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Medios y populismo

Complejidades de un doble vínculo

M. Magdalena Browne Mönckeberg
Decana Escuela de Comunicaciones y Periodismo, Universidad Adolfo Ibáñez Santiago, Chile. Á - N.3

Proclive al énfasis y a las simplificaciones, el populismo ocupa con evidentes ventajas y deformaciones las oportunidades ofrecidas por los medios masivos y las redes sociales, incluyendo la propagación de noticias falsas. Anti intelectual, anti elitista y desdeñosa de las argumentaciones, esta modalidad política dice representar al ciudadano común, al verdadero, ante lo que ve como manipulaciones conspirativas de poderosos y de sabios.  

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«Este libro no se habría escrito si Donald J. Trump no hubiera sido electo presidente en noviembre de 2016». Así Francis Fukuyama inicia el prefacio de su última obra, publicada en 2018, Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento.[1] Quien ha pasado décadas escribiendo sobre las instituciones políticas modernas y, más recientemente, sobre su decaimiento, ve como Trump es a la vez producto y contribuidor de esa crisis. Fukuyama y académicos de diversas corrientes toman a Trump como un ejemplo reiterado de sus teorías y conceptos sobre populismo en el siglo XXI.[2]

El populismo y la mediatización, dos fenómenos fundamentales para entender la agitada política de este tiempo, generan su propia síntesis exacerbada en actores como Trump. Esta relación es dual.[3] Al populista, en un registro exagerado que configura su naturaleza, le gusta seducir a los medios para llegar con su discurso a miles. Pero, también de un modo distintivo, no acepta que la prensa lo afronte. Mira con desconfianza —o definitivamente como enemiga— a las instituciones democráticas que lo fiscalizan y limitan su influencia personal, sea el congreso, los tribunales o la prensa independiente.[4]

Como trataremos en este artículo, esa relación paradojal da cuenta de la propia tensión permanente que los medios viven entre su deber de informar y su función de ganar atención en tiempos de audiencias esquivas. Cambia el sistema comunicacional y las circunstancias históricas, pero este difícil vínculo es similar.

En eso ayuda la versatilidad intrínseca del populismo. Muy en simple, éste puede ser entendido como cuerpo ideológico, estilo o estrategia. Estas dimensiones exaltan diferentes aspectos del mismo fenómeno y son útiles para su entendimiento comunicacional.[5]

Parafraseando a Ernesto Laclau, Slavoj Zizek comenta que el populismo puede ser entendido como «lo político en estado puro». Sus componentes son formales, «una suerte de dispositivo político transcendental-formal que puede incorporarse a diferentes compromisos políticos».[6]  Esa vacuidad puede ser completada por otras ideologías, pero también por la mediatización, sus criterios y su lógica.

Como la etimología de la palabra lo sugiere, la oferta populista refiere su legitimidad, su discurso y todo su accionar al pueblo, o al hecho de ser popular. Antes y ahora, en sus distintas expresiones —algunas más nítidas, otras más difusas— el populismo se acopla en forma dramática a los criterios mediáticos.[7]

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Alcance global

El populismo como fenómeno sociopolítico ha demostrado su versatilidad en el tiempo. Como se retrata en la exhaustiva introducción del The Oxford Handbook of Populism, [8] este tipo de movimiento ha acompañado el desarrollo de las sociedades modernas occidentales. En momentos de rápidos cambios sociales, en que las formas e instituciones vigentes de organizar la política se ven cuestionadas y deslegitimadas, surgen líderes que hablan directamente al pueblo en contra de las elites del momento. La diferencia ahora es que este fenómeno toma una dimensión global inédita.

Trump, en ese sentido, es parte de un patrón que cruza sociedades y todo el espectro, de izquierdas a derechas. En distintos contextos, con diversas combinaciones de estilos e ideologías, surgen movimientos populistas, que explotan la distancia de la ciudadanía con todo tipo de elites[9] —sean los políticos, los medios, los expertos o las empresas—, y se alimentan de la desafección ciudadana hacia formas tradicionales de representación. Sus líderes, de distintos giros políticos, ejercen el poder, o lo han hecho recientemente, en países tan diversos como Estados Unidos, Turquía, Italia, Venezuela, Brasil, Filipinas, Hungría, Argentina y Austria, y aspiran a llegar a él en otros tantos lugares.

Jonathan Haidt, reconocido psicólogo social norteamericano, describe las bases sobre las que se levanta la oferta y la demanda populista de giro autoritario: «En muchos países la división izquierda-derecha se reorienta para convertirse en una división entre la elite globalista de las ciudades frente a personas de mentalidad más tradicional, más nacionalistas y menos educadas que viven en la mayor parte del país». [10] En su intento por explicar lo mismo, Ronald Inglehart y Pippa Norris, celebrados por su análisis del cambio valórico en sociedades contemporáneas, recurren al concepto de blacklash cultural. En particular, ven una demanda populista «en las bases» como una respuesta contraria a la adopción universal de valores postmateriales —asociados a la transparencia, tolerancia y diversidad, entre otros— por parte de una elite global, joven y educada.[11]

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«En momentos de rápidos cambios sociales, en que las formas e instituciones vigentes de organizar la política se ven cuestionadas y deslegitimadas, surgen líderes que hablan directamente al pueblo en contra de las elites del momento»

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«La concepción del mundo del populismo es maniquea. Sus líderes siempre dicen personificar el bien y quienes difieren de ellos, representan el mal. Ven como adversarias a las instituciones fundamentales de la democracia liberal, incluyendo a la prensa, pues son expresión de la elite que cuestionan. Sus problemas y los temas a resolver siempre tienen rostros: el populista personaliza y concretiza al enemigo del pueblo, plantea el filósofo Zizek. Es su forma de simplificar el mundo a sus seguidores»

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Idea flexible

 

El populismo es un término muy usado, pero con connotaciones distintas. Cas Mudde y el chileno Cristóbal Rovira Kaltwasser, [12] quienes vienen observando el fenómeno en Latinoamérica y Europa desde hace años, promueven un enfoque ideacional. Este otorga un estatus ideológico al populismo, pero de menor espesor —que incluso puede combinarse con sistemas de ideas como el socialismo y el nacionalismo—. Lo central es la distinción moral básica sobre la que se estructura el populismo: un pueblo puro y virtuoso, en que radica la voluntad general, contra una elite que ve como corrupta o desconectada con la realidad.

La concepción del mundo del populismo es maniquea. Sus líderes siempre dicen personificar el bien y quienes difieren de ellos, representan el mal. Ven como adversarias a las instituciones fundamentales de la democracia liberal, incluyendo a la prensa, pues son expresión de la elite que cuestionan. Sus problemas y los temas a resolver siempre tienen rostros: el populista personaliza y concretiza al enemigo del pueblo, plantea el filósofo Zizek. Es su forma de simplificar el mundo a sus seguidores.[13]

Su accionar no se guía por el dictado de los expertos; las más de las veces, los menosprecia. Especialmente en el siglo XXI, el populista sabe que la crisis de legitimidad no sólo ataca al mundo político, sino también a la ciencia y al saber. En fin, cuestiona principios fundantes de la Ilustración. Y eso lo potencia.

El populismo recurre a la legitimidad democrática para consolidar su poder y, aunque su apelación constitutiva es al pueblo, en sus versiones nacionalistas, excluyen a grupos importantes de la población por su condición política, identitaria, de clase o etnia (Fukuyama, 2018), porque los ve como «los otros», lo contrario al «nosotros» que constituye con la «gente común». Como analizan Mudde y Rovira Kaltwasser,[14] esta distinción es fundamental para establecer la diferencia entre el populismo de izquierda histórico latinoamericano y populismo europeo de derecha radical. Mientras el primero apela a la inclusión socioeconómica de sectores marginados; el europeo se articula principalmente a partir de la exclusión sociocultural de quien ve como extraño —el migrante o al racialmente distinto—.

A juicio de Sven Engesser, Nayla Fawzi & Anders Olof Larsson, el entendimiento del populismo como una oferta ideológica, es compatible con su comprensión como estilo o estrategia. Estas dimensiones exaltan diferentes aspectos del fenómeno y son útiles para su comprensión comunicacional. Cuando se entiende el populismo como un conjunto de ideas, se refiere a qué mensaje transmite; cuando se comprende como un estilo, remite al cómo se expresa ante el pueblo; cuando se explica como estrategia, atañe al por qué, esto es, los motivos y objetivos del movimiento.

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¿Una mediatización exacerbada?

 

Definido como un estilo, la relación entre populismo y medios no es anecdótica, sino que sustancial. Ese vínculo se debe entender en el contexto de la mediatización, a través de la cual los diferentes medios de comunicación tecnológicos impactan diversas esferas sociales en términos cuantitativos  —actualmente, no hay dominio social que no esté afectado por la mediatización—, y cualitativos  —los medios afectan la forma en se construye la realidad social—.[15]

Este proceso se manifiesta en un plano macrosocial en el sistema político: los medios de comunicación redefinen las formas de ejercer la autoridad, las políticas públicas y el debate público en general.[16]

Esta mediatización encuentra su expresión no virtuosa, en el estilo performativo del populismo.[17] En particular, con el desarrollo de la televisión comercial, el populismo hace líquido el límite entre política y entretención. Esta combinación crea un nuevo dispositivo informativo que cruza toda la escena mediatizada de la política: la «infoentretención»,[18] una variedad de la noticia ya no solo definida por los criterios del ideal ilustrado que propende al ejercicio (racional) de la ciudadanía, sino que al enganche (emocional) de las audiencias.[19]

El líder populista sabe sacar partido a los recursos y alcances que los medios de comunicación le han posibilitado: sea antes Silvio Berlusconi en la Italia de principios de siglo, como un invitado recurrente de shows televisivos o exponiendo su vida personal como un espectáculo; o ahora con Trump, como un presidente que ejerce su política internacional a través de sus tuits, que se comunica directamente con sus millones de seguidores por internet y que crea conflictos para captar likes o dislikes en la economía digital de la atención.

De eso también sabemos en Latinoamérica. La argentina Adriana Amado describe cómo el populismo latinoamericano es un registro exacerbado de la mediatización política: «El populismo latinoamericano resulta, casi siempre, en pop-ulismo: el personalismo que usa la demagogia y el espectáculo para encantar a multitudes que se miden en votos o índices de audiencia, según corresponda».[20] Hugo Chávez, Rafael Correa, Cristina Fernández de Kirchner y Evo Morales son sus más recurridos ejemplos. Ella hace un decálogo de prácticas populistas. Muestra como el populismo adaptativo se vuelve contra la «elite antimperialista y oligárquica», dice ser heredero de la autoridad (carismática) de los «padres de la patria» y alimenta lo que ella llama «el talk show oficial».[21]

Bajo esta lógica, aun con la digitalización, la relevancia de la televisión persiste como recurso: el populista tiene una estrategia convergente y multimedia.[22] Basta ver el rol que ha tenido Fox News en la articulación del republicanismo autoritario y populista.[23] Fox News cambia lo que se entiende por noticia política, donde el factor emocional es el fundamental. Puede ser la ira, el ataque o el miedo, la exaltación emocional es «la» estrategia para atraer audiencias con identidad política. En ellos, Trump no es solo un showman, sino que se ofrece como un sujeto de entretención y de identificación emocional.[24]

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Oportunidades digitales

 

Los populistas de antaño supieron aprovechar un modelo dominado por medios masivos y unilaterales, donde la televisión ejercía una hegemonía sin contrapeso. Los de hoy potencian lo que Manuel Castells ha denominado autocomunicación de masas, refiriéndose a la mediación instantánea, horizontal e individualizada de las redes sociales digitales.[25]

Aquí la novedad no es sólo la expansión de un nuevo tipo de medio, sino también el cambio cualitativo que ocurre en todo el ambiente mediático: aumenta la posibilidad de conectarse individual y colectivamente en forma permanente, y surgen incesablemente nuevas aplicaciones digitales, en las cuales nuestra vida social queda registrada como un dato que puede ser usado comercialmente.[26]

En este ecosistema digital, la relación entre el populismo y los medios renueva su fuerza, en los tres momentos de la comunicación. Respecto a la producción de los mensajes, se amplía la puerta de entrada al espacio público mediático, antes controlada exclusivamente por la prensa. En términos de distribución de contenidos, la desmediación propia de las redes sociales posibilita la comunicación directa del líder con los ciudadanos. Con respecto a sus públicos, favorece el consumo segmentado en nichos partidarios.[27]

Con ello, la oferta populista en todas sus acepciones se ve potenciada por las oportunidades estructurales de estas configuraciones mediáticas.[28] Como cuerpo ideológico, las nociones centrales del populismo como soberanía popular, antielitismo y exclusión, pueden florecer gracias a la ultra fragmentación de las audiencias. Como estilo, el populismo favorece la simplificación, la emotividad y la negatividad de la política; todos aspectos ya presentes en un sistema de medios tradicionales, pero que ahora son más recurridos para captar la atención en un escenario saturado de contenidos. Como estrategia, los nuevos medios favorecen la articulación instantánea de sus seguidores, sin un compromiso profundo de la movilización digital.

Este entorno digital transforma y trae nuevas oportunidades al ejercicio de la política en general, pero es el líder populista quien usa estos recursos al límite para confrontar. Con ello, nuevamente, el populismo, y el espacio comunicacional que ocupa en la esfera pública, responde a una crisis y la refuerza.

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La crisis de información

 

La actual sobreabundancia informativa o lo que algunos han llamado recientemente «crisis de la información», pone en jaque a la propia democracia.[30] Esto porque la digitalización e internet afectan cualitativa y cuantitativamente la forma en que se produce un recurso muy simple, pero fundamental para el funcionamiento democrático: la libre circulación de información de interés público.

Las miradas optimistas iniciales sobre el potencial de internet para la democracia[31] dieron paso a una preocupación por los desafíos que trae un sistema comunicacional caracterizado por el exceso de información y el deterioro de la calidad informativa.

En 2016, las elecciones norteamericanas y el triunfo del Brexit obligaron a retomar ciertas categorías analíticas en el estudio de la comunicación política. El concepto de «manipulación» renovó su vigencia. En esos eventos se observó que las fake news no son fenómenos aislados y sin intencionalidad, sino que pueden ser parte de estrategias políticas planificadas de desestabilización.[32] Como analizan críticamente Bennett & Livingston,[33] detrás de eso está la proliferación de canales alternativos de información automatizados que promueven «mitologías políticas populares». El peligro creciente es el de una esfera pública desconectada y disonante, producto del uso estratégico de campañas negativas y prácticas poco doctas de comunicación  —con apoyo explícito o implícito por líderes populistas—.[34]

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«En 2016, las elecciones norteamericanas y el triunfo del Brexit obligaron a retomar ciertas categorías analíticas en el estudio de la comunicación política. El concepto de «manipulación» renovó su vigencia. En esos eventos se observó que las fake news no son fenómenos aislados y sin intencionalidad, sino que pueden ser parte de estrategias políticas planificadas de desestabilización»

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En ese ambiente, la pregunta central es cómo los ciudadanos están filtrando, discerniendo y circulando la información, desde una perspectiva cognitiva.[35] La atención humana es un recurso escaso ante la inmensa cantidad de estímulos a los que las audiencias están actualmente expuestas en el ambiente digital. Dramáticamente ha aumentado, no sólo la cantidad de información que recibimos, sino también la rapidez con que se transmite.

 

En ese contexto, el contacto informativo es crecientemente incidental,[36] no jerarquizado, definido por los contenidos compartidos por los pares o articulados por algoritmos de las redes sociales que buscan lograr impacto a partir de la recirculación de contenidos. Se torna un abordaje cognitivo ligero, breve, desjerarquizado e interrumpido[37]. La noticia es consumida como parte de un repertorio de contenidos de entretención, donde los medios tradicionales ahora deben compartir la curatoría informativa[38], con influencers, contactos sociales no expertos y —sobre todo— con algoritmos, que buscan por razones comerciales captar la atención.[39]

Como mecanismo de respuesta a la sobre saturación de estímulos, las estrategias de selectividad se acrecientan, con procesos cognitivos heurísticos y sesgados.[40]Con ello, las predisposiciones  —políticas o de clase— operan con más fuerza. Eso no siempre ayuda en el discernimiento entre información falsa y verdadera.

En un artículo publicado en la revista Science, Soroush Vosoughi, Deb Roy y Sinan Aral,[41] profesores del MIT, explican por qué las fake news tienen más probabilidad de ser reproducidas que una noticia verdadera. La razón es simple: el factor novedad y disruptivo, propio de las noticias falsas, favorece su diseminación. Especialmente entre quienes tienes predisposiciones políticas más rígidas, opera como mecanismo cognitivo el razonamiento motivado: se procesa la información para identificar los argumentos que refuercen las creencias previas.[42]

En la misma línea, los filósofos de la ciencia Callin O´Connor y James Weatherall [43] explican en su libro Misinformation Age los fundamentos sociales que posibilitan la expansión y persistencia de las percepciones erradas. Dan cuenta de cómo, en nuestras redes sociales, a veces ignoramos nuestro mejor juicio paran tomar decisiones, y adoptamos la visión de los otros —aunque sea falsa— para ser parte del grupo. Ese «efecto conformidad» cruza culturas y niveles sociales, y es un pilar de base para diseminar la propaganda populista en tiempos digitales.

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La tensión

 

El entorno mediático cambiante ha planteado la pregunta sobre quién define lo verdadero y prioriza lo importante en el espacio público (Dahlgren, 2018). Con ello, se vuelve aún más relevante la capacidad de la prensa de renovar el papel que le señala el modelo democrático liberal: certificar la calidad informativa y renovar su capacidad de incidir y jerarquizar los temas de interés público.

Sin embargo, también los medios cruzan, para bien de los populistas, problemas de credibilidad.

Volvamos a nuestro ejemplo icónico. Trump tilda a la prensa que lo cubre en términos desfavorables como «enemiga del pueblo». Con su modo muy Trump, alude a la prensa tradicional como «fábrica de fake news»:

 

«Amo la Primera Enmienda. No hay nadie que la ame más que yo. Nadie (…). Pero, tal como lo comprobaron durante toda la campaña, e incluso ahora, las noticias falsas no cuentan la verdad. (…) No representan al pueblo. Nunca representará al pueblo y vamos a hacer algo para remediarlo».[44]

 

El enfrentamiento de los líderes populistas contra la prensa no es sólo una expresión del populismo de derechas. Latinoamérica —nuevamente— nos entrega material. El peronismo kirchnerista en Argentina hizo suya la táctica permanente de la crítica a la prensa. También la Venezuela de Chávez y Maduro, donde del ataque se pasó al control.[45]

Esto tiene consecuencias en el sistema de medios, porque a igual que con el resto de las instituciones, este tratamiento robustece problemas anteriores de credibilidad y valoración social. El Instituto Reuters de la Universidad Oxford[46] grafica esto con datos comparativos a nivel internacional. En particular, observa cómo en Estados Unidos la percepción de confianza en los medios es partidaria: mientras entre los republicanos crece el descrédito de la prensa, la situación inversa se observa entre los demócratas.

Como antes vimos, las nuevas formas populistas son producto de y refuerzan la crisis de legitimidad y desafección políticas contemporáneas. Lo mismo ocurre respecto a la mediatización: el populismo se entiende como parte de ese proceso, pero al mismo tiempo alimenta la versión extrema y defectuosa de la mediatización digital de la política.

Desde una perspectiva normativa, el populismo mediático, en su registro más perjudicial, desafía los fundamentos de la relación complementaria entre democracia y prensa, asentada en la libertad de expresión y la necesidad de información como insumo básico para la deliberación ciudadana. La oferta populista atenta contra la idea de un espacio comunicacional común, —caracterizado por la diversidad, la tolerancia, la razón y los hechos— porque antes de cultivar el debate apuesta a la polarización, al desencuentro y prefiere hablar de posverdad.[47] Sin duda, esas formas no parecieran ser las vías para resolver los problemas de las democracias diversas en una sociedad global.

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[1] La cita es extraída de la versión en inglés de libro Fukuyama, F. (2018). Identity: The Demand for Dignity and the Politics of Resentment. Farrar, Straus and Giroux, Nueva York.
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[2] Así lo demuestran empíricamente, entre otros, Oliver, J. E., & Rahn, W. M (2016) en su investigación publicada en The Annals of the American Academy of Political and Social Science, 667(1), 189-206. “Rise of the Trumpenvolk: Populism in the 2016 Election”.
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[3]De la Torre, C. (2018). “Global Populism: Histories, Trajectories, Problems and Challenges”. In Routledge Handbook of Global Populism (pp. 1-28). Routledge
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[4].Nuevamente, Trump nos sirve de ilustración icónica, con su tuit de febrero de 2017, en que acusó a los medios de ser el enemigo del pueblo americano (en S. Levitsky y D. Ziblatt, 2018: 211).
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[5] Engesser,S; Fawzi, N & Larsson, A. O.(2017). «Populist Online Communication: Introduction to the Special Issue». Information, Communication & Society, 20:9, 1279-1292.
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[6] En Zizek, S (2019). Contra la tentación populista. Ediciones Godot, Buenos Aires. Página 21. Zizek está citando el libro On Populist Reasonde Ernesto Laclau (2005).
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[7] Mazzoleni, G. (2014). «Mediatization and Political Populism», en Esser, F., & Strömbäck, J. (Eds.) (2014). Mediatization of Politics: Understanding the Transformation of Western Democracy. Páginas 41-56. Mazzoleni, G (2003). «Populism and the Media» en Albertazzi, D., & McDonnell, D. (Eds.). (2007). Twenty-First Century Populism: The Spectre of Western European Democracy. Springer. Páginas 49-66.
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[8] Rovira Kaltwasser, C, Taggart, P. A., Espejo, P. O., & Ostiguy, P. (Eds.). (2017). «Populism: An Overview of the Concept and State of the Art». The Oxford Handbook of Populism. Oxford University Press. Páginas 1-25.
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[9] Ibíd.
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[10]https://www.letraslibres.com/espana-mexico/revista/entrevista-jonathan-haidt-enfatizar-las-identidades-tribales-es-una-idea-muy-mala-en-una-democracia-diversa. Ideas que profundiza además en Haidt, J. (2016). «When and Why Nationalism Beats Globalism». Policy: A Journal of Public Policy and Ideas, 32(3), 46.
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[11] Inglehart, R., & Norris, P. (2017). «Trump and the Populist Authoritarian Parties: the Silent Revolution in Reverse». Perspectives on Politics, 15(2), 443-454.
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[12] Mudde, C. (2017). «Populism: An Ideational Approach» en Rovira Kaltwasser, C, Taggart, P. A., Espejo, P. O., & Ostiguy, P. (Eds.). (2017). The Oxford Handbook of Populism. Oxford University Press. Páginas 27-47 .Mudde, C., & Rovira Kaltwasser, C. (2017). Populism: A Very Short Introduction. Oxford University Press.
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[13] Zizek, S. (2019). Contra la tentación populista. Ediciones Godot, Buenos Aires.

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[14]Mudde, C & Rovira Kaltwasser, C (2013). Exclusionary vs Inclusionary Populism: Comparing Contemporary Europe and LatinAmerica. Government and Opposition, 48, pp 147-­174.
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[15] Couldry, N., & Hepp, A. (2013). «Conceptualizing mediatization: Contexts, traditions, arguments. Communication» Theory 23 (2013) 191–202 International Communication Association; Thompson, J. B. (1995). The media and modernity: A social theory of the media. Stanford University Press; Hepp, A., Breiter, A., & Hasebrink, U. (Eds.). (2017). Communicative figurations: transforming communications in times of deep mediatization. Springer
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[16] Esser, F., & Strömbäck, J. (Eds.). (2014). Mediatization of politics: Understanding the transformation of Western democracy.
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[17] Mazzoleni, G. (2014). «Mediatization and Political Populism», en Esser, F., & Strömbäck, J. (Eds.). (2014). Mediatization of politics: Understanding the transformation of Western democracy. Páginas 41-56.Mazzoleni, G (2007). «Populism and the Media» en Albertazzi, D., & McDonnell, D. (Eds.). (2007). Twenty-first century populism: The spectre of Western European democracy. Springer. Páginas 49-66. Moffitt, B. (2018). «Populism and media in Western Europe» en Routledge Handbook of Global Populism. Routledge. Páginas 235-248.
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[18] Blumler, J. G., & Kavanagh, D. (1999). «The third age of political communication: Influences and features». Political communication, 16(3), 209-230.)[18]. Blumler, J. G (2018). «The Crisis of Public Communication, 1995–2017». Javnost-The Public 25.1-2: 83-92.
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[19] Esta distinción está también presente en la crítica al espacio público moderno, realizada por J. Habermas en Historia y crítica de la opinión pública: la transformación estructural de la vida pública (pp. 1-171). Barcelona: Gustavo Gili (1981).
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[20] Amado, A. (2016). Política pop: de líderes populistas a telepresidentes. Ariel. Buenos Aires. Página 14.
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[21] Ibíd. Página 23.
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[22] Moffitt, B. (2018). «Populism and media in Western Europe» en Routledge Handbook of Global Populism. Routledge. Páginas 235-248.
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[23] Levitsky, S., & Ziblatt, D. (2018). Cómo mueren las democracias. Ariel, Editorial Planeta, Chile.
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[24] Jutel, O. (2018). «Donald Trump, American populism and affective media» en Routledge Handbook of Global Populism, 249-262.
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[25] Castells, M. (2009). Communication power. OUP Oxford.
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[26]  Hepp, A., Breiter, A., & Hasebrink, U. (Eds.). (2017). Communicative figurations: transforming communications in times of deep mediatization. Springer
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[27] Klinger, U., & Svensson, J. (2015). «The emergence of network media logic in political communication: A theoretical approach». New media & society, 17(8), 1241-1257
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[28] Engesser,S; Fawzi, N & Larsson, A. O.(2017). «Populist online communication: introduction to the special issue». Information, Communication & Society, 20:9,1279-1292.
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[29] London School of Economics (LSE). (2018). «Tackling the Information Crisis: A Policy Framework for Media System Resilience». The Report of LSE Commission on Truth, Trust and Technology. www.lse.ac.uk/media-and-communications/assets/documents/research/T3-Report-Tackling-the-Information-Crisis-v6.pdf
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[30] Bennett, W. L., & Livingston, S (2018). «The disinformation order: Disruptive communication and the decline of democratic institutions». European Journal of Communication, 33(2), 122-139. Dahlgren, P (2018). «Media, knowledge and trust: The deepening epistemic crisis of democracy». Javnost-The Public 25.1-2: 20-27. «Crisis of Democracy», Javnost – The Public,
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[31]Las nuevas formas de la circulación digital de la información han revigorizados espacios públicos alternativos, que en un sistema de medios tradicionales no hubieran tenido cabida. Gracias a la posibilidad de romper con la asimetría de las comunicaciones de los medios tradicionales antiguos y nuevos movimientos, de toda naturaleza, se han vistos potenciados, gracias a los nuevos medios y las apps. Esa es la gran contribución de internet a la democracia (Dahlgren, 2018).
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[32] Ibíd.
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[33]Bennett, W. L., & Livingston, S (2018). «The disinformation order: Disruptive communication and the decline of democratic institutions». European Journal of Communication, 33(2), 122-139..
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[34] Pfetsch, B. (2018). «Dissonant and Disconnected Public Spheres as Challenge for Political Communication Research», Javnost – The Public, 25:1-2, 59-65
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[35] Engesser,S; Fawzi, N & Larsson, A. O.(2017). «Populist online communication: introduction to the special issue». Information, Communication & Society, 20:9,1279-1292.
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[36] Mitchelstein, E, & Boczkowski, P (2018). «Juventud, estatus y conexiones. Explicación del consumo incidental de noticias en redes sociales». Revista mexicana de opinión pública 24: 131-145.
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[37] Browne, M & Rodríguez-Pastene, F (2019) «Nuevas miradas para viejos estereotipos mediáticos de la infancia y la adolescencia: ¿Es posible representar la diversidad?» En impresión, capítulo libro editado por Unicef, Santiago.
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[38] Thorson, K., & Wells, C. (2015). «Curated flows: A framework for mapping media exposure in the digital age. Communication Theory», 26(3), 309-328.
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[39] Hepp acuña la idea de «mediatización profunda»: ser digital supone dejar una huella e información, que puede ser usada para diferentes propósitos. Esos datos son procesados por algoritmos de manera automatizada. Con ello –sentencia Hepp- los procesos de construcción social dejan de referirse solamente a la comunicación humana. Hepp, A., Breiter, A., & Hasebrink, U. (Eds.). (2017). Communicative figurations: transforming communications in times of deep mediatization. Springer
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[40] Flynn, D. J., Nyhan, B., & Reifler, J. (2017). «The Nature and Origins of Misperceptions*: Understanding False and Unsupported Beliefs About Politics». Political Psychology, 38(S1), 127-150.
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[41] Vosoughi, S., Roy, D., & Aral, S. (2018). «The Spread of True and False News Online». Science, 359(6380), 1146-1151
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[42] Flynn, D. J., Nyhan, B., & Reifler, J. (2017). «The Nature and Origins of Misperceptions*: Understanding False and Unsupported Beliefs About Politics». Political Psychology, 38(S1), 127-150.

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[43] O´Connor, C. y Weatherall, J.O. (2019). Misinformation Age. Yale University Press.

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[44] Levitsky, S., & Ziblatt, D. (2018). Cómo mueren las democracias. Ariel, Editorial Planeta, Chile. Página 211.
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[45] Waisbord, S. (2018). «Why Populism is Troubling for Democratic Communication». Communication Culture & Critique, 11(1), 21-34.
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[46] http://www.digitalnewsreport.org/
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[47] Waisbord, S. (2018). «Why Populism is Troubling for Democratic Communication». Communication Culture & Critique, 11(1), 21-34.

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