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Una breve visión sobre Rusia

Un texto de Keynes, de 1925

John Maynard Keynes*

John Maynard Keynes publicó tres escritos sobre Rusia en la revista The Nation and Athenaeum luego de visitar ese país en 1925, ya que se había casado con la bailarina rusa Lidia Lopujova. Acá reunimos los tres textos, dos de ellos incluidos también en los famosos Ensayos de persuasión, en los que se dedica a reflexionar sobre ese novedoso y tumultuoso país esos años, criticando principalmente el comunismo como ciencia económica y, como él lo llama, como religión.

 

Estos capítulos son fruto de una breve visita a Rusia en septiembre de 1925 que hizo un ignorante tanto de la lengua, como del país, pero no sin experiencia sobre su gente, y con un intérprete. Fue en ocasión de la celebración del bicentenario de la Academia de Ciencias, alguna vez la Academia Imperial de San Petersburgo, hoy de Leningado, a la cual asistí en representación de la Universidad de Cambridge.

Estas observaciones no se basan en conocimientos profundos o una experiencia muy cercana, por lo que no reclaman mucha autoridad. Son simplemente impresiones, y así valen, como las de un observador, cuyos prejuicios no distorsionaron especialmente su visión, buscando transmitir de la mejor manera posible el cómo Rusia lo impactó.

En lo que sigue no uso sin frecuencia el epíteto religioso como algo aplicable a los discípulos de Lenin. A juzgar por las cartas que fui recibiendo cuando estos capítulos fueron apareciendo en The Nation and Athenaeum, creo que los ingleses entenderán a lo que me refiero, pero, en Rusia, habrá unos pocos que aprobarán o entenderán ese uso del lenguaje. A los bolcheviques les parecerá ofensiva o estúpida esa palabra, como si fuese un mero y vulgar abuso de ella —como tratar de bolchevique al Arzobispo de Canterbury (adjetivo que de hecho creo que merecería, si siguiese los mandatos del Evangelio)—, ya que ellos reclaman ser justamente lo contrario. Religión, misticismo, idealismo con cuestiones que en el credo leninista son consideradas como estafa y basura, mientras que ellos se creen materialistas, realistas, de la tierra terrenal. ¿No dieron la orden hace unos días para que en las bibliotecas de los clubes proletarios, «en la sección de religión, deberían solo existir libros antirreligiosos»?

Debe haber buenas razones en la historia pasada para entender por qué la religión puede tener un sabor tan desagradable en la boca de los rusos. Puede haber un uso consistente e inteligible del lenguaje mediante el cual solo podrían ser catalogados de religiosos los místicos de la Alta Iglesia y, por el contrario, aquellos que tratan de buscar un buen camino en la tierra serían irreligiosos; así como también los gritos de los dervinches danzantes serían religiosos y, el Sermón de la Montaña, irreligioso; así como Rasputín sería religioso y Tolstoi irreligioso.  Permítanme entonces adelantar que cuando me refiero a que el leninismo se inspira en un fervor religioso, no me refiero a que los comisarios son místicos de la Alta Iglesia, dervinches danzantes o Rasputines vestidos de paisano.

Para los lectores ingleses probablemente estas explicaciones no son necesarias, ya que acá hace tiempo que reconocimos dos ramas de la religión, la alta y la baja, los místicos sonámbulos y pragmáticos idealistas. Hay dos formas de sublimar el egótico materialismo: una consiste en que el ego se funde en la unión mística sin nombre y, la otra, en que se funde en la búsqueda de una vida ideal para toda la comunidad humana. Los que participan de la primera quizás nieguen o ignoran a los de la segunda. Muchos seguidores de la segunda condenan a la primera porque les parece un autoengaño o indulgencia con la flojera. Ha sido la extrema peculiaridad de algunos líderes lo que los ha llevado a ser parte de las dos clases al mismo tiempo. En todo caso, cuando hablo de religión, me refiero a las dos, no solo al primer grupo.

Algunos ejemplo de las celebridades del último tiempo quizás ilustren a lo que me refiero. Algunos políticos de Francia, M.Poincaré, por ejemplo, seguido fervorosamente por algunos políticos en Estados Unidos, parecen estar entre los más irreligiosos hombres del mundo, mientras que Trostsky, Bernard Shaw y Baldwin, cada uno a su manera, entre lo más religiosos. No olvido que Trostky escribió:

«Aceptar la Revolución de los Trabajadores en nombre un alto ideal significa no solo rechazarla sino que calumniarla. Todas las ilusiones sociales que la mente humana ha alabado en religión, poesía, moral o filosofía, sirvieron solo para engañar o enceguecer a los oprimidos. La Revolución Socialista desenmascara las “ilusiones”, lo “elevado”, así como también los humillantes engaños y lava con sangre para sacar el maquillaje de la realidad. La Revolución es fuerte al grado que es realista, racional, estratégica y matemática. ¿Puede ser que la Revolución, la misma que está frente a nosotros, la primera en la tierra, necesite aliñarse de explosiones románticas como si un guiso de gato necesitase sala de liebre?»

Porque Trotsky también anhela «una sociedad en donde nos hallamos librado de la incisiva y atrofiante preocupación por el pan de cada día…en donde el liberado egotismo del hombre —una poderosa fuerza— será redirigido por completo a comprender, transformar y mejorar el Universo». Trotsky no confunde los medios con el fin:

«La Revolución por sí misma no es todavía el Reino de la Libertad. Por el contrario, está desarrollando los rasgos de la “necesidad” en mayor grado… la literatura revolucionaria no puede sino estar imbuida de un espíritu de odio social, que es un factor creativo histórico en la época de la dictadura del proletariado. Sin embargo, en la época del Socialismo, la solidaridad será la base de la sociedad. Literatura y Arte tendrán otra afinación. Todas las emociones que nosotros, los revolucionarios, sentimos aprehensión nombrar hoy día —tan desgastadas por hipócritas y vulgares—, como la amistad desinteresada, el amor al prójimo, la simpatía, serán los sonantes acordes de la poesía Socialista»

 

«Si queremos asustarnos desde nuestras comodidades capitalistas, podemos imaginarnos a los comunistas de Rusia como si fuesen los antiguos cristianos liderados por Atila, con la estructura y capacidades de la Sagrada Inquisición y las misiones Jesuitas para imponer las ideas económicas como las enseñaba literalmente el Nuevo Testamento»

 

Uno tiene la sensación de que tales sentimientos no saldrían con la misma sinceridad, seriedad o fuerza emocional desde los labios de, por ejemplo, el señor Mussolini, o el presidente Calvin Coolidge. El Duque puede ser un vividor, susceptible de ser reformado y el Presidente una persona respetable, cuya salvación está fuera de cuestionamiento. ¿Qué son en realidad? No lo puedo decir con claridad, ya que estas cuestiones son por lo general palpables en la cercanía y son difíciles de distinguir a la distancia. Antes de ir a Rusia tenía las mismas dudas sobre los comunistas. Lo que pienso que obtuve estando ahí mismo, y no podría haber obtenido desde otro lugar, es en parte una respuesta. §

 

 

 

1.Una breve vision sobre Rusia (1925)

(i) ¿Qué es la fe comunista? (1925)

Es extraordinariamente difícil ser imparcial sobre Rusia. E incluso con imparcialidad, ¿cómo se puede transmitir la verdadera impresión que causa algo tan poco familiar, cambiante y contradictorio, de algo que nadie en Inglaterra conoce o tiene algún conocimiento previo? No hay un solo diario inglés que tenga un corresponsal fijo en Rusia y con razón le damos muy poca credibilidad a lo que las autoridades rusas dicen de ellos mismos. La mayoría de nuestras noticias las recibimos de prejuiciados emigrés o de prejuiciadas delegaciones laboristas. Así, un cinturón de neblina nos separa de lo que ocurre en el otro mundo donde la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas gobierna y experimenta y desarrolla una especie de orden. Rusia está sufriendo de años de «propaganda» que, quitándole credibilidad a las palabras, casi ha destruido, al final, los medios de comunicación a distancia.

El leninismo es una combinación de dos elementos que los europeos han guardado por siglos en dos compartimentos diferentes del espíritu: al religión y los negocios. Estamos impactados porque esta religión es nueva, y enojados porque los negocios, al ser subordinados a esta religión —y no al revés—, se vuelven ineficientes.

 

 

Como todas las otras religiones nuevas, la fuerza y poder del leninismo no viene de las multitudes, sino de una pequeña minoría de entusiastas conversos cuyo entusiasmo e intolerancia hace de cada uno una fuerza equivalente a la que tendrían cien personas indiferentes. Como otras nuevas religiones, es liderada por quienes pueden combinar su nuevo espíritu, quizás sinceramente, con ser capaces de ver mucho más allá que sus seguidores; es liderada por unos políticos con al menos una dosis promedio de cinismo, quienes pueden sonreír y fruncir el ceño al mismo tiempo, experimentalistas volátiles, quienes están liberados, gracias a su religión, de buscar la verdad y de la misericordia, pero no ciegos a los hechos y la conveniencia, y abiertos, por lo tanto, a recibir cargos de hipocresía (por superficial e inútil que sea, a pesar de que les preocupa a los políticos, ya sean laicos y eclesiásticos).  Como otras nuevas religiones, parece despojar la alegría, el color y la libertad de cada día, para ofrecer, en vez, un apagado sustituto en los inexpresivos rostros de sus discípulos. Como otras nuevas religiones, persigue injustamente y sin piedad a quienes activamente le resisten. Como otras nuevas religiones, es inescrupulosa. Como otras nuevas religiones, está infundida de un ardor misionero y de ambiciones universales. Sin embargo, decir que el leninismo es la Fe de una minoría de fanáticos opresores y propagandistas, liderada por hipócritas, es, al final, decir ni más ni menos que es una religión, no simplemente un partido, y Lenin, un Mahoma, y no un Bismarck. Si queremos asustarnos desde nuestras comodidades capitalistas, podemos imaginarnos a los comunistas de Rusia como si fuesen los antiguos cristianos liderados por Atila, con la estructura y capacidades de la Sagrada Inquisición y las misiones Jesuitas para imponer las ideas económicas como las enseñaba literalmente el Nuevo Testamento; pero, si queremos tranquilizarnos entre esas mismas comodidades, ¿podemos consolarnos con repetir la esperanza de que esas ideas económicas son, por suerte, tan contrarias a la naturaleza humana, que nunca lograrán financiar misionarios ni ejércitos, y terminarán fracasando por seguro?

Para esto hay que responder a tres preguntas: ¿es en algún grado esta religión verdadera o empática con los espíritus del hombre moderno? ¿es tan ineficiente materialmente como para convertirla en una religión incapaz de sobrevivir? ¿Logrará, con el paso del tiempo, a pesar de tantas desilusiones e impurezas, cautivar a multitudes?

 

«Como todas las otras religiones nuevas, la fuerza y poder del leninismo no viene de las multitudes, sino de una pequeña minoría de entusiastas conversos cuyo entusiasmo e intolerancia hace de cada uno una fuerza equivalente a la que tendrían cien personas indiferentes»

 

Con respecto a la primera pregunta, quienes están completamente satisfechos con el capitalismo cristiano o con el capitalismo egoísta que se ha sido desregulado con diferentes subterfugios no van a titubear en responder; ya que ellos o tienen una religión o no la necesitan. Pero muchos, en estos tiempos sin religión, tienden fuerte y emocionalmente a tener una curiosidad por cualquier religión que sea nueva y no una mera renovación de otras antiguas que ya han probado su fuerza motivacional; y más aún si viene de Rusia, el hermoso y tonto benjamín de la familia europea, todavía con pelo en su cabeza, más cerca del cielo y la tierra que sus hermanos calvos del Este —que, habiendo nacido dos siglos más tarde, ha sido capaz de hacer suya la desilusión del maduro de la familia antes de perder el genio de la juventud o volverse adicto a las comodidades o la costumbre—. Simpatizo con quienes buscan algo bueno en la Rusia soviética.

Pero acotándonos a la realidad, ¿qué es lo que habría que decir? Para mí, habiendo crecido desde niño de manera libre, lejos de las oscuridades que traen los horrores de la religión, y sin nada que temer, la Rusia roja tiene demasiadas cosas detestables. Puedo aceptar que nos liberemos de comodidades y costumbres, pero no estoy preparado para un credo que no le importe cuánto destruye la libertad y la seguridad del día a día, que utiliza de manera deliberada armas de persecución, destrucción y conflicto internacional. ¿Cómo podría admirar una ideología que encuentra en ella una expresión característica el gastar millones para sobornar espías dentro de cada familia y diferentes grupos sociales dentro del país, y en generar problemas en países extranjeros? Quizás esto no es peor y tiene un sentido más noble que las tendencias codiciosas, beligerantes e imperialistas de otros Gobiernos, pero debería ser mucho mejor que éstas como para desviarme de mi ruta. ¿Como podría yo aceptar una doctrina que tiene como su Biblia, por sobre y libre de toda crítica, un manual de economía obsoleto que no está solo científicamente equivocado, sino que no tiene el más mínimo interés ni aplicación posible para el mundo moderno? ¿Cómo podría adoptar un credo que, prefiriendo la paja antes que el grano, exalta al tosco proletariado por sobre la burguesía y la intelligentsia, quienes, por más defectos que tengan, representan la calidad y claramente son los motores de los avances humanos? Incluso si es que necesitamos una religión, ¿cómo podríamos encontrar en la turbia basura que hay en las librerías rojas? Es difícil para un decente, educado e inteligente hijo de la Europa Occidental encontrar estos ideales ahí, a no ser de que haya sufrido un horrible y extraño proceso de conversión en el que se le hayan invertido toda su escala de valores.

 

«Pero acotándonos a la realidad, ¿qué es lo que habría que decir? Para mí, habiendo crecido desde niño de manera libre, lejos de las oscuridades que traen los horrores de la religión, y sin nada que temer, la Rusia roja tiene demasiadas cosas detestables»

 

Sin embargo, nos perderíamos de la esencia de esta nueva religión si llegamos solo hasta acá en el análisis. El comunista podría simplemente contestar, con justicia, que todas esas cosas no son realmente parte de su fe última, sino que parte de las tácticas de la Revolución, ya que él cree en dos cosas: en la creación de un Nuevo Orden en la Tierra y en que los métodos revolucionarios son la única forma de lograrlo.[1] El Nuevo Orden no debe ser juzgado por los horrores de la Revolución o por las privaciones que el periodo de transición genere. La Revolución debe ser el ejemplo supremo de los medios que son justificados por el fin que buscan. El soldado de la Revolución debe crucificar su misma naturaleza y convertirse en un rudo e inescrupuloso y sufrir, el mismo, una vida sin seguridad ni alegría —como los medios de su propósito, no como el fin—.

¿Cuál es, entonces, la esencia de la nueva religión como Nuevo Orden terrenal? Observado desde afuera, no lo tengo muy claro. Algunas veces, sus portavoces hablan como si fuese algo puramente materialista y técnico, tal cual lo es el capitalismo moderno —aunque, es justo decir, que el Comunismo reclama ser superior en el largo plazo al capitalismo para ofrecer los mismos beneficios materiales y que, cuando se logre el objetivo, los campos tendrán mejores cosechas y las fuerzas de la Naturaleza serán más intensamente aprovechadas—. En este caso no habría religión alguna, sino simplemente un engaño para facilitar cambiar lo que quizás sí, o quizás no, sea un mejor sistema económico. Sin embargo, sospecho que, la verdad, un discurso así es una reacción contra los cargos de ineficiencia económica que se le achacan desde nuestro lado y de que en el corazón del comunismo ruso existe algo más, algo que debería interesarle a la humanidad.

En cierto sentido, el Comunismo no hace otra cosa que seguir los pasos de otras religiones. Exalta al hombre común y lo hace ser parte del todo. No hay nada nuevo en eso. Pero existe otro factor en el que tampoco es nuevo pero que tanto su forma como escenario, sin embargo, pueden contribuir algo novedoso a la verdadera religión del futuro, si es que hay algo así como una religión verdadera. El leninismo es absoluta y desafiantemente no-sobrenatural y su esencia, emocional y ética, se centra en la actitud del individuo y la comunidad hacia el Amor por el Dinero.

No digo que el comunismo ruso altere, o incluso busque alterar, la naturaleza humana, como hacer menos avaros a los judíos o menos extravagantes a los rusos. Ni siquiera digo que crea un nuevo ideal. Lo que quiero decir es que intenta construir una sociedad estructurada de manera tal que las motivaciones monetarias, dado que influencian la acción humana, cambien su importancia relativa, y en donde la aprobación social apunte a otras acciones, que se distribuya diferentemente, y en donde el comportamiento que antes era normal y respetable deje de serlo.

En la Inglaterra de hoy, un joven talentoso y virtuoso ad-portas de enfrentarse al mundo real balanceará las ventajas de entrar al Servicio Civil o buscar la riqueza en negocios; y la opinión pública no lo apreciará menos por elegir la segunda opción. Hacer dinero, en sí, en el mayor escala posible, no es menos respetable socialmente —incluso más— que una vida entregada al servicio del Estado, la religión, la educación, la enseñanza o el arte. Sin embargo, en la Rusia del futuro se busca que la carrera de hacer dinero, como tal, no sea siquiera una ventana posible de respetabilidad para un joven, sino al mismo nivel de ser un ladrón, un habilidoso en falsificaciones o desfalcos. Incluso los más admirables aspectos del amor por el dinero en nuestra sociedad actual, tales como son el ahorro, las tiendas caritativas o buscar la seguridad financiera e independencia para uno y la familia propia, aunque no consideradas malas moralmente, serán tan dificultosas como impracticables, por lo que ya no valdría la pena siquiera intentarlo. Todos deben trabajar para la comunidad —es el nuevo credo el que manda— y, si cumplen con su deber, la comunidad los mantendrá.

Este sistema no significa una baja completa en el nivel de ingresos —al menos en esta fase—. Una persona inteligente y exitosa en la Rusia soviética tiene un ingreso mayor y mejor vida que otras personas. El comisario, con 5 libras a la semana (además de los más surtidos servicios gratis como autos, motos, departamento, un palco en el ballet de Moscú, etcétera y etcétera), vive suficientemente bien pero ni cerca de un hombre rico en Londres. En Rusia, un profesor universitario prestigioso o un empleado del servicio civil, con un ingreso entre 6 o 7 libras a la semana (menos diversos impuestos) tiene, quizás, un ingreso real tres veces los de un trabajador proletario y seis veces los de los que reciben los campesinos más pobres. Algunos campesinos son tres o cuatro veces más ricos que otros. Un hombre que está sin trabajo recibe una parte de su sueldo, aunque no completo. Sin embargo, debido a los altos precios e impuestos progresivos en Rusia, a nadie le alcanza con esos sueldos para ahorrar en algo que valga la pena; es suficientemente duro vivir el día a día. Los impuestos progresivos, y las formas en que se calculan los arriendos y otros gastos, son tales que en realidad no conviene tener ingresos reconocidos por más de 8 o 10 libras. Tampoco existe la posibilidad de obtener grandes ganancias excepto tomando riesgos tales como lo sería en cualquier parte sobornar o directamente robar —no es que los sobornos y los robos hayan desaparecido o sean incluso raros en Rusia, pero quienes cuya extravagancia o instinto los lleva por esos caminos, corren serios riesgos de ser descubiertos y de enfrentar grandes castigos, incluida su muerte—.

Tampoco es que el sistema, en esta fase, prohíba comprar y vender cosas con la idea de lucrar. La policía no persigue ni prohíbe estos actos sino que se preocupa de hacerlos precarios y deshonrosos. El comerciante privado es una especie de criminal tolerado, sin privilegios o protecciones, como los judíos durante la Edad Media —una especie de salida para quienes tienen instintos incontenibles en esta dirección, pero no se le considera un trabajo natural o aceptable a un hombre normal—.

El efecto de estos cambios sociales ha sido, creo, generar un cambio real en las actitudes predominantes para con el dinero, y probablemente el cambio será mucho más profundo entre las nuevas generaciones, que habrán crecido sin conocer nada más. La gente en Rusia, quizás por su pobreza, es muy codiciosa al respecto de su relación con el dinero —o por lo menos tan codiciosos como en cualquier otro lado—, pero cuestiones como hacer o acumular dinero no podría considerarse en las expectativas de vida de cualquier hombre racional que acepta la vida soviética, tal cual como entrarían en las vidas nuestras. Una sociedad en la cual esto es real, incluso a medias, sería una tremenda innovación.

Ahora bien, todo esto puede parecer utópico, o destructivo del bienestar verdadero, pero, quizás, no lo es tanto si se persigue con una intensidad religiosa como como si fuera un problema práctico. ¿Sería entonces apropiado asumir, como la mayoría de nosotros lo ha hecho hasta ahora, que esto es insincero o malvado?

 

(ii) La economía de la Rusia Soviética

No vamos a entender el leninismo a no ser que lo veamos como algo que al mismo tiempo es una religión misionera y opresora y una ciencia económica experimental. Sobre este segundo elemento, ¿es esta técnica económica tan ineficiente como para llevar a un desastre?

El sistema económico en Rusia se ha desarrollado y se está desarrollando a tal velocidad, y con tantos cambios, que es imposible describirlo de manera precisa. El método de ensayo y error es utilizado sin reservas. Nadie ha sido más abiertamente experimentador que Lenin en todo lo que no respecta ni toca las verdades de su fe. Al principio había mucha confusión acerca de lo que era central y lo que no. Por ejemplo, la doctrina inicial acerca de que la moneda debía ser eliminada para los más variados usos, ahora parece errónea, y no se considera inconsistente con el Comunismo el hecho de utilizar la moneda como un instrumento de distribución y cálculo. El gobierno también ha decidido que es más sabio combinar una política de tolerancia limitada con otra de ridiculización y acoso intermitente contra, por ejemplo, la vieja intelligentsia que todavía permanece en el país, contra los comerciantes privados e incluso contra los capitalistas extranjeros, en vez de intentar aniquilarlos a todos por completo. Está confiando, por un lado, en el control completo que tiene de la maquinaria educacional y en cómo crecerán entonces lo jóvenes y, por otro lado, en las mejoras graduales que irá logrando el Estado en la técnica del comercio y el crecimiento del capital, lo que le irá permitiendo librarse de a poco de estos paganos. Así es como casi todos los miembros de la intelligentsia no-comunista que han tenido una educación anterior a la guerra están ahora al servicio del Gobierno, casi siempre en cargos importantes y de alta responsabilidad, con salarios relativamente altos; el comercio privado vuelve a ser legal aunque precario y dificultoso; y los capitalistas extranjeros que otorgan créditos de corto plazo al Gobierno de Rusia por sus importaciones, pueden estimar que tendrán su plata de vuelta con cierta seguridad.

Las búsquedas fluctuantes en función de las propias conveniencias hacen difícil generalizar sobre cualquier cosa en la Rusia Soviética. Sobre casi cualquier fenómeno se puede decir que es verdadero y falso al mismo tiempo, lo que explica el por qué críticos tanto hostiles como afines a Rusia pueden, desde la buena fe, generar descripciones totalmente diferentes de una misma cuestión.

Otra dificultad adicional para estimar la eficiencia del sistema económico ruso lo genera las duras condiciones materiales que vivió durante sus primeros años, condiciones que habrían afectado duramente a cualquier otro sistema económico. Las pérdidas materiales y la desorganización causadas por la Primera Guerra Mundial fueron sucedidas por una serie de guerras civiles, por haber sido proscritos por el resto del mundo y por muchas malas cosechas. Las malas cosechas fueron en parte por el mal manejo pero también por la mala suerte. Sin embargo, los soviéticos que experimentaron durante este tiempo podrían reclamar, yo creo, al menos cinco años de paz y de buenas condiciones climáticas antes de que puedan ser juzgados exclusivamente por sus resultados. Si uno ha de generalizar en las presentes condiciones, debe ser así: a un nivel bajo de eficiencia, el sistema funciona y posee elementos de permanencia. Creo que la verdad acerca de las condiciones económicas de Rusia en esta fase que presenciamos es, de manera general así: Rusia es hoy en día un país con 140 millones de habitantes, de los cuales 6/7 [83,4%] son rurales y viven de la agricultura mientras que 1/6 [16,6%] es urbano e industrial. La población urbana e industrial, que es la que un visitante ocasional observa, no es autosuficiente, es decir, vive con un estándar de vida por sobre el que produce. Este exceso de gasto desde la población que vive en ciudades se financia gracias a la explotación de los trabajadores del campo, solo practicable debido a que la gente de las ciudades es apenas una proporción minúscula de la que existe en todo el país. Así es como el Gobierno Comunista es capaz de mimar (comparativamente hablando) a los trabajadores proletarios, quienes le preocupan, mediante la explotación de los trabajadores rurales, los campesinos. Mientras tanto, los campesinos, a pesar de ser explotados, no quieren que el Gobierno cambie, porque les ha dado un pedazo de tierra. De esta forma se ha establecido un cierto equilibrio tanto en la esfera económica y como la política, lo que le permite al Gobierno Soviético tener un respiro en el cual pueda intentar una fuerte reorganización económica.

 

«¿Como podría yo aceptar una doctrina que tiene como su Biblia, por sobre y libre de toda crítica, un manual de economía obsoleto que no está solo científicamente equivocado, sino que no tiene el más mínimo interés ni aplicación posible para el mundo moderno?»

 

El método oficial para explotar a los campesinos no son los impuestos —aunque el impuesto a la tierra es un ítem importante en el presupuesto— sino que la política de precios. El monopolio de importaciones y exportaciones y el implícito control de la producción industrial le permite a la autoridad mantener precios relativos a niveles altamente desventajosos para los campesinos. Les compran su trigo a precios muy por debajo del precio mundial y les venden textiles y otros productos manufacturados a precios muy por sobre los del mundo,[2] generando una diferencia que les permite capitalizar un fondo que, a su vez, les permite financiar sus sobrecostos y la ineficiencia general de la manufactura y la distribución. El monopolio de importaciones y exportaciones, permitiendo un divorcio entre los precios internos y los externos, puede ser operado de tal manera que mantiene las paridades de tipo de cambio a pesar de la depreciación del poder de compra del dinero. El valor real de un rublo dentro de Rusia es, reconocidamente, mucho menor comparando con su valor afuera.

Estos instrumentos, aunque eficaces en sus objetivos por ahora, y quizás, inevitables de utilizar por un tiempo, representan dos factores desastrosos de ineficiencia. El bajo valor de los productos agrícolas en términos de productos industriales representa un serio freno a la producción de los primeros, que representan la verdadera riqueza del país. El problema fundamental del gobierno soviético es lograr tener una posición financiera suficientemente robusta, de manera que pueda pagar a los campesinos un precio más cercano al valor real de lo que producen, lo que les permitiría tener los medios y los incentivos para una producción mucho mayor. Por mientras, mimando a los trabajadores de los centros urbanos, los proletarios, cuyos sueldos representan casi el doble del de los campesinos, y al parecer ya alcanzan niveles del 80% de lo que era antes de la Guerra, hacen mucho más atractiva la vida urbana en comparación con la campesina. El estímulo a la migración campo-ciudad y capacidad de absorción de trabajadores, es mucho mayor de lo que lo justificaría la industria por sí misma con su equipamiento deteriorado y carencia de capital de trabajo. Nada impediría la migración si no fuera por las dificultades para encontrar vivienda y la falta de trabajo que existe hoy en las ciudades —un campesino, al llegar a Moscú, es informado en la estación que no podrá encontrar ni vivienda y trabajo—. Pero estos desincentivos a migrar se vuelven reales y efectivos solo cuando las ciudades se sobrepoblan y el desempleo alcanza niveles insólitos. Hace dos años el desempleo está ya muy alto y sigue creciendo. Creo que entre el 20% y 25% de los trabajadores urbanos de Rusia está desempleado —es decir, 1.500.000 de 6.000.000—. Algunos de ellos, no todos, reciben un subsidio de desempleo desde sus industrias que, en todo caso, es alrededor de un tercio de los salarios normales y algo menor que el de los campesinos más pobres, lo que resulta en una gran armada[3] de trabajadores desempleados que son un gran peso para las finanzas de los centros estatales. Esto sirve para nada más que demostrar que las ciencias económicas burguesas son igualmente aplicables en un estado comunista, es decir, que afecta negativamente la creación de riqueza el hecho de interferir los precios relativos tanto de los bienes como de los salarios al hacer artificialmente unos trabajos más atractivos que otros. Enseña también que demonios similares surgen desde condiciones y por causas completamente diferentes, ya que el problema de la descoordinación de los precios y sueldos relativos en Rusia es exactamente el mismo que el nuestro. Así, el ingreso real de un campesino ruso es ya la mitad de lo que era antes, mientras que los trabajadores industriales sufren de ciudades sobrepobladas y un desempleo como nunca antes. Sin embargo existe, sin duda alguna, cierta estabilidad política y económica. El Estado soviético no es tan ineficiente como para ser incapaz de sobrevivir. Ha sobrevivido a peores épocas. Ha establecido una organización que cubre todas las esferas de la vida económica, que es ineficiente para los estándares normales, pero que ha surgido desde el caos y la nada y sigue funcionando y existiendo. Ha generado un estándar de vida que es bajo comparado al nuestro, pero que surgió desde la hambruna y la muerte, y aun así entrega algunas comodidades. Todos están de acuerdo en que las mejoras han sido enormes comparado con el año pasado. Este año las cosechas han sido tolerantemente positivas y las condiciones están mejorando de forma manifiesta. Algunos de los grandiosos planes del nuevo régimen se están haciendo realidad. Leningrado luego tendrá electricidad y luz proveída de una de las centrales generadoras más modernas del mundo y los centros de cultivos de vegetales ya son varios y muy bien equipados, y proveerán a los campesinos de las mejores semillas desarrolladas con la más reciente genética mandeliana. §

Después de un largo debate con Zinovieff [Presidente del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (1919-1926), del Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado (1917-1926) y del Comité Ejecutivo del Sóviet de Leningrado (1924-1926)], dos comunistas que lo acompañaban se me acercaron para decirme una última palabra y fanáticos y con unos ojos llenos de Fe me dijeron: «Te hacemos una profecía: en diez años más, el nivel de vida en Rusia será más alto de lo que era antes de la primera guerra y en el resto de Europa será menor». Conociendo el nivel de riqueza natural de Rusia y la ineficiencia del viejo régimen; conociendo también los problemas de Europa Occidental y nuestra aparente incapacidad de resolverlos, ¿estamos confiados de que los camaradas no nos demostrarán estar en lo cierto?

 

 

(III) LA CAPACIDAD DE SUPERVIVENCIA DEL COMUNISMO

 

Mi tercera pregunta no ha sido todavía respondida. § ¿Podrá el comunismo, en el curso de este tiempo, en que se irá debilitando y llenando de impurezas, atraer a las masas?

No puedo responder a lo que solo el tiempo responderá. Sin embargo, tengo confianza como para concluir algo: si el comunismo llega a tener algún tipo de éxito, éste no será en el ámbito de un descubrimiento en la ciencia económica, sino como religión. Los críticos convencionales actuales tienden a cometer dos errores que se contraponen. Odiamos tanto el comunismo en tanto religión, que exageramos su ineficiencia económica y, a la vez, estamos tan impresionados de su ineficiencia económica, que lo subestimamos como religión.

Respecto a la ciencia económica, no percibo que el comunismo ruso haya contribuido siquiera en algo a resolver nuestros problemas económicos que sea de interés intelectual o de algún valor científico. No creo que contenga, ni pueda contener, algún texto de economía útil que no sea aplicable, si elegimos, con igual o mejor éxito en una sociedad que tenga todas las características, no diría del capitalismo individualista del siglo XIX, sino de los ideales burgueses británicos. Teóricamente, al menos, no creo que exista ninguna mejora económica para la cual una Revolución sea un instrumento necesario. Por el otro lado, tenemos todas las de perder utilizando métodos violentos para generar cambios en la sociedad. En las condiciones industrializadas que está Occidente, las tácticas de la Revolución Roja terminaría por arrojar a toda su población en la más triste pobreza y muerte.

Sin embargo, como religión, ¿cuáles son sus fuerzas? Quizás son considerables. La exaltación del hombre común es un dogma que ha conquistado a las multitudes históricamente. Cualquier religión y el vínculo que une a sus correligionarios tiene el poder de unirlos en contra los irreligiosos, tropa de egotistas y atomistas. Y el capitalismo moderno es absolutamente irreligioso, sin una unión interna, sin mucho de ese espíritu público y, algunas veces, aunque no siempre, una mera variedad de propietarios y arribistas. Un sistema así no puede ser moderado, sino que inmensamente exitoso para poder sobrevivir. En el siglo XIX era, en cierto sentido, idealista; era ante todo un sistema cohesionado y confiado en sí mismo. Era no solo inmensamente exitoso, sino que contenía enormes esperanzas de un crescendo continuo en éxitos. Hoy día su éxito es solo moderado. Si el irreligioso capitalismo está destinado a derrotar el religioso comunismo, no es suficiente ser más eficiente económicamente, sino que extremadamente más eficiente.

Creíamos que el capitalismo era capaz no solo de mantener los estándares de vida sino que de llevarnos gradualmente a un paraíso económico en donde comparativamente seríamos libres de las preocupaciones materiales. Ahora dudamos si es que el hombre de negocios nos lleva a un destino mucho mejor que el actual. Como medio, el capitalismo es tolerable; como fin, no muy satisfactorio. Uno empieza a pensar acerca de idoneidad de obtener esas ventajas materiales manteniendo los negocios y la religión en compartimientos separados, balanceándolos con las desventajas morales. Los protestantes y los puritanos los pueden separar cómodamente porque la primera actividad corresponde a la tierra mientras que la segunda al paraíso, que está en otra parte. El que cree en el progreso también los puede separar cómodamente porque considera a la primera actividad como el medio para establecer finalmente el paraíso en la tierra.  Sin embargo, hay un tercer estado espiritual que no cree que exista un paraíso en otra parte ni al final de nuestros días, y si ese paraíso no existe allá, debe estar entonces acá, y ahora, o si no, simplemente no existe. Si no hay un objetivo moral en el progreso económico, de ahí se sigue que no debemos sacrificar, ni siquiera por un momento, aspectos morales en beneficio de los materiales —en otras palabras, no debemos mantener en compartimentos espirituales separados los negocios y la religión—. A medida que los pensamientos de un hombre puedan desviarse por estos caminos, está listo para buscar con curiosidad algo valorable en el fondo del comunismo, algo diferente a lo que nos pinta la prensa.

 

«El gobierno también ha decidido que es más sabio combinar una política de tolerancia limitada con otra de ridiculización y acoso intermitente contra, por ejemplo, la vieja intelligentsia que todavía permanece en el país, contra los comerciantes privados e incluso contra los capitalistas extranjeros, en vez de intentar aniquilarlos a todos por completo»

 

En cualquier caso, para mí parece ser cada día más claro que el problema moral de nuestra época tiene relación con el amor por el dinero, con la ya habitual apelación que se hace al dinero en nueve de cada diez actividades de la vida diaria, con el universal esfuerzo que se hacen los individuos por obtener la seguridad económica como primer objetivo, con la aprobación social que tiene el dinero como símbolo de un éxito constructivo y con lo atractivo que es socialmente el instinto de acumular como fundamento de lo necesario para la familia y el futuro. Las decadentes religiones alrededor de nosotros, que se hacen cada vez menos interesantes para la mayoría de las personas a no ser de que sean alguna forma agradable de ceremonial mágico o evento social, han perdido su significado moral porque —a diferencia de sus versiones anteriores— no apelan a los problemas esenciales de hoy. Una revolución en nuestras formas de sentir y reflexionar sobre el dinero quizás se vuelva el propósito más importante del ideal contemporáneo encarnado. Quizás, por lo tanto, el comunismo ruso esté representando ese primer confuso inicio de una gran religión.

El visitante afuerino, que trata de capturar la atmósfera de Rusia sin prejuicio, debe alternar, creo, dos estados de ánimo —opresión y euforia—. Sir Martin Conway, en su sincero y verdadero libro Art Treasures in Soviet Russia, describe así su salida del país:

«…después de una parada muy larga el tren se movió la mitad de una milla hacia la frontera con Finlandia donde los pasaportes, las visas y el equipaje fueron de nuevo examinados, pero mucho menos meticulosamente. La estación estaba recién construida, y era un lugar agradable, simple, limpio y cómodo, atendido cortésmente. Tenía un acogedor café, donde simple pero buena comida era servida en una atmósfera de hospitalidad.

Me parece una grosería decir esto después de toda la amabilidad recibida en Rusia, pero si tengo que decir la verdad, debo dejar en constancia que en esta estación de Finlandia experimenté una sensación de haberme liberado de un gran peso que me había estado oprimiendo. No puedo explicar cómo era que sentía ese peso. No lo sentía cuando entré a Rusia pero a medida que pasaron los días parecía que se acumulaba lentamente. La sensación de Libertad gradualmente desapareció. A pesar de que todos eran amables uno sentía la presencia de una opresión no hacia uno, sino que omnipresente. Nunca me había sentido completamente extraño en una tierra extraña, pero con el avance de los días, lo que al principio era un sentimiento tenue, tomó forma definitiva y condensó en una opresión cada vez más consciente.

Me imagino que alguien pudo haber pasado por la misma experiencia en la Rusia de los Zares. Los estadounidenses por lo general se vanaglorian de lo que ellos llaman el “aire de libertad” que se respira característicamente en su país. Lo ubican como algo común en todos los dominios de habla inglesa. La atmósfera moral de Rusia es un compuesto de química emocional muy diferente. La parte de Finlandia a través de la cual nuestro tren no aburría ahora no era para nada de diferente a lo que era al otro lado de la frontera, pero encontrábamos que estábamos pasando por “agradables y pequeñas propiedades” y se veían signos de comodidad e incluso prosperidad”…»

La atmósfera opresora no podía transmitirse mejor. En parte, no hay duda, esto es parte de la Revolución Roja —hay mucho en Rusia que hace a uno rezar para que por favor el país de uno no tenga que pasar por eso para lograr sus objetivos declarados—. En parte, quizás, esto es fruto de algo así como una bestialidad propia de la naturaleza rusa —o en la naturaleza rusa y judía cuando, como ahora, se encuentran aliadas—. Sin embargo, en parte, es fruto de la soberbia franqueza de la Rusia roja, de su extrema seriedad, que en sus otros aspectos aparece como los el espíritu de júbilo. Nunca hubo nadie tan serio como un ruso de la Revolución, serio incluso en su alegría y entrega de espíritu —tan serio que algunas veces puede olvidarse del mañana y otras del presente—. Muchas veces su seriedad es cruda, estúpida y aburrida al extremo. El comunista promedio es tan descolorido como lo han sido los metodistas de todos los tiempos. La tensión de la atmósfera es más fuerte de lo que uno puede aguantar y se empiezan a añorar las frivolidades que asoman por el tranquilo Londres.

Aunque el júbilo, cuando se siente, es gigante. A pesar de la pobreza, estupidez y opresión, uno siente a veces que está en el Laboratorio de la Vida. Los elementos químicos se están mezclando en diferentes y nuevas combinaciones, por lo que huelen mal y explotan. Algo, existe alguna mínima probabilidad, quizás nazca de todo esto. E incluso una probabilidad le da a lo que está ocurriendo en Rusia mayor importancia a lo que está ocurriendo, por decirlos de algún modo, en Estados Unidos.

Creo que es en parte razonable temerle a Rusia, como los caballeros que escriben al Times. Sin embargo, si Rusia llega a ser una fuerza extranjera, no será por el dinero de Zinovieff. Rusia nunca será material de preocupación para nosotros, a no ser de que se transforme en una potencia moral. Ahora, dado que lo hecho, hecho está, y ya no hay vuelta atrás, me gustaría darle su oportunidad a Rusia, ayudar y no entorpecer. Porque a pesar de todo, si fuera ruso, ¡contribuiría tanto más a la rusa soviética que a la zarista! No podría suscribir a la nueva fe más que la antigua. No detestaría menos las acciones de los nuevos tiranos que las de los antiguso, pero sentiría que mis ojos se proyectan hacia una nueva posibilidad, y nunca más en contra de ellas, ya que de la crueldad y estupidez de la Antigua Rusia nada podía emerger, pero de la crueldad y estupidez de la Nueva Rusia, una pizca del ideal quizás esté escondido.

 

 

*Traducido al español por Fernando Claro V.

 

 

 

[1] Uso el término “Comunismo” para referirme al Nuevo Orden y no, como usualmente se utiliza entre los políticos del Partido Laborista británico, para referirse a los medios revolucionaros que permitirían llegar a él.

[2] El Comisariato Nacional del Comercio Interno del Cáucaso del Norte reportó en septiembre que el campesinado se estaba oponiendo a ofrecer la máxima cantidad de maíz que podían debido a las desventajosas condiciones que tenían respecto a los productos manufacturados. Los campesinos declaraban «los precios de los granos están bien pero los de la ropa para vestir, increíbles». El Comisariato consideró que los campesinos deberían obtener tres yardas de tela por cada 36 libras de grano, cuando en realidad recibían menos de una yarda.

[3] N. del T.: Acá Keynes estaría haciendo alusión al término que Marx utilizaba («armada»), para referirse a la fuerza laboral que, al estar desempleada, la llamaba «reservas o fuerzas armadas laborales».