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Por qué soy anticomunista

Un texto de Vicente Huidobro

Vicente Huidobro
Á. - N.10.

 

 

La vida de la humanidad es ir presentando problemas. La vida del hombre es ir corrigiendo errores. Estos son los resortes que impulsan la marcha y excitan el espíritu a no detenerse.

Cuando surgió en un magnífico salto mortal la Revolución Rusa sobre el proscenio del mundo, muchos aplaudimos. Creímos que el comunismo era la solución del problema del hombre o por lo menos la solución de los más visibles desequilibrios humanos. Pero es evidente que no ha traído las soluciones tan anheladas; acaso porque el problema no tiene solución, acaso porque había que empezar por la revolución espiritual para llegar luego, como segunda etapa, al mundo económico, acaso porque el comunismo se preocupó sólo de una parte de la humanidad y despreció demasiado otros sectores y otros valores. No es una revolución total del hombre, es la revolución del obrero.

Pasada la época heroica de la revolución, el comunismo se ha convertido en un partido político como cualquier otro, sinuoso y zigzagueante como cualquier conglomerado politiquero. Con una diferencia, y es que ellos exigen a sus miembros el fanatismo, que crean que cuanto decreta el cónyuge supremo o el comité central es perfecto, es infalible, obedece a razones inapelables, aunque al día siguiente decrete lo contrario. Es decir, la sumisión más absoluta es de rigor, una sumisión que llega al último límite de la claudicación humana. La papidad del del Jefe Supremo es más absoluta que la del Sumo Pontífice romano. Entonces la evolución histórica no ha avanzado nada, la libertad de pensamiento se ve tan aplastada y escarnecida como en sus peores tiempos.

¿Esto en nombre de qué ley misteriosa? En nombre de un postulado que afirma que ellos conocen las leyes secretas de la historia, de una especie de historia-objeto que ellos dan vuelta entre sus manos al revés y al derecho y son los únicos en conocer hasta sus últimas raíces. Acaso mañana la historia se haga una ciencia. Hoy esto es falso. En el juicio humano sobre los acontecimientos históricos, sobre el desarrollo evolutivo de las civilizaciones, sobre su probable curso futuro siempre hay elementos que escapan a lo puramente objetivo y aún imperativos abstractos que impiden un juicio demasiado absoluto. Entonces los fanatismos y las brutalidades fanáticas caen en la monstruosidad y no tienen justificación real. Los fusilamientos por diferencias políticas son crímenes repugnantes.

Naturalmente la burguesía debe ser liquidada; no se trata de defenderla sino de encontrar un sistema nuevo que pueda conducir el mundo después de la liquidación de un sistema ya ineficaz. Pero este sistema nuevo no puede ser ninguno que implique la tiranía y la abolición de la libertad. Es muy posible que la solución del impasse actual sea un mundo manejado por la ciencia, por técnicos científicos y no por políticos.

Después de la última guerra contra las tiranías nacistas y fascistas, ha revivido con más fuerza que nunca el problema de la libertad humana. En nombre de esta libertad se alzan las conciencias honradas que atacan al comunismo. Digo conciencias honradas porque seguramente hay voces en esta orquesta movidas por bajos intereses, como también las hay entre los defensores del comunismo. Pero estas voces, ni en un lado ni en el otro, tienen importancia y se les conoce por encima de la ropa la superficialidad. Jamás han tenido un conflicto espiritual o un caso de consciencia.

 

«[E]llos exigen a sus miembros el fanatismo, que crean que cuanto decreta el cónyuge supremo o el comité central es perfecto, es infalible, obedece a razones inapelables, aunque al día siguiente decrete lo contrario»

 

No se trata de construir una cárcel sino un mundo civilizado, cultural, habitable. Para que el mundo sea habitable tiene que ser construido por hombres libres y que a cada ladrillo que colocan sientan un poco más su libertad. El hombre es libertad o sea responsabilidad o no es hombre, porque lo esencial del ser humano es poder decidir: me pertenezco y obro por decisión propia, no por imposiciones ni obligado por fuerzas externas. Y no es tan difícil determinar los límites de mi libertad o sea cuando mi libertad invade libertades ajenas.

 

 

Lo que más nos interesa es el pensamiento libre buscando la verdad. No el pensamiento dirigido por un comité central, buscando la propaganda de una doctrina dada como absoluta en nombre de una papidad que cuenta con los mecanismos policiales para aplastar a todo el que no esté conforme. Es este fanatismo el que repugna a la razón. Esta tiranía lleva en sí su propia contradicción. Supongamos que los zares de Rusia hubieran dispuesto de un aparato policial tan perfecto como el actual del comunismo, jamás Lenin habría podido levantar cabeza y hacerse oír. Así mismo podemos suponer si mañana quisiera levantarse un nuevo Lenin en Rusia, desaparecería en 24 horas y nadie conocería sus teorías, aunque fueran las más interesantes y presentaran la gran solución de todos los problemas. Esto puede suceder cuando no hay libertad de pensamiento.

Se diría que el comunismo llegó tarde a la hora de los fanatismos. Ya el cerebro humano pasó estas etapas, por lo menos en los países civilizados. Por eso los fanatismos comunistas suenan a hueco y ya no impresionan a nadie. Sabemos que todo fanático es un idiota. Y además es un débil que se da fuerzas con su fanatismo. Este es el tónico de todos los hospicianos.

Lo que más daño ha hecho al comunismo es la manera de atacar y defenderse, la táctica de incultos, de calumnias, el manejo de todas las armas prohibidas y los golpes sucios, impuesto por una banda de tontos irresponsables que se han refugiado en ese partido y no se sabe por qué los han admitido y les han permitido fructificar en su seno. Los amargados, los resentidos se sienten muy cómodos al interior de un partido que les permite usar sus almenas para disparar flechas en colectividad y sentirse acompañados en su insignificancia. En realidad, una suma de debilidades no constituye una fuerza, pero ellos al sentirse codo con codo se engañan a sí mismos, se dan valor y hasta pueden alcanzar cierto optimismo que no lograrían de otro modo.

 

«Lo que más nos interesa es el pensamiento libre buscando la verdad. No el pensamiento dirigido por un comité central, buscando la propaganda de una doctrina dada como absoluta en nombre de una papidad que cuenta con los mecanismos policiales para aplastar a todo el que no esté conforme»

 

Uno de los argumentos que más ha molestado a los intelectuales comunistas es una especie de slogan lanzado en la prensa anglo-sajona de post-guerra y que dice que el comunismo sólo aumenta en los países resentidos o de reconocido analfabetismo y disminuye en los países más culturales y más civilizados. Se advierte hoy en todo el mundo el mismo fenómeno: las tácticas lanzadas por los comunistas ahora se vuelven contra ellos. Las consignas que ellos empleaban, las emplean ahora sus enemigos, se las disparan a la cara y los hieren con sus mismas armas. La consigna comunista: guerra al fascismo pardo, se ha convertido en la consigna de las democracias: guerra al fascismo rojo. Los esclavos de la Gestapo ahora son los esclavos de la Guepeú [GPU]. Y así muchas otras. Esto sucede porque no se puede basar una lucha social en simples consignas lanzadas al viento sino en algo más serio, en algo más sólido como la libre discusión de los principios y de los hechos históricos.

Ellos quieren amordazar toda polémica y creen que con insultos van a atemorizar a las consciencias libres o a fuerza de gritos van a impedir que se oigan las voces que delatan sus errores o sus mentiras. Se equivocan. Ya no asustan a nadie, ya no acallan ninguna voz contraria. Abusaron demasiado del insulto, del alarido, de todos los gestos sonoros pero huecos. Cuando un escritor de otro país afirma que en Rusia hay tiranía, que no hay libertad, es inútil chillar, lo lógico sería aceptar la verdad y explicar por qué no hay libertad.

Todos estos hechos son los que han producido la desilusión que existe entre tantos y tantos escritores que ayer en los días duros de la revolución, le dieron sus mejores esfuerzos y hoy en que el comunismo se ha convertido en una buena palanca de arribismo, se han retirado para dar el paso a otros, a los arribistas.

Lenin decía que al partido se entraba a sufrir, a sacrificase, a luchar, a trabajar. ¿Cuántos son hoy los que han entrado con fines de propaganda y de puras ambiciones personales? Muchos, demasiados. Ellos serán los sepultureros de su propio partido y del partido que les permitió vivir. Ellos llaman irónicamente a los desilusionados los impacientes, los heroicos, etc., etc. Pero éstos no serán los enterradores.

Muchos podrán decir ahora que el comunismo es el opio de la inteligencia, en el mismo sentido en que Marx decía que la religión era opio del pueblo.

 

*Texto publicado en la revista El Estanquero en abril de 1947. Al parecer, la revista le habría cambiado el título que originalmente era «Por qué no soy comunista». Schopf, F. Introducción a Vicente Huidobro. Disponible en https://www.vicentehuidobro.uchile.cl/ensayo_federico_schopf.htm. El hijo menor de Huidobro, Vladimir García-Huidobro Amunátegui (el Vladimir es por Lenin), escribió una carta al director de El Mercurio relatando la misma anécdota sobre el título, aunque refiriéndose a que la publicación había sido hecha por Zig-Zag. El Mercurio, 1986. A2. Disponible en http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/colecciones/BND/00/RC/RC0241217.pdf