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Feliz quien puede contemplar los ojos
vencidos de la amante satisfecha
mientras duerme y se niega a ser tocada.
Feliz quien puede oírla confesar
sus deseos colmados, cuando pide
que el pene retroceda y se contenga.
Los dioses no conceden a las jóvenes
primerizas permisos de esta clase
que se obtienen cumplidos los cuarenta.
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