles, vecindarios, autopistas, playas y varios edificios emblemáticos se cuentan entre las obras más vistosas del que probablemente haya sido el más grande constructor de la humanidad. «Aquí teníamos a un tipo que nunca fue elegido para cargo alguno y que tuvo más poder que cualquier alcalde, más poder que cualquier gobernador, más poder que cualquier alcalde y gobernador juntos, y que conservó ese poder por 44 años, y a través de él modeló buena parte de nuestras vidas». Moses, es justo agregar, jamás se enriqueció con sus complejas maquinaciones, pues simplemente nació y murió en la opulencia.

 

El silencio es el arma

 

En principio, Caro estimó que la investigación en torno a Moses le tomaría unos 9 meses. Pero en realidad el asunto se extendió a lo largo de 7 años y 522 entrevistas. La biografía, titulada The Power Broker, consiste en un fascinante mamotreto de 1.246 páginas que ganó el Premio Pulitzer en 1974. Nomás terminó el libro, Caro supo acerca de qué quería escribir enseguida: acerca del poder político, por supuesto, pero esta vez a nivel nacional. «Sentí que había aprendido que si elegías al hombre indicado, podías mostrar rasgos del poder a través de la vida de aquel hombre. Pero tienes que elegir al hombre indicado. ¿Cómo se consigue eso? Gasté mucho tiempo tratando de averiguarlo. […] Si eliges a ese hombre, al hombre que hizo algo que nadie había hecho, y eres capaz de establecer cómo lo hizo, obtienes nociones en torno a la esencia del poder. Entonces me dije: ¿quién hizo algo así a nivel nacional? Algo que nadie había hecho antes. Lyndon Johnson. Fueron sus 6 años como líder de la mayoría en el Senado (1955 hasta 1960).

 

«Caro: “Sentí que había aprendido que si elegías al hombre indicado, podías mostrar rasgos del poder a través de la vida de aquel hombre. Pero tienes que elegir al hombre indicado. ¿Cómo se consigue eso? Gasté mucho tiempo tratando de averiguarlo… Si eliges a ese hombre, al hombre que hizo algo que nadie había hecho, y eres capaz de establecer cómo lo hizo, obtienes nociones en torno a la esencia del poder”».

 

Durante los 100 años anteriores a Lyndon Johnson, nadie había sido capaz de que el Senado funcionara tal como en los 59 años desde que Lyndon Johnson dejó el Senado, nadie ha sido capaz de que el Senado funcione. De hecho, durante los 6 años que duró su liderazgo, el Senado se convirtió en el centro de la inventiva, la creatividad y la energía en Washington». Así se gestó el colosal abordaje de la figura del presidente Lyndon Johnson, obra en construcción a la que este infatigable investigador se ha abocado por más de 4 décadas. Hasta el momento ha publicado 3.281 páginas sobre Johnson. Caro tiene 83 años y en la actualidad avanza en el quinto y último volumen de su johnsoniana, volumen que, según admite, aún podría tardar varios años en completar.

 

Robert Caro es una figura relevante en la vida intelectual y política de Estados Unidos. Y cada vez que lanza un libro se produce un revuelo predecible, debido, en parte, a la altísima calidad de la información revelada, a su insuperable rigurosidad investigativa y, también, al tiempo que media entre una entrega y otra. En algunos círculos, con el correr de los años, el tema de la periodicidad ha pasado a convertirse en un chiste habitual: cada vez que Caro publica un nuevo volumen de la biografía de Johnson, no faltan quienes se preguntan con sarcasmo si el autor habrá hecho «el cálculo elemental». Con eso se refieren a que si él se dará cuenta de que ya no es ningún pimpollo y a que tal vez su obra quedará inconclusa. Hace un par de meses ocurrió un hecho inédito, que también guarda relación con esto: el biógrafo se distrajo de su opera magna y se permitió un antojo, una suerte de memoria que, muy apropiadamente, lleva por título Working. Allí, en ese libro, Caro les respondió a los que se preocupan de su longevidad: «Bueno, claro que soy capaz de hacer ese cálculo. Estoy muy consciente de que puede que nunca llegue a escribir una memoria, aunque dispongo de tantas divagaciones en torno a escribir, de tantas anécdotas en torno a investigar que me gustaría preservarlas para cualquiera que esté lo suficientemente interesado en leerlas. Decidí entonces que, por si acaso, llevaría algunas de ellas al papel».

 

«Robert Caro es una figura relevante en la vida intelectual y política de Estados Unidos. Y cada vez que lanza un libro se produce un revuelo predecible, debido, en parte, a la altísima calidad de la información revelada, a su insuperable rigurosidad investigativa y, también, al tiempo que media entre una entrega y otra».

 

Working es un libro fuera de serie porque revela, paso a paso, el método demencial con que Caro fue convirtiéndose en un fenómeno de la investigación sin tregua, en un maestro de la urdiembre insospechada y en el mesías de la revelación trascendente. Aquí, por ejemplo, están descritos con lujo de detalle los entretelones de las tensas entrevistas que el autor mantuvo con Moses, información de corte intimista que no figura en The Power Broker. También están las insólitas indagaciones en las que se sumió para acceder a ciertas circunstancias borrosas o derechamente ocultadas de la vida de Lyndon Johnson. Y en torno al acto de entrevistar -el autor ya ha entrevistado a miles de personas para la saga de Johnson-, Caro ofrece en Working una declaración digna de tener en consideración. «Entrevistas: el silencio es el arma, el silencio y la necesidad de la persona de romperlo ⸻siempre y cuando esa persona no seas tú, el entrevistador. Dos de los más grandes entrevistadores de la ficción -el inspector Maigret de George Simenon y George Smiley de John le Carré- cuentan con pequeños dispositivos que utilizan para evitar hablar y dejar que el silencio haga su trabajo. Maigret limpia su omnipresente pipa, golpeándola suavemente sobre su escritorio y luego raspándola hasta que el testigo se descompone y habla. Smiley se saca los anteojos y los limpia con el extremo grueso de su corbata. En cuanto a mí, tengo menos clase. Cuando estoy a la espera de que la persona que entrevisto rompa el silencio y me entregue una pieza de información que añoro, anoto ‘SU’ en mi cuaderno (por Shut Up! [cállate]). Si alguien alguna vez se detiene a mirar en mis cuadernos, encontraría muchísimos “SU” en ellos».

 

32 millones de páginas

 

Para quienes no han leído a Robert Caro, la pregunta capciosa sigue siendo legítima: ¿por qué este tipo tarda tanto en escribir un libro? Vamos viendo: en 1974 publicó The Power Broker. De ahí se abocó a Lyndon Johnson e inauguró la célebre secuela titulada The Years of Lyndon Johnson. El primer volumen, The Path to Power, apareció en 1981; el segundo, Means of Ascent, en 1990; el tercero, Master of the Senate, en 2002 (con éste volvió a ganar el Premio Pulitzer); y el cuarto, The Passage to Power, vio la luz en 2012. Robert Caro asegura ser un escritor veloz, afirmación que por supuesto deja perplejos a quienes no conocen su delirante método de trabajo. Para resumir lo irresumible, todo se remonta a un consejo que recibió del editor Alan Hathway, bajo cuyas órdenes dio sus primeros pasos en el periodismo escrito allá por los años 50: «Revisa cada página. Nunca asumas nada. Revisa cada maldita página».

 

Décadas más tarde la advertencia cobró ribetes dramáticos cuando Caro, decidido ya a enfocarse en la figura de Johnson, accedió por primera vez a la Biblioteca y Museo Presidencial Lyndon Baines Johnson, ubicada en Austin, Texas. El edificio contenía cuatro pisos repletos de cajas con legajos correspondientes a la presidencia del tejano: «Le pregunté a la bibliotecaria cuántas cajas había, y cuántas páginas de documentos contenía cada caja. Había alrededor de 40 mil cajas, dijo; cada una tenía una capacidad teórica de 800 páginas, pero por supuesto, agregó, no todas estaban completamente llenas, y otras estaban saturadas por sobre su capacidad; si yo quería saber el número total de páginas en las cajas, ella sí podía informarme la cifra: 32 millones».

 

La única asistente junto a la que Caro ha trabajado a lo largo de los años es su leal esposa Ina. Al inicio de las investigaciones en torno a Johnson, el biógrafo se vio enfrentado a cierta reticencia atávica de parte de quienes habían conocido al expresidente en su niñez y juventud. Los tejanos, se sabe, no son paisanos que confíen en un forastero de buenas a primeras. «No estoy entendiendo a esta gente y por ende no estoy entendiendo a Lyndon Johnson», le dijo él a ella. «Vamos a tener que mudarnos a Hill Country y residir allá [el condado campestre donde Johnson vivió en sus años mozos]». «¿Por qué mejor no escribes una biografía de Napoleón?», respondió Ina. Pero hasta allá se movilizó esta pareja de neoyorkinos intrínsecamente urbanos, y allí moraron por casi 3 años. «Eso lo cambió todo. Tan pronto como nos mudamos, tan pronto como la gente de Hill Country se dio cuenta de que estábamos allá para quedarnos, su actitud hacia nosotros se suavizó; comenzaron a hablarme de un modo diferente. Comencé a oír detalles que no habían incluido en las anécdotas que me habían contado previamente -y me contaron otras anécdotas e historias más largas, anécdotas e historias que nadie ni siquiera había mencionado antes-, historias acerca de un Lyndon Johnson muy diferente al joven que había sido retratado con anterioridad: historias acerca de un joven muy fuera de lo común, un joven muy brillante, una persona muy ambiciosa, inescrupulosa y bastante despiadada, que producía antipatía e incluso desprecio, y, a través de gente que lo conoció especialmente bien, un Lyndon Johnson que incluso comenzaba a ser temido».

 

«La única asistente junto a la que Caro ha trabajado a lo largo de los años es su leal esposa Ina. Al inicio de las investigaciones en torno a Lyndon Johnson, el biógrafo se vio enfrentado a cierta reticencia atávica de parte de quienes habían conocido al expresidente en su niñez y juventud. Los tejanos, se sabe, no son paisanos que confíen en un forastero de buenas a primeras. “No estoy entendiendo a esta gente y por ende no estoy entendiendo a Lyndon Johnson”, le dijo él a ella. “Vamos a tener que mudarnos a Hill Country y residir allá”». «¿Por qué mejor no escribes una biografía de Napoleón?», respondió Ina.

 

Otra característica del mítico método Caro es hurgar hasta debajo de las piedras en busca de información incierta que, de ser desenterrada, pasa a convertirse en el elemento clave para recomponer un episodio trascendente. Un momento crucial en la vida política de Lyndon Johnson fue la elección de senador por Texas de 1948, elección que el futuro presidente aparentemente perdió por estrecho margen. Y digo aparentemente porque 6 días después del conteo de votos, un poderoso cacique local, George Parr, conocido como «el notable Duque de Duval», reportó que la Urna 13 contenía 202 votos nuevos, de los cuales 200 favorecían a Johnson. Ello le daba la victoria por 87 escaños entre casi el millón de votos contabilizados. «Yo supuestamente estaba analizando el sistema político de Estados Unidos, y ha habido muchas elecciones robadas en la historia política estadounidense. De hecho, sin exagerar tanto, se podría sostener que el robo de elecciones era parte integral de aquella historia. Quise entonces examinar en detalle, diseccionar, una elección robada».

 

En busca de Indio

 

La historia que sigue es francamente increíble, y nos conduce a una figura cinematográfica, mitad western, mitad Tarantino: me refiero a Luis Salas, también conocido como Indio, un gigantón oriundo de Durango que se vio obligado a abandonar México tras liquidar de un tiro a un parroquiano en una trifulca de cantina. Salas huyó, cruzó la frontera y a mediados de los años 40 consiguió trabajo a las órdenes de George Parr, el ya mencionado Duque de Duval. Entre otras cosas, Indio era famoso por andar armado de un revólver fenomenal: cuando el arma quedaba fija al cinto en su pistolera, el cañón le llegaba hasta la rodilla. Luis Salas fue el principal apoderado electoral en la Urna 13 durante la elección de 1948; en consecuencia, era el testigo clave. Es más: durante la investigación que llevó a cabo una corte federal en relación a la sospechosa aparición de los votos nuevos, Salas estaba justamente prestando declaración sobre el estrado cuando la indagatoria fue interrumpida de improviso por una orden que provenía directamente de la Corte Suprema en Washington. La pesquisa nunca más se reasumió.

 

Si Johnson no hubiese ganado esa elección, es bastante probable que, a la larga, jamás se hubiese convertido en vicepresidente, cargo que le valió la presidencia una vez que John F. Kennedy fue asesinado en Dallas, Texas. «Cada biografía de Johnson incluía algunas páginas sobre la elección y la consiguiente discusión acerca de si él la había robado o no, pero todas trataban el tema con cierta levedad y elaboraban alguna versión de la siguiente idea: nadie sabrá nunca si realmente la robó. La mayoría de estos libros trataban la elección como una broma del tamaño de Texas, con robos por ambas partes». Pero Caro no se iba a contentar con suposiciones facilistas, y al momento en que se vio enfrentado al dilema de la elección de 1948, casi 40 años después de ocurridos los hechos, entendió que a toda costa debía dar con el paradero de Luis Salas, algo a simple vista imposible.

 

Caro oyó hablar de Salas mientras recorría el valle del Río Grande en busca de información acerca de los hechos ocurridos en 1948. «Manejé una vez más por el valle, y en Alice y otros pueblos entré a los cafés donde los ancianos que habían nacido en México se sentaban alrededor de las mesas a charlar en castellano, y eventualmente me enteré de que Salas estaba vivo, pero se había mudado a México años -o décadas- antes. Sin embargo, nadie parecía saber adónde. “Luis se mueve bastante”, dijo alguien».

 

«Me preguntan por qué me toma tanto tiempo producir mis libros. Déjenme decirles que intentar rastrear a alguien que años antes abandonó Estados Unidos y que luego regresó como alguien que “se mueve bastante” no es un asunto de horas. Pero finalmente, en marzo de 1986, lo encontré. Ya no estaba en México; había vuelto a Texas -a Houston- y vivía en una casa rodante ubicada en el patio trasero de su hija Grace y su familia, un espacio amplio y sombreado por los árboles». En vez de enfrentar a algún reminiscente del rudo pistolero que daban cuenta las fotografías de 1948, Caro vio a un anciano delgado, canoso, que usaba anteojos. A los 84 años, Salas era un abuelito amable, de mente veloz, y muy dispuesto a hablar de los sucesos que había protagonizado en un pasado lejano. Salas confirmó aquello que por décadas se sospechó en torno a la Urna 13: «Su trabajo había consistido en sacar los votos de la urna -votos de papel- y cantar el nombre allí escrito a los otros apoderados de la elección, quienes tabulaban los resultados, y entonces me dijo, sin remordimiento alguno, sino que sonriendo, complacido consigo mismo: “Si no eran para Johnson, yo hacía que fueran para Johnson”».

 

El intríngulis que la investigación de la corte federal quería resolver era si la noche misma de la elección Salas le había dicho o no a un periodista llamado Cliff Dubose que el total de votos de Johnson en la urna ascendía a 765, y si días después agregó los 200 votos adicionales al total de Johnson mientras reporteaba los resultados para la Comisión Electoral de Texas. «Los opositores a Johnson denunciaron que el número tabulado la noche de la elección, el número que produjo Salas adjudicándole votos a Johnson, fueran o no para él, había sido acrecentado con posterioridad de 765 a 965, simplemente agregando una guata al 7 para que pasase por 9. Salas había negado bajo juramento haberle alguna vez dado la cifra de 765 a Dubose. Le pregunté si realmente lo había hecho. Sí, respondió: la noche de la elección “le dije a Cliff 765”. Pero entonces, mientras yo continuaba haciéndole preguntas, agregó, “lo escribí todo”. Se levantó y caminó hasta un baúl. Doblándose un poco forzadamente, lo abrió y sacó un manuscrito. Era el libro de 94 páginas de largo que había escrito. Se titulaba “Urna 13”».

 

En pocas palabras, el manuscrito consistía en una confesión. «Se me acaba el tiempo, me siento enfermo y cansado, pero antes de que me vaya de este mundo, tenía que decir la verdad», explicaba Salas al comienzo. El episodio de la elección está descrito «exactamente como ocurrió», pues él pensaba, con razón, que había jugado un rol crucial en la historia y quería ser reconocido. «Pusimos a Lyndon Johnson como senador por Texas, y ese cargo le abrió el camino para que alcanzara la presidencia», decía más adelante. Después de dispararle a aquel hombre en Durango, Salas escapó y por años se convirtió en «un judío errante», eso hasta que conoció a George Parr, quien le dio una placa de asistente de sheriff, dinero y prestigio. «Mi vida cambió con el poder con que me invistieron».

 

Al leer el documento, Caro se dio cuenta de que lo que los otros apoderados habían dicho sobre el estrado de la corte era cierto, «cosas que Salas había negado en 1948, y que, debido a ello, habían permanecido envueltas en la incertidumbre por las casi 4 décadas que siguieron». En suma, la confesión de Salas ataba todos los cabos sueltos en torno a la controvertida elección. «Gracias a ese manuscrito, ya no sería necesario que yo, Robert Caro, escribiera “Nadie podrá estar nunca seguro si Lyndon Johnson se la robó”. Se la robó».

 

El poder revela

 

Pero el asunto no concluía allí, por supuesto. El método Caro implica sortear con reciedumbre innumerables instantes dramáticos. «Apenas me atrevía a preguntar la pregunta que debía hacer. ¿Qué pasaría si decía “no”? ¿Qué prueba tendría yo de que al fin, luego de tantos años, existía una confirmación de aquello que había sido negado todos estos años? Yo sabía que los hombres de Johnson, que por casi 40 años habían atacado cualquier intento de probar que Lyndon Johnson se había robado la elección, que habían dicho tantas mentiras al respecto, iban a mentir y a negar esto. Pero le pregunté. Con el corazón en la garganta, le pregunté al señor Salas si podía hacer una copia del manuscrito. Dijo que podía, reiterando que él quería que la historia supiese la verdad. “Todos están muertos excepto yo, Robert. Y yo no viviré mucho más. Pero la Urna 13 es historia. Nadie puede borrar eso”. Me informó que había una fotocopiadora en una tienda no lejos de allí. Caminamos hasta el lugar y nos paramos junto a la máquina a medida que, una por una, las páginas se deslizaban hacia fuera».

 

Robert Caro sostiene que el poder no siempre corrompe. Eso sí, lo que el poder siempre hace es revelar: «Cuando estás escalando, debes ocultarle a la gente lo que realmente estás deseando hacer, qué es lo que quieres hacer. Pero una vez que obtienes el poder suficiente, una vez que estás ahí, adonde quisiste estar todo el tiempo, entonces puedes apreciar lo que el protagonista quiso hacer todo el tiempo, porque ahora lo está haciendo. Con Robert Moses tú ves al poder convirtiéndose en un fin en sí mismo, transformándolo a él en una persona totalmente despiadada. En The Passage of Power describo al speechwriter Dick Goodwin tratando de averiguar si Johnson es sincero acerca de los derechos civiles, y Johnson le dice «me juré a mí mismo cuando les hacía clases a esos niños en Cotulla que si alguna vez tenía el poder, iba a ayudarlos. Ahora tengo el poder y voy a usarlo”. Tú ves lo que Johnson quiso hacer todo el tiempo. O al menos una cosa que quiso hacer todo el tiempo».

«En algún lugar de The Power Broker escribo que la consideración por el poder implica desconsideración por aquellos que no tienen poder. Quiero decir que realmente estamos hablando de justicia e injusticia. Recuerdo haberme llenado de ira con la injusticia que Moses cometió con la gente de East Tremont [barrio del Bronx que Moses arrasó para construir una carretera, expulsando a miles de familias de sus hogares, pese a que a dos cuadras de distancia existía una ruta alternativa que hubiese evitado el desalojo]. Pensé, Dios mío, mira lo que Moses hizo aquí. Esto era el poder político. Tú no sólo tienes que escribir acerca del hombre que blande la espada, sino que también acerca de la gente hacia la que ésta se blande. Con Johnson es incluso más complicado. En política interna, él hizo cosas verdaderamente estupendas como presidente. Todos quisieran decir que si no fuese por Vietnam, él habría sido uno de los más grandes presidentes. Pero “si no fuera por Vietnam” no es una frase adecuada. Tienes que darle igual peso a la política interna que a Vietnam. Medicare [programa estatal de salud universal]. La ley de derecho a voto. La ley de derechos civiles. Head Start [programa estatal de educación y salud infantil]. Tantas leyes de educación diferentes. Tú te ves lleno de admiración por su genio, una y otra vez. Observando alguna maniobra legislativa, dices, ¡caramba!, cómo hizo eso, yo no sabía que podía hacer eso. Y luego, en el mismo libro, tienes Vietnam. Este último volumen es un libro muy complejo de escribir».

 

A Robert Caro nadie le impone plazos para entregar sus obras. Esto, que a primera vista podría parecer una bendición o, a lo menos, una deferencia razonable con un autor de su categoría y productividad, da pie a una situación problemática. Quienes vivimos con una fecha límite sobre las espaldas lo sabemos bien, puesto que «resulta fácil engañarse con que uno está trabajando duro cuando realmente no es así». El método Caro para sortear la pereza causa risa entre sus cercanos, pero a él le resulta efectivo: se pone chaqueta y corbata para salir a investigar, puesto que «cuando yo era joven, todo el mundo usaba chaqueta y corbata para trabajar, y quiero recordarme que estoy yendo al trabajo. Tengo que producir. Anoto cuántas palabras he escrito en el día. No palabra por palabra, sino que cuento las líneas. […] Trato de producir al menos 3 páginas al día. A veces no lo consigo, pero sin alguna clase de cuota, creo que te engañas a ti mismo». Y luego agrega algo desconcertante, pues, visto todo lo dicho, se trata de una frase a todas luces inverosímil: «Soy flojo por naturaleza».