La autora presenta aquí los principales argumentos de los pensadores de este movimiento, entre los cuales se encontraban varios sacerdotes jesuitas, los cuales, con el tiempo, han sido claves en el desarrollo y fundamento de un orden de mercado basado en la libertad y la propiedad. Se describen cinco puntos relacionados al estudio del precio, el contrato, el fraude, la escasez, la inflación, el poder adquisitivo, la usura y más, nociones que sentaron las bases de la economía política.
En una famosa escena de la película Life of Brian (1979), los actores del grupo cómico británico Monty Python, autores y actores de la misma, caracterizados como ciudadanos de la Galilea en la que nacieron Jesús de Nazaret y Brian, el protagonista de la película, se planteaban qué habían aportado al mundo los romanos, es decir, los invasores, exclamando «¿qué hicieron los romanos por nosotros?». En cada ocasión, uno de los protagonistas respondía con algunos de los muchos avances que el Imperio Romano nos ha legado: las calzadas, las alcantarillas, los acueductos, la irrigación, el vino, la enseñanza, los baños públicos, el derecho, el idioma, la paz romana, etc.
De la misma forma, podríamos, en el siglo XXI, preguntarnos qué hicieron por nosotros, ciudadanos de un mundo tecnológico, digital y avanzado, los monjes de la Escolástica tardía conocidos con el nombre de la Escuela de Salamanca.
La Escuela de Salamanca está formada por un amplio grupo de monjes, principalmente dominicos, pero también jesuitas, que vivieron el final de la Escolástica. Liderados por el dominico Francisco de Vitoria (1480-1546), todos ellos tuvieron como inspiración mayor a Santo Tomás de Aquino (1225-1274), principal escritor escolástico, cuyas obras analizaron cuestiones que más tarde resultaron relevantes para la filosofía política y económica libertaria. Francisco de Vitoria perteneció a la orden dominica y estudió y enseñó en la universidad parisina de La Sorbona, donde ayudó a editar una de las ediciones de la Suma Teológica de Aquino y de la Suma de San Antonino de Florencia (1389-1459). De 1522 a 1546, enseñó en la Universidad de Salamanca.
De ahí que el grupo de monjes que siguieron su estela se denomine Escuela de Salamanca.
Desde una perspectiva puramente libertaria, la principal aportación de los escolásticos tardíos es, entre otras, su enfoque individualista, que considera que la persona se distingue por su libertad. Asimismo, destaca su énfasis en la necesidad de la propiedad privada como herramienta para lograr un orden social pacífico, productivo y ético. Finalmente, hay que señalar sus conclusiones sobre la importancia del derecho a comerciar, tanto a nivel nacional como internacional. Además, los escolásticos dedicaron gran parte de sus obras a estudiar aspectos monetarios de la vida cotidiana, como, por ejemplo, la relevancia de la moneda sana, en su función tanto de preservar la propiedad privada como de promover el comercio. En su misión de vigilar que las prácticas de la sociedad, también en el ámbito económico, fueran acordes con la doctrina de la Iglesia Católica, se ocuparon de todos los actos económicos cotidianos desde la perspectiva de la justicia, como, por ejemplo, los precios. Aunque estos pensadores estaban dispuestos a acceder a la noción de un «precio justo», su análisis tendía a equiparar un «precio justo» con los precios de mercado desprovistos de fraude, monopolio o coacción. Además, trataban los salarios, los beneficios y las rentas como un reflejo de la justicia conmutativa (en la que se basaban los contratos), y no de la justicia distributiva, que solo se ocupaba de la justicia en la provisión y distribución de los bienes poseídos en común por una familia o un cuerpo político. Por último, su cuidadosa distinción entre obligaciones y castigos legales y morales resultó ser un aspecto esencial de lo que más tarde se convertiría en la teoría liberal clásica. Los autores escolásticos de los siglos XIV al XVI pertenecían a diferentes órdenes. Por ejemplo, San Bernardino de Siena (1380-1444) era franciscano; San Antonino de Florencia (1389-1459), Francisco de Vitoria y Domingo de Soto (1494-1560) eran todos dominicos; y Luis de Molina (1535-1600), Juan de Mariana (1536-1624) y Francisco Suárez (1548-1617) eran jesuitas. Todos ellos presentaron argumentos que más tarde servirían como fundamento de un orden de mercado basado en la libertad y la propiedad.
Para tratar de entender qué interés podían tener estos doctores de la Iglesia en temas tan «mundanos», desde nuestro punto de vista posmoderno, es necesario considerar la situación económica internacional de la época, cuando el comercio internacional florecía y la base de cualquier transacción eran los contratos. Eso les llevó a estudiar los contratos de compraventa, pero también los contratos de préstamo y de cualquier otro tipo. La justicia entonces no era tan sofisticada y el fraude era un fenómeno común, como se ve reflejado en la literatura de la época. Por ello, la palabra de los monjes escolásticos acerca de los temas monetarios incorporaba una carga moral considerable. De ahí que estas obras fueran tan importantes.
Durante el siglo XVI, la inflación, primero española y después europea, alarmaba a la sociedad, a los reyes y a los estudiosos. En este sentido, se recurrió repetidamente a los teólogos para tratar estos asuntos económicos. En un esfuerzo por establecer directrices para la práctica comercial y centrándose en nociones prácticas del bien público, se alejaron del dogma del pasado y abordaron sus cuestiones con el espíritu de la filosofía del derecho natural. El resultado fue la publicación de toda una literatura que sentó las bases de la economía política.
En primer lugar, fue la escuela de Salamanca la que definió el «precio justo» como el precio naturalmente establecido por el intercambio. Su análisis les llevó a trazar una teoría de la escasez del valor y anticipar la visión moderna de la oferta y la demanda. Rechazaron la concepción del «coste de producción» del escocés Duns Escoto (1266-1308) sobre el «justo precio», argumentando que no existía una forma objetiva de determinar el precio. La mejor definición de su teoría subjetiva del valor la encontramos en el jesuita Luis de Molina, quien estableció que un precio es justo o injusto no basándose en la naturaleza de las cosas sino en cuanto sirven a la utilidad humana.
En segundo lugar, de la mano del valor y el precio, estudiaron las causas de la inflación y las atribuyeron correctamente: la abundancia de dinero implica una caída del valor del mismo y, por consiguiente, una elevación de los precios. Juan de Mariana fue el autor que con más intensidad estudió y que más claramente expresó estas ideas. De esta manera, fueron precursores del francés Jean Bodin (1530-1596) y de aquellos economistas que, con posterioridad, formularon la Teoría Cuantitativa del Dinero.
La mejor definición de su teoría subjetiva del valor la encontramos en el jesuita Luis de Molina, quien estableció que un precio es justo o injusto no basándose en la naturaleza de las cosas sino en cuanto sirven a la utilidad humana»
En tercer lugar, anticiparon la teoría de la paridad del poder adquisitivo de la moneda. La globalización y la apertura de mercados que se vivía, en un entorno en el que coexistían múltiples monedas, trajo consigo malas artes mercantiles por parte de quienes cambiaban unas divisas por otras. Ante la pregunta de cómo sabemos que dos monedas valen lo mismo, de manera que nos aseguremos que el intercambio de monedas va a ser justo, Martín de Azpilcueta (1492-1586), uno de los autores más reconocidos de la Escuela de Salamanca, concluía que dos monedas valen lo mismo cuando compran lo mismo. De esa manera si un caballo se compraba por 100 florines y el mismo caballo se compraba por 200 escudos, el valor de cambio de las divisas era 1/2, lo justo era entregar dos escudos por cada florín. En cuarto lugar, y relacionado con todo lo anterior, los autores de la Escuela de Salamanca estudiaron profusamente y divulgaron el argumento definitivo a favor de la usura. Hay que recordar que la oposición a la usura por parte de la Iglesia Católica en aquel entonces provenía del rechazo a que se obtuviera dinero a partir de dinero. Esta idea, que procedía de los griegos, llevaba a condenar todo préstamo por el que se obtuviera más cantidad de dinero del que se había prestado. . El intercambio tenía que ser por igual, de ahí que el contrato se llamara mutuum. El perjuicio de un mundo sin crédito para una Europa medieval en la que el comercio se abría paso y creaba riqueza era enorme. Es fácil de comprender que existieran razones prácticas, además de las estrictamente filosóficas, en encontrar un modo de no frenar el desarrollo financiero. La propia institución religiosa necesitaba de préstamos para financiar sus guerras, ritos y transacciones. Por ello, los pensadores de la Iglesia dedicaron mucho tiempo y entablaron una discusión sobre la usura que duró siglos. Los primeros argumentos de escolásticos anteriores recurrían a la posibilidad de que el dinero prestado desapareciera físicamente debido a un incendio, un robo o alguna otra desgracia imprevisible. Posteriormente, a mediados del siglo XVI fue el jurista francés Charles Dumoulin (1500-1566) quien aportó el concepto de lucrum cessans, o coste de oportunidad —o lucro cesante, como se conoce específicamente en la jerga jurídica de quien deja de trabajar por perjuicio de una causa exógena—. Esta idea ya estaba en la Escuela de Salamanca: Domingo de Soto o Martín de Azpilcueta aseguraban que el préstamo implicaba una pérdida potencial para el prestamista, en cuanto éste podría estar obteniendo un beneficio al invertir el monto prestado en otra actividad. Este razonamiento cambiaba radicalmente el planteamiento a ojos de la Iglesia. Ya no se estaba obteniendo dinero a partir de dinero, sino que se estaba compensando una pérdida potencial. Y para diferenciarlo de la usura se llamó interesse.
«La Escuela de Salamanca está formada por un amplio grupo de monjes, principalmente dominicos, pero también jesuitas, que vivieron el final de la Escolástica. Liderados por el dominico Francisco de Vitoria (1480-1546), todos ellos tuvieron como inspiración mayor a Santo Tomás de Aquino (1225-1274), principal escritor escolástico, cuyas obras analizaron cuestiones que más tarde resultaron relevantes para la filosofía política y económica libertaria»
En quinto lugar, hay que destacar uno de los debates no monetarios más modernos y que, tal vez, menos se ha tratado: el del socorro de los pobres. Este debate estuvo protagonizado, de un lado por Juan Luis Vives (1493-1540), y por Domingo de Soto, de la Escuela, por el otro. Vives explicaba que hay pobres verdaderos y pobres falsos, que fingen su desgracia para no tener que trabajar y vivir de lo que obtienen con las limosnas. Por ello, proponía recluir a los mendigos en centros y obligarles a trabajar. De esta manera, se ofrecía el trabajo de los pobres a un salario menor al de mercado, de forma que los empresarios tuvieran incentivos para contratarlos. Por su parte, Domingo de Soto defendía que nadie estaría dispuesto a pasar la vergüenza de pedir en la calle si no fuera por extrema necesidad. El pobre es tan libre como el resto de las personas y, mientras no infrinja la ley, debería poder pedir limosna. Está en las personas a quien pide la libertad de darle dinero o no. Para Domingo de Soto la solución de Juan Luis Vives era un tipo de esclavitud que atentaba contra la dignidad y la libertad de los pobres, que ya bastante tenían con su desgracia. Por otro lado, le parecía un exceso el que los empresarios pudieran abusar de los desfavorecidos pagando menos por su trabajo.
Respecto a las diferencias entre dominicos y jesuitas de la Escuela de Salamanca podemos resumirlas de la siguiente manera. Los dominicos de Salamanca, consultados tan a menudo por el gobierno, tenían una visión práctica del buen funcionamiento del Estado español y del imperio; los comentaristas jesuitas parecían adoptar un enfoque más teórico, más cercano a la filosofía social, resultado de su teología subyacente centrada en el ser humano y de un impulso general por revisar el método católico alejándose del escolasticismo dominico tradicional.
«Los autores de la Escuela de Salamanca estudiaron profusamente y divulgaron el argumento definitivo a favor de la usura. Hay que recordar que la oposición a la usura por parte de la Iglesia Católica en aquel entonces provenía del rechazo a que se obtuviera dinero a partir de dinero»
El énfasis jesuita en la voluntad humana se tradujo en una filosofía política y económica más amplia que subrayaba el papel humano (con exclusión de la providencia divina) en todo tipo de cosas y la acercaba así a un enfoque de filosofía natural. Fue muy controvertida la visión jesuita de las bases del gobierno civil. En línea con su enfoque general, de Molina, de Mariana y Suárez propusieron que el gobierno debía basarse en el consentimiento humano y no en el derecho divino. Esto les puso en aprietos con las autoridades reales. Juan de Mariana incluso contempló abiertamente la posibilidad de justificar el asesinato del rey si éste se mostraba tiránico con el pueblo. Lo paradójico es que no fue encarcelado por defender estas ideas tan radicales, sino por denunciar como latrocinio la rebaja del valor de la moneda por el duque de Lerma, el valido del rey Felipe III, en su libro Tratado y discurso sobre la moneda de vellón (1609). Fue encarcelado en 1610, a la edad de 74 años, y permaneció en prisión hasta su muerte.