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Chile cambia

Machismo en cifras.

Loreto Cox
Economista y socióloga PUC y PhD(c) Ciencia Política MIT. Investigadora del Centro de Estudios Públicos. Fotografía portada: María José Pedraza Santiago, Chile Á - N.2

La labor de un hombre es ganar dinero, la labor de la mujer es cuidar del hogar y la familia. Así reza el enunciado de una de las preguntas aplicadas en Chile y en otros cuarenta países por el programa de encuestas International Social Survey Programme (ISSP), al cual el Centro de Estudios Públicos (CEP) representa en Chile. Esta pregunta apunta a medir cuán extendida es una determinada visión sobre los roles de hombres y mujeres. Bajo una versión extrema de esta visión de roles claros y distintos de acuerdo al sexo, el hombre no sólo accedería a una independencia económica de la que la mujer carece, sino que, además, fuera del hogar, se le permitiría formar parte de lo público y estar más expuesto a las posiciones de toma de decisiones en la sociedad.
 

Así, dinero y poder, dos de las principales fuerzas que mueven el mundo, estarían más al alcance del hombre que de la mujer. Y como las normas, las ideas, los medios de comunicación y hasta el lenguaje serían mayormente construidos en el mundo que sucede fuera de la intimidad del hogar, en ese espacio poblado por hombres, todas esas instituciones tenderían a reproducir el supuesto sobre el cual se sostiene la primacía masculina: que la labor de un hombre es ganar dinero, la labor de la mujer es cuidar del hogar y la familia.
 

Pero, ¿cuánta gente cree de verdad en esta división tan rotunda de los roles? En Chile 24%, según la última encuesta del CEP (2017). ¿Mucho o poco? Depende. Un cuarto de la población es una buena cantidad. Estamos, sin duda, a años luz de los países nórdicos, cuyo acuerdo con esta afirmación oscila entre 5 y 9% (no deja de sorprender que incluso ahí, al menos una de cada veinte personas crea en ella). Pero también estamos a años luz de países como China, Rusia, India o Filipinas, donde esta cifra alcanza 45, 53, 53 y 80%, respectivamente. Y si nos comparamos con otros países latinoamericanos, tampoco estamos tan mal: en Argentina, Venezuela y México el acuerdo es de 38, 41 y 49%.[1]
 
 

Pero, ¿cuánta gente cree de verdad en esta división tan rotunda de los roles? En Chile 24%, según la última encuesta del CEP (2017). ¿Mucho o poco? Depende. Un cuarto de la población es una buena cantidad. Estamos, sin duda, a años luz de los países nórdicos, cuyo acuerdo con esta afirmación oscila entre 5 y 9% (no deja de sorprender que incluso ahí, al menos una de cada veinte personas crea en ella).

 
 

Lo llamativo es que sólo cinco años antes, el 28% de los chilenos creía que la labor de un hombre era ganar dinero y la de la mujer cuidar del hogar y la familia, y quince años antes, en 2002, nada más y nada menos que el 44%, es decir, no muy lejos de la mitad. Este cambio de opinión en la sociedad chilena es extraordinario: en la década que trascurre entre 2002 y 2012, para la cual tenemos datos, es por lejos el más grande entre todos los países que participan de ISSP. Y este cambio no es un hecho aislado, en las últimas décadas Chile ha cambiado profundamente en los aspectos relativos a género y valores. Algunos ejemplos: La participación laboral de las mujeres pasó de 31% en 1990 a 49% en 2018 (INE). La proporción de niños nacidos fuera del matrimonio pasó de poco más de 30 en 1990 a más de 70% actualmente.[2] Y si en 1995, también de acuerdo a la encuesta CEP, un 63% de los chilenos creía que un hombre podía desempeñar mejor el rol de presidente de la república que una mujer, tan solo once años después, el país elegía a Michelle Bachelet para este cargo.
 

Para entender mejor la naturaleza de esta creencia en roles radicalmente distintos para hombres y mujeres, cabe preguntarse quiénes son los que la sostienen. Primero, los hombres. El 29% de ellos están de acuerdo con que la labor de un hombre es ganar dinero, mientras que la de la mujer es cuidar del hogar y la familia, frente a solo el 19% de las mujeres. Así, no parece ser cierto, como a veces se oye decir, que sean mayormente las propias mujeres las que se auto asignan el espacio doméstico como el propio, al menos no en el plano de las opiniones. Segundo, las personas mayores. Claramente hay un elemento generacional: en el grupo de mayores de 55 años, el 34% sostiene esta creencia, frente a sólo el 16% en el grupo de menores de 25 años.
 

Tercero, las personas menos educadas. La proporción es de 40% entre quienes tienen educación básica incompleta, de 28% entre los con educación básica completa, de 21% entre los con educación media completa y de 16% entre los con educación universitaria completa; una clara tendencia. Cuarto, la población de menor nivel socioeconómico. Si en el grupo socioeconómico alto el acuerdo con esta creencia es de 18%, en el grupo bajo éste alcanza el 30%. Así, la creencia en roles diferenciados por sexo parece ser una cuestión más bien popular que, por así decirlo, una imposición de las clases dominantes.
 

Quinto, las personan religiosas y, en especial, las evangélicas. Mientras que el 16% de quienes no se identifican con ninguna religión suscriben la división de roles entre hombres y mujeres, el 25 de los católicos y el 32% de los evangélicos lo hacen. Finalmente, y quizás contrario a lo que podría pensarse, no existen diferencias estadísticamente significativas entre los que se identifican con la izquierda, el centro o la derecha. En otras palabras, la relación del progresismo con el feminismo que defienden las dirigencias políticas de izquierda sería más bien un asunto de élites.
 

Por supuesto, se requeriría de un análisis más sofisticado para entender el aporte individual que cada uno de estos factores tiene sobre la probabilidad de suscribir que el hombre y la mujer tienen roles tan distintos. Pero que los hombres crean en mayor medida en ello (10 puntos porcentuales más) sugiere que en algo así como una de cada diez familias puede haber una tensión sobre la división de roles: mujeres presionadas a quedarse en el hogar por las creencias de su pareja masculina, más que por una opción propia y libre.
 

Esto es todavía más grave dado que la creencia en roles radicalmente distintos es especialmente fuerte en los grupos menos educados y con peor situación económica, es decir, justo ahí donde hay menos independencia económica para tomar una decisión tan importante como seguir o no con la pareja. Sin duda se requiere más investigación para corroborar todo esto, pero este escenario de tensión sobre el rol de la mujer, en un contexto económicamente precario, sumado a una mayor fuerza física de los hombres, puede incluso ser caldo de cultivo para la violencia. En 2017 ingresaron 131 mil delitos de violencia intrafamiliar a la Fiscalía chilena.[3]
 

Además, hay evidencia empírica de que las creencias sobre el rol de la mujer están fuertemente correlacionadas con la probabilidad de que la mujer trabaje.[4] Y, sabemos, un hogar donde la mujer trabaja es un hogar menos pobre.
De esta forma, las implicancias de la idea de que la labor de un hombre es ganar dinero y la de la mujer cuidar del hogar y la familia son, o al menos pueden ser, variadas e importantes. Qué importa, dirán algunos, cada cual tiene el derecho a creer lo que quiera. Ciertamente, las libertades de pensamiento y expresión son valores fundamentales de una sociedad liberal, y no se puede castigar a nadie por creer o decir cosa alguna sobre el rol de la mujer.
 

Pero tanto el Estado, por ejemplo, a través del currículo educacional, como los medios de comunicación debieran transmitir modelos femeninos de participación en la esfera pública. Así, por lo menos, si se cree que la mujer debe recluirse en el hogar, no será tan solo porque no se ha visto otra cosa. Esto, por supuesto, además del deber del Estado de facilitar el trabajo para la mujer mediante trabajo flexible, salas cunas, etcétera.
 

De todas formas, lo bueno es que todo indica que a medida que las generaciones más jóvenes y educadas vayan reemplazando a las mayores y menos educadas, será cada vez más infrecuente encontrar a alguien que crea que el lugar de la mujer está en la casa con los niños.
 

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[1] Los datos para todos los países excepto Chile corresponden a 2012. Para Chile usé el dato más reciente, correspondiente a 2017. El dato de Chile en 2012, como se dice en el párrafo siguiente, es 28%.

 

[2] Díaz, José, Rolf Lüders & Gert Wagner. 2016. Chile, 1810-2010. La república en cifras. Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile.

 

[3] Boletín Estadístico Anual 2017, Ministerio Público de Chile.

 

[4] Contreras, D. y G. Plaza (2010). «Cultural Factors in Women’s Labor Force Participation in Chile». Feminist Economics.