Como seguidor de Arrau cuento con todo el material que ha grabado oficialmente y la mayoría de sus grabaciones privadas, inéditas o piratas. Reviso mi planilla. Son cerca de 800 grabaciones. La integral Philips de 80 compactos que acá comentamos no alcanza el 30 por ciento de este legado.
Mi acercamiento a Arrau comenzó en un viaje a Italia. Antes de eso, le tenía cierta distancia. Intentaba alejarme de un acrítico y peligroso chovinismo reconociéndole al maestro chileno méritos que otros pianistas podían igualar o superar. Tuve que cruzar el charco para que una señora italiana de voz carrasposa me dijera, mientras caminaba por una calle de Turín, que si Arrau fuera italiano tendría teatros y hasta algún pueblo con su nombre, porque «Arrau es el piano».
La distancia hacia el arte de Arrau, la cual confieso haber profesado y de la cual el tiempo me curó, quizá se deba a que es un pianista muy exigente con el oyente. No era de una técnica -a primera oída- vistosa como la de Horowitz o Cziffra, no era volcánico y alucinado como Richter, no poseía la belleza etérea, precisión infalible o la elegancia del sonido de Michelangeli o Gilels. Arrau era más que eso, sin dejar de tener una técnica pasmosa (particularmente hasta sus grabaciones de los años 60) ni una intensidad eruptiva, como la que demostraba en sus primeros registros monofónicos y en vivo, ni una belleza tonal que jamás lo abandonó.
«En Arrau nada es superficial, nada es momentáneo. Siempre da la sensación de que hay dos pianos sonando cada uno con sus propias líneas. Algunos han querido atribuir esto a sus ingenieros en sonido. Pero no es así. En vivo -según testimonian los cientos de registros no oficiales- Arrau prodigaba el mismo efecto sinfónico, el mismo inmenso rango dinámico».
Lo que sucede con Arrau es que exige una absoluta concentración del oyente. Su densidad armónica se unía a una claridad de voces casi pedante o pedagógica. Arrau arroja al oyente más información que cualquier otro pianista. Con Arrau cada nota tiene un peso específico lograda por presiones distintas de los dedos en el teclado, a veces en la misma frase, dentro de una estructura general indiscutible y férrea. Arrau jamás tocaba una frase igual porque su pianismo no era solo horizontal, centrado en el fraseo, sino que además era cromáticamente muy dinámico. Esto le permitía cambiar atmósferas a cada paso, como las inflexiones de la voz de un narrador experto que atrapa a un auditorio atento. Arrau también logra algo único que quizá sólo encontremos en un genio de la dirección de orquesta como Furtwängler: hacer que pasajes de transición adquieran densidad temática (vayan al final del Concierto 1 de Brahms, cualquiera de sus lecturas, donde todo, absolutamente todo, está tematizado).
En Arrau nada es superficial, nada es momentáneo. Siempre da la sensación de que hay dos pianos sonando cada uno con sus propias líneas. Algunos han querido atribuir esto a sus ingenieros en sonido. Pero no es así. En vivo -según testimonian los cientos de registros no oficiales- Arrau prodigaba el mismo efecto sinfónico, el mismo inmenso rango dinámico. En definitiva, Arrau era una especie de pianista total que aparentemente no deslumbraba en el momento -salvo en las ocasiones en donde desataba un poderío infinito (vayan a los registros en Orfeo)-, pero sí iluminaba a través del tiempo, tras varias audiciones. Una especie de felino que sacaba sonoridades de órgano a su instrumento, según Colin Davis; el pianista que no dejaba nada en la superficie, que daba la sensación de estar tocando con Brahms, según Rozhdéstvenski; un pianista que le hizo pensar a un joven Emanuel Ax que tenía artritis (Ax, no Arrau); que hizo llorrar a Gilels después de que Arrau tocara, en la misma jornada moscovita, los dos conciertos de Brahms, esto poco antes que los estudiantes del conservatorio lo sacaran en andas del teatro.
Qué tenemos en esta edición. Todo lo de la Philips, el sello que más lo grabó (incluyendo el casi inubicable recital de Munich de 1983), lo de la DECCA y algo más (faltan los registros EMI, los Orfeo, los Sony y de otros sellos menos conocidos). Lo único inédito previamente en CD son dos entrevistas. Convengamos que varias de las lecturas que están en esta selección tienen mejores rendimientos en otros registros en vivo (Arrau siempre fue mejor en vivo que en estudio), pero tenemos la ventaja de tenerlo en las mejores condiciones sonoras en esta edición. Casi dos integrales de Beethoven (a la segunda le faltan las sonatas 14 y 29). Superior y referencia entre referencias la primera de ellas, de los 60, pero no descuidemos la segunda con hallazgos increíbles en las dinámicas y anotaciones rítmicas. Los Conciertos de Beethoven se presentan también en dos integrales de referencia, con Bernard Haitink y con Colin Davis. Además, está su Cuarto de Beethoven para la DG con Leonard Bernstein.
Lo mejor, esos registros de la DECCA monofónicos, pero de muy buen sonido, publicados antes en la DG, con una Sonata 8 de Beethoven que perfectamente podría ser un non plus ultra en una obra tan bien servida por tantos grandes y también una Hammerklavier pasmosa y casi richteriana, que es una referencia entre las grandes referencias. Las Sonatas en si menor de Liszt (hay dos registros), pura belleza, despliegue e imaginación en acción, que hace que pensemos que el compositor húngaro es, sin duda alguna, de los más grandes. Su todavía desconocido Mozart que merece ser más mencionado, pese a haberlo abordado ya en su madurez-ancianidad. Su Schumann, compositor ideal para su imaginación y capacidad de cambiar estados anímicos en espacios breves.
El carnaval sigue siendo una referencia difícil de superar. Todo el Brahms de Arrau es importante, en particular su siempre estratosférica Sonata 3. No existe otro pianista -quizá Sokolov y en sus días Curzon- que se le acerque en su capacidad onírica y alucinada. El movimiento lento acá es una extensión del dúo de amor de Tristán de Wagner. El Schubert del maestro chillanejo es de una dimensión también superior. Ya no es solamente el lirismo vienés de la bella melodía y su tristeza saturnina, sino la arquitectura superior de la frase, de los silencios. Oigamos el inicio de la Sonata 960 y asistiremos a una lección de manejo de dinámicas, de independencia y claridad de voces de ambas manos. Y si hablamos de clásicos que en su momento de lanzamiento fueron hitos no podemos dejar de mencionar sus Nocturnos de Chopin, analizados frase a frase pero de una belleza sonora absoluta, y los Preludios de Debussy, polémicos, nada etéreos ni atenuados por una pretendida bruma impresionista, sino reveladores, casi iconoclastas, la línea es suave, como debe ser, pero cincelada en mármol.
Dentro de los 80 discos también están sus últimas sesiones, con un Arrau encaminándose a los 90 años. La digitación se resiente, se traba, su respiración se hace audible, pero la belleza del sonido todavía está, el sentido poético y la imaginación afectiva permanecen intactos. Es solo cosa de oír ese Claro de luna de la Suite Bergamasque de Debussy o alguno de sus Bach o Schubert de último minuto. Música que suena más allá del piano como instrumento físico, quizá porque «Arrau es el piano».
Estamos ante una «integral» que todo amante del piano debe poseer. El inicio necesario para después adquirir los registros EMI, Orfeo, Sony y tantos otros inéditos que nos revelan que el pianismo maduro, meditado, poético y filosófico de Arrau sabía también de arrojo e intuición. En esta caja hay muchos momentos sublimes de esos, no lo duden. El resto es solamente extraordinario.