Basado en el libro de la mexicana Marta Lamas, la abogada Paula Vial reflexiona sobre un discurso puritano y moralista, además de victimista, respecto a la mujer y que resulta atentatorio del debido proceso, afectando no sólo el derecho a defensa sino a la honra y una serie de otras garantías, que conflictúa las relaciones entre hombres y mujeres.
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Este es un momento singular, es un tiempo privilegiado para avanzar por fin en la igualdad de derechos de hombres y mujeres. Hay conciencia de la desigualdad en el trato y en los derechos, en la inequidad de base entre unos y otras. Existe un numeroso grupo de mujeres en todo el mundo que ha dicho «¡basta!». Mujeres que estamos cansadas de las diferencias, cansadas de ser excluidas de todos los ámbitos de poder, de no ser reconocidas por la valía de cada una, de tener exigencias desmedidas -mucho más altas que las de los hombres- y reconocimientos más limitados. Mujeres cansadas de la violencia en el trato, de la discriminación evidente o disfrazada, hartas de agresiones públicas y privadas. Existe finalmente un interés de muchos hombres por aportar al reconocimiento de la natural igualdad, de compartir los espacios, reconocer y respetar los derechos de todas.
En ese escenario, parece más que una obligación confrontar la posición de algunas feministas que abogan por la victimización natural y permanente de las mujeres y la purificación de las relaciones con los hombres, o de movimientos como el #MeToo, por muy populares que sean en el apoyo al slogan, con exigencias de cuidado en el manejo del poder inmenso que se nos ha asignado en las denuncias mediáticas de abusos sexuales, con reclamos por el respeto al debido proceso y de rechazo al circo romano del acusado.
Pero hoy es difícil e incluso riesgoso hacerlo, da miedo tener conciencia de las reacciones destempladas que ocasionará, de la incomprensión y la descalificación que vendrán asociadas. Dificulta la palabra saber que aquello será sinónimo de destierro y exclusión.
La antropóloga mexicana Marta Lamas, activista feminista desde los años 60 y cofundadora del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), que propició la despenalización del aborto en México con un planteamiento enfocado en quién debe decidir, publicó el 2018 el libro Acoso. ¿Denuncia legítima o victimización?
Dice Marta Lamas en su libro que el discurso preponderante sobre el acoso sexual hoy en el mundo se nutre de los argumentos y estrategias de las dominance feminists, que impera como efecto de la «americanización» de la modernidad, que impone la perspectiva estadounidense a nivel global en todos los ámbitos de las relaciones -políticas, económicas y sociales- , alimentando el «discurso hegemónico» en estas materias.
«Dice la autora feminista Marta Lamas que el discurso preponderante sobre el acoso sexual hoy en el mundo se nutre de los argumentos y estrategias de las dominance feminists, que impera como efecto de la «americanización» de la modernidad, que impone la perspectiva estadounidense a nivel global en todos los ámbitos».
De las múltiples corrientes feministas, Lamas apoya su tesis en las autoras Badinter y Halley,[1] que realizan una crítica al feminismo de la gobernanza, el cual basa sus postulados en una tríada compuesta por «la inocencia de las mujeres, el daño que sufren y la inmunidad de los hombres». Se trata, como se evidencia en su lectura, de un feminismo radical que ha permeado la perspectiva sobre el acoso sexual incluso en ambientes como los universitarios y que, en definitiva, propone un discurso puritano y moralista además de victimista respecto a la mujer y que resulta atentatorio del debido proceso, afectando no sólo el derecho a defensa sino a la honra y una serie de otras garantías que conflictúa las relaciones entre hombres y mujeres sin una propuesta constructiva de la evolución que deben sufrir éstas.
Derecho a importunar
Hacer un planteamiento serio y fundado desde una perspectiva diferente del grave problema del acoso sexual -entendido como un concepto muy amplio y que abarca desde el piropo indeseado, inadecuado e invasivo hasta los delitos sexuales como el abuso sexual y la violación-, que permita la construcción de un nuevo diálogo entre hombres y mujeres, es descalificado violentamente, sin permitir un espacio de debate o conversación, tildándolo como agresión, lo que termina por amedrentar y silenciar convenientemente a quienes se atreven a salir de la postura políticamente correcta -hegemónica- en estas materias.
Exigir respeto de cuestiones fundamentales para el estado de derecho, como el debido proceso sin excepciones, por muy graves que sean los delitos o las acusaciones, no significa avalar el abuso sexual, no supone aceptar conductas de violencia «normalizada». Pero siglos de discriminación y violencia no se solucionan con más violencia que no respeta los derechos del otro, aunque sean tan audibles sus gritos, tan intimidantes sus improperios, tan descalificadoras sus ofensas.
La oportunidad que elige Lamas para confrontar posturas la toma de la declaración que realiza un grupo de intelectuales francesas, quienes reivindican el derecho a importunar, propio de la libertad sexual, como el título de su protesta indica. Se trata de un grupo de mujeres lideradas por la escritora y crítica de arte Catherine Millet que, en enero del 2018, publicó un manifiesto en el que rechazan identificarse con un feminismo que se posiciona en el odio a los hombres y a la sexualidad y entienden que la libertad de una mujer de decir que no a una propuesta sexual no sucede sin la libertad de importunar, que permite distinguir entre el coqueteo torpe y la agresión sexual. Se niegan a identificarse con la «presa» y eligen educar a sus hijas para que estén informadas y conscientes para vivir su vida sin dejarse intimidar ni culpabilizar.
Y la invitación que realiza Lamas es a debatir desde la confrontación entre la posición «americanizada» del feminismo radical, asociado a un puritanismo estadounidense, y la del grupo de intelectuales francesas, en su invitación a una reflexión diferente, liberadora de la mujer y su sexualidad. Lamas alienta la disputa de argumentos para evidenciar cómo la lucha contra el acoso sexual, de origen feminista, ha dividido al propio feminismo y en su versión más radical es usada y abusada por intereses políticos y sociales diversos.
Es muy interesante la urgencia ética que despliega la autora por enfrentar el acoso sexual y dar respuestas efectivas y cómo lo compatibiliza con la preocupación por los excesos y riesgos de la posición más puritana y extrema del feminismo más radical, especialmente porque el riesgo pendular es evidente. La rabia con que se aborda la violencia sexual, comprensible y valiosa como motor de cambio, ha terminado por expresarse en herramientas efectistas como funas, escraches y linchamientos públicos que destruyen vidas y carreras y que son peligrosas y excesivas si no tienen contrapesos y límites.
Sin el control de las garantías de un sistema que proteja a acusadoras y acusados, con respeto por derechos universales, para víctimas y victimarios, para inocentes y culpables, para buenos y malos, para mí y para usted, la victimización transmuta en agresión. Garantías como la presunción de inocencia, el derecho a defensa -el de verdad, el que respeta que se puedan entregar argumentos y antecedentes que desvirtúen una acusación, aunque ésta provenga de una mujer, sin sindicar este ejercicio como agresión- o el derecho a probar y exigir la prueba de una acusación, así como el juicio en tribunales y no en otras tribunas, nos favorecen a todos y afianzan y profundizan la democracia.
¿Cómo puede prosperar en igualdad una sociedad que exige que la justicia se haga con un solo lado, aun el que históricamente ha sido discriminado? ¿Qué justicia se puede construir si los roles son inalterados e inalterables, si la mujer es víctima y el hombre es victimario por el sólo hecho de ser tales? ¿Qué libertad se puede asegurar a la mujer, a la de hoy, a la de mañana, si su esencia se erige desde una supuesta calidad de víctima por naturaleza? Aceptar la discriminación histórica no supone reconocer una victimización esencial, sino el asentamiento cultural de una posición que queremos revertir.
Y si para hacer frente a los abusos de los que la mujer es víctima se hace necesario alterar las reglas del juego, ¿cuánto tiempo tomará que el péndulo que hoy se inclina en favor de las mujeres vuelva a su posición endémica? ¿Qué clase de poder es el que se nos quiere entregar a las mujeres, como aparente compensación de milenios de abusos, negaciones y excesos?
«¿Qué justicia se puede construir si los roles son inalterados e inalterables, si la mujer es víctima y el hombre es victimario por el sólo hecho de ser tales? ¿Qué libertad se puede asegurar a la mujer, a la de hoy, a la de mañana, si su esencia se erige desde una supuesta calidad de víctima por naturaleza? Aceptar la discriminación histórica no supone reconocer una victimización esencial».
La justicia en la plaza pública, sin contrapesos ni defensas, la que exige creer a las mujeres que denuncian abusos por ese sólo hecho, es el espacio más propicio para alentar acusaciones falsas, transformarse en herramienta de venganzas, facilitar errores insalvables o arbitrariedades sin redención. Se entiende que una denuncia falsa o exagerada o que intenta dar otro sentido a un comportamiento consentido, cuando es descubierta en su falsedad, tras generar un ruido ensordecedor, puede agrietar cualquier movimiento. Nadie quiere tener entre sus filas a un impostor como Enric Marco, inmortalizado por Javier Cercas, quien desde la pretensión de la impostura melló la credibilidad y la confianza en una causa justa y loable. Y así, silenciar al adversario, impedirle todo avance rectificador, es el único camino sin riesgo de hendiduras.
«La justicia en la plaza pública, sin contrapesos ni defensas, la que exige creer a las mujeres que denuncian abusos por ese sólo hecho, es el espacio más propicio para alentar acusaciones falsas, transformarse en herramienta de venganzas, facilitar errores insalvables o arbitrariedades sin redención».
Y si el acusado no tiene derecho a responder, a defenderse, incluso a resignificar, tampoco existe esa posibilidad para su círculo de amistades y confianzas. En la caza de brujas, los magos, hechiceros y aprendices que pululan cerca del demonio deben participar de las ordalías, negando amistades, fallando confianzas y lealtades, evidenciando y propiciando la delación. El entorno del carnero no puede callar y debe transformarse en un estridente coro que rechace por escrito y públicamente, a través de redes sociales y medios de comunicación, las conductas que se le atribuyan, aunque no las reconozca en éste, siendo objeto de presiones intolerables. Si no le dan la espalda, son cómplices.
Parece razonable preguntarse qué se pretende con el movimiento, cuál es el objetivo de un #MeToo o de políticas públicas que puedan seguir esa tendencia, que desnaturaliza los derechos del sistema. Si su objetivo es terminar con el abuso sexual, es relevante constatar que el efecto se reduce a algunos poderosos o llamados poderosos, sin consecuencias para el grueso de los casos en el cotidiano. Y si no va a funcionar para erradicar o disminuir las conductas indeseadas, a nivel general de la sociedad, entonces ¿qué busca? Si se quiere proponer y materializar un nuevo trato, para todos y todas, entre hombres y mujeres, Lamas propone precisar los conceptos de abuso sexual y acoso sexual, lo que es pertinente también en Chile si se considera que el derecho es o puede ser un instrumento de cambio, incorporando categorías que no se habían contemplado como el «acoso social machista», que diferencia conductas molestas de delitos. Y por supuesto, profundizar en la exigencia al sistema de entregar espacios para la denuncia responsable y garantizar que el acceso a la justicia no sea deficiente y desigual.
La opción también es luchar por una democracia profunda que eduque a hombres y mujeres en la igualdad, que aporte a la formación de mujeres que hablan sin ambages, que se hacen respetar por hombres que han sido formados en el respeto a la mujer, sin temores ni resquemores entre unos y otros. ¿Utópico? ¿Ingenuo? No lo parece, porque se puede avanzar hacia allá, con los tres elementos que mencioné al inicio: conciencia de desigualdad, mujeres empoderadas y exigentes, con acceso al poder para realizar los cambios necesarios, y hombres respetuosos de la igualdad, que batallen junto a nosotras por el cambio.
La construcción de un mundo de mujeres libres, fuertes, iguales en derechos a los hombres, difícilmente se logrará infantilizándolas. Una parte importante de nuestra vida es la sexualidad y la educación en ello también debe hacerse en la igualdad y la libertad.
Que nadie se confunda. No estoy dando pase a un retorno sin exigencia de cambios, sin reproche de conductas pasadas, sin revisión de las cláusulas del acuerdo. No hay libertad para el abuso, pero sí bases para un mejor trato.
La obvia estrategia del silenciamiento de las ideas por la agresiva vía de la imposición de otra idea no va a impedir el necesario debate. La descalificación personal y profesional como arma de destrucción de la disidencia no alcanzará su objetivo si creamos el espacio para la reflexión y la conversación.
Se ha intentado instalar una lógica que rechazamos. Si no estamos de acuerdo con el #MeToo, somos cómplices de los agresores. Si además somos feministas, somos traidoras que no merecemos tal denominación. Cualquiera sea el nombre que quiera dársele, la preocupación por la igualdad de derechos de hombres y mujeres es mi definición. Y la exigencia inclaudicable del respeto por el debido proceso, por el derecho a defensa, es también mi definición.
[1] Badinter, E. (2003). Hombres/Mujeres, cómo salir del camino equivocado. Buenos Aires, 2003, (Pausse route, Odile Jacob, Paris) y Halley, J., Kotiswaran, P., Rebouché, R., & Shamir, H. (2018). Governance feminism: An introduction. U of Minnesota Press