A fines de los años ochenta, al autor de esta nota —músico y artista visual, hijo de exiliados chilenos— le tocó vivir por dentro el desmoronamiento de la RDA y el reacomodo social de una ciudad capital hasta entonces partida por dos. Aquí expone sus experiencias en el undergound alemán de ese período y agrega reflexiones sobre el destino y lugar social de los artistas.
A la RDA se la denominaba «Die Zone», la Zona, y es aquí, en la capital de la Zona, en Berlín Oriental, donde formamos la banda Tacheles en el año 1987. Esta banda lideró el año 1990 a un grupo de artistas de ambos lados de Berlín en la toma de un edificio del barrio judío de Berlín Oriental para evitar su demolición, edificio que se convirtió en el emblemático Kunsthaus Tacheles, cuna de la subcultura artística de Berlín durante 22 años.
Formamos la banda Tacheles con el propósito de participar en el movimiento de resistencia al régimen comunista de la RDA. Por eso la mayoría de nuestras actuaciones ocurrieron en las iglesias luteranas de Berlín Oriental (Zionskirche, Gethsemanekirche, Erlöserkirche), en eventos político-artísticos del movimiento disidente, protegidos por la «Kirche Von Unten» (nombre del colectivo de pastores luteranos que se oponían al Estado autoritario y que facilitaban sus iglesias para estas manifestaciones). El grupo se formó con cinco músicos alemanes (Leo Kondeyne, Trötsch, Tatjana Besson, André Greine-Pol, Alexander Kriening) y conmigo como vocalista y escritor de las canciones.
«El mundo del arte estaba totalmente infiltrado y grandes creadores trabajaban secretamente contra sus propios amigos. Nuestra banda no se salvó de dicho destino. Después de la caída del muro supimos que al menos dos de los seis integrantes habían trabajado como IMB (Inoffiziele Mitarbeiter: colaboradores no oficiales)»
Los había conocido a los 18 años caminando por Prenzlauer Berg con mi amigo Sebastian Goder, la noche del año nuevo de 1983. En ese entonces yo cursaba cuarto medio y me preparaba para retornar a Chile, después de haber acompañado a mis padres en el exilio durante diez años.
Ellos afinaban sus guitarras, yo afinaba mi puntería, en esos tiempos la «venganza hamletiana» aún me carcomía el alma. El año 1987, ya sin odio y superado aquel karma, volví a Berlín Oriental y formamos la banda.
La palabra tacheles tiene su origen en el yiddish, idioma hablado por los judíos de Europa oriental. Significa revelar, correr el velo, comunicar honestamente. En alemán hay un dicho, «tacheles reden halten» (hablar tacheles). Este fue nuestro leitmotiv, éramos la voz de una nueva revolución que terminaría derribando el muro de Berlín y culminaría con la reunificación alemana.
Aplicaré el lema «tacheles reden» también para describir descarnadamente en esta crónica lo que pude aprender y vivenciar en aquellos días de la existencia de la cortina de hierro.
«En lo que se refiere a mi devenir como “sujeto revolucionario” puedo constatar que el experimento salió fallido, ya que me convertí en un desertor de la causa marxista-leninista, cuestionando las enseñanzas de la dialéctica hegeliana recibidas y en un testigo incómodo del fracaso de este camino»
El lema para salvar el edificio de su demolición fue «die Ideale sind ruiniert, rettet die Ruine» (L. Kondeyne): los ideales están arruinados, salvemos la ruina. Los ideales del comunismo que nos habían enseñado en los colegios estaban en ruinas. La empírica nos había demostrado que la sociedad que habitábamos era un ente monstruoso, que nos convertía en espías y espiados, acostumbrados al doble discurso, a la deshonestidad y a la desconfianza. Por lo menos uno de cada 10 ciudadanos de la RDA trabajaba para el Servicio Secreto (STASI), muchos de ellos reclutados ya en el colegio, algunos por propia voluntad, otros obligados. El mundo del arte estaba totalmente infiltrado y grandes creadores trabajaban secretamente contra sus propios amigos. Nuestra banda no se salvó de dicho destino. Después de la caída del Muro supimos que al menos dos de los seis integrantes habían trabajado como IMB (Inoffiziele Mitarbeiter: colaboradores no oficiales). En una exhaustiva investigación dirigida por Jan Henselder pudimos encontrar documentos de la STASI informando acerca de las actividades disidentes del grupo Tacheles. En concreto, era un reporte (octubre de 1987) hecho por el miembro del IMB, «Detlef», que era la chapa utilizada por nuestro compañero de banda, Trötsch, en donde se informaba acerca de las actividades del grupo y de los movimientos de sus integrantes. Sin duda estos informes tuvieron mucho que ver con mi expulsión de la RDA. Hace muchos años, cuando se supo de su doble vida, mi amigo Trötsch me confesó haber sido forzado en la cárcel a participar en la red de espionaje interno montada por la STASI.
Tatjana Besson, otro miembro de la banda, también trabajaba para el servicio secreto, pero ella había sido reclutada por la STASI aun siendo colegiala. Su padre era un alto oficial del Ministerio del Interior de la RDA. Ella y Trötsch tenían además otra banda, punk, llamada La Firma (Die Firma) en la cual tocaba la guitarra Paul Landers, uno de los fundadores del grupo Rammstein. Otros miembros de nuestra banda, el baterista Alexander Kriening habían coincidido con otro miembro de Rammstein, Flake, en la banda Feeling B. Por su parte, André Greiner-Pol, compañero nuestro en Tacheles, lideraba la banda Freygang, muy seguida por los roqueros y bluseros de la RDA.
Cuando cayó el muro de Berlín aún no se sabía de las actividades de infiltración de Tatiana y Trötsch al movimiento disidente. Estuvieron en la cima, tocaron con otras bandas famosas en París y luego vino la caída en picada, y la pérdida total de su credibilidad. De ser héroes del movimiento disidente cayeron en desgracia. Fue un terremoto y acabó con su carrera artística, siendo Trötsch uno de los mejores músicos de la RDA, el más afectado.
Las actividades del grupo Tacheles y las letras críticas de nuestras canciones tuvieron sus consecuencias: las autoridades alemanas no renovaron mi visa y debí abandonar la RDA radicándome en Westberlin. Ingresé a la Universidad Libre de Berlín a estudiar Literatura Moderna Alemana e Historia del Arte. Un año más tarde también se radicarían Leo Kondeyne y Alexander Kriening en Berlín Occidental. Seguimos trabajando con Trötsch hasta la caída del Muro. Yo cruzaba por el «Check Point Charly» con una visa de turista que duraba 24 horas por lo menos dos veces a la semana, me convertí en un Grenzgänger, en aquel que traspasa fronteras. Durante ese periodo grabábamos también la canción «El niño» (1988).
Aquí un extracto de la canción «Die letzte Revolution» («La última revolución»).
…Doch die Lehrer sagten
Es wäre die letzte, die allerletzte
Revolution.
Und meine Brüder kommen mit toten Augen
nach dem Fahnenkuss.
Und …sie geben es auf.
Nein, sie mussten uns nicht töten…
Sie brachen uns nur die Schwingen.
Sie schnitten uns nur die Flügel….
Pero los profesores decían
(Que) ésta habría sido la última
Revolución.
Y mis hermanos vuelven con ojos sin vida
Tras besar la bandera.
Y…ellos se rinden.
No, no debieron matarnos…
Sólo nos quebraron las extremidades
Sólo nos cortaron las alas…
Asombrosamente estaba cantando acerca de la vida de mi amigo Trötsch. Sin saberlo describía su tragedia y cómo habían quebrantado su espíritu, para convertirlo en un delator de sus cercanos y amigos. Fui testigo de la decadencia humana convertida en norma, aplicada metodológicamente para corromper a los seres humanos. Este experimento social fallido, que pretendía culminar en el paraíso del proletariado, derivó en un descenso evolutivo, desde la perspectiva de la dignidad humana, ya que fomentó el surgimiento de un«“antihombre» en reemplazo del «nuevo hombre» anunciado.
El factor resistencia
Hoy, la distancia me permite ver el fantasma de otras tragedias repetidas atávicamente en las que las marcas de la violencia revelan el sacrificio de otros hijos e hijas, evocando el sacrificio de Ifigenia perpetuado por Agamenón, y del triste destino de una mayoría silenciosa convertida en animal de rebaño manipulable. Los hijos de la revolución son sacrificados para llegar al paraíso terrenal (aquí ejemplificado con la ciudad de Troya). Hablamos de una sociedad donde el homicidio del oponente político se hace generalmente innecesario debido a la sofisticación de los métodos represivos utilizados.
Uno de los factores fundamentales para poder lograr esta emblemática acción de arte, que por primera vez unificó a artistas de ambos lados del muro en torno a un objetivo en común, fue el factor resistencia. Ese lugar, del cual todos querían escapar, se convirtió en nuestro centro de atención artística. Una y otra vez volvimos a la Zona llevando para nuestros amigos todo lo que requerían para su quehacer artístico. El grupo Tacheles mantuvo su actividad entre 1987 y 1990 pese al Muro. En Westberlin conocimos a grupos artísticos como el grupo Unwahr y los Dr. Mc Coy, quienes fueron convocados a la gran acción. Así se convirtió el Kunsthaus Tacheles en el mítico símbolo artístico de la reunificación alemana. Esta reunificación fue un proceso de catarsis que sin duda ayudó a sanar el alma colectiva del pueblo alemán del castigo impuesto por las fuerzas aliadas, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la experiencia nefasta de su división, una advertencia ejemplificadora para otras naciones.
Han pasado 33 años desde la creación del Kunsthaus Tacheles. El proyecto artístico duró 22 años y hoy, después de 11 años se inauguró en el edificio el museo sueco de fotografía Fotografiska que ya tiene tres sedes en Estocolmo, Nueva York y Talin. Alrededor del Kunsthaus Tacheles, edificio que ahora está catalogado como patrimonio cultural, se construyeron tres torres diseñadas por el prestigioso estudio suizo de arquitectura Herzog & de Meuron.
¿Resistir o ser sólo un espectador?
Esta pregunta se la deberá plantear todo artista, todo creador. El concepto estético del «arte por el arte» se opone frontalmente al arquetipo del artista-guerrero del que hablamos, aquel que participa políticamente y fomenta la transformación social. El costo para quien se involucra es a veces total y el aventurero llega a puerto con sólo el esqueleto de aquel majestuoso pez que capturó o disfrazado de mendigo a su patria, viejo navegante al que sólo reconoce su fiel perro.
Al final del camino la experiencia empírica es la mejor consejera y una aliada que nadie te puede arrebatar. El exilio fue una gran enseñanza y el aporte cultural que luego realicé con el grupo Tacheles lo veo como una retribución a mi segunda patria, por todo lo que recibí y lo que pude aprender y comprender viviendo sumergido en la cultura alemana.
En lo que se refiere a mi devenir como «sujeto revolucionario» puedo constatar que el experimento salió fallido ya que me convertí en un desertor de la causa marxista-leninista, cuestionando las enseñanzas de la dialéctica hegeliana recibidas y en un testigo incómodo del fracaso de este camino.
Wir sind auf dem Holzweg diría un alemán y no refiriéndose a un camino hecho de maderos, que permite cruzar el suelo pantanoso de un bosque, sino que señala un camino sin salida usado para ir a buscar madera al bosque, un camino que no lleva a ningún lado.
Escribo estas palabras desde la Región de la Araucanía, convertida en Zona de Conflicto, en Macrozona, territorio del que también la mayoría quiere escapar y en el que otros pretenden erigir nuevos muros divisorios. Aquí también soy un Grenzgänger, alguien que cruza fronteras, esta vez fronteras invisibles, que dividen dos culturas, pero también un eslabón imperceptible de una cadena de contención que evoca a los Tercios de Arauco. Fuerzas centrípetas luchan contra fuerzas centrífugas, energías que quieren disolver la sociedad en la que vivimos y fuerzas que resisten, que luchan por la unidad de lo existente. Este nuevo tipo de confrontación requiere también nuevas formas de resistencia cultural.
Nos encontramos frente a un encantamiento del discurso progresista que pretende obviar las experiencias nefastas del realismo socialista, situándolo en una supuesta vanguardia estética y cultural, haciendo equivaler el concepto de progreso con los fundamentos ideológicos de la filosofía marxista-leninista, que además se otorga en nuestra patria la hegemonía del sufrimiento. Revelar esta demagogia falaz nos lleva a ir aún más lejos, debemos desarrollar un pensamiento crítico, una rebeldía cultural que se enfrente a este peligro con virtud y rigor intelectual, cuestionando incluso los fundamentos que sustentan el concepto de progreso.
Forzado el mundo liberal a un enroque estratégico, nuevas alianzas, nuevas virtudes se hacen indispensables. Estrategias que nos ayuden a «madrugar», a adelantarnos al oponente en el frente intelectual, nos obligan a salir a combatir las doctrinas neomesiánicas que se repiten una y otra vez en el devenir de la humanidad. En este debate las artes —involucradas en el conflicto como instrumento de poder cultural, debido a su naturaleza política— juegan y jugarán un rol fundamental.