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Populismo literario

Que viva el best seller

Pedro Gandolfo
Santiago, Chile. Á - N.3

El fenómeno del best seller afecta tanto a la recepción de los libros como a su producción, sin dejar de lado el factor inefable que convierte en fracasos o en éxitos objetos de características similares. Lo que sigue es una reflexión del escritor Pedro Gandolfo sobre este tema que involucra una discusión literaria profunda sobre la narratividad misma.

 

 

Hoy un libro superventas es un fenómeno de dos caras. Una de esas caras es, a no dudarlo, positiva y, por lo mismo, deseable para los autores y editores del libro y envidiada por los restantes actores del campo literario. Es señal segura de éxito y, si las ventas se multiplican, las reediciones se tornan incesantes y aparece una y otra semana en la lista de los libros más vendidos, la sensación de triunfo es total. La otra cara, simultánea con la anterior, es la sospecha de que ese libro sea un best seller, es decir, un libro de mala calidad fraguado deliberadamente para capturar a un público masivo.

 

La categoría de best seller es reciente: surge en Estados Unidos, en el seno de la academia americana en la tercera década del siglo pasado, academia que en ese momento estaba ya camino de sumarse al gran auge de la teoría literaria del siglo XX, un movimiento que se dio también en Francia, Inglaterra, Europa central y Rusia. En este desarrollo académico, aunque con distintos enfoques, surgió, se aplicó y discutió una metodología «científica» que definió lo que hace que un texto sea literario y dio lugar a la proliferación de un cierto tipo de análisis objetivo del mismo. Parecía el fin del reinado del de gustibus non est disputandum. La argumentación académica, de modo simplificado, señala lo siguiente: el número de libros vendidos es un acontecimiento exógeno al libro y depende de circunstancias y factores muy variables que son independiente de su valor literario.

 

Así, un libro con escaso número de ventas puede ser malo o bueno y viceversa. Lo que define que un libro sea o no sea un best seller no es la cantidad y velocidad de las ventas sino un conjunto de rasgos formales previos, presentes en el texto desde que es escrito según una concepción y una estrategia en que colaboran editores y escritores. El libro es, así, un best seller desde que nace (el estilo de la portada ya lo denuncia), aunque sea un best seller fracasado y, en los hechos, sus ventas sean muy malas. Al revés, señalan los teóricos, un libro que no es conceptualmente un best seller, porque no cumple con esos rasgos formales, puede convertirse en superventas, como lo serían La biblia o El Quijote y eso no le suma (o resta) nada a su calidad. El argumento de la teoría es, en principio impecable, y puede concebirse como una variante de otro argumento un poco más antiguo -último tercio del siglo XIX- que sostiene la distinción entre auténticos libros y apariencia de libros. Los best sellers serían libros inauténticos, con apariencia de libros, pero no libros verdaderos, que son aquellos, desde luego, de los cuales únicamente se ocupa la teoría literaria y la crítica. El best seller es un género o, mejor, subgénero, casi paraliterario, que habría que mantener aparte, siendo un fenómeno, si bien importante, pertinente como objeto de estudio de alguna rama de la economía o sociología.

 

Como se advierte de lo anterior, el mismo término best seller puede ser empleado en un sentido común o general -cualquier libro con un éxito editorial- y otro técnico y fuerte: un simulacro de libro diseñado exprofeso para tenerlo. Existe, en efecto, una industria del best seller -que en EE.UU. es muy rentable-, pero que en Chile, desde luego, no existe, ya que esa industria implica un público lector masivo de ese tipo de libros y de cualquiera. La aparición de una cultura de masas, fuertemente ligada a la industria del entretenimiento, tiene una proyección en la literatura, cuya expresión más nítida, según esta postura teórica, es el best seller, como subgénero, en el cual el carácter de mercancía, en la medida que se potencia al máximo, hace que se adelgace y pierda fuerza el carácter literario de ese libro.

 

Mientras el libro sea una mejor mercancía, mientras se pueda «vender mejor» (que es etimológicamente la mejor traducción) es menos libro en el sentido literario. Aunque matizada por su ironía, usual ingenio y elegante estilo ésa es la tesis que maneja el escritor argentino Cesar Aira en un ensayo reciente: el best seller sólo se justifica porque fuerza a meditar en qué consiste lo literario y a contraluz de algunos de sus especímenes más notorios resaltan la características de los textos propiamente literarios, a lo cual, añade generosamente y con no poca sorna, que dado que en estos libros prevalece la dimensión informativa y descriptiva, su lectura enseña de modo entretenido muy variados conocimientos y materias. La gente ilustrada casi de modo unánime comparte este discernimiento y, si lee un best seller, lo hace a escondidas y con un relativo sentimiento de culpa.

 

Producción industrial

 

¿Cuáles serían los rasgos formales comunes a todo best seller que los hacen merecedores de esta descalificación?

 

Primero. Un modo de producirse, difundirse y circular, en que el autor pasa a integrar un equipo y la escritura (de la que no se excluye el trabajo colectivo) es sólo un momento o fase dentro de una cadena en que concurren planificadamente todos los eslabones de la producción industrial propios de una empresa contemporánea. En ese modo de producción la determinación y el conocimiento preciso del consumidor/lector del best seller es esencial, porque todo el proceso se focaliza hacia él.

 

Segundo. Un modo de escribirse que se adecua a las características o figura general del lector que se ha predeterminado. En general, el lenguaje que se selecciona debe ser completamente accesible, en su léxico y sintaxis, al grado promedio de ilustración, a los intereses y cultura del lector al cual se dirige. No cabe riesgo alguno. El tipo de narratividad es más bien lineal y los cambios temporales se llevan a cabo por medio de recursos ultraprobados. La estructura privilegia, como eje, un esquema que capture al lector en la trama, use dosificadamente el clímax y anticlímax, de modo de lograr un ritmo de acción acelerado, sin digresiones que un lector estrenado no pueda seguir y que no sean cabos sueltos, sino historias subordinadas a la principal. Los personajes se presentan de manera descriptiva, no por sus acciones, y tienden al estereotipo; los diálogos son ágiles y con apostillas simples y directas. En general, se trata de ser gentil con el lector, de modo de facilitar la lectura y la prosecución de la trama. Su moral con él se rige por el principio de la verosimilitud que obliga a esforzarse al máximo por ser fieles a la realidad representada pero nunca confundir los planos con la ficción. El best seller es escritura formateada, una fórmula que, si resulta exitosa, se puede repetir cambiando algunos componentes básicos, y seguir ganando. Un buen best seller supone un trabajo de investigación importante en lo que se refiere a la recreación de las coordenadas temporales y espaciales en las cuales se desarrolla la acción, de ahí que exista esa tendencia a «rellenar» con información presentada de modo ameno: un best seller suele ser didáctico, como subrayaba Aira.

 

James, Pitol, Eco

 

Elaborar un best seller exitoso no es, sin embargo, cosa tan fácil, ya que supone cultura literaria y conocimientos en técnica narrativa. Hay un oficio, un «arte de novelar», acumulado durante un par o más de siglos, que el editor, el asesor editorial, el equipo y el autor (a veces), manejan y emplean con el fin de lograr un negocio jugoso en ganancias. Existe, con todo, un sentido de la oportunidad, un olfato, una capacidad de dar con historias con potencial que es, finalmente, un talento del autor de estos libros y que no se puede reducir a una receta ni suplir con la mejor «fábrica» de novelas. Así, no faltan los casos de escritores «serios» que se han propuesto escribir un best seller y han fracasado. En La lección del maestro, Henry James incluye un delicioso relato en que, con humor venenoso, enfrenta a dos escritores: uno aclamado por la crítica especializada (pero sin lectores) y otro hecho trizas o ignorado por los críticos (que le importan un comino), si bien es tremendamente popular. El primero, cansado de su anonimato y de la carencia de los halagos suficientes, abandona su estilo, el estilo que lo ha convertido en un autor respetado en el mundo académico, para escribir una novela que le traiga el favor del público, la fama de su rival y no sólo los elogios amanerados de algunos críticos aburridos. Henry James, por cierto, empuja a su héroe a la tragedia porque no consigue lo primero y estos últimos le dan la paliza largamente incubada.

 

Sergio Pitol, en El mago de Viena, uno de los libros que integran su Trilogía de la memoria, un libro exquisitamente alejado de cualquier formato de best seller y, sin embargo, ameno, divertido y reflexivo, imagina, para efectos de no me acuerdo qué, a un escritor que decide publicar un best seller llamado también El mago de Viena. Pitol no se queda en el anuncio, sino que le cuenta al lector en su El mago de Viena la trama del El mago de Viena supuestamente best seller que su personaje está creando. El relato es fascinante, subyugante y parece contener todos requisitos de un auténtico best seller, haciéndonos olvidar de aquello que libro principal trataba, pero lentamente la trama se complejiza, entremezclándose los dos niveles de ficción que, como en un acto de magia, se conectan como se conectan ficción y realidad.

 

La lección de Pitol parece ser que un escritor «de verdad» no puede ceñirse completamente a las reglas del «arte de novelar»: las conoce para transgredirlas, en algún momento, aunque sea levemente. Es su vocación irrenunciable. Y también enseña que transgredir el pacto de verosimilitud provocando en el lector deslizamientos inesperados desde la ficción a la realidad no es propia de esa moral literaria «a la antigua» tan propia de un best seller como debe ser. Se dio una excepción notable a esta pertinaz ineptitud en el caso del filósofo italiano Umberto Eco, un erudito académico, autor de sesudos ensayos, entre ellos, algunas de las más agudas indagaciones acerca de los best sellers mismos, cuyo El nombre de la rosa es un programado, perfecto y muy exitoso best seller, un ejemplo de cómo también las humanidades pueden demostrar sus teorías en la práctica.

 

Mercado esquelético

 

Este panorama crítico, cuando nos aproximamos a un campo literario concreto, como el chileno, por ejemplo, es un modelo que opera con no pocas dificultades. Las publicaciones no pueden agruparse en dos polos tan nítidos, con la literatura de masas -los best seller de un lado y la literatura culta del otro-, sino que más bien se da un continuo en que el grueso, sobre todo en narrativa, se ubica en una zona intermedia, confusa y desafiante por su hibridez.

 

Como no existe en Chile una industria nacional del best seller, los chilenos que han conquistado ese nivel operan desde otros centros mundiales donde existe un real negocio del libro a gran escala. En Chile, debido a la modestia de nuestro medio, las editoriales que funcionan con criterios comerciales -no aquellas que sobreviven gracias a escasos fondos públicos o contribuciones privadas (incluidas las de los propios autores)- y reúnen a los autores y autoras de mayor popularidad, replican los modelos de la industria del best seller, sobre todo a la hora de dar el pase a un libro. Se va perfilando de este modo un cuadro interesante en que predomina una medianía que, con distintas proporciones de cada elemento, combina vocación, amor por las letras, relativo talento literario y un proyecto de escritura más bien difuso con la voluntad punzante de sintonizar con un público (cada vez más escaso y escurridizo), búsqueda en que, a menudo, se exceden en su zalamería hacia éste. No son, bajo ninguna categorización, best seller, aunque se transformen en éxitos de ventas (en la proporción correspondiente al esquelético mercado del libro chileno) pero tampoco ofrecen un intento audaz de acercamiento a los límites más profundos de lo literario.

 

Siempre me han gustado los escritores movidos por una visión personal de lo que pretenden con sus textos, en que estos asumen una forma que es fiel y funcional a esa experiencia, memoria y visión, aunque ello involucre la ruptura con los gustos y las maneras actualmente vigentes. La literatura es, sin duda, un acto de comunicación, más precisamente, un dialogo entre un autor y un lector. El lastre que restringe las posibilidades literarias de un best seller y de los libros que, no siéndolos en rigor, ceden asimismo a las tentaciones de la fama, con todo, es la confusión entre el lector y el consumidor actual del libro, lo cual los lleva a buscar conversar con éste y no con aquél. El libro está a la búsqueda de un encuentro, pero se puede extraviar si espera dar con él hoy y aquí. Es preciso confiar en el lector, porque es él y no el crítico quien tiene el juicio definitivo. El público lector, sin embargo, no es la suma de los compradores actuales del libro, sino una entidad que posee una duración más larga que los contemporáneos al autor y a quienes leen o no leen libros hoy, incluidos los críticos. Los libros valen en cuanto sobreviven a sus coetáneos y, quizás, quién lo sabe a cien y a ciertas, también entre ellos se cuente más de algún despreciable best seller.