Iniciar sesión

Si ya eres usuario registrado ingresa tu e-mail y contraseña.

El hilo de Juana

Catalina Mena
Periodista y crítica de cine. Á - N.2

 

Vinculado al cuerpo desnudo fotográfico y a la estructura de lo textil, el trabajo visual de Juana Gómez tiene mucho de artesanía, de la mano que se mueve en el hacer, y de un contacto cercano y persistente con el material. Pero lo que más tiene su obra es una inclinación hacia lo sagrado (el budismo y otras formas espirituales le interesan), que se expresa una y otra vez en la necesidad de descubrir y revelar ese misterioso código que ordenaría el mundo.
En realidad, se llama Francisca, pero se transformó en Juana para ser artista. Juana Gómez tiene 38 años, un marido escritor y una hija de kinder que se llama Julieta. Egresó hace trece años de la carrera de Arte en la Universidad Católica y en ese tiempo realizó una serie de instalaciones que ocupaban basura industrial, la que disponía en forma de series repetitivas o de acumulaciones. Su primera exhibición fue en La Perrera, un espacio alternativo que sigue convocando la experimentación.
Más tarde, cuando su familia entró en crisis económica y las cosas se pusieron difíciles, debió reducirse y repensar su quehacer. Entonces se puso a trabajar en una tienda de ropa usada y, en los tiempos libres, modelaba figuritas en miniatura con plasticina que luego animaba en computación utilizando programas de stop motion. También, por esos días, investigó recursos de programación para producir ciertos patrones visuales que aplicó a videos, donde mostraba procesos de la naturaleza como la polinización de flores por abejas. Después se dedicó mucho tiempo al diseño gráfico ¾varios años en revista Paula¾ mientras seguía inventando y creando obras con cualquier cosa que tuviera a mano, en el reducido cuarto donde vivía y con los pocos recursos con que contaba. «Pero nunca sentí que pertenecía al sistema del arte», confiesa.
Hace cuatro años Juana decidió dedicarse exclusivamente a producir obra y desde entonces no ha parado de trabajar, logrando una rápida aceptación del público, la crítica, los galeristas y los coleccionistas, tanto dentro como fuera de Chile. Sus obras más conocidas son fotografías intervenidas donde se retrata desnuda a sí misma, pero también a su hija, a su madre y a su abuela. Estas imágenes luego se mandan a imprimir en formatos de lino o algodón sobre los cuales borda pacientemente los órganos y mecanismos que están debajo de la piel, para hacerlos visibles, respetando con precisión las estructuras que investiga en ilustraciones y fotos de anatomía. «Fue difícil encontrar un lugar donde imprimieran fotos en algodón y lograr la calidad que ahora he conseguido», cuenta. «Yo tenía relación con amigas que trabajan en diseño de vestuario que hacen impresiones sobre tela. A través de ellas encontré personas que imprimen sobre algodones puros. Para mí el soporte es fundamental, porque yo concibo mi trabajo como textil», explica.
Aunque Juana utiliza fotos en sus obras, éstas son solamente imágenes para representar los objetos que luego interviene bordando. Lejos de la lógica fotográfica, su propuesta puede leerse como un desplazamiento muy experimental del arte textil, que incorpora nuevos elementos y materialidades y se nutre de múltiples disciplinas. Esto se desarrolla con más claridad en la reciente producción de otro tipo de trabajos que se salen del formato bidimensional y figurativo para construir tramas de tejidos en el espacio o realizar performances donde hila vellones de lana con husos de madera, conectándose a la sensibilidad de artistas como Cecilia Vicuña, con quien también participó en una obra colectiva.
La obsesión de Juana es traducir a un lenguaje textil las estructuras elementales que rigen la naturaleza y que se repiten y expanden a distintos niveles. Así, en el universo, en el sistema circulatorio del cuerpo, en las ciudades, en la hoja de un árbol o en un río ella intenta explicitar ese patrón o diseño elemental que percibe como una trama de interconexiones. «Cuando te das cuenta de este patrón, luego lo empiezas a encontrar siempre. Está vinculado tan directamente a la vida, que, al ser consciente, cambia tu percepción», dice.

«La obsesión de Juana Gómez es traducir a un lenguaje textil las estructuras elementales que rigen la naturaleza y que se repiten y expanden a distintos niveles. Así, en el universo, en el sistema circulatorio del cuerpo, en las ciudades, en la hoja de un árbol o en un río ella intenta explicitar ese patrón o diseño elemental que percibe como una trama de interconexiones. “Cuando te das cuenta de este patrón, luego lo empiezas a encontrar siempre. Está vinculado tan directamente a la vida, que, al ser consciente, cambia tu percepción”, dice».

 

En el taller de Juana hay libros de medicina, de artesanía y de biología. Hay telas, hilos, agujas, lanas, fotos y pinturas. También hay cráneos de animales, muestrarios de insectos y plantas y telares indígenas, además de infinidad de agujas e hilos de colores. Su trabajo tiene mucho de ciencia e investigación. En el proceso previo a la producción de sus obras ella estudia temas ligados a disciplinas como la física y la biología. Además, en el último tiempo ha estado realizando estudios de campo y viajes a comunidades indígenas para enterarse de tradiciones textiles arraigadas, que expresan visiones del mundo y donde se pueden apreciar patrones y diseños característicos que están cargados de significado.

«En el taller de Juana hay libros de medicina, de artesanía y de biología. Hay telas, hilos, agujas, lanas, fotos y pinturas. También hay cráneos de animales, muestrarios de insectos y plantas y telares indígenas, además de infinidad de agujas e hilos de colores. Su trabajo tiene mucho de ciencia e investigación».

           

A contracorriente

 

¿Por qué para ser artista decidiste cambiarte el nombre?

– Tiene que ver con la decisión de dedicarme a esto, que fue algo importante y radical, y que involucró toda mi identidad. Por lo tanto, cambiarme el nombre marca esa decisión. Pero también fue por no ofender a mi madre, que es bastante conservadora, y que se complicó con que tomara fotos mías desnudas de cuerpo entero para trabajarlas. Pero ahora mi madre no tiene ningún problema, de hecho, me ha ayudado a bordar sobre la vagina.

 

Escribir la propia historia evidencia la analogía entre textil y texto.

– A mí me interesa mucho que mi trabajo se expanda hacia distintos lugares, que sea como una escritura que puede abarcar distintos ámbitos. De hecho, me salí de la galería comercial que me representaba, porque no quiero ser una artista que haga cuadros lindos que cuelguen en los livings de los compradores. Obviamente que me preocupa cómo sustentarme y vender, pero tengo un deseo investigativo más amplio.

¿Cómo es el proceso de las obras sobre fotografía?

– Antes de hacer las fotos hago muchos bosquejos de lo que quiero. Luego, con un fotógrafo hacemos quinientas fotos de las cuales elijo cinco. Las fotos que me gustan las imprimo y las cuelgo al muro. Ahí dejo y las miro meses, hasta que sé con cuál voy a trabajar y la imprimo en tela. En paralelo voy haciendo dibujos de los patrones que voy a sobreponer, veces a mano alzada y otras veces con computador. Y finalmente viene el momento de dibujar y bordar sobre la foto impresa. Ese es un proceso más pictórico, porque uno va dejando zonas más invisibles, apenas dibujadas y otras más densas. Vas viendo los colores, las texturas, la composición, etcétera.

Tu interés por los patrones está ligado a la idea de repetición de estructuras.

– Claro, la repetición no sólo opera a nivel visual, sino también a nivel de gestos y conductas. Por eso me interesa también conectarme con la herencia y pensar en cómo yo soy un patrón para mi hija. Hay gestos, hay formas que se repiten. Si bien existe el azar y la diferencia, lo que prima es lo que permanece y se repite, y esa idea la he ido confirmando también con amigos biólogos, que me han demostrado que la evolución es repetición. Se van eliminando elementos que no sirven, pero fundamentalmente se va repitiendo lo que sirve, con algunas variaciones. Lo que sirve se conserva y lo que no sirve hay que desecharlo, es súper simple. Pero ahora vemos que nadie quiere conservar nada.

Por un lado, tu trabajo es muy contemporáneo y experimental y, por el otro, es nostálgico.

– Yo creo que voy a contracorriente de esta aceleración del tiempo. Tengo un anhelo de que no se pierdan esos saberes elementales, esos relatos y oficios y en mi trabajo me tomo el tiempo que necesito para descubrirlos y elaborarlos. Yo de chica quería ser arqueóloga. A los doce años vi unas momias de Chinchorro y quedé alucinando.

– Es interesante cómo tu trabajo ha pasado de lo anatómico y del cuerpo, a una investigación más antropológica y al interés por los textiles indígenas.

– Pero sigue siendo la búsqueda de ese código que permanece y que tiene mucho de misterio. Por ejemplo, en los textiles indígenas hay una relación con los sueños súper importante. Las mujeres antes de tejer sueñan el diseño que van a realizar. Cuando llegan al telar tienen que tener muy claro cómo van a ordenar los hilos, porque esto es un sistema. Es como una partitura que se traduce al textil. Por otro lado, hay una relación muy estrecha entre el tejido y la biología. Los biólogos utilizan un lenguaje textil: hablan de los tejidos del cuerpo, del cordón umbilical, etcétera.

– Además, entra lo femenino con todo. El textil está muy ligado a lo femenino y a la madre.

– Totalmente. De hecho, yo aprendí a bordar con mi abuela, así es que tengo una herencia textil propia, de la que me he hecho cargo. Porque mi abuela enviudó muy joven, con tres niñitas, y lo que hacía para mantenerlas era bordar manteles, ajuares de novias, de guaguas. Todavía tengo manteles, cosas e hilos de ella. Yo reproduzco un código que heredé de mi abuela y de mi madre.