Premio Nacional de Historia 2018, Sol Serrano ha realizado una extensa y fructífera labor en la investigación y la enseñanza de su disciplina, mostrando siempre un tesón individual a la vez que una capacidad indiscutida para formar equipos. Su última obra publicada es El liceo, la cual, al identificar el lugar que ha tenido este modelo educacional en nuestra sociedad involucra también una revisión crítica del presente.
Esta entrevista, que a la reflexión histórica suma la mirada introspectiva, ha sido realizada por una de sus alumnas y colaboradoras más cercanas.
El año 1993 entré a un curso de seminario como estudiante de la Licenciatura de Historia en la UC, y la profesora era Sol Serrano. Habré tenido 22 años. Sabía de ella porque en mi casa se hablaba de «las Serrano», unas hermanas famosas por lo inteligentes, por lo interesantes y por ser muchas. Llamaban la atención por ser pitucas pero de «izquierda» en los 70, lo que era excéntrico, o al menos raro, según mi padre. Sol era la historiadora de las hermanas, la más chica y la más inteligente del clan según mi madre.
Yo, por mi parte, había leído alguna de sus columnas en la revista Hoy, sabía que había estudiado en Yale, que se había doctorado en la UC con honores y que había publicado su tesis con el título de Universidad y Nación. El curso era sobre historia de la alfabetización y política. Éramos pocos. Leímos historiografía francesa en la pluma de Francois Furet y Jacques Ozuf; leímos sobre la Revolución Francesa; leímos a Jürgen Habermas, a Francois Xavier Guerra; leímos sobre la imprenta, la letra, Andrés Bello y la formación del Estado moderno. Nunca antes durante la carrera me había interesado la educación como problema histórico, ni la había relacionado con los derechos del individuo, la formación de la conciencia y del espacio público. Todo me hizo sentido y me volví historiadora por ese curso.
Sol Serrano no era hippie como yo imaginé sino elegante, distinguida, muy seria e incluso distante como profesora. Era muy exigente en los resultados, no se podía titubear, aunque sí equivocarse o no saber; era lógica en la racionalidad de los argumentos e intuitiva por no decir creativa y, ahora sí, excéntrica en la forma de razonar porque hilaba variables que parecían tan inconexa y que miradas en conjunto hacían comprensibles procesos complejos. Esa profesora era una investigadora y, sin lugar a dudas, fue una maestra. Años más tarde, supe que tampoco era de izquierda.
Nunca olvidé la tarde en que comentó que de vieja quería ser loca. Me sorprendió que hablara tan suelta de cuerpo de la vejez, sin miedo alguno y con una libertad muy profunda. Lo dijo riéndose, como siempre lo ha hecho del personaje público que es Sol Serrano. Sin embargo, esa vez, lo distinto de la frase, y del tono, era que estaba hablando de sí misma: una «vieja loca».
– ¿Cuán excéntrica es efectivamente Sol Serrano?
– Poco, en nada externo por de pronto. Pero lo soy un poco por una forma de vida que es tan en el mundo y tan fuera del mundo. Ser excéntrica sería para mí cambiar los tipos de tiempo de mi propia vida y atreverme a que el presente fuera una presencia radical de los distintos tiempos y no sólo la velocidad voraz. No es tan fácil. El tiempo no es una medida física, es relación, diría Norbert Elias. Quisiera vivir en distintas capas de tiempo. Eres muy aguda y lo defines mejor que yo: efectivamente, excentricidad como liberación del futuro en cuanto proyecto y el presente como el tiempo que constituye.
– ¿Ser loca es haber sido historiadora en los 70 en Chile?
– No, para nada. Había muchas que estudiaban historia. Tuve como profesoras a Carmen Castillo y a Lucía Santa Cruz en la UC. Menos frecuente era esta pasión por la investigación que nacía de inquietudes algo borrosas pero existenciales. La Lucía fue muy importante para mí en ese sentido. La historia por erudición me parecía enajenante y la historia ideológica que campeaba me parecía tan predecible y ¾ahora me atrevo a decirlo¾ ¡tan fea!
– ¿Ser loca es ser libre?
– Sí, ojalá, libre de mí misma.
– ¿Ser original?
– Me habría gustado serlo, ser más segura de mí misma para aventurar hipótesis, mezclar estilos y géneros, periodos y temas. Pero soy rígida. Lo que me salva es una profunda empatía con los actores y problemas que estudio. De ahí mi amor por los archivos, incluso una pasión por el manuscrito, por la caligrafía, por ser posiblemente la siguiente persona que leyó ese papel después de su destinatario. Es esa experiencia la que despierta mi imaginación historiográfica. No he sido original, pero al menos no he sido convencional.
«Me habría gustado ser más segura de mí misma para aventurar hipótesis, mezclar estilos y géneros, periodos y temas. Pero soy rígida. Lo que me salva es una profunda empatía con los actores y problemas que estudio. No he sido original, pero al menos no he sido convencional»
– ¿Se necesita envejecer para ser loca? ¿Para ser libre?
– En mí sí. Porque ahora ya puedo liberarme del deber del futuro. Para hacer lo mismo. Si la vida me lo permite, espero morir trabajando, pero como un acto más contemplativo además de productivo. Es un tiempo de gratitud porque también se aprende a vivir el dolor. La gratitud es hermana de la libertad.
– La gratitud y el dolor. ¿Hay algo de ambas experiencias en la historia de nuestro país?
– Gratitud en la historia de las familias. Especialmente de los hijos e hijas a esas madres que pudieron darles lo que no tenían por pobreza y abandono. Gratitud social no veo mayormente, pero sí gratuidad en aquellos que sintieron responsabilidad por la vida de otros. Pienso en los profesores y profesoras; en las organizaciones religiosas y laicas al servicio de los más pobres; pienso en muchos funcionarios públicos tan vilipendiados y que, sin embargo, asumieron esa red capilar de asistencia que en buena medida construyó el país. Pienso también en tantos para quienes la política ha sido una genuina vocación de servicio público. ¿Dolor? Mucho. El dolor de los más débiles frente a distintas formas de poder. Diría principalmente dos: el de los más pobres, indígenas, campesinos, marginales urbanos, mujeres y el abandono de los niños. Y el de la violencia política: las guerras civiles y la represión, y la violación de los derechos humanos. Hemos agregado otro dolor que es el de la violencia del lenguaje.
– ¿Esa libertad es herencia de alguna persona especial en su vida? ¿Alguien cercano, familia, amigos, colegas? Pregunto porque cada uno de nosotros está constituido por la vida de tantos otros.
– No lo sé. Bonito que me obligues a pensarlo porque me siento muy fiel a mi propia historia. Esa libertad se respiró en mi familia, en mis padres. Se podía volar porque las raíces eran sólidas, podíamos ser audaces porque estábamos contenidas. Nos criamos aisladas en el campo. Todo era entretenido y divertido. Lo pasábamos tan bien. El tiempo transcurría entre la lectura fuerte de mi madre en la infancia, los largos recorridos a ver el ganado con mi papá y las maldades con mis hermanas. Nada era más entretenido que estar entre nosotros. Y era a la vez una familia bastante cosmopolita. Pienso que ese sentimiento de libertad se debe a la pertenencia a la tierra. Tienes un lugar desde el que sales, y sales, y siempre vuelves.
«Me siento muy fiel a mi propia historia. Esa libertad se respiró en mi familia, en mis padres. Se podía volar porque las raíces eran sólidas, podíamos ser audaces porque estábamos contenidas. Nos criamos aisladas en el campo. Todo era entretenido y divertido. Lo pasábamos tan bien. El tiempo transcurría entre la lectura fuerte de mi madre en la infancia, los largos recorridos a ver el ganado con mi papá y las maldades con mis hermanas. Nada era más entretenido que estar entre nosotros».
– ¿Alguna experiencia vital que haya marcado estructuralmente su itinerario intelectual? ¿Alguna lectura fundante de quien es usted hoy?
– Sí, claramente. Me demoré mucho tiempo en encontrar un espacio intelectual que de verdad me hiciera sentido. La puerta de entrada fue Francois Xavier Guerra porque me introdujo en la renovación de la historia política que cristalizó en los 80. Era una historia social de las prácticas culturales y sus relaciones con la formación de la política moderna y del individuo. De ahí me marcaron radicalmente Francois Furet y Roger Chartier. ¡Muy francés! Y quizás una de mis principales inspiraciones viene de un pequeño libro de Walter Ong, lingüista y antropólogo, sobre la escritura como tecnología de comunicación que transforma la conciencia, las formas de pensamiento y pertenencia. Lo leo y lo releo y cada vez me parece más genial. Nuestros volúmenes de la historia de la educación tienen en mí ese origen.
Escritura solitaria
Pasaron los años, y una generación de mujeres entre los 30 y 35 años se doctoró con Sol Serrano como tutora. Lo hicimos entre archivos, libros, mamaderas, turnos, familias y niños. Su dedicación a formarnos fue titánica; mucha tinta en un desierto de páginas sin jerarquizar, sin estructura, sin interpretación. Aprendimos a investigar, a pensar y a escribir «a palos» porque las correcciones eran duras y «sin llorar», formando una cofradía de historiadoras sin mucho afán reivindicativo, pero sí sensibilidades comunes que rondaban el mismo punto de partida. La pregunta por la construcción de los vínculos sociales en la política moderna, es decir, aquella conformada por ciudadanos libres e iguales, origen de la legitimidad política, era un interés común. Posiblemente, mi mayor curiosidad en esos años hacia mi tutora era su pasión por los archivos y la fe ciega en las intuiciones originales. Me sorprendía su pasión por hilvanar interpretaciones ingeniosas y asertivas de algún nuevo tema «sexy». Eso era indispensable para devenir en una investigadora de «pala y picota», como siempre nos dijo que lo era. Yo siempre pensé que Sol Serrano tenía algo del espíritu de una investigadora privada. Se lo comenté una vez, y la carcajada fue brutal cuando me confesó que siempre había querido ser de la PDI.
– ¿Tuvo tesistas hombres? Lo pregunto por la gran cantidad de estudiantes mujeres.
– Sí, muchas más mujeres. Se dio espontáneamente. Tiempo después supe lo importante que es la identificación de rol, y por eso la presencia inicial de mujeres es fundamental para que se amplíe la participación. Y así fue. ¡Algunos me decían que los alumnos hombres me tenían miedo y que no estaban para que una mujer los corrigiera de esa manera! Hace muchos años, claro está. Dicho esto, mis tesistas hombres me son muy, muy cercanos.
– ¿Hay diferencias en la historia que escriben los hombres y las que escriben mujeres?
– Me he hecho tanto esa pregunta. Me he jurado que voy a buscar literatura al respecto y todavía no lo hago. La historiografía feminista, cuyo marco conceptual es la teoría de género, claro, sí es distinta. Las principales teóricas son mujeres. Fueron las mujeres las que abrieron el campo de la historia de género. Pero la pregunta es más amplia. Hubo mujeres pioneras en nuevas perspectivas y sensibilidades. Natalie Zemon Davies, por ejemplo. O Mona Ozouf. Me pregunto si The Invention of Human Rights de Lynn Hunt lo habría escrito un hombre de esa forma. Sin embargo, hay tantos textos que si me ocultan al autor no sabría si es hombre o mujer.
– ¿Le interesa la discusión sobre género y feminismo?
– Por cierto, tanto que cuando estudié en Yale pensé que me dedicaría a lo que entonces se llamaba historia de las mujeres. Cuando llegué a Chile le comenté al entonces director del Instituto de Historia de la UC si le parecía un tema interesante y me dijo que no. Pero yo le interesaba todavía menos…En todo caso, no fue por eso. Fue porque mi pregunta fundamental era la creación de los vínculos políticos modernos, como lo señalas más arriba, y que proviene evidentemente de la ruptura de la democracia chilena. El debate feminista y, en general, las distintas vertientes de la teoría de género no me convocan porque son dogmáticas y unicausales en su explicación histórica. No hay ahí demasiado espacio para la sorpresa. Escribí un paper hace tiempo que se llamaba «Las monjas, ¿son mujeres?». Era sobre la represión a las mujeres durante la Revolución Francesa y el debate feminista al respecto.
* * *
Volvamos a la cofradía de mujeres que formó y al trabajo en equipo que lideró en el Instituto de Historia en forma pionera como una especie de metodología de trabajo común en una disciplina que es reconocida ⸻o lo era⸻ por ser individual y solitaria.
– ¿Es buena para trabajar en equipo? ¿Hasta dónde llega el equipo y cuándo empieza el trabajo individual?
– Jamás pensé que lo haría. Soy muy solitaria. Hasta que se graduaron mis primeras tesistas. Tú la primera, Francisca Rengifo después, y con ambas sí que me atrevía a pasar a ligas mayores. Veía como podíamos ensanchar nuestras preguntas por las destrezas y sensibilidades de cada una en problemas comunes. Ahí empezó y fue fascinante porque se nos fueron sumando y sumando más y más estudiantes y tesistas. En las ciencias naturales trabajar en equipo es más fácil, y ni decir formar estudiantes, porque todos trabajan en un laboratorio dentro de la línea específica del titular. Nosotros no. Cada estudiante escoge su tema y la tesis es una obra de artesanía. Fue mucho trabajo, pero a la vez nos enriquecíamos tanto. Y casi lo más importante. ¡Lo infinitamente bien que lo hemos pasado! ¡Qué manera de reírnos! Pero escribo sola. He escrito con otros, por de pronto contigo, pero lo sustantivo de la escritura tiene que ser en soledad.
– ¿Considera que construyó «escuela» en su rol de formadora?
– Ah, pregúntales a otros, ¡no a mí! He tenido alumnos y tesistas maravillosos y he seguido sus carreras paso a paso hasta el día de hoy.
– Dada su experiencia como estudiante y profesora, ¿ha cambiado la enseñanza de la historia en las universidades?
– Mucho. El esquema antiguo era que habían dos o tres lumbreras de una planta relativamente poco profesionalizada y, sobre todo, muy aislados del mundo. Aun así, tuvimos una buena formación. Hoy todos los profesores en casi todas las licenciaturas en historia en el país son doctores, hay una gran diversidad de escuelas, temas, métodos. Nuestros estudiantes realmente están al día en lo fundamental. Me preocupa un tema. En profesores jóvenes y estudiantes hay una tendencia a obnubilarse con marcos teóricos que asumen de una manera algo mecánica. La narrativa histórica está cooptada por el lenguaje de la teoría literaria. Tratan de escribir igual a Foucault, o a Derrida o a De Certau y tantos más. Son marcos teóricos puestos al microondas con poca apropiación original.
«Me preocupa un tema. En profesores jóvenes y estudiantes hay una tendencia a obnubilarse con marcos teóricos que asumen de una manera algo mecánica. La narrativa histórica está cooptada por el lenguaje de la teoría literaria. Tratan de escribir igual a Foucault, o a Derrida o a De Certau y tantos más. Son marcos teóricos puestos al microondas con poca apropiación original»
– ¿Es un lujo estudiar historia en la actualidad? ¿Por qué se necesitan historiadores hoy?
– Es una necesidad. Historia es una gran formación inicial porque estructura un pensamiento crítico, obliga a fundamentar los argumentos y a recoger e interpretar la información en un contexto y perspectiva temporal. Es una formación inicial para la vida académica, para la docencia escolar y tantas más, pero nuestros exalumnos, que seguimos exhaustivamente y están en lugares muy diversos, señalan en nuestras encuestas que volverían a estudiar historia porque les enseñó a pensar. En una sociedad hiperinformada y con tantos medios de comunicación, la importancia de discriminar, priorizar, argumentar y dar contenido, es una necesidad de marca mayor para la convivencia y la democracia.
– ¿Cuál es la diferencia entre Universidad y Nación y los tres tomos de la Historia de la educación en Chile (1810-2010)?
– Hay una línea de continuidad en aquella pregunta básica que me marcó para siempre: quién quiere la educación. Ello significa estudiar porque el conocimiento abstracto, ya sea en la ingeniería o en la lecto-escritura, tiene un valor en la sociedad para quiénes, para qué. Y sobre todo, estudiar el proceso de las tensiones entre muchos actores que se van transformando, a su vez, fruto de la adquisición de estas nuevas destrezas ¿En qué momento en una sociedad aquello que era una experiencia de saber acumulado se transforma en la sistematización de un conocimiento que debe ser enseñado? ¿Y por qué hace solo 200 años algunos consideraron que las destrezas de la cultura escrita debían extenderse? No era obvio. Nada lo es.
El primer libro trata a las élites letradas y el Estado, la formación del Estado Docente, las profesiones y el mercado. El segundo es un despliegue mayor. El marco teórico se amplía a la construcción de estos vínculos modernos que presupone la escritura, propia de la ciudadanía y también del capitalismo. Es la relación entre oralidad y escritura, entre individuación y sociedad de cuerpos. Por ello comprende todos los sectores sociales, los pueblos originarios, las edades, las familias, el territorio, el género, la estructura productiva, las ideologías, la política y la construcción del Estado. A ras de tierra. Y eso significa que también hay que contar. Ni siquiera basta la estadística del periodo, sino buscar construir las propias para nuestras preguntas. Se estudian 150 años y esa historia que parece lineal, porque finalmente toda la sociedad se escolarizó, es al contrario una historia llena de saltos abruptos, inercias, temporalidades muy diversas. Eso solo podía hacerse en equipo.
Y para retomar lo que decía, este trabajo, al cual hay que darle al menos el mérito de rigor, es considerado por los marcos teóricos de microonda pegados en el linguistic turn como «historia tradicional». Y no es broma.
– ¿Cuál de sus libros es su obra maestra?
– ¡Ninguno! El más mío es ¿Qué hacer con Dios en la República? Por tres motivos creo: fue un desafío teórico discutir desde la historia las teorías sociológicas de la secularización y rescatar un tema tan crucial de nuestra historiografía todavía encarcelada en una interpretación liberal o conservadora. Era un desafío metodológico mayúsculo porque la proposición epistemológica era ligar el plano ideológico con las prácticas culturales. ¿Qué relación había entre la secularización del Estado y la descristianización de la sociedad? No bastaba con estudiar el debate sobre la ley de cementerios sino estudiar las prácticas mortuorias y su relación con las religiosas. Y el tercero era encontrar una estructura narrativa que fuera mía, encontrar mi propia voz.
– ¿Cree que ha logrado construir una perspectiva epistemológica y metodológica propia?
– No he creado nada nuevo ni he hecho proposiciones teóricas. He tratado obstinadamente de construir algo propio. Una historiadora francesa, al comentar el libro del que hablábamos, señaló que en su narrativa estaba su epistemología. Me quedé de una pieza. Definió en dos palabras mi más secreta añoranza.