A través de mi trabajo en porcelana intento de entender muchas cosas: la fragilidad, el caos, los objetos y su simbolismo, pero palabras como agresividad, peligro, amenaza y muchos parientes de la violencia terminan siempre sobre la mesa. Aparecen por debajo, sin que sean lo principal que investigo, pero con esa palabra en mente cada obra se tiñe indiscutiblemente de una violencia latente. Bichos gigantes comparten escena con figuras diminutas, cuerpos desmembrados y seres a medio terminar. A veces en el proceso de armado de cada escena las figuras no resuenan entre sí de manera convincente, y en ese caso las quiebro y vuelvo a empezar con los restos. Las piezas rotas se perciben como una figura nueva, y al apilarse y rearmarse toman otro sentido.
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«Pequeño Batallón». Detalle
Serie Fanales. Porcelana y soldados de plástico, 2013.
Dimensiones: 29x29x30 cms.
Fotografía: Verónica Ibañez Romagnoli.
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La porcelana se trabaja en un proceso lento y tedioso, muy lejano a un arranque de rabia que termina en una quebrazón de platos o en el disparo de una pareja celópata. Se comienza con la pasta líquida, básicamente tierra y agua, luego se vierte en moldes de yeso, y salen las figuras húmedas, quebradizas y frágiles. Se destruyen bajo la más mínima presión, como un castillo de arena. Luego viene una quema, luego esmalte, otra quema, esmalte de oro, otra vez al horno. Cada figura toma días de secado y trabajo para lograr el acabado firme y brillante de la porcelana que conocemos.
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«Reflejo de un dolor incierto»
Porcelana, 2015.
Dimensiones: 40x40x40 cms.
Fotografía: Javier Lewin.
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La porcelana se trabaja en un proceso lento y tedioso, muy lejano a un arranque de rabia que termina en una quebrazón de platos o en el disparo de una pareja celópata. Se comienza con la pasta líquida, básicamente tierra y agua, luego se vierte en moldes de yeso, y salen las figuras húmedas, quebradizas y frágiles. Se destruyen bajo la más mínima presión, como un castillo de arena. Luego viene una quema, luego esmalte, otra quema, esmalte de oro, otra vez al horno. Cada figura toma días de secado y trabajo para lograr el acabado firme y brillante de la porcelana que conocemos.
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A través de tratar de controlar la técnica es que descubrí lo que pasaba cuando reventaba en mis manos. Tratando de perforar, formar o dibujar las piezas de porcelana comencé a acumular errores (más que aciertos) y a mirarlos de manera diferente. Y así es como también descubrí el placer de quebrar la porcelana blanca y brillante a martillazos. Golpearlo hasta que cede y se quiebra en pedazos.
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«Esclavo de su tragedia». Detalle
Porcelana, hilo y esmalte de oro sobre madera.
Dimensiones: 60x30x30 cms.
Fotografía: Verónica Ibañez Romagnoli.
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Todos tenemos dentro una semilla violenta, pulsión de muerte en términos Freudianos. ¿Acaso no suena tentador ser rockstar por un día y reventar a palos la habitación de un hotel de lujo? En Japón hay tiendas donde pagas para romper platos y liberar tensiones. En Turquía un hotel permite que sus huéspedes destruyan televisores, computadores y otros objetos. Fantaseamos con la destrucción, con liberar la rabia. pero la violencia es un acto que socialmente se reprime, se esconde y finalmente se castiga. Cuando la ira se va de las manos y comienza el descontrol entra un ente organizador y nos vuelve a nuestro lugar. ¿Y las artes entonces? ¿Ayudan a aliviar la tensión existente entre el control de nuestra naturaleza y las ganas de soltar y destruirlo todo? ¿Puede entregar una reflexión válida en tiempos de ira?
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«Debajo de mi lengua». Detalle
Serie Fanales. Porcelana e insectos, 2013.
Dimensiones: 24x24x24 cms.
Fotografía: Verónica Ibañez Romagnoli
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«Un quiebre sin derrota». Detalle
Porcelana y esmalte de oro sobre madera, 2015.
Dimensiones: 60x30x30 cms.
Fotografía: Verónica Ibañez Romagnoli.
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Algunas teorías de Freud plantean —al menos como yo las entiendo desde la ignorancia o quizás la conveniencia— que si las pulsiones humanas se reprimen se transforman en neurosis y síntomas pero en cambio a través del arte se elevan hasta sublimarse. Se transforma en algo que se elabora desde otro lugar y por lo tanto llega a un fin satisfactorio.
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Algunas teorías de Freud plantean —al menos como yo las entiendo desde la ignorancia o quizás la conveniencia— que si las pulsiones humanas se reprimen se transforman en neurosis y síntomas pero en cambio a través del arte se elevan hasta sublimarse. Se transforma en algo que se elabora desde otro lugar y por lo tanto llega a un fin satisfactorio.
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Se pueden quebrar mil copas o tirar un televisor por la ventana, pero usar esa pulsión en una obra hace que esa energía violenta se transforme creativamente en algo diferente. Se desvía esa pulsión y se transforma en algo que de alguna manera la sublima.
Cuando la ira se va de las manos y la rabia ciega la razón se desata algo que tenemos eternamente frenado y revienta. Pero cuando la ira se va hacia las manos, se trabaja con un propósito y se asume como parte de nuestra naturaleza podemos convivir con nuestra sombra. Algunos corren maratones, hacen kickboxing o simplemente se agarran a combos en la calle. Otros construimos cosas y luego las reventamos a martillazos para ver si sale algo nuevo.
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«Insomne». Detalle
Porcelana y esmalte de oro en caja
de vidrio y bronce, 2015.
Dimensiones: 30x15x25 cms.
Fotografía: Verónica Ibañez Romagnoli
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«Un quiebre sin derrota»
Porcelana y esmalte de oro sobre madera, 2015.
Dimensiones: 60x30x30 cms.
Fotografía: Verónica Ibañez Romagnoli.
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