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Una blanca paloma*

Notas sobre la historia del Partido Comunista de Chile

Mauricio Rojas
Diputado del Parlamento de Suecia, profesor asociado de la Universidad de Lund (Suecia) y Senior Fellow de la Universidad del Desarrollo (Chile). Á - N.10.

El político y académico Mauricio Rojas —autor de El libro negro del comunismo chileno—revisa aquí el mito del pacifismo del Partido Comunista de Chile, que, a pesar de participar en nuestro sistema democrático, desde sus orígenes ha apoyado y justificado, en ocasiones de modo ambiguo y en otras directamente, la violencia política y los actos abusivos y los atropellos de dictaduras vinculadas a la antigua órbita soviética.

*El presente texto se basa en lo que ha expuesto detalladamente en El libro negro del comunismo chileno (Ediciones El Líbero, 2021).

 

El Partido Comunista de Chile (PCCh) tiene una larga historia, de la que nunca se ha distanciado, que lo asocia con ideales y regímenes de corte totalitario que han causado sobrecogedores niveles de sufrimiento y muerte donde han imperado. A pesar de ello, sus líderes afirman sin el mayor empacho, como hace no mucho lo hizo su secretario general, Lautaro Carmona, que desde su fundación en 1912 «la política del Partido Comunista se consagra en la lucha por las causas democráticas más nobles y libertarias».[1] El partido no sería sino una blanca paloma democrática y libertaria, impoluta a pesar del charco de sangre que desde hace ya más de cien años ha sido su hábitat natural.

La lista de complicidades es muy larga y comienza con una temprana identificación con la dictadura soviética implantada por Lenin en Rusia el año 1917, la que representará, por más de siete décadas, un ideal de sociedad para los comunistas chilenos. Esa identificación los llevará a una dilatada solidaridad con un régimen de terror que hará de la falta absoluta de libertad y de la violación sistemática de los derechos humanos una práctica cotidiana. Sus víctimas, entre las cuales también se cuentan decenas de miles de comunistas disidentes o simplemente sindicados como tales por la paranoia criminal de Stalin, sumarán millones.

Esta complicidad se extenderá también a hechos tan gravosos como el pacto de la vergüenza firmado en agosto de 1939 entre la Unión Soviética y la Alemania nazi; las «invasiones fraternales» de Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968 por las tropas soviéticas; la invasión de Afganistán a finales de los años 70, que conduciría a una de las guerras imperialistas más siniestras que se conocen; y el golpe militar del general Jaruzelski en Polonia en 1981 a fin de reprimir a los trabajadores que se alzaban contra la dictadura comunista que los gobernaba.

Todo ello y mucho más fue aplaudido entusiastamente por los comunistas chilenos que, además y sin la menor ambigüedad, se pusieron del lado de las dictaduras que impuso la Unión Soviética en Europa del Este. Y cuando cayó el Muro de Berlín y se hundió el régimen soviético, siguieron apoyando a las pocas «dictaduras amigas» que les quedaban, como las de Cuba, Corea del Norte, Vietnam, Venezuela y Nicaragua.

Frente a un historial de complicidades tan poco edificante, los comunistas acostumbran a replicar que al menos en Chile el partido tiene las manos limpias de sangre y que siempre ha actuado ciñéndose a las reglas democráticas y que, por lo tanto, cualquier juicio sobre su credibilidad democrática debe atenerse a esa evidencia criolla. Sin embargo, esta respuesta, fuera de su muy dudoso grado de veracidad histórica, elude lo principal. La cuestión decisiva no es lo que el partido hizo o dejó de hacer mientras no detentaba el poder, sino lo que hubiese hecho de haberlo conquistado y haber tenido la posibilidad de realizar sus ideales en plenitud.

Es evidente que se requeriría una dosis extremadamente alta de hipocresía para negar que en ese caso se hubiese implantado una sociedad al estilo soviético, es decir, similar a la de aquel país que el partido consideraba un ejemplo luminoso de progreso en todos los ámbitos de la experiencia humana. Se trata, por tanto, no sólo de una complicidad, sino de una identidad de ideales y objetivos que subyace y fundamenta la solidaridad de los comunistas  chilenos con las dictaduras de partido único instauradas ya sea en Rusia, el este europeo, el sudeste asiático o el Caribe. Esta complicidad e identidad de ideales aún perdura, como es notorio, en el caso de Cuba, aquel «faro que ilumina día a día nuestros empeños y esfuerzos colectivos», como se proclamó en el XXIII Congreso Nacional del partido el año 2006.[2]

 

 

Paraíso del crimen

 

El PCCh sigue aún hoy identificándose con el comunismo fundamentado en el marxismo-leninismo,[3] la doctrina que durante los últimos cien años ha sido una de las que más crímenes políticos ha inspirado. Solamente el nazismo puede medirse con el comunismo de raigambre marxista-leninista en cuanto al nivel de barbarie que ha desencadenado sobre los pueblos que ha sometido.

Todo esto está hoy muy bien documentado gracias a la apertura, al menos parcial, de los archivos de la ex Unión Soviética y los países que formaron parte de su órbita de poder. Hacia finales de los años 90 aparecieron los primeros balances globales sobre el costo humano de la experiencia comunista. El libro negro del comunismo, publicado en 1997, fue un ejemplo notable de ello, estableciendo una cifra de alrededor de cien millones de muertos como consecuencia de la política de regímenes que «a fin de sustentarse en el poder, erigieron el crimen en masa en un verdadero sistema de gobierno».[4] El 30 de octubre de ese mismo año, el diario Izvestia de Moscú redondeaba en 110 millones el total de víctimas fatales, en tiempos de paz, atribuibles a los 23 países que hasta 1987 habían estado sometidos a regímenes comunistas. Estas y otras cifras similares pueden, sin duda, discutirse, pero de lo que hoy no cabe duda alguna es de que estamos ante una tragedia de proporciones extraordinarias. La ideología que prometió construir un paraíso terrenal terminó creando verdaderos infiernos de opresión y crimen.

 

«Sin la menor ambigüedad, los comunistas chilenos se pusieron del lado de las dictaduras que impuso la Unión Soviética en Europa del Este. Y cuando cayó el Muro de Berlín y se hundió el régimen soviético, siguieron apoyando a las pocas “dictaduras amigas” que les quedaban, como las de Cuba, Corea del Norte, Vietnam, Venezuela y Nicaragua»

 

Esta es la terrible «cosecha de tristeza», para usar el título de un célebre libro de Robert Conquest,[5] del comunismo internacional. Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido con el nazismo, nunca se ha realizado algo parecido a un juicio de Nuremberg a fin de juzgar y condenar a los principales culpables de semejantes crímenes de lesa humanidad. El silencio, la impunidad e incluso el negacionismo han sido la regla. Por cierto que existen importantes condenas internacionales del comunismo, como la célebre declaración del Parlamento de la Unión Europea del 19 de septiembre de 2019, que nos recuerda que «los regímenes nazi y comunista cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad en el siglo XX a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad».[6] Pero aún queda muchísimo por hacer en la tarea de clarificar plenamente lo ocurrido y, no menos, establecer las responsabilidades por estos hechos luctuosos. Ello se refiere, obviamente, a sus responsables directos, pero también a todos aquellos que aplaudieron a los regímenes criminales y negaron, acallaron, justificaron o incluso se solidarizaron con los crímenes cometidos. Fueron sus cómplices y su culpabilidad es ineludible. Este es el caso destacado del Partido Comunista de Chile. Nunca se escuchó de su parte una condena y ni siquiera una crítica de hechos extremadamente brutales cuyos siniestros entretelones empezaron a ser conocidos ya desde comienzos de la era soviética. Esa ha sido su conducta inmutable respecto de las dictaduras amigas de ayer y de hoy.

 

 

Eslabones de una historia siniestra

 

El PCCh nació en enero de 1922 de la transformación del Partido Obrero Socialista en Sección Chilena de la Internacional Comunista dirigida desde Moscú. Fue el resultado del impacto de la revolución bolchevique de 1917 y lo que podríamos definir como «el pecado original del comunismo chileno», es decir, su identificación con el régimen totalitario instaurado en la Unión Soviética que será presentado como modelo ideal de sociedad y realización de la así llamada «democracia verdadera».

La recepción de la revolución bolchevique por parte del gran líder histórico del comunismo chileno, Luis Emilio Recabarren, es clave a este respecto. A partir de su entusiasta adhesión al golde de Estado leninista se establecerá el eje central de la historia del partido: su admiración ilimitada, su seguidismo perruno y su complicidad a toda prueba con la dictadura soviética.

 

«Las resoluciones de la Conferencia Nacional del Partido Comunista del año 1933 son tajantes: “La ideología de Recabarren es la herencia que el partido debe superar rápidamente. Recabarren es nuestro; pero sus concepciones sobre el patriotismo, sobre la revolución, sobre la edificación del partido, etc. son, al presente, una seria traba para cumplir nuestra misión”»

 

Su identificación con el régimen soviético y con la vía insurreccional hacia la conquista del poder será total desde el primer momento. Sólo un par de meses después del golpe de octubre de 1917 calificará a la dictadura de Lenin como «democracia verdadera», concepto que los comunistas chilenos usarán de allí en adelante para designar a sus admiradas dictaduras amigas: «¡Rusia maximalista es hoy la antorcha del mundo! Salud a esa Rusia. Rusia revolucionaria, librando al mundo de la guerra, es el más poderoso baluarte de la verdadera democracia».[7]

A fines de 1922, en una entrevista dada al periódico La Internacional de Buenos Aires inmediatamente después de un viaje a Rusia, se pronunció con toda claridad sobre la necesidad de la violencia y la dictadura revolucionaria: «Mi breve estadía en Rusia de los Soviets me ha confirmado en todas mis ideas respecto de la necesidad de la violencia revolucionaria y de la dictadura proletaria. He comprendido perfectamente que sin esa dictadura de la clase obrera la revolución social no puede ser conducida a buen término».[8]

Este primer paso será seguido por la transformación orgánica e ideológica del PCCh en una copia criolla del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Para lograrlo, el partido deberá bolchevizarse en lo orgánico y estalinizarse en lo ideológico mediante un proceso conducido directamente por los enviados de la Internacional Comunista, que identificarán en la herencia de Recabarren y su modelo más abierto y tolerante de partido el gran enemigo a derrotar. El partido de Recabarren se transformará así en aquel partido que será conocido por su disciplina férrea y su absoluto dogmatismo en torno al credo soviético.

Las resoluciones de la Conferencia Nacional del Partido Comunista del año 1933 son tajantes al respecto: «La ideología de Recabarren es la herencia que el partido debe superar rápidamente. Recabarren es nuestro; pero sus concepciones sobre el patriotismo, sobre la revolución, sobre la edificación del partido, etc. son, al presente, una seria traba para cumplir nuestra misión».[9]

Esta transformación del comunismo chileno en un fiel destacamento del movimiento comunista internacional dirigido desde la Unión Soviética tendrá un impacto decisivo sobre las políticas que a continuación adoptará el PCCh, lo cual se manifiesta con claridad ya durante la primera mitad de los años 30. Es el momento de las intentonas insurreccionales frustradas que mucha sangre costaron a quienes se dejaron conducir, azuzar o inspirar por el partido. Así ocurrió durante el motín de la marinería de septiembre de 1931, en los hechos luctuosos de la así llamada «Pascua Trágica de Copiapó y Vallenar» en diciembre de ese mismo año o en el levantamiento de Lonquimay de junio-julio de 1934.

La insurrección y la instauración inmediata de una dictadura comunista estaban, por orden explícita de la Internacional Comunista, a la orden del día, tal como lo reconoció Luis Corvalán, Secretario General del PCCh entre 1958 y 1990: «Durante varios años los comunistas chilenos sustentamos la consigna de la instauración inmediata de la dictadura del proletariado, de la constitución del Poder Soviético».[10]

Hacia fines de los años 30 se producirá uno de los hechos más bochornosos de la bochornosa historia del comunismo internacional: el pacto firmado entre la Unión Soviética y la Alemania nazi en agosto de 1939, que le abre las puertas a la Segunda Guerra Mundial e inaugura una política comunista, obedientemente seguida por el PCCh, de neutralidad pronazi que se mantendrá hasta la entrada de la Unión Soviética en la contienda mundial en junio de 1941.

Después vendrá una seguidilla de solidaridades vergonzosas de parte del PCCh con las invasiones y golpes de Estado que la Unión Soviética lleva a cabo o promueve durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Los ejemplos más brutales serán el aplastamiento sangriento de la Revolución Húngara de 1956 y de la Primavera de Praga de 1968, así como la invasión de Afganistán que terminó convirtiéndose en el Vietnam de la Unión Soviética y el golpe militar del general Jaruzelski contra el movimiento de los trabajadores polacos que se oponía a la dictadura comunista. En ninguna de estas ocasiones el PCCh dejará de estar firmemente al lado de la dictadura soviética.

 

 

El retorno a la vía insurreccional

 

Después del golpe militar de septiembre de 1973 el PCCh retomará el camino insurreccional de los años 30 en dos oportunidades: en los años 80 bajo la dictadura militar y en el contexto del así llamado «estallido social» de octubre de 2019.

La primera de estas oportunidades es uno de los momentos cruciales y más dramáticos de la historia del PCCh: el intento de llegar al poder mediante el derrocamiento insurreccional de la dictadura militar y la creación de un aparato militar propio que pudiese jugar un rol decisivo en su realización, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Se trata de un intento inédito en la larga historia del partido que debía culminar el año 1986, que los comunistas denominaron «el año decisivo» y también «el año de la victoria». El resultado fue muy distinto al imaginado por el partido y por los líderes comunistas cubanos, cuyo apoyo fue una pieza esencial del proyecto insurreccional. Al final del día, el brazo armado formado por el PCCh en las escuelas militares cubanas y de otros países de la órbita soviética terminó abandonado por sus promotores, que nunca han asumido su plena responsabilidad por el accionar y el triste destino de su creación.

Finalmente tenemos la orientación insurreccional de los años recién pasados. A partir de los hechos de octubre de 2019 el PCCh vislumbra la posibilidad de una toma revolucionaria del poder y se lanza a promoverla con toda su fuerza. Por ello se niega a firmar el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución de noviembre de 2019 y el Comité Central del PCCh, en su Informe al XXVI Congreso del partido celebrado en diciembre de 2020, establece la necesidad de una inminente «ruptura democrática y constitucional».[11]

En esta perspectiva se hacen comprensibles las alusiones al leninismo que salpican las resoluciones del XXVI Congreso, cosa que hace ya un tiempo había desaparecido en los textos partidarios de este tipo. E igualmente comprensible se hace la insistencia en la importancia de la autodefensa y los elogios al combate callejero y a «las primeras líneas»: «El Pueblo, en su avance y conquistas sociales, sometido al incremento de la represión y la violencia criminal, tiene el legítimo y necesario derecho a la defensa y solidaridad de masas. Valoramos los esfuerzos en los territorios, en las primeras líneas, para defender el derecho a la desobediencia y a la protesta social, y creemos que es un imperativo del periodo que las organizaciones y movimientos sociales se dispongan a protegerse de las amenazas y agresiones de las policías y grupos de ultraderecha».[12]

La aceptación de la violencia desatada a partir de octubre de 2019 es parte esencial de este redireccionamiento radical de la política comunista. Se trata de un intento sistemático por justificarla e incluso darle visos heroicos, por ejemplo, al hablar de presos políticos que «salieron a las calles en una clara oposición y lucha contra el modelo neoliberal, contra las injusticias, demandando una vida digna» y que por ello deberían ser prontamente liberados.[13]

 

Parque jurásico

 

Hace poco, a fines de mayo del presente año, se celebró un pleno del Comité Central del PCCh. Su propósito era analizar la debacle electoral del 7 de mayo que marcó el fin definitivo del momento insurreccional que tantas ilusiones sembró en el PCCh. En el Informe al Pleno ya no se hicieron referencias a Lenin ni al leninismo, pero se reafirmó el «compromiso comunista en todos los espacios políticos y sociales en que cumplimos responsabilidades» y se diseñó una estrategia de sobrevivencia para un período de reflujo revolucionario que combina, de manera característicamente leninista, el uso de la legalidad democrática con el recurso a «la vía de los hechos»: «Debemos tener abiertas las puertas para que sea el movimiento social, como tantas veces en nuestra historia, el que obtenga los avances sociales que buscamos, ya sea por la vía del derecho, como por la vía de los hechos».[14]

 

«El partido sigue aspirando a conquistar el poder por cualquier medio que sea necesario, como bien lo ha demostrado repetidamente en su ya larga historia. Y su modelo ideal de sociedad futura sigue siendo una dictadura comunista de partido único, como bien lo muestra su inclaudicable apoyo y su admiración irrestricta por la dictadura cubana»

 

En medio de la derrota de las fuerzas de la izquierda radical, el partido pudo hacer gala de una «sana satisfacción» por haber obtenido el 8,08% de los votos, su mejor resultado electoral desde el regreso de la democracia. Y la verdad es que se trata de algo realmente extraordinario. En ningún país democrático existe un partido comunista que ni de cerca obtenga semejantes resultados. Algunos expartidos comunistas llegan a esos niveles, pero no sólo han cambiado su nombre, eliminando la hoy infame denominación de «comunista», sino que han realizado extensas y duras autocríticas por su vergonzoso pasado de apoyo a los regímenes comunistas totalitarios.

El derribamiento del Muro de Berlín en 1989 y el posterior colapso de la Unión Soviética —país que los comunistas chilenos sintomáticamente llamaban «la casa»— y de su imperio en Europa del Este, fue un golpe letal para todos aquellos partidos que, como el chileno, habían sido sus secuaces en el mundo democrático. El Partido Comunista Italiano, que llegó a ser el más grande del país, se autodisolvió ya en 1991 y el francés, que obtenía más del 25% de los sufragios durante la posguerra, ha quedado reducido a una fuerza minúscula que en la elección parlamentaria de 2022 apenas obtuvo el 2,36% de los votos.

En otras palabras, el PCCh es un sobreviviente de una época ya periclitada, un ejemplar digno de un Parque Jurásico de la política que, por sorprendente que parezca, no sólo aún vive, sino que juega un papel político importante en aquel largo rincón de América del Sur llamado Chile.

Para sobrevivir se ha refugiado en su historia chilena, reivindicando con fuerza la figura de Recabarren y tratando de reconectar con sus raíces preoctubre de 1917. Su larga historia de complicidad con las dictaduras comunistas y su inquebrantable lealtad con su «patria grande», la Unión Soviética, han sido discretamente relegadas a ese cajón del olvido que reúne los recuerdos de lo que fue el más estalinista de los partidos estalinistas fuera de la Unión Soviética y sus países satélites. Sin embargo, en el fondo, nada ha cambiado. El partido sigue aspirando a conquistar el poder por cualquier medio que sea necesario, como bien lo ha demostrado repetidamente en su ya larga historia. Y su modelo ideal de sociedad futura sigue siendo una dictadura comunista de partido único, como bien lo muestra su inclaudicable apoyo y su admiración irrestricta por la dictadura cubana.

Chile debe cuidarse de este sobreviviente de la era de los grandes dinosaurios soviéticos. Se trata de un animal indomesticable, de una peligrosidad innata y cuya hambre de poder, de poder total, es insaciable.

 

 

 

[1] Carmona, L. (2020). «108 años de vida y lucha por una sociedad democrática y justa». Diario El Siglo, 4.6.2020.

[2] Resoluciones de XXIII Congreso Nacional del Partido Comunista de Chile. Santiago, Partido Comunista de Chile, 2006.

[3] Las Resoluciones del XXVI Congreso Nacional del PCCh, celebrado en diciembre de 2020, llaman explícitamente a «fortalecer la formación marxista leninista».

[4] Courtois, S. (2010) [1997]. El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión. Madrid: Ediciones B, 2010, pag. 16.

[5] Harvest of Sorrow es el título de la obra de Robert Conquest publicada en 1986 sobre la colectivización de la agricultura y las espantosas hambrunas de los años 30 en la Unión Soviética gobernada por Stalin.

[6] Resolución del Parlamento Europeo sobre la importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa. Parlamento Europeo 2019.

[7] Recabarren, L. E. (2915). Escritos de prensa, 1898-1924. Santiago: Ariadna Ediciones. Pág. 51.

[8] Citado en Lillo, L. (2008). Los lejanos ecos de una gran revolución: La Rusia sovietista en el discurso del Anarquismo y socialismo-comunismo chilenos (1917-1927). Santiago: Universidad de Chile. Pág. 82.

[9] Hacia la formación de un partido de clase. Resoluciones de la Conferencia Nacional del Partido Comunista, realizada en julio de 1933. Santiago: Taller gráfico Gutenberg 1933. Página 5.

[10] Corvalán, L. (1967). Unión de las fuerzas revolucionarias y antiimperialistas de América Latina. Santiago: Impresora Horizonte. Disponible en Archivo Luis Corvalán de Marxists.org.

[11] CC del PCCh, Informe político al XXVI Congreso Nacional del Partido Comunista de Chile. Santiago: Partido Comunista de Chile 2020.

[12] Ibíd. Páginas 8-9.

[13] Declaración pública constituyentes electos del Partido Comunista de Chile. Constituyentes del PCCh 2021.

[14] Informe al Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Chile. Crónica digital 30.5.2023.