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Federico Jiménez Losantos

«En China me juré ser anticomunista»

Juan Lagos
Investigador FPP Á - N.10.

Federico Jiménez Losantos (Orihuela del Tremedal, Teruel, 1951) es una de las voces más importantes de la radiotelevisión española de las últimas décadas y un escritor consagrado. Su estilo directo, alimentado por una gran cultura y un magistral uso de la ironía, no deja indiferente a nadie que siga a diario los vaivenes de la política en España. En 2018 publicó Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos, libro que vendió más de 150.000 ejemplares y que este año volvió a ser editado.

 

 

Empiezas Memorias del comunismo diciendo que para muchos católicos españoles de tu generación que vivieron su juventud entre el tardofranquismo y la transición el comunismo ha sido una teología de sustitución. ¿Cómo fue tu peregrinaje al interior del comunismo?

 

-Yo lo cuento desde mi propia vivencia personal. Soy un chico de una familia muy humilde, que estudió siempre con beca y criado en el catolicismo de esa época en una serie de ideas básicas: ayudar a los que no tienen, ayudar a los pobres a salir adelante y a dejar de ser pobres, porque la pobreza no se veía como un estado bueno, sino malo. A los dieciséis años pierdo la fe cuando muere mi padre.

La presencia del catolicismo es fundamental en mi generación y también la crisis del catolicismo después del Concilio Vaticano II. Lo que pasa es que ya estoy fuera de la Iglesia, pero no fuera de la idea de buscar el bien y la redención de los pobres y de la humanidad. Y lo que aparece, incluso llevado casi de la mano por los católicos, es el marxismo. Entonces, empiezo a estudiar a los clásicos del marxismo y al mismo tiempo empiezo a trabajar no dentro del partido, sino en los alrededores. Porque en tiempos de Franco sólo había dos organizaciones políticas: el movimiento, que representaba al régimen, y el partido, que era el Partido Comunista y todas las organizaciones satélites alrededor, entre las cuales estaba Bandera Roja, donde milité.

 

¿Cómo era el PCE en esos tiempos?

 

-Era el partido del eurocomunismo, como se llamaba en ese entonces. Era el partido que había condenado la invasión de Checoslovaquia. Que en España buscaba la democracia bajo la idea de la reconciliación nacional. Cuando llegó la transición hubo un discurso muy bueno de Marcelino Camacho diciendo que los españoles se perdonaban unos a otros por la guerra civil y que se partía de cero y ésa era la idea también del partido. De manera que en el PCE estábamos los estudiosos del marxismo, pero también había gente que simpatizaba con la democracia y que veía que después de Franco lo que hacía falta en España era una democracia occidental.

Los marxistas jóvenes, que éramos muy jóvenes, no queríamos la democracia definitivamente. La veíamos como un paso al socialismo. Pero el paso, digamos, era obligado y, además, como no habíamos vivido nunca en democracia sin censura, pues nos gustaba, nos apetecía.

 

¿Qué fue lo que te llevó a apostatar de la religión comunista?

 

-Para mí hay dos momentos claves: la visita de Alexandr Solzhenitsyn a España y mi viaje a China en el año 76, que es el último año de vida de Mao. Es la época de la Revolución Cultural, la más bárbara de China. Estuvimos casi un mes. Como se trataba de un viaje destinado a personas que veníamos de organizaciones comunistas, es decir, personas de fiar, nos enseñaron todo, hasta las granjas de reeducación, que fue lo más tremendo.

Al ver esto, después de haber leído a Solzhenitsyn, creo que el comunista es un hijo de perra. O sea, hace falta ser muy malvado para ser comunista cuando tú lees ese testimonio y lo confirmas en la realidad. Para mí, Archipiélago Gulag es uno de los libros capitales de la literatura, uno de los diez libros fundamentales. En China ya no es que yo no era comunista, es que me juré a mí mismo ser anticomunista siempre y combatirlos con el mismo afán de defender a los pobres. Porque cuando ves a los pobres bajo el comunismo, es cuando ves a los pobres de verdad: pobres sin esperanza. De manera que, curiosamente, lo que empieza con una lucha contra la dictadura de Franco, acaba siendo una lucha contra la dictadura más perfecta, que es la dictadura comunista.

 

Hoy en día, los comunistas ya no definen su ideología por lo que dicen los manuales. Se refugian en buenas intenciones como «el comunismo es la búsqueda de la igualdad», «el comunismo es querer que no exista opresión», «el comunismo es querer que todos los niños pobres puedan tener zapatos», etcétera. ¿Cómo definirías el comunismo en teoría?

 

-El comunismo es el mecanismo de poder, de opresión, de poder sin límites más perfecto que se ha inventado. El comunismo se basa en expropiar la libertad de la gente. Es robar la libertad y la propiedad que tiene la gente de sí misma. La primera propiedad de uno es uno mismo, el cuerpo, su fuerza de trabajo, su talento. El comunismo busca convertirla en una pieza de una maquinaria que dirigen unos elegidos, que son los dirigentes comunistas.

Es decir, el comunismo es privar de sentido la vida particular para encajarla dentro de una idea de la historia. Es lo que permite a los comunistas mandar sin límites sobre la vida privada y la pública de todo el mundo. Y, además, sin rendir cuentas a nadie.

 

¿Qué opinas de la idea que sugiere que el comunismo no se ha aplicado correctamente?

 

-Todo el comunismo que han aplicado ha sido verdadero, porque se basa en la negación de la propiedad, que es la raíz del comunismo. El comunismo hace el mal y te lo vende como si fuera el bien. Vamos a ver, ¿qué ha producido el comunismo? Pobreza. ¿Ha producido riqueza en algún sitio? Nunca. El comunismo no ha funcionado nunca como mecanismo sustitutivo del mercado. Dicen que el mercado es injusto y que ellos lo harán justo porque saben cómo asignar los precios y los bienes, desde una escobilla de baño hasta un kilo de uranio. Por eso en la Unión Soviética se publicaba todos los años una enciclopedia de no sé cuántos tomos con los precios de todo. No se cumplía ninguno, nunca. Pero la torpeza e ignorancia en economía siempre la han compensado con una represión implacable. Lenin entiende muy bien que a las buenas nadie es comunista y que tiene que ser a las malas. Y eso funciona hasta hoy. ¿Qué es lo único que ha hecho el comunismo hábilmente? Reprimir.

 

¿Por qué entonces los comunistas siguen presumiendo superioridad moral?

 

-Esto lo explica muy bien Stephen Koch en su libro El fin de la inocencia: Willi Müzenberg y la seducción de los intelectuales. Lo importante para un comunista no es la verdad, es sentirse superior los demás. Hoy puede defender una cosa y mañana lo contrario, da exactamente lo mismo si puede mantener esa superioridad. Hoy los comunistas dicen defender a los homosexuales, pero el Che Guevara crea el primer campo de concentración para homosexuales. Ahora dicen que quieren salvar el planeta, pero hay pocas atrocidades mayores que las cometidas por el comunismo real contra el medioambiente.

Son los cambios de táctica, que ya en Lenin y en Gramsci están perfectamente explicados. Esto siempre incluye la mentira, por supuesto. Pero el comunista al hacer esto se siente superior. En cambio, el liberal duda. La derecha se siente más bien inferior. La derecha cree que sus ideas son mejores, pero que ellos son peores que los comunistas. En cambio, a los comunistas les da igual cuáles sean sus ideas porque se sienten superiores. Y eso ha sucedido siempre. En todos los partidos comunistas lo que ves es una fórmula de secta, en la que los sectarios están seguros de tener la verdad suprema y la salvación al alcance de la mano. Y el que no lo siga no merece vivir, está fuera de la verdad.

 

¿Cuál es el rol del resto de las izquierdas en este sentido?

 

-Los que lavan la cara de la represión y del terror rojo son los socialistas. Es la izquierda en general la que siempre ha protegido al comunismo como el hermano un poco díscolo, pero en el fondo el de verdad, el hermano legítimo, el que busca de verdad la igualdad social. Dicen: «Hombre, mata un poco, quizás es un poco genocida, pero la intención es la misma que la mía y es bueno, es de los nuestros». Eso ahora se ha extendido de tal manera que prácticamente en España no hay manera de distinguir un texto del Partido Comunista, de otro del Partido Socialista, de la izquierda, de la ETA, son exactamente lo mismo. Sin el socialismo el comunismo sería una minoría irrelevante.

 

La figura de Lenin es la que más se ha visto beneficiada por la buena prensa que siguen teniendo los comunistas. Sigue siendo reivindicada cada 22 de abril por todos los partidos comunistas del mundo y no sucede lo mismo con Stalin, Pol Pot, Mao o Kim Il-Sung. ¿Cómo se explica ese trato preferencial?

 

-Bueno, eso es una cosa muy ingeniosa que hacen Beria y los que, a la muerte de Stalin, con el fin de salvar la dictadura comunista, dicen que el camarada Stalin traicionó la sabiduría científica y profética del camarada Lenin. Por supuesto, Stalin estuvo en el primer gobierno de Lenin, robaba bancos para Lenin. Stalin es el mejor alumno de Lenin y su sucesor natural. Stalin es el hijo natural y político y moral de Lenin, es el que mejor entendió el comunismo y, por desgracia, como dice Stéphane Courtois, es probablemente el mayor talento político del siglo XX.

 

Richard Pipes, gran escritor polaco-estadounidense, dijo hace unos años en Libertad Digital que el «comunismo tiene historia, pero no tiene futuro». ¿Qué opinión le merece esta afirmación?

 

-Todo lo contrario, el comunismo se está quedando con el futuro porque se ha dedicado a reescribir el pasado, que ha sido el don astuto que han tenido desde el principio. Cuando cayó el muro de Berlín, no es que la derecha haya ganado, fue el comunismo el que se hundió solo. Es imposible ganar sin pelear. Por no haber peleado entonces, por no haber convertido a Rusia en una democracia y no haber impedido que fuera una dictadura, ahora están masacrando ucranianos.

El triunfo actual del comunismo en todos los ámbitos, que es un triunfo real, pues es porque la derecha no ha combatido, es más, sigue sin combatir, con una diferencia con respecto a mi generación: nosotros estábamos en la Guerra Fría, y estabas en un bloque o en otro, ahora no, ahora está el bloque rojo, que es además el de los negocios. Los grandes negocios se hacen con China, con Irán, con Venezuela, con Rusia incluso, con Arabia, siempre dictaduras. O sea, el gran negocio en Occidente está en entenderse con las dictaduras, pues acabará muy mal, porque es imposible un mercado sin ley por encima del poder político, y eso es imposible en una dictadura.

 

«La torpeza e ignorancia en economía siempre la han compensado con una represión implacable. Lenin entiende muy bien que a las buenas nadie es comunista y que tiene que ser a las malas. Y eso funciona hasta hoy. ¿Qué es lo único que ha hecho el comunismo hábilmente? Reprimir».

El comunismo en Hispanoamérica

 

Fuiste testigo clave del nacimiento de Pablo Iglesias como figura política. Debatiste con él en un programa de televisión que lo catapultó a la fama e incluyes ese debate como un anexo de Memoria del comunismo. En La vuelta del comunismo dedicas un capítulo a la genealogía de Pablo Iglesias. ¿Cómo evalúas su figura y su paso por la política española?

 

-Esa vez yo le dije: «Me recuerdas a mí cuando era gilipollas». Luego vi que había otra dimensión en Pablo Iglesias que era la de la mentira. Es un farsante, su padre era un terrorista y él lo negó. Su abuelo era un vendido al régimen de Franco, que trabajaba para los sindicatos verticales y él lo vende como un socialista de toda la vida. Es decir, algo que caracteriza a Pablo Iglesias, junto a la cursilería, es la mentira sistemática.

Yo creo que Pablo Iglesias ha muerto políticamente porque se enfrentó directamente con la mejor líder que ha tenido la derecha española en mucho tiempo, que es Isabel Díaz Ayuso. Pero sus ideas están más vivas que nunca, porque las tiene Pedro Sánchez. Las ideas de cargarse la monarquía parlamentaria y el régimen del 78 ahora es la ideología del gobierno.

Pero Iglesias tiene un liderazgo natural. En ese momento era un carisma indiscutible. Porque era un tío que tiraba para adelante. Yo siempre dije que a éste lo único que le falta para convertirse en dictador es coger la bandera española. Que es lo que sí hace Chávez y lo que hacen otros, coger la bandera nacional. Pero odia a España, porque piensa que España es una cosa de los reyes católicos y de Franco y tal y cual. Y entonces no es capaz de asumir la idea nacional. Si Podemos hubiera tomado la bandera española, tendríamos ahora a Pablo Iglesias de dictador en España y yo pidiendo asilo en Valparaíso.

 

En La vuelta del comunismo también demuestras el íntimo lazo que unía a Iglesias y Podemos con el régimen de Chávez y Maduro. La financiación oscura que recibieron desde Venezuela e Irán …

 

-No, oscura no, ¡clarísima! En ese libro estudio que Pablo Iglesias y todo su grupo -Monedero, Errejón- están desde el principio en una fundación que se llama CEPS, creada y dirigida desde Valencia por Roberto Viciano. Este profesor es el que toma la idea de Carl Schmitt de que el poder genera derecho. Por eso Iglesias adora a Carl Schmitt, porque la fuerza se convierte en derecho, que es una cosa también muy comunista, el poder está en la punta del fusil. Pero desde el principio ellos asesoran al régimen de Hugo Chávez y cobran de ellos. Hasta el punto de que le asesoran cuando muere Chávez y en sus últimos momentos. Desde España ellos le dan el mecanismo para que no se vea que está enfermo. Le dicen cómo se tiene que vestir, lo que no tiene que decir, que no hable de su vida privada porque se va a notar que se emociona. Es decir, estaban hasta en los detalles más mínimos de la comunicación de Chávez.

 

Algo que no ayuda al combate del comunismo en la región es que el líder de la Iglesia Católica diga cosas como: «Son los comunistas los que piensan como los cristianos». Algo impensado en sus predecesores.

 

-Bueno, pero el Papa es un horror. Es una de esas cosas que demuestra que el mal existe y no deja de funcionar. Milei dijo que era el representante del maligno en la Tierra. Yo digo que no, es el tráiler del Anticristo porque le falta categoría intelectual, porque encima es tonto, es un ignorante. Odia a España, no ha querido ir a Ávila para el IV Centenario de la canonización de Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia.

El otro día cuando los curas villeros hacen una misa en contra de Milei, ¿unos curas? ¿Un sacramento contra un dirigente político? ¡Qué clase de Iglesia es ésa! Los curas villeros parecen mendigos, como si no conocieran la ducha ni el jabón. Cuando yo era niño, los curas iban perfectamente peinados, vestidos y duchados. No iban vestidos de golfos, que parece que salen de un grupo de yonquis. Una cosa tremenda.

¿Pero a qué responde todo esto? Pues a una de las tradiciones de la Iglesia. La Iglesia siempre ha tenido dos tradiciones: la de la defensa de la propiedad y la de la lucha contra la propiedad —que estudió Antonio Escohotado en su trilogía de Los enemigos del comercio. Y estas dos tradiciones son como un Guadiana, que aparece y desaparece a lo largo de los siglos. Y ha reaparecido lo peor del catolicismo. Francisco es el leninismo con crucifijos, que era la teología de la liberación. Pero ahora se le agrega la demagogia cursi del peronismo. Es el cáncer con diabetes.

 

 

Viejas nuevas obsesiones

 

Algo característico de las agendas de los partidos comunistas en la actualidad es el desprecio por la nación y su afán por balcanizarla. Pasa en España con Podemos y los separatistas, pasó en Chile con la fallida propuesta de nueva constitución. ¿Por qué desde el comunismo se mira con tan buenos ojos la idea de plurinacionalidad?

 

-Porque la nación es anterior al estado. El artículo segundo de la Constitución de Cádiz de 1812 dice que «la nación española es libre e independiente y no es, ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona». Es decir, la soberanía es del pueblo. ¿Por qué? Porque los que hemos nacido aquí somos propietarios de toda la nación. Entonces, la idea de propiedad es inseparable de la idea nacional. Por eso los comunistas quieren trocear la nación en tribus: para poner al estado comunista por encima de todo.

 

«Los cambios de táctica ya en Lenin y en Gramsci están perfectamente explicados. Esto siempre incluye la mentira, por supuesto. Pero el comunista al hacer esto se siente superior. En cambio, el liberal duda. La derecha se siente más bien inferior».

 

Por eso la nación es fundamental para crear una comunidad de libres e iguales. Sin embargo, vemos que dentro del liberalismo hay quienes miran con mucha sospecha defender este concepto correctamente.

 

-Es que creo que el problema del liberalismo es que se ha hecho demasiado economicista. Por eso, cuando yo comparo a Mises con Juan de Mariana veo que en Mises hay un problema. Mises demuestra que el socialismo no puede funcionar. Pero sustituir al mercado no sólo es ineficaz, es profundamente inmoral, porque atenta contra la libertad humana y contra la dignidad del individuo.

Creo que en el liberalismo se ha hecho demasiado hincapié en la parte económica. Y, en cambio, la idea nacional es esencial para la igualdad ante la ley. No hay estado sin ley y no hay ley sin estado. Entonces, me parece absurdo que la gente diga: «No, yo soy anarcocapitalista». No, tú lo que eres es un chico de la universidad un poco despistado. Pero el liberal necesita al estado para garantizar la propiedad y la libertad. Y para que el estado sea de todos es necesaria la idea de un estado nacional con una monarquía o una república constitucional que garantice tus derechos básicos por medio de una constitución. Y eso no solamente no ha sido superado, es que no se puede superar.

 

Otra de las banderas comunes del comunismo en España y en Chile es el afán por imponer una verdad histórica a través de leyes de memoria. Lo vimos en España desde Zapatero, hoy lo vemos con fuerza en Chile con Boric. ¿Qué tiene de comunista esto de intentar adueñarse del pasado?

 

-Todo, porque es una vieja idea oriental, que además la tienen Marx y Engels: el que domina el lenguaje domina la cosa. Si tú nombras la cosa, la cosa es tuya. Por eso la obsesión de los comunistas por el nombre de las calles. No les gusta la «calle del médico», tiene que ser la «calle del camarada X», porque el médico no es el partido.

Había un dicho americano que decía «lo más difícil de prever en la Unión Soviética no es el futuro, es el pasado. Porque cada vez que cambiaba un político, cambiaban las calles y los héroes de la Unión Soviética». ¿Por qué? Porque ante todo ellos entendían que para dominar el futuro tenían que dominar el pasado y creaban un pasado a la medida del presente, que es lo que ahora hacen los comunistas de todo el mundo y la izquierda en general. Le quieren quitar una estatua a Jefferson porque tenía esclavos. Bueno, sí, pero también creó la Constitución Americana. La historia se hace con el material humano que hay en cada momento.

Pero esta idea de que el pasado tiene que obedecer exactamente a lo que yo pienso hoy … ¿Eso es absurdo? No, no es absurdo, es comunista. El comunismo es el dominio de la historia. Reescriben la historia porque ellos se creen los señores de la historia.

 

¿Cuál ha sido el principal problema de quienes pretendemos enfrentar al comunismo?

 

-Todos los problemas de la derecha vienen de admitir que la izquierda es superior. Pero esto está cambiando, por eso me gusta mucho el caso de Milei. Me gusta mucho el trabajo que estáis haciendo en Chile. Yo cuando veo a Axel (Kaiser), te veo a ti, gente joven todavía, me digo: «Cuando yo tenía vuestra edad tuve que aprender por mi cuenta», ahora hay maestros y ese cambio es extraordinario. Cuando fundo La Ilustración Liberal hace 25 años, estaba en Albarracín junto a Alberto Benegas Lynch (h), Carlos Alberto Montaner, Mario Vargas Llosa … en ese momento éramos cuatro gatos realmente, había algunos liberales, heroicos, pero había una gran dispersión.

En cambio, ahora, sobre todo en los últimos 20 años, ha habido un cambio, porque ha habido gente joven dispuesta a pelearse con la izquierda en los mismos términos que la izquierda nos combate. Cuando veo, por ejemplo, a un joven en Perú, el hijo de Enrique Ghersi, que recorre su país y recoge dos millones de firmas para que no toquen la constitución es cuando digo: «Chicos, hay esperanza». No debéis perder la obligación moral de ganar. Nosotros, los liberales, tenemos la obligación de ganarle a comunismo. ¿Por qué? Porque el comunismo no nos deja vivir, y porque es un asco. Eso hay que transmitirlo por tierra, mar y aire.