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El amargo misterio de la muerte

Anton Bruckner y su obra final

Germán Reyes Busch
Santiago, Chile. Á - N.3

Anton Bruckner falleció en 1896. En su dormitorio se encontraron los apuntes, orquestados en su gran mayoría, del final de su última sinfonía: la Novena (en realidad su sinfonía 11, existen apuntes incluso de una 12). Algunos amigos y discípulos se llevaron hojas de esta partitura a modo de recuerdo y la coda (en Bruckner las codas son cosa importante) se perdió o quizá no fue finalizada. O, como señala Carragan, la tiene un coleccionista austriaco… Un asunto digno de un análisis detectivesco.

 

Es extraño que mientras la Décima de Mahler se suele tocar en alguna de sus ediciones completas, la Novena de Bruckner no haya corrido la misma suerte. Varios directores se niegan a tocar ese último movimiento y optan por la tradición de tocar los tres completados. Algunos llegan a hablar de sacrilegio si solamente se menciona el cuarto movimiento. Están equivocados. La Novena tiene un verdadero final y es extraordinario. Con él, la sinfonía cambia no solo en extensión, sino en su carga filosófica. El beatífico final del adagio se resuelve en un movimiento convulsionado, visionario, extremo. La entrada al cielo del tercer movimiento, al parecer, se complica.

 

Las razones de por qué se ha sacralizado la Novena en tres movimientos son variadas. Se afirma que Bruckner no la terminó y así se debe quedar, por respeto a la música y a su autor. Es cierto que no la terminó, pero Bruckner pensó la estructura completa de la sinfonía teniendo este final en mente desde el primer compás. La Novena es tan extensa como la Octava. La Novena necesita el final.

También se dice que Bruckner solamente bosquejó ideas muy débiles o en forma de apuntes inconexos de este cuarto movimiento. Falsedad absoluta. Se conocen aproximadamente 600 de los 650 compases que debía tener el final. Lo que falta del mismo es atribuible más a los «robos» de sus discípulos y alumnos-amigos que a una ausencia de composición. Incluso se afirma que el final ya es fruto de una mente debilitada por la enfermedad. Puede ser cierto en parte, pero como han replicado algunos brucknerianos, los finales de Bruckner nunca superan al resto de la sinfonía, salvo en las codas. Y este final es tan impresionante como el resto de la sinfonía.

En conclusión, estamos ante una obra inconclusa más cerca de su fin que de su inicio (Carragan señala en uno de sus estudios que a Bruckner le restaban entre uno o dos meses en su débil estado de salud para terminarla). El movimiento quedó con partes completamente orquestadas, algunas parcialmente orquestadas y otras con la línea melódica. Se presentan dos desafíos importantes -más allá de la orquestación de las secciones en bosquejo- en su finalización:

 

Por otra parte, no se abandona la esperanza de que aparezca algo de la enigmática coda que habría coronado una de las obras maestras de la cultura sinfónica universal.

 

Existen, al menos, 19 ediciones de este final que van desde reproducir los apuntes tal cual quedaron en 1896 (la maravillosa grabación de Yoav Talmi), pasando por conferencias con la edición Philips (Harnoncourt con la Filarmónica de Viena), llegando a composiciones de otros autores inspiradas en este final: el Diálogo de Von Einem (grabado por Matacic). Incluso existe una edición que dice inspirarse en mensajes dejados por el espíritu de Bruckner: la chamánica y venática edición de Peter Jan Marthé, por lo demás bastante impresionante. Existen decenas de registros que han llevado al disco los intentos de Philips, Carragan (cuatro ediciones), Samale-Mazzuca (dos ediciones, también tienen su edición de la Décima de Mahler), Josephson, Samale-Philips-Cohrs-Mazzuca (el grupo más exitoso: cinco ediciones, la última llevada al disco con gran éxito por Simon Rattle y la Filarmónica de Berlín), Letocart (con una coda que es digna de Bruckner, muy emocionante) y Gerd Schaller (dos ediciones).

 

Dentro de los intentos más exitosos tenemos a Yoav Talmi con los apuntes originales que muestran el estado real del final y la música es de primer nivel. La grabación de Harnoncourt usa el final, pero lo interrumpe para dar sus explicaciones de la orquestación y lógica discursiva. Realmente muy interesante, además, con la Filarmónica de Viena. Inbal incluyó en su integral la edición completa de la Novena en el sello Teldec en la visión de Samale y Mazzuca (dirigida con gran convicción y con una coda monumental), la primera edición de Samale-Philips-Cohrs-Mazzuca fue llevada al disco por Kurt Eichhorn con una respuesta orquestal impresionante (el movimiento pasa los 30 minutos). La segunda edición Samale-Philips- Cohrs-Mazzuca llegó al sello Naxos también con resultados espléndidos bajo la batuta de Johannes Wilder. En disco premiado y un suceso internacional se convirtió la grabación de Simon Rattle con la Filarmónica de Berlín, en presencia de los editores Samale-Philips-Cohrs y Mazzuca a quienes hizo subir al estrado tras el concierto. La modesta lectura de la edición de Sebastien Letocart por parte de Nicolas Couton vale la pena, ya que probablemente sea la más coherente junto a la que reseñamos acá, la segunda edición de Gerd Schaller.

 

Gerd Schaller es un experto bruckneriano que ha grabado la Novena en tres ediciones completadas: una por Carragan y dos por él mismo. La segunda de ellas es claramente superior. No solamente tenemos los compases de Bruckner muy bien conectados, sino, además, con perfecta atención a las dinámicas y colores. Realmente parece una obra plenamente finalizada y revisada. La coda no se queda atrás y cierra de modo adecuado esta obra maestra. Pero no nos detengamos acá. Schaller además busca otro punto de inflexión. Destaca, en toda la sinfonía, los aspectos más innovadores de la partitura. Esos que hicieron decir a Simon Rattle que en la Novena hay indicios del primer minimalismo o microtonalismo. En efecto. Nos encontraremos con acordes y quiebres sorprendentes en el primer movimiento. Incluso en el gran adagio oiremos casi al primer Schönberg. De este modo, la irrupción de las innovaciones del final. Su perturbadora violencia y extraños patrones rítmicos no quedan fuera de contexto.

 

La Novena de Bruckner tiene final. La obra lo requiere. La Novena de Bruckner no es la visión seráfica del noble anciano que entra al Paraíso, sino la declaración de un terrible temor de Dios en el ocaso de una vida. En ella no se afirma la frase hecha de que su autor encontró a Dios ⸻ya saben, mientras Mahler lo buscaba. En la Novena, Bruckner se planta cara a cara consigo mismo y -parafraseando a Joyce- con el amargo misterio de la muerte. No verla así sería un error, una injusticia para su compositor y para la música.

 

Este es un disco obligatorio.

 

  1. La sintaxis de la obra, ya que hay páginas desperdigadas.
  2. La creación de una coda coherente.