.
La industria del cine, como un gran aparato de relaciones públicas de sí misma, suele acomodarse eficientemente a los discursos políticos y sociales en boga. Hoy, a través de su rito mayor, la entrega de los Oscar, muestra una creciente consideración por temas de género y de minorías. Sin embargo, en el núcleo mismo del negocio la realidad parece ser bastante retrógrada.
.
El cliché suele describir a Hollywood como la fábrica de sueños. Las lecturas posibles son varias, pero la más obvia alude a la forma en que Hollywood produce ficciones de manera industrial. Luego está aquella en que Hollywood vendría a ser una suerte de tierra prometida para actores y realizadores, un lugar donde cualquiera puede ser descubierto y hacer realidad el sueño americano, un mito que el mismo Hollywood ha alimentado a través de sus películas.
Hoy, sin embargo, la fábrica de sueños ha sumado otra ficción sobre sí misma, en la que se retrata como una comunidad liberal, buena onda, talentosa, sensible, tan cuidadosa de la calidad de su arte como de la altura moral de sus preocupaciones políticas. Para llevar adelante esta ficción están, por supuesto, las entrevistas y gestos de algunas de sus principales estrellas —antes Dennis Hopper, Marlon Brando o Jane Fonda; hoy Sean Penn, Leonardo Di Caprio o Meryl Streep—, pero sobre todo está la entrega anual de los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, los Oscar, una enorme campaña de marketing en que la industria se halaga a sí misma con el apoyo y beneplácito de los medios, que año a año ni siquiera titubean en hacer eco de toda la puesta en escena, cuando todos sabemos que el encuentro entre el Oscar y una película realmente valiosa es básicamente fortuito. Los premios de la Academia son —y la bobería que los medios muestran al respecto a esta altura resulta deprimente— un gran artefacto de relaciones públicas.
Luego del escándalo que hubo para los Oscar 2016, que (con la excepción de Straight Outta Compton en la categoría de mejor guion original) no consideraron entre los candidatos a ningún actor negro y a ninguna película con referencias a la cultura afroamericana, en 2017 y en 2018 la Academia se ha esmerado en mostrar más representatividad. En los premios 2017, tres de las nueve cintas candidatas a mejor película tuvieron protagonistas afro, y entre los ganadores de las siete categorías principales, tres fueron a cintas afros, incluida, por supuesto, Moonlight, donde el protagonista, además de negro, era pobre y gay («todo lo que los blancos más temen», diría más tarde un comediante).
Este 2018, el esmero político de la Academia fue aun mayor y entre las nueve candidatas a mejor película hubo guiños a todos los grupos relevantes en la reciente discusión pública: una película fantástica que apenas disfrazaba una metáfora sobre la inmigración, dirigida además por un mexicano (La forma del agua); una dirigida por una mujer (Lady Bird); una que se mani esta como una defensa de la libertad de prensa (The Post); una sobre el mundo white trash supuestamente votante de Trump (Tres anuncios por un crimen); una de temática abiertamente gay (Llámame por tu nombre); y, quizás la apuesta más jugada, una sofisticada metáfora sobre la subyugación racial (¡Huye!). Las tres candidatas restantes respondieron al estilo tradicional de los premios Oscar: cine de calidad, que Hollywood suele entender como un drama basado en un hecho real, ojalá histórico. En ese contexto, La mujer fantástica, que relata los prejuicios sociales contra una protagonista transgénero, le cayó como anillo al dedo a una Academia necesitada de mostrar inclusión, representación y diversidad.
.
Superhéroes y explosiones
Dime de qué presumes y te diré de qué careces. La Academia, quizá más que nunca en su historia, tiene razones para estrujar simbólicamente a los Oscar.
Por un lado, basta con ver la cartelera. Las películas que ofrecen los multicines son cada día más espectaculares y depresivas, repletas de superhéroes, explosiones y tramas enrevesadas. O son de terror. O de animación.
Entre las veinte películas más taquilleras de 2017 solo una —Dunkerque—, en el puesto 18, califica como drama realista. Esas veinte películas tuvieron ventas totales por 15.489 millones de dólares, mil o dos mil millones de dólares por arriba del PIB de Jamaica o Nicaragua. Y son solo las primeras veinte. Ese es el corazón de Hollywood: megaproducciones para adolescentes y niños.
Las películas para adultos están convertidas en la excepción a la regla y, sin embargo, son ellas las que sacan a pasear en el Oscar y, entre clips, alfombra roja y lágrimas de agradecimientos, nos hacen creer que se trata de una disputa de grandes talentos. Hay demasiada hipocresía en esto. Es como si una asociación entre McDonald’s, KFC y Subway insistiera, año tras año, en entregar un premio a la alta cocina.
Por el otro lado, si se trata de paridad, inclusión, diversidad o minorías, Hollywood predica pero no practica. Vistas las denuncias contra Weinstein, Kevin Spacey, James Franco, Michael Douglas, Mario Testino o Louis CK, entre muchos otros, la industria del entretenimiento, de manera no muy distinta a como ya sufrió la Iglesia católica o la clase política, está bajo fuego. Sin embargo, nada garantiza que nazcan de allí cambios estructurales. Las mujeres no solo tienen menos poder y peores sueldos que los hombres en Hollywood, sino que su representación en la pantalla grande declinó durante 2017.
Un estudio de la San Diego State University (SDSU), «It’s A Man’s (Celluloid) World», mostró que el universo de las 100 películas de mayores ingresos domésticos del año pasado tuvo mujeres como protagonistas solo en el 24 por ciento de las ocasiones, cinco puntos menos que en 2016. Al mismo tiempo, solo el 32 por ciento de esas películas tuvieron a diez o más mujeres en roles en que le permitían hablar, mientras que para los hombres esa cifra fue de 79 por ciento.
.
«A Hollywood le gusta ganar plata como un empresario conservador de derecha dura, pero vestirse y andar por la calle como un liberal de izquierda que lee a Žižek»
.

Si se trata de razas, la situación no es muy distinta. De acuerdo al «Hollywood Diverse Report 2018», elaborado por la Universidad de California a partir de los 200 principales estrenos de 2016, solo el 13,9 por ciento de los roles principales representó a alguna minoría étnica, cuando el 38,7 por ciento de la población en Estados Unidos pertenece a este gran conglomerado de razas minoritarias. Esto oculta, incluso, desproporciones brutales, como que los latinos tienen el 2,7 por ciento de los roles aunque representan el 18 por ciento de la población. Cuando se va detrás de las cámaras, como es fácil imaginar, el asunto empeora: solo el 12,6 por ciento de los directores de la muestra pertenecen a una raza minoritaria. Si hablamos de guionistas, la proporción se reduce a 8,1 por ciento.
Hollywood es liberal, diverso e inclusivo solo para la tele. En la práctica es blanco, masculino, conservador y amante del dinero. Incluso no habría que descartar que su torpe capacidad de adaptación y las limitaciones que muestra para seleccionar a sus talentos sean algunas de las causas de la pobre calidad de las películas que está produciendo. Es lo que está detrás de las palabras que hace poco escribió el crítico Richard Brody, del New Yorker: «Pese a que gran parte del discurso explícito de Hollywood es liberal (tal como el propio Weinstein, en sus películas y en su vida personal), el entendimiento de la industria respecto a la forma es en su mayor parte reaccionario, constreñido y hostil».
A Hollywood le gusta ganar plata como un empresario conservador de derecha dura, pero vestirse y andar por la calle como un liberal de izquierda que lee a Žižek. En ese sentido, Hollywood ha cumplido el sueño mojado de cualquier gremio capitalista: ganar dinero a chorros y, exactamente al mismo tiempo, quedar bien con la comunidad y con sus propias culpas. Ni las universidades, que posiblemente hacen mucho más que Hollywood en todo sentido, logran este objetivo tan redondamente.
A cualquiera le gustaría comprarse un Porsche de 550 caballos de fuerza y creer que, al mismo tiempo, está salvando a la humanidad.
.
«Este 2018 el esmero político de la Academia fue aun mayor que en los últimos años, y entre las nueve candidatas a mejor película hubo guiños a todos los grupos relevantes en la reciente discusión pública»
.