Título: Cómo mueren las democracias
Autor: Steven Levitskyy Daniel Ziblatt
Año: 2018
Planeta
La muerte de la democracia en Venezuela es un ejemplo extremo. Pero es evidente el debilitamiento que están sufriendo varias democracias en Europa y América con el auge de partidos populistas, tanto de extrema derecha como izquierda. Las democracias de España, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Austria, Suecia están siendo amenazadas por partidos populistas, que crecen cada día más. Hungría, Filipinas, Turquía, Rusia y Estados Unidos tienen líderes en el poder con claros tintes populistas y algunos incluso con rasgos autoritarios. En todos ellos el retroceso democrático empezó en las urnas.
Consternados miramos lo que ocurre en Venezuela. Según la ONU, desde 2015 a la fecha cerca de cuatro millones de personas han huido de dicho país. Según las estadísticas del propio gobierno de Maduro, en 2018 se registraron 5.287 personas asesinadas en operaciones policiales por «resistencia a la autoridad» y entre el 1 de enero y el 19 de mayo de este año van 1.569 muertos. El «Informe de la Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre Venezuela» indica que hasta el 31 de mayo de este año cerca de 800 personas se encontraban privadas arbitrariamente de libertad y 22 diputados de la Asamblea Nacional, incluido su presidente, han sido despojados de su inmunidad parlamentaria. A la represión política se suma la crisis económica y social del país. La escasez de alimentos, medicamentos, energía y médicos especialistas ha llevado a Venezuela a una crisis humanitaria. En 2018 se registraron 3,7 millones de personas en estado de desnutrición (Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y este número sigue aumentando. Los servicios de salud trabajan en condiciones imposibles. Sólo por el apagón de marzo de 2019 murieron en hospitales 40 pacientes, y entre noviembre de 2018 y febrero de 2019 han muerto 1.557 personas por falta de insumos en hospitales. ¿Alguien podría haber avizorado este escenario en 1998, cuando Chávez ganó por primera vez la elección presidencial? Parece imposible.
Descomposición lenta
Cómo mueren las democracias es el último libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, que invita a reflexionar sobre el acontecer político actual. Ambos autores son académicos renombrados de la Universidad de Harvard y se han dedicado a estudiar la democracia y el autoritarismo, el primero con especial énfasis en Latinoamérica y países en vías de desarrollo, mientras que el segundo se ha concentrado en Europa. La pregunta que plantean no tiene nada de novedosa. La historia nos recuerda una y otra vez lo frágil que es la democracia. Basta mirar nuestra propia historia para caer en la cuenta de que hace sólo 30 años recuperamos nuestra democracia. Lo interesante del libro no es la pregunta, sino las respuestas que ofrece después de un acucioso estudio de los acontecimientos políticos del siglo XXI en Occidente.
Estamos acostumbrados a pensar que las democracias mueren en manos de hombres armados. Según estos autores, tres de cada cuatro democracias caídas durante la Guerra Fría colapsaron producto de un golpe de Estado. Las pérdidas de la democracia en Argentina, Brasil, Chile, República Dominicana, Ghana, Guatemala, Nigeria, Pakistán, Tailandia, Turquía y Uruguay son un ejemplo de lo anterior. Sin embargo, no todas las democracias mueren en manos de dictadores, que usurpan el poder por medio de la violencia. Las democracias también pueden morir en manos de políticos electos democráticamente que logran subvertir el proceso mismo que los llevó al poder; un caso ejemplar es Hitler. Pero también las democracias mueren a causa de un proceso de descomposición lento. Esta última forma es la que prolifera en la actualidad y acontece a paso tortuga delante de nuestras propias narices.
¿Cuáles son los primeros síntomas que denotan un debilitamiento de la democracia? Según Levitsky y Ziblatt la polarización de la élite política es una primera manifestación. Cuando las élites se reconocen como enemigos en vez de opositores, cuando no reconocen la legitimidad de sus adversarios, cuando esta polarización les impide llegar a acuerdos, comienza un deterioro de la política que perjudica no sólo el quehacer político, sino a la clase política en su conjunto. Este ambiente es un caldo de cultivo para líderes populistas. La incapacidad de la clase política para dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos lleva al desprestigio de la democracia como régimen de gobierno y a la ciudadanía a buscar nuevos líderes fuera del clásico espectro político. Para los autores, hay dos normas democráticas no escritas que refuerzan los mecanismos de control y equilibrio, y que han sido fundamentales para el buen funcionamiento de la democracia de Estados Unidos, a saber, la tolerancia mutua y la contención. La primera es el acuerdo tácito de los partidos rivales de aceptarse como adversarios legítimos; que dicho sea de paso fue el espíritu que primó durante los gobiernos de la Concertación en Chile. La segunda es la moderación que deben tener los políticos a la hora de aplicar sus programas políticos. Más allá de las mayorías que tengan en el parlamento, resulta fundamental la moderación para no exacerbar los ánimos políticos. La gradualidad de los cambios sería entonces el segundo secreto del éxito para mantener una democracia sana; otra característica del período de la Concertación gobernando.
«Las normas de tolerancia y contención funcionaban como los guardarraíles de la democracia estadounidense y permitían evitar la lucha partidista a muerte que ha destruido democracias en otras regiones del mundo, incluida la Europa de la década de 1930 y la Sudamérica de las décadas de 1960 y 1970».[1]
No es evidente, sin embargo, si la polarización de la élite política es una consecuencia o la causa del debilitamiento de estas dos normas.
La democracia por su naturaleza debe convivir con líderes populistas ⸻no puede simplemente censurarlos. El asunto en cuestión no es si surgen o no este tipo de líderes -de hecho, en toda democracia hay figuras populistas o demagógicas circulando-, sino si los partidos políticos actúan como barrera de contención. Para Levitsky y Ziblatt los partidos políticos son los verdaderos guardianes de la democracia. Ellos son los diques de contención, que deberían intentar impedir que los populistas lleguen al poder, ya sea «manteniéndolos alejados de los puestos principales, negándose a aprobarlos o a alinearse con ellos y, en caso necesario, haciendo causa común con la oposición en apoyo a candidatos democráticos».[2] Gran parte de los líderes populistas que han logrado matar la democracia en sus países llegaron al poder con el respaldo de los partidos políticos. Pequeñas ventajas en el corto plazo se pueden convertir en errores que se pagan muy caros. Son los casos de Hitler, Mussolini, Fujimori y Chávez, entre otros, quienes contaron con el apoyo de los partidos políticos. El hecho de que sigamos cometiendo los mismos errores que la propia historia se ha encargado de enseñarnos se debe probablemente a la ambición propia de la condición humana. La tentación de profitar de los líderes carismáticos que desafían «la vieja política» se vuelve irresistible cuando la «vieja política» siente la pérdida del poder. De ahí la importancia del compromiso irrestricto de los partidos con la democracia. Si bien la rivalidad ideológica de los partidos es lo que da sentido a la democracia, aquella debería ser dejada de lado si la democracia está bajo amenaza. Pues no hay mayor diferencia política que aquella que compete a la forma de organizarnos políticamente.
Enterrar a la élite
¿Cómo poder identificar a los políticos que son un riesgo para la democracia, sin caer en el abuso de calificar a cualquier rival como antidemocrático? A partir del trabajo de Juan Linz, Levitsky y Ziblatt identifican cuatro características, que son propias de políticos autoritarios. Estos son:
1) El rechazo a las reglas democráticas. Este se puede materializar en rechazar la Constitución, sugerir la necesidad de adoptar medidas antidemocráticas, restringir derechos civiles, sugerir usar medidas extra constitucionales para cambiar el Gobierno o socavar la legitimidad de las elecciones, entre otras.
2) Negar la legitimidad de sus oponentes. Esto se manifiesta en la calificación de los opositores como subversivos o contrarios al orden constitucional, como una amenaza, como delincuentes vinculados con el narcotráfico, grupos terroristas o espías extranjeros, por ejemplo.
3) Tolerar o alentar la violencia. Ello es especialmente evidente cuando tienen lazos con grupos terroristas, bandas armadas, milicia, fuerzas paramilitares, guerrilla u otras organizaciones violentas ilegales. También cuando apoyan la violencia contra sus adversarios o guardan silencio; y cuando elogian actos de violencia, ya sean en otros lugares o en el pasado.
4) Manifestar voluntad de restringir las libertades civiles de sus opositores, incluidos los medios de comunicación. Se debe tener precaución cuando los líderes apoyan a políticos que restringen libertades civiles, amenazan con tomar medidas legales contra personas críticas al gobierno o elogian medidas represivas adoptadas por otros gobiernos.[3]
Para los autores, que un político cumpla con sólo uno de estos criterios ya es motivo de preocupación.
«Con frecuencia, los candidatos populistas externos al sistema [suelen dar positivo a este test]. Los populistas suelen ser políticos antisistema, figuras que afirman representar la voz del «pueblo» y que libran una guerra contra lo que describen como una élite corrupta y conspiradora. Los populistas tienen a negar la legitimidad de los partidos establecidos, a quienes atacan tildándolos de antidemocráticos o incluso de antipatrióticos. Les dicen a los votantes que el sistema existente en realidad no es una democracia, sino que ésta ha sido secuestrada, está corrupta o manipulada por la élite. Y les prometen enterrar a esa élite y reintegrar el poder “al pueblo”».[4]
Cuidar la democracia de estos potenciales dictadores es responsabilidad de los partidos. De ahí que su primera tarea sea mantener a estas figuras fuera de sus listas electorales. En segundo lugar, deben eliminar de sus bases los miembros extremistas que apoyan a figuras con tintes autoritarios. En tercer lugar, deben evitar a toda costa realizar alianzas con partidos y candidatos antidemocráticos. Finalmente, los partidos prodemocracia deben forjar alianzas amplias para derrotar a los contrincantes extremistas que tienen serias posibilidades electorales.
Puede parecer paranoico o exagerado la advertencia de los autores ante la eventual amenaza del populismo. Sin embargo, si nos detenemos ante los últimos acontecimientos políticos y sociales en Europa (Brexit, Vox, Podemos, Orbán, los partidos de extrema derecha en Austria, Alemania, Dinamarca, Francia, Holanda y Suecia), nos damos cuenta que estas advertencias tienen cabida. Éstas cobran incluso más fuerza si miramos los desafíos que la globalización y los avances tecnológicos deparan a las democracias liberales. La globalización propia de la democracia liberal ha traído consigo el desplazamiento de diferentes industrias a países con mayores ventajas competitivas, provocando muchas veces, en el corto plazo, cesantías en algunas de las economías locales. A ello se suman las fuertes olas migratorias que han generado serios conflictos sociales manifestados en el crecimiento de sentimientos nacionalistas. Ambos fenómenos tensionan al liberalismo, que hasta hoy no ha logrado dar una respuesta que calme los miedos y preocupaciones de los ciudadanos. La robotización del trabajo aumentará el conflicto social en proporciones que desconocemos.
La democracia liberal deberá enfrentar sus propias consecuencias y es importante que no sucumba en dicho intento. Y precisamente en eso el libro se queda corto. Levitsky y Ziblatt nos ofrecen una batería de instrumentos para detectar potenciales líderes populistas que atentan contra la democracia y también ofrecen una serie de recomendaciones formales a los partidos políticos para impedir que estos lleguen al poder. Pero nada de eso bastará si no se abordan las causas de los conflictos sociales que propician la polarización de la élite política y de los cuales los autores no dicen nada. Resulta fundamental reflexionar en torno a los desafíos que están tensionando las democracias liberales para devolver a los políticos prodemocracia la brújula que les permita navegar estas agitadas aguas. El libro nos dice que no hay tiempo que perder.
[1] Levitsky, S. y D. Ziblatt (2018). Cómo mueren las democracias. Chile: Ariel, p. 17.
[2] Ibíd. Página 15.
[3] Ibíd. Páginas 33-35.
[4] Ibíd. Página 32-33.