Hace 32 años estuvo presente en el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar la banda norteamericana Faith No More. Su vocalista Mike Patton, con solo 23 años, captó la mirada del escritor y director de cine Alberto Fuguet. En este relato el autor chileno narra cómo Patton cautivó su atención, los recorridos que hicieron juntos, y hasta la ropa que le prestó para el show. Un relato en primera persona de un personaje único e irrepetible en una época especial de nuestro país, y su inevitable efecto en el imaginario del propio en Fuguet.
En diciembre de 1990, pocas personas en Chile conocían la existencia de Faith No More y menos aún tenían una conexión con Mike Patton, el vocalista de la banda.[1] Lo admito, no estaba en ese rockero y selecto subgrupo. Sin embargo, en menos de dos meses, la Operación Patton que instigamos con el propio cantante había concluido. A partir de ese verano, FNM y, sobre todo, Mike, forjaría una relación «única e irrepetible» con Chile. Un lazo tan curioso y cercano que terminaría con la banda cerrando una Teletón en un Estadio Nacional repleto. Patton encontró en Chile su lugar fetiche, el único país que lo quería de manera irrestricta («un idilio») y leal, que lo apoyaba en lo que fuera, agotando todos los conciertos de sus creativas y subterráneas apuestas musicales (Mondo Cane, Mr. Bungle). Durante más de 30 años, la conexión no se ha enfriado y
Patton ha sido, incluso, candidato a Rey Guachaca, centro de campañas espontáneas para que le otorguen una nacionalidad por gracia y se ha vuelto no solo parte de las leyendas urbanas (almorzó en El Hoyo, conoce el desaparecido 777, fue a comprar discos y cortarse el pelo en el Persa), sino que ocupa un lugar privilegiado en el inconsciente colectivo y la cultura pop desde esa vez que debutó (sin aviso) en el Festival de Viña de 1991.
Durante los cinco días que estuvo en Viña se fraguaron los cimientos del particular lazo entre Patton y Chile. Una relación que, sin duda, no posee con ningún otro país del mundo. Solo acá es tan mediático. A partir de lo que ocurrió en la Quinta Vergara, todo se vuelve récord público y es parte de tesis universitarias,[2] biografías de FNM,[3] clips de YouTube y largas entrevistas, tentativas de documentales, además de innumerables e inolvidables conciertos cada cierto tiempo, tanto en Santiago como La Serena. Pero antes que Mike apoyara el estallido social (lo que no es cierto, pues ni siquiera se enteró mientras ocurría) y se arrodillara ante el poder kitsch simbólico de Don Francisco, le besara el anillo y lo tratara, con respeto, como un Don Corleone, mucho antes que me pidiera ideas para cantar un clásico chileno (Qué he sacado con quererte de Violeta Parra, recomendación del productor Cristián Heyne), décadas antes que diera una clase magistral en la UDP o hiciera un comercial para la radio Sonar en perfecto español o se vistiera de huaso en el teatro Coliseo, sucedió en Viña un día la idea de usar al país como un escenario mayor.
En el número de abril de 1992, de la extinta revista Mundo Diners, escribí en mi columna de música, que titulé Recuperando la fe, esto:
«Mike Patton salvó el verano. Con su pelo rapado a lo sioux, su camisa button-down celeste, su corbata de seda tipo La sociedad de los poetas muertos, sus shorts a media pierna y sus inmensas zapatillas de rapero, fue lo mejor del pasado Festival de la Canción de Viña del Mar. Lejos. El carismático Mike Patton (que es post-post todo) y los Faith No More quebraron todos los esquemas, sorprendieron y cautivaron, asquearon y molestaron. Dios los bendiga. Inyectaron vida, humor, contemporaneidad, sacudiendo de un riff la apoltronada y decididamente estúpida modorra que rodea la dichosa Quinta Vergara, poniéndonos al día con el sonido y el desequilibrio de los noventa en apenas unos minutos».
«Durante los cinco días que estuvo en Viña se fraguaron los cimientos del particular lazo entre Patton y Chile. Una relación que, sin duda, no posee con ningún otro país del mundo. Solo acá es tan mediático»
Ese verano me sentía con poder mediático para «alterar las cosas». Estaba a la vez escindido y entero en una vorágine sensorial, dispuesto a jugar y usar todo mi capital para promover el pop como arma de lucha. Jamás pensé que un sueño húmedo («poder entrevistar a MP») podía no solamente volverse real sino que el propio Mike pudiera transformarse en mi cómplice («responde lo que más te sirva y ayude a la causa»).[4] La causa era liberar al país de las llagas represivas instaladas en la dictadura. Pero, borracho, estaría dispuesto a confesar: «esto es puro role play, esto es transferencia del primer nivel». La meta colectiva en esa época era pasar piola. Patton, por lo que deduje a través de la poca información que tuve a mi alcance, no le interesaba pasar piola, sino ser irreverente.
Quería usar su fama para dinamitar el sistema que lo elevaba.
Estaba dispuesto a perder con tal de no dejar de seguir creando.
La curiosidad era su motor.
Siempre ha tenido la capacidad de procesarlo todo.
De leer entre líneas.
Patton venía llegando de Brasil donde FNM arrasó. Fue portada de Spin[5] y FNM era nombrada la banda del año (1990). Esto le otorgaba legitimidad. Incluso tenían videos en MTV. No estaba preparado, por lo tanto, para el rechazo de la prensa local y el componente kitsch del Festival de Viña. Mirando hacia atrás, creo que esa fue una de las razones por las que quiso ir más allá en su segunda noche en la Quinta Vergara.[6]
En efecto, FNM logró establecer una conexión con ese Chile joven profundo de los noventa, pero era Patton el objeto del deseo. Desde el día uno. Se convirtió en una suerte de «hijo díscolo expulsado» que regresó justo para la llegada de la democracia, pero que exigía más, le parecía todo demasiado cartucho y acotado. Es el factor Patton. Mike altera, seduce y sirve de espejo. El hijo que nunca se ha vendido y siempre ha provocado estallidos en cada una de sus visitas.
Todo empezó con la llegada de la revista Spin a los estudios de la radio Concierto, o es lo que me gustaría creer. El asunto es que el número de diciembre de 1990 anunciaba a un grupo que no conocía como la banda del año. Una suma de casualidades lo traía a Chile, a Viña, al Festival. ¿Sabían lo que traían? Claramente, no. ¿Habían leído la entrevista de Spin donde Patton alzaba el onanismo como manera de conexión en vez de enganchar con las fans? Tampoco. En mi caso, padecí de una suerte de crush hacia Patton (más que a Faith No More) antes de conocerlo. Spin me bastó: alguien que se ve así, que canta así y podía, además, pensar así.
Esto es lo que le dijo a la revista norteamericana y que fue lo que me fascinó:
«Masturbarse es bastante más fácil de hacer que relacionarse con alguien —sentencia Patton—. Es como jugar con una consola de video. Puedes empatizar con la máquina de manera mucho más fácil que con un ser humano. Te das duro por horas y horas y ni lo piensas. Con el sexo, no importa cuán genial es, al final siempre falta algo».
Para luego subrayar todo por si no le quedaba claro al periodista:
«Le pregunto a Mike si se masturba menos ahora que tiene una legión de chicas fans ansiosas ofreciéndose. “Para nada”, responde. “La única diferencia es que ahora me masturbo frente a la gente. Conocí a esta chica en Filadelfia. Estuvimos todo el día juntos y terminamos en mi cuarto. Terminé masturbándome mientras ella me miraba”. ¿Sexo seguro? “Para nada. Es algo completamente distinto. La masturbación es como un nudo que tengo adentro y que no puedo destrabar”».
Cuando entendí que Mike Patton no solo quería ser mi amigo,[7] sino que me daba total acceso para escribir de él, no dudé en aprovechar la ocasión para cubrirlo como si en efecto fuera el músico más famoso y célebre del mundo. No lo era ni lo fue, pero acá sin duda remeció. Le propuse un par de ideas. Y un cambio de look. Aceptó. Para una sesión de fotos le presté una camisa azul y una corbata que parecía de colegio particular. A Mike le costaba creer que así debían vestir los colegiales. Justo habíamos conversado de La sociedad de los poetas muertos. A cada rato me preguntaba: ¿este es un país desarrollado o tercermundista? O que le parecía raro venir a tocar a una dictadura. Yo le insistía en que esa época ya se había terminado.
—Really, dude?
Mientras, había convencido a mi subeditor para entrevistarlo en las páginas centrales del Wikén y que Mike fuera la portada. Posó, por lo tanto, en una tina y en distintos lugares del Hotel O’Higgins. Tanto le gustó la tenida que me la pidió prestada. «Ahora van a ver que hacen sus hijos después de clases», me dijo Patton, con 23 años recién cumplidos. Luego me devolvió la camisa y la corbata empapadas en sudor. El viernes desperté temprano para la portada. Mi editora, enemiga acérrima de todo lo que era pop y joven, me tenía, por lo demás, en la mira, cambió a Patton por Chayanne. Era muy tarde para extirpar la entrevista, pues ya se había impreso. Le reclamé. Me advirtió: sé lo que estás haciendo, sé que estás intentando usar el diario para promover tu agenda. Esto, de alguna manera, era cierto. Chayanne también ha armado un lazo con Chile (menos intenso, pero más masivo) y lo vemos en cada navidad hacer comerciales para Falabella.
La entrevista a Patton la titulé «Aislado entre tanto grito».
Partía así:
«Lo fácil es tratarlo de imbécil, degenerado, decadente. Pero qué bueno que así sea. Así las cosas quedan claras y uno sabe quién es quién. Porque, claro, qué más fácil que desechar a Mike Patton y a los Faith No More. Desestructura, impacta, fusiona, no deja a nadie tranquilo. En un viaje por el litoral central, que incluyó una larga parada en “el cementerio” de Reñaca y un almuerzo en Horcón, Mike Patton habló con Wikén. También tiró tallas y se bañó en el mar y conoció varias chicas, dos de las cuales se unieron al paseo. Escuchando temas de la onda disco y canciones de Myriam Hernández, Patton se mostró tal cual es: como un tipo muy joven, muy inocente, al que no le queda del todo claro qué quiere, que aún vive con sus padres, que tiene un perro salchicha».
Bastó una entrevista,[8] un video,[9] y una canción[10] que tocamos al aire en la radio,[11] para que yo me colocara en la primera línea de los fans acérrimos. También ayudó el factor Chile: democracia nueva, tibia, tímida; comienzo de la globalización, el colapso del prestigio de los medios tradicionales, la mediocridad y conservadurismo del status quo. Estaban todos los elementos para una tormenta perfecta y Mike Patton, pienso, se dio cuenta. A veces creo que él me ayudó a poner en marcha una puesta en escena transmediática, lo cierto es que, ahora que miro para atrás a lo largo de esos treinta y dos años, me doy cuenta que yo solo lo ayudé en remecer el país que, de inmediato, lo rechazó antes que tuviera la posibilidad de mostrarse. El talento de Mike Patton era superior a mis cálculos y no se quedaba en responder sin miedo una entrevista. Era culto, empático, lector. Además, tenía una voz privilegiada, era un actor innato, un performer con sentido de la puesta en escena, un hombre camaleón conectado a lo pop y un atleta de primera línea. Patton no salía a cantar, se subía al escenario para desatar un rito pagano.
Es probable que Mike estaba más aburrido y quiso jugar, lejos de casa, en el fin de mundo. Yo quería aprovechar su visita para dinamitar lo más posible y epatar al público «allá afuera». Otra posibilidad: Patton leyó y descifró signos que no pude ver. Se dejó llevar. Lo hemos discutido un poco.[12] Pero sin duda él aceptó y confió en mí, a pesar de que era representante de la prensa.
Quizás fue mi acento gringo delataba que era californiano y podía ser leal. O tuve buenas ideas. Al final, él podía decidir qué hacer y qué no. Tenía 23 años recién cumplidos, pero ya había sido portada de Spin y logró seducir al público brasilero en Rock in Río. La democracia debía sentirse en el cuerpo, pensé. O quizás ni pensé eso y solamente estaba intentando filmar sin cámaras o narrar la novela con el tipo de héroe que deseaba leer. Estaba engrupido, era joven y arriba de la pelota. Pronto todos mis secretos y máscaras y lados B y alter ego iban a derrumbarse. Pero no aún. Mi crisis de identidad (Persona de Bergman en la era MTV) permitió interpretar la llegada de Mike Patton como la de un mesías. Primero me llegaron unas señales claras, además de mensajes cifrados y letras de canciones y esos dos videos cargados de información. Las drogas, la paranoia, los leves estados psicóticos sin duda ayudaron a procesar una serie de casualidades como un llamado. Lo que nunca pensé es que el hijo pródigo llegaría a esta tierra perdida y abollada para crear su tierra prometida (¿o ayudarme a encontrar la mía?).
Unos cuatro años después, en una entrevista que le hice por teléfono con ocasión de la salida del disco King for a Day, Fool for a Lifetime y su inminente participación en Monsters of Rock en el Caupolicán («la fiesta de los pollos»), Patton recordó así su primera visita a nuestro país:
«Veamos… Chile fue raro… Me acuerdo de esas lenguas babosas… Erizos, así se llamaban, ¿no? Bueno, y me acuerdo de esa playa y de esas chicas».
Mike se refiere a la caleta de Horcón. Ahí compró un ejemplar de La Estrella, donde salía en la portada bajo un titular que decía algo así como «Mohicano ataca la Quinta». Adentro, en el suplemento ad hoc, varios periodistas de espectáculos coincidían en que Faith No More, y Patton en particular, era lo peor que había pasado por el escenario viñamarino. «Plis, No More», tituló uno. Entre sus enemigos se encontraba el conservador y provinciano crítico de espectáculos Ítalo Passalacqua.
Cuando supe que Patton cantaría en Viña, me quedó claro, debía ser el discípulo, el encargado del evangelio que era necesario esparcir. Yo escribiría el guion. Él daría la cara, sacaría la voz y pondría el cuerpo.
+ + +
¿Crees que, de no ser por tu creatividad, te hubieras convertido en un psicópata?[13]
Creo que justamente es mi creatividad la que me permite ser un psicópata.
Just a man, la última canción en el disco, me sorprendió bastante. Realmente me gusta. ¿Te has sentido alguna vez como Ícaro, digo, has quebrado ciertas leyes (como el querer volar) y después has sentido que has tenido que pagar por ello?
No te voy a responder. Sí te voy a admitir lo siguiente: Billy (Gould, el bajista) tuvo esta idea musical, pero le daba vergüenza mostrárnosla. La escuchamos igual, y nos rayó. Realmente nos encantó. Entonces me tocó escribir la letra y sentí que debía captar el espíritu original, o sea. Que a mí también me diera vergüenza. Y me dio. Creo que es una canción que pudo haber escrito un tipo de cincuenta años en medio de una crisis existencial.
Crees que es importante que al escribir sientas vergüenza, que te dé plancha lo que has escrito?
De todas maneras. Si no, ¿Para qué hacerlo? ¿Cuál es el punto? Si no te avergüenza, creo que no funciona. Es como mostrar un poco tu cuerpo.
«Mike, forjaría una relación “única e irrepetible” con Chile. Un lazo tan curioso y cercano que terminaría con la banda cerrando una Teletón en un Estadio Nacional repleto»
Creo en los doppelgängers. O me gustaría creer en la importancia de esos dobles que no son más la proyección de uno mismo. Cumplen, acaso, la idea del hermano perdido, del socio a toda prueba. Yin y yang. No sé. Sí sé esto: quería escribir algo que importara. Que removiera. Que fuera masivo.
Con la vista en el espejo retrovisor, incluso pasado por terapia, todo calza mejor, todos los puntos se unen, casi parece planeado, un complot.
Pero no fue tan así.
Como en todo, la venida de Mike Patton a Viña fue una suma de casualidades. Lo que hicimos juntos y cómo intentamos huevear, en público, no lo fue. Yo escondido, él dando la cara, el cuerpo, la voz. Las distancias entre los dos acaso eran enormes, pero es probable que, en ese momento, era más conocido que él en Chile. Mi idea era que fuera al revés.
Necesitaba un alter ego.
Es clave tener un escudero.
Necesitaba tener un actor que actuara como yo quería verme.
Era fines de 1990 y yo ya contemplaba cosas oscuras, estaba en la orilla, jugaba con fuego, quería arrepentirme y empezar de nuevo, enmendar todos mis tropiezos.
Como buen escritor (aunque todos decían lo contrario), creía más en mis personajes más que en mí mismo. Recién partía (tenía dos libros inéditos en mis espaldas), pero ya entendía que necesitaba algo más.
Escribir no bastaba.
Había que rockear.
[1] Fue tal mi fascinación con Mike Patton que, luego que se fuera, me sirvió de inspiración para dos personajes: Josh Remsen, en Mala onda y Pascal Barros en Por favor, rebobinar. Es más: su pasada por Viña me remeció tanto que pude por fin zafar de mi bloqueo y poder terminar de escribir la novela que llevaba varios años macerando en un cajón. Su epígrafe fue, en efecto, un trozo de la letra de Falling to Pieces. A lo largo de los años me cedió permiso para usar temas suyos en cintas como En un lugar de la noche (el tema Evidence), cuyo guion era de mi autoría, y Just a Man al final de mi segunda película Velódromo.
[2] Jara, J. (2023). Faith No More y Chile: Una historia oral de sus treinta años de amistad. Memoria para optar al título de periodista, categoría crónica, Universidad de Chile.
[3] Small Victories: The True Story of Faith no More de Adrian Harte.
[4] «Your partner in crime», fue cómo lo articuló, es decir, «cometamos todos los crímenes que consideras necesario; te apaño, te la compro».
[5] La alternativa indie y supuestamente más libre y jugada e intelectual a la Rolling Stone.
[6] La noche que salió con camisa celeste y corbata. La misma que le dedicó una canción a «Myriam Hernández, mi amor». Esa que cantó Easy de los Commodores. La del 6 de febrero en que besó a Antonio y le tocó el poto. Nada tan rupturista, aunque para esa época, un verdadero terremoto. «Please, no more», decían todos. Menos algunos chicos en la galería y muchísimos en sus casas mirando la tele, con la boca abierta y sintiendo que, en efecto, ya quizás no estábamos en dictadura.
[7] Hang out, ir a la playa, carretear, almorzar, ir al bar, ver tele, conversar.
[8] La de la revista Spin. Mike Patton, de alguna manera, dice lo que todo rockero rumbo al estrellato no debe decir y cuestiona su supuesta fama y a sus nuevos fans: «Nunca he tenido alguien que me admire ni menos que tomen todo lo que digo como la palabra sagrada. Al ser tan joven, no sé ni una mierda; por lo que no estoy en ninguna posición para mirar ser condescendiente con nadie». Y agrega: «Estos chicos que nos siguen son como pequeñas ovejas. Todas estas chicas que gritan y quieren acostarse conmigo, no tiene nada que ver con sexo. Es puro vampirismo. Soy su transfusión. No es ni erótico ni sexual; es de dibujo animado».
[9] El del single Epic es video donde un energético MP no para de saltar y para luego bailar bajo una sensual lluvia, que lo transforma, acaso sin querer, en un boy band cuando se le moja el pelo y la camiseta para terminar con un pez contoneándose al estar fuera del agua.
[10] Falling to Pieces con su estribillo existencial: My life’s falling to pieces / Someday put me together.
[11] IPC (Interferencia por Concierto) fue un programa que transmitió la radio Concierto el último trimestre de 1990. Lo hicimos con Iván Valenzuela los domingos a la noche. Estaba convencido: era clave conversar la noche y conectar con los que estaban en sus casas cansados de que el apagón cultural seguía y, lo que aterraba más, la dictadura (el sistema, la moral, lo under) de alguna manera continuaba.
[12] En su visita con Mr. Bungle en diciembre de 2022, le contamos nuestros juegos durante esa primera venida al resto de la banda, en la Pulpería San Elvira. Esto provocó que el sagaz Trey Spruance declarara: «ahora entiendo, tu fuiste el Goebbels que apoyó a Hitler, ahora entiendo todo». Luego terminamos hablando de Miguel Serrano para desembocar en Rosita Serrano.
[13] Extracto de entrevista mía a MP para revista Rock & Pop, septiembre 1995.