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El populismo y nuestra debilidad interna

Karin Ebensperger Ahrens Santiago, Chile. Á - N.3

Los populistas saben que no existe nada más poderoso que las ideas. Cuando una cultura olvida su historia, sus valores, sus instituciones y el fundamento de ellas, está condenada a ser colonizada intelectualmente. A una sociedad alejada de su esencia se la puede convencer de que sus valores son la madre de todos los males. La sociedad occidental ha ido olvidando sistemáticamente que ha sido la única civilización que ha logrado desarrollar un estado de derecho, en el cual hay garantías personales que no existen en otras culturas. A través de los siglos, desde la filosofía política griega, el derecho romano y el aporte de los diversos pueblos europeos, la Carta Magna y tantas otras instancias, se fue desarrollando el concepto de democracia y garantías personales en Occidente. Pero una civilización que ha olvidado casi todo sobre sí misma, se hace indiferente a los valores que la constituyeron. Va negando su propia cultura.

 

De ahí a la demagogia populista hay solo un paso.

 

Aristóteles definió la demagogia como la corrupción de la república, la «forma corrupta o degenerada de la democracia». Hoy hablamos más bien de populismo, ambos términos se complementan y se refieren al interés de agradar o manipular a los pueblos con omisiones o información falsa o deliberadamente incompleta, con promesas que no podrán ser cumplidas, y conseguir así el apoyo popular.

Si bien hay varias formas de analizar el populismo, el más negativo es el que apela al resentimiento. Las reivindicaciones sociales son legítimas e importantes. Pero el mal uso que se hace de ellas por parte de ciertos políticos, de cierta prensa y sobre todo en las redes sociales, es lo que preocupa. En su libro Ira y tiempo, el filósofo alemán Peter Sloterdijk explica que el populismo utiliza el resentimiento social como herramienta política. Y agrega que la envidia, asociada muchas veces al resentimiento, convierte las injusticias históricas -que existen en todas las sociedades y requieren atención responsable- en injusticias absolutas, que demandan una reparación absoluta.

 

El populismo afecta sobre todo a sociedades democráticas y abiertas, que permiten las discusiones públicas, las protestas masivas de diversa índole, y que consideran su deber acoger todos los pensamientos y agrupaciones políticas, incluso si tienen por finalidad la destrucción de la propia democracia.

 

Patrick Deneen, autor de ¿Por qué ha fracasado el liberalismo?, se queja de la ignorancia generalizada de los estudiantes y sostiene que no es un mero accidente que se podría superar mejorando la calidad de la educación. Dice que sencillamente no hay un compromiso civilizacional, a nivel de toda la sociedad, con el conocimiento y defensa de los valores democráticos y las libertades conseguidas en Occidente.

Siempre ha existido el populismo en diversas formas. Lo que lo hace complicado hoy es que revela y expone la vulnerabilidad de las sociedades occidentales. Vivimos un momento mundial de grandes incertidumbres: los cambios tecnológicos que obligan a replantear las relaciones laborales; las inmigraciones masivas hacia los países occidentales precisamente porque ofrecen mejor calidad de vida; y la demanda por reconocimiento que describe Francis Fukuyama por parte de todas las minorías, etnias y en general de la sociedad civil -demandas que casi sólo pueden expresarse en democracias occidentales-; la facilidad con que se difunden noticias falsas o distorsionadas en las redes sociales… Ese conjunto de factores golpeó como un tsunami a las sociedades en este segundo decenio del siglo XXI. El ascenso del populismo político fácil, que parece atender esas demandas sociales sin ofrecer reales respuestas, es un tremendo desafío a la legalidad y a las bases mismas de la forma de vida occidental.

 

 

El antídoto

 

En su libro Camino hacia la no libertad, Tomothy Snyder le atribuye a Vladimir Putin una desmesurada capacidad de intervenir en los asuntos políticos de las principales democracias occidentales. Puede tener razón en casos puntuales, pero estoy convencida de que ninguna fuerza externa, por mucho que tenga la estrategia de socavar elecciones e intervenir información, puede debilitar una cultura democrática si está bien arraigada. El problema es que se ha perdido en Occidente el orgullo por lo conseguido. Pocos sienten que la democracia debe ser defendida desde adentro, en las familias, en la educación de los hijos, en los colegios, en los valores que entregan las universidades, aunque muchas veces parecen más preocupadas de preparar para el mundo comercial y financiero que en la ética democrática y el respeto cívico.

 

Un ejemplo concreto de cómo la sociedad puede ser corrompida y debilitada por dentro fue la crisis subprime del año 2008. Creo que le hizo un daño incalculable a la fe en el sistema democrático y de libre mercado, que le causó un perjuicio mayor que cualquier esfuerzo cibernético de los rusos o incluso peor que el ataque a las torres gemelas. La democracia más grande e influyente de Occidente fue puesta de rodillas por una causa interna: el actuar antiético y especulativo de grandes bancos financieros como Goldman Sachs. Sus inescrupulosas actuaciones causaron un golpe demoledor al modelo de libertad que, bien aplicado, ha permitido a las sociedades progresar como nunca en la historia.  Gobiernos condescendientes con los especuladores en las administraciones de Bill Clinton y George W. Bush, las actuaciones de Alan Greenspan en la Reserva Federal, entre otras causas, permitieron esos abusos. Goldman Sachs es un grupo de poder e influencia política enorme que seleccionó créditos con perfil negativo que no podrían ser pagados. Paralelamente, el mismo banco formó un fondo que lo aseguraba y le reportaría grandes ganancias si esos créditos no eran solventados. Ganancia doble: en la captación de créditos y en las quiebras. Una máquina que reportaba a Goldman Sachs escandalosas ganancias y que representa la máxima sofisticación en el abuso del sistema, a costa de esforzados ahorrantes y de la fe pública. Después de esa crisis, muchos votantes se desilusionaron de los partidos tradicionales que no reaccionaron o cuyos candidatos -como Hillary Clinton- eran apoyados por ellos, y se abrieron a discursos más populistas. Sin embargo, y algo que debería menguar o desviar algo el foco de estas reacciones, es que la crisis subprime no se puede comprender completamente sin los viciosos estímulos fiscales que se entregaron mediante subsidios y avales del Estado a través de Freddie Mae y Fannie Mac, instituciones que entregaron créditos a personas que no podían pagarlos, avalándolos, y que justamente por eso estimularon el actuar de los banqueros.

 

«Un ejemplo concreto de cómo la sociedad puede ser corrompida y debilitada por dentro fue la crisis subprime del año 2008. Creo que le hizo un daño incalculable a la fe en el sistema democrático y de libre mercado, que le causó un perjuicio mayor que cualquier esfuerzo cibernético de los rusos o incluso peor que el ataque a las torres gemelas. La democracia más grande e influyente de Occidente fue puesta de rodillas por una causa interna: el actuar antiético y especulativo de grandes bancos financieros y el Estado».

 

Siempre han existido los populismos. Lo nuevo es que hay un ambiente fértil para que prosperen en Occidente, y eso tiene que ver con el debilitamiento de los valores que hicieron posible las sociedades democráticas. El antídoto contra el populismo y la devaluación de la buena política es renovar las virtudes cívicas, recuperar en los colegios el estudio de la historia, de las instituciones, de la filosofía y de la ética. Una cultura que no cree en su propia legitimidad, entra en decadencia y queda a merced de populistas y demagogos más letales que las armas de cualquier potencia enemiga.

 

«Siempre han existido los populismos. Lo nuevo es que hay un ambiente fértil para que prosperen en Occidente, y eso tiene que ver con el debilitamiento de los valores que hicieron posible las sociedades democráticas…Una cultura que no cree en su propia legitimidad, entra en decadencia y queda a merced de populistas y demagogos más letales que las armas de cualquier potencia enemiga».