El abogado, profesor universitario y escritor Axel Kaiser entrevista al escritor y profesor de Historia de América Latina de la Universidad de Bolonia, Loris Zanatta y conversan acerca de la influencia de los jesuitas en Occidente y, especialmente en el ascenso y consolidación de colectivismos en América Latina.
Poca gente conoce realmente el detalle de la doctrina jesuita, su filosofía e historia. ¿Cómo definirías la creencia fundamental, el rasgo distintivo de los jesuitas respecto a otras órdenes u otros movimientos del mundo católico?
Si hay un rasgo que distingue a los jesuitas de otras congregaciones, es que, más allá de sus reglas religiosas internas, ellos creen que el orden mundano debe reflejar la voluntad de Dios, declinada según las circunstancias y épocas históricas. Esto se ve en que los jesuitas, en cualquier período, intentaron crear sociedades sagradas. Órdenes cristianas donde política y religión, ciudadanos y feligreses estuvieran fundidos.
De ahí que los jesuitas fueran algunos de los enemigos más coherentes de todas aquellas novedades filosóficas, institucionales, políticas o económicas que, desde su punto de vista, corrompían o quebraban el orden cristiano tradicional. En el caso específico de Latinoamérica, su enemigo eterno fue la reforma protestante con sus imprevisibles consecuencias. El racionalismo, la revolución científica y el pensamiento ilustrado, y después, por supuesto, el liberalismo en todas sus aristas. Hay un discurso del Papa Francisco Bergoglio que siempre menciono, de antes de que fuera arzobispo, cuando todavía era un sacerdote en los años ochenta, y que coincide no casualmente con la época del gran renacimiento democrático en Argentina. En su discurso, en el que presentaba la historia de los jesuitas, llamaba a la defensa de un orden cristiano, coherente con su visión de mundo, que había sido destruido y fragmentado por los efectos de la reforma protestante. Bergoglio procede a nombrar los enemigos de la sociedad cristiana y el primero fue el teólogo y filósofo francés Juan Calvino que, en sus palabras, creó las condiciones para el triunfo del racionalismo, separando la cabeza del corazón. El segundo gran enemigo fue el filósofo inglés John Locke, porque creó la sociedad de clases y por lo tanto le abrió camino al triunfo de la burguesía, que es la enemiga de los pueblos. Cuando Bergoglio se refiere a los pueblos no es el pueblo del constitucionalismo democrático liberal. Hace entender su visión populista de pueblo como comunidad de fe, en que la comunidad política coincide con la comunidad religiosa. Culpa a Locke de haber creado la sociedad de clases, diciendo que con ello destruyó a los pueblos que existían anteriormente, donde había una nobleza generalizada. Se refiere a una sociedad cristiana medieval, idealizada por supuesto, con gremios de trabajadores, artesanos, etc., en la que el individuo no existía, sino que cada uno pertenecía a un cuerpo y, por lo tanto, tenía su propio lugar en la sociedad que respondía a la voluntad de Dios, en un estado de armonía natural. Los jesuitas eran quienes defendían la idea de que la ruptura europea de la cristiandad trajo los elementos que destruyeron a los pueblos en su cultura, que es la cultura de la evangelización hispánica finalmente, por eso los jesuitas son los principales y mayores enemigos de todos los frutos de la reforma protestante.
En su libro «El populismo jesuita. Perón, Fidel, Chávez, Bergoglio» se lee que uno de los enemigos que menciona reiteradamente Bergoglio en sus discursos es el capitalismo. Además del mercado, la maximización de utilidades, las ideas de la Ilustración y el racionalismo. ¿Estamos ante una especie de reacción en contra de la modernidad como tal?
Es una doctrina que combate la modernidad liberal, le pondría el apellido liberal, porque no es un pensamiento antimoderno en sí. Los jesuitas son demasiado cultos, instruidos e inteligentes como para ser simplemente antimodernos. En realidad, ellos piensan en su trayectoria como una forma alternativa de modernidad, una alternativa no liberal, diría antiliberal directamente.
¿Colectivista en cierto sentido?
En el sentido de que ellos piensan en replicar en la época de las masas, de la tecnología, de la globalización, la experiencia que en el caso latinoamericano tuvieron con las reducciones jesuíticas en el Paraguay. Piensan en adaptar a los diferentes pueblos y a su propia cultura los caracteres de tipo comunitario y religioso de los orígenes. Pero no necesariamente rechazan las tecnologías modernas, ni objetan el cambio social, pero sí tratan siempre de amoldarse a criterios comunitarios, colectivistas, de manera que es una modernidad de tipo orgánico. Un poco cómo se dice de los regímenes corporativos fascistas. Nadie diría que eran regímenes de tipo antimoderno, más bien utilizaron todos los instrumentos tecnológicos, escenográficos, hasta filosóficos de la modernidad para movilizar a las masas y encauzarlas en grandes corporaciones. El pueblo es uno bajo el ideal platónico, opuesto al ideal aristotélico que en cambio piensa en el pueblo en plural. Lo que implica el pueblo único, por supuesto, es el rechazo de la modernidad liberal, porque implica el rechazo del multipartidismo, el rechazo de la separación de poderes. Después, su visión es esencialmente de tipo jerárquico, de arriba abajo o del centro a la periferia. La tercera característica que me parece fundamental es el corporativismo. En su concepción del mundo, aunque se adapte a las diferentes etapas sociales, el individuo está sometido al cuerpo, sometido a la colectividad. La comunidad viene antes del individuo. Cuando Bergoglio dice que el todo es superior a las partes está reflejando precisamente esta visión. Y, finalmente, el estado ético. En la tradición del constitucionalismo liberal, el Estado es concebido como un espacio neutral, no le pertenece a nadie. O sea, define las reglas del juego que todos aceptan. En cambio, en la visión del populismo jesuita, el Estado tiene una función, que es la función que tenían los reyes católicos, de evangelizar a los propios y combatir a los herejes.
Parece una teocracia.
Efectivamente, es cierto que en esa visión hay una idea de la economía sometida a la teología. La reforma protestante plantea una serie de separaciones, en que la política se emancipa de la religión, la esfera privada se emancipa de la esfera pública, la economía se emancipa de la teología. Esto no quiere decir que se vuelvan totalmente independientes, pero sí autónomas; tienen su propia lógica de funcionamiento. En cambio, en la visión del populismo jesuita, no. Todo tiene que conformar una armonía orgánica. Por lo tanto, la modernidad también tiene que ser amoldada a una visión orgánica. Están buscando todo el tiempo la armonía. No reconocen la legitimidad de la diferencia, del conflicto y, por lo tanto, en su relato debe haber una síntesis superadora —hegeliana diría— donde las diferencias terminan en armonía. Esto hace muy difícil la creación de una sociedad pluralista. De ahí también la última característica, que podríamos llamar «pobrismo», la idea —que ya estaba en Platón, en realidad, pero que en los padres de la Iglesia es absolutamente difundida— de que la pureza del orden político, la pureza del pueblo está en los orígenes, en su nacimiento, en el comienzo, que está en el hombre en el jardín del Edén, que es sin pecado original. En cambio, la evolución histórica significa corrupción de un origen de pureza y, por lo tanto, el orden político-social perfecto es ese orden que limita, que ata el cambio social porque el cambio es degeneración. Es como la vida del hombre que, a medida envejece, se va degenerando. El hombre al ingresar a la historia, conoce el mal, conoce el conflicto, conoce la degeneración. Entonces, el orden político perfecto es aquel que limita el cambio social. Efectivamente, si uno ve los sueños de ellos, son los de crear un orden perfecto y el perfeccionismo implica que no haya más cambios. Por eso Fidel Castro cuando llega al poder dice «vivirán en el paraíso de la comunidad organizada», mientras el peronismo proponía un orden que ya no implicaba movilidad social, porque cada uno tenía su lugar en su propia corporación. El chavismo también es la idea de la redención, una vez descubierto el paraíso, ya no hay motivo para cambiar. Este es un punto relevante. La gente se escapa de Cuba no solamente por problemas enormes, problemas económicos y sociales, sino también porque se aburre, no tiene un mañana. El futuro va a ser igual al pasado, en el orden que no cambia porque es perfecto. Este es el sueño que el filósofo austriaco-británico Karl Popper llamaba historicismo, la idea de que la historia tiene un fin, un propósito y, para ellos, ese fin y término llega cuando sea creado el Reino de Dios. El verdadero fin de la historia no es el postulado por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama, sino por el populismo jesuita.
«Cuando Bergoglio se refiere a los pueblos, no es el pueblo del constitucionalismo democrático liberal. Hace entender su visión populista de pueblo como comunidad de fe, en que la comunidad política coincide con la comunidad religiosa»
Dentro de estos personajes que ha mencionado hay uno icónico: Fidel Castro, al que le dedicó un libro, El último Rey Católico. Podría comentarnos, siendo él un referente para toda la izquierda latinoamericana, ¿cómo y en qué sentido, se puede sostener que Fidel Castro es un rey católico influido por los jesuitas?
Bueno, primero yo creo que la categoría misma de populismo, y especialmente de populismo jesuita, en cierta medida, hace que las categorías de derecha e izquierda se vuelvan bastante inútiles. O sea, el pueblo del populismo jesuita es el todo. Es la derecha y la izquierda, es el capital de trabajo, es la síntesis superadora. Como decía un señor alemán: «Ein Volk, ein Reich, ein Führer» o «Una nación, un imperio, un líder». Porque la visión orgánica del mundo finalmente produce esto si no encuentra obstáculo. Después, en la mayoría de los casos se encuentran dificultades y por lo tanto se hibridiza, pero la pulsión totalitaria tiene este fundamento del pueblo único. Dicho esto, el caso de Fidel Castro, yo creo que es el populismo jesuita más realizado. No casualmente Fidel Castro decía que el comunismo era el nuevo cristianismo y que su misión histórica era ser como los primeros cristianos. Son palabras de él. O sea, como los primeros cristianos que estaban en las catacumbas y eran reprimidos y que terminaron convirtiendo al imperio romano que adoptó el cristianismo como religión de Estado y lo difundió en el mundo. Su pequeña isla de Cuba era la nueva Jerusalén. El nuevo comienzo de una nueva religión que, igual que los primeros cristianos, convertiría al mundo, de manera que era muy clara. Ahora, con respecto a su formación jesuita, yo leí todos los discursos de Fidel Castro y me pregunto ¿cómo se le puede escapar a la gente que ahí tenemos un jesuita más que un marxista leninista? No casualmente, si uno mira los documentos diplomáticos de los países del este, se agarraban de los pelos, porque ellos sí que habían estudiado el materialismo científico. Y cuando hablaban con Fidel Castro decían que nunca en la vida se iba a transformar en un verdadero marxista, porque es un español, comentaban, y decirle español era decirlo todo; para ellos era un nacionalista español. Para Fidel Castro, los jesuitas fueron su familia. Él ingresó de niño al colegio y estuvo doce años, toda la edad de formación, hasta que salió para ir a la universidad de interno en los colegios jesuitas. Iba a su casa solamente en el verano. Crecer de interno en la Compañía de Jesús significaba levantarse a las cinco de la mañana y tener la vida de los jesuitas, con ejercicios espirituales, lectura de la biblia, rezos cotidianos y toda la ritualidad típica. De hecho, una vez de adulto Fidel Castro fue entrevistado por Frei Betto (fraile dominico brasileño, teólogo de la liberación) y le dice que, si la Iglesia hiciera un Estado, lo haría como el Estado de Cuba. Tenía un ego descomunal y no se daba cuenta de que en realidad a él le había resultado natural en Cuba crear un Estado según las características de los Estados que las iglesias habían tenido a lo largo de su historia.
«En la tradición del constitucionalismo liberal, el Estado es concebido como un espacio neutral, no le pertenece a nadie. O sea, define las reglas del juego que todos aceptan. En cambio, en la visión del populismo jesuita, el Estado tiene una función, que es la función que tenían los reyes católicos, de evangelizar a los propios y combatir a los herejes».
¿Este catolicismo explica el hecho de que se convirtiera en un ícono de la izquierda en la región?
Si se transformó en una imagen de la izquierda latinoamericana es precisamente por eso. Porque para la mayoría de los secuaces de la revolución cubana en América Latina, el comunismo de Fidel Castro refleja la tradición cristiana, por eso es popular, y no porque fuese un comunismo científico o ilustrado. Castro no es hijo de la ilustración europea, sino que es hijo de la tradición del comunismo evangélico. Cuando Fidel Castro baja de la Sierra tiene los símbolos religiosos alrededor del cuello. Para la mayoría de los cubanos, que no se habían transformado en marxistas leninistas, Fidel Castro era el evangelio, y el evangelio leído según la clave de lectura típica del cristianismo hispánico, era la restitución, la biblia que dice que al reino de los cielos el rico no irá y el pobre, en cambio, será el primero. Bueno, esto es trasladado, secularizado al orden mundano. De ahí que el comunismo haya plantado raíces tan profundas en el mundo católico, no solamente en América Latina, también en Europa. Los mayores partidos comunistas de Europa se han desarrollado en los países católicos: España, Italia y Francia, no casualmente. Yo he crecido en una familia comunista y mi papá no iba a la iglesia porque decía «yo a la iglesia ya la tengo» y era el Partido Comunista. Es una forma secularizada de las creencias cristianas y cuando Bergoglio dice: «No somos nosotros los comunistas, son los comunistas que nos han copiado a nosotros», tiene razón, efectivamente. El problema es que el comunismo de tipo marxista pierde la dimensión metafísica de la religión.
Cuando ve a la dictadura cubana de Fidel Castro, el desastre que significó el peronismo para Argentina, Chávez y la catástrofe venezolana, las violaciones a los Derechos Humanos y el escándalo en Nicaragua, no parece que existiera, al menos dentro de la izquierda de América Latina y sectores afines de la Iglesia, una reflexión mayor al respecto. El mismo Bergoglio parece ser muy afín a todo esto. No es un Papa que está condenando y criticando realmente de manera firme las violaciones de Derechos Humanos.
Es así, pero hay dos observaciones. Primero, la Compañía de Jesús es más heterogénea de lo que parece. Por ejemplo, no es difícil encontrar en países como Bolivia, pero aún más en Venezuela, jesuitas que efectivamente se oponen a la dictadura con argumentos, realmente tomados del constitucionalismo liberal. Por eso yo digo en mi libro que no toda la Compañía de Jesús, no toda la historia de los jesuitas es populista y, por supuesto, no todos los populistas son jesuitas, así que en esto hay que diferenciar.
No es que Bergoglio no vea los desastres de estos regímenes políticos. Los ve, pero bajo la visión del mundo de Bergoglio y de los jesuitas que piensan como él, la prioridad es la cultura de los pueblos. Y en América Latina la cultura de los pueblos significa, desde su perspectiva, la cultura de la evangelización. Esta, desde su visión, moldeó de una vez y para siempre la identidad de los pueblos latinoamericanos.
Del otro lado están los que en Argentina se llaman los cipayos, que Bergoglio llamaba la clase media colonial. O sea, son todas aquellas partes de la población que no son pueblo, porque en cierta medida han sido contaminadas por las ideas racionalistas seculares venidas de Europa.
Bergoglio lo decía en el 74, y lo sigue diciendo y pensando hoy. La Iglesia no puede sino apoyar a los movimientos de tipo nacional popular, porque son aquellos los que reflejan el pueblo de la evangelización. De ahí que ellos no sean chavistas, peronistas o castristas para este clivaje de tipo cultural religioso. Para ellos, estos movimientos no son partidos políticos, sino que encarnan la tradición nacional popular, que tiene sus raíces en la evangelización cristiana. Pero se encuentran con el problema de que el campo nacional es popular. El peronismo, el castrismo, el chavismo, y todos los demás hermanos, como el sandinismo, en su interior, tienen tanto la raíz nacional popular como unas penetraciones —las llamarían ellos— de sectores secularizados, que defienden los nuevos derechos: el aborto, el divorcio, el matrimonio homosexual, y que forman parte de una estrategia de centrismo, digamos así, por parte de la izquierda de tipo moderna, postcolonial, marxista, o lo que sea. Estamos hablando en este caso de una pelea en familia. Están combatiendo todo el tiempo en interna para devolver el chavismo, el castrismo, el peronismo a sus raíces católicas y populares. Y me parece que esa es la clave que permite entender su comportamiento. De manera que Bergoglio seguro que no ama a Maduro en sí mismo. El chavismo representa, en el campo de Venezuela, el frente nacional popular, porque del otro lado están la clase media, los escuálidos, que son los infiltrados extranjeros. Pero, para ellos, dentro del chavismo hay que rescatar las raíces nacionales populares, eliminando todas las incrustaciones de tipo marxista o posmodernas.
¿Es esta matriz de cultura latinoamericana impregnada de catolicismo en el sentido que hemos conversado una causa central de por qué nuestra región no puede avanzar de manera sostenible y convertirse en algo como Estados Unidos, Nueva Zelanda, Australia o Suiza?
Sí, yo creo que la raíz está ahí. Y creo que la clave es entender la historia religiosa. Es la fractura de la cristiandad la que creó las condiciones de pluralismo, no solamente religioso, sino también político en el área protestante, y el pluralismo político favoreció el nacimiento de ideas nuevas, de innovación, de heterogeneidad, de desafíos, de aprendizaje. En cambio, el unanimismo religioso que se mantuvo en la cristiandad hispánica, se trasladó al unanimismo político y eso limita a una cultura de la innovación, del desafío empresarial, del éxito personal, del trabajo como fuente para mejorar. De manera que este tipo de cultura, no solamente es la causa del atraso, yo diría que también es la causa de la desigualdad. ¿Por qué es tan desigual Latinoamérica? En una sociedad corporativa, la idea es «o salimos todos o no sale nadie». El espíritu de cuerpo está inmerso en un espíritu tribal que limita, impide y castiga la movilidad social: si soy pobre, formo parte del cuerpo de los pobres y esto me da un sentido de pertenencia. Es como una jaula que da identidad, pero limita, al mismo tiempo, la posibilidad de romper las separaciones sociales, de manera que no solamente esta tradición es causa de la pobreza, sino también de la desigualdad. Habría que hacer un discurso muy progresista al respecto, es decir, un liberalismo realmente de mercado en Latinoamérica sería lo más progresista que podría haber en el mundo. No tengo la menor duda.