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Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, de Juan Bautista Alberdi

Constitucionalismo y realismo, Revisando a Alberdi

Juan L. Lagos
Santiago, Chile Á - N.6

Título: Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina.

Autor: Juan Bautista Alberdi.

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El texto del político argentino se publicó en 1852, pero sigue dando pistas básicas sobre la construcción constitucional que vale la pena observar hoy: sentar las reglas económicas y no pensar que la Constitución cumplirá los sueños de cada cual, son algunas de las advertencias que siguen siendo contemporáneas.

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En el proceso constituyente no sólo se espera un diálogo fecundo entre los diversos sectores políticos representados en la Convención Constitucional. También corresponde hacer lo propio con lo mejor de nuestro pasado, por eso es una oportunidad privilegiada para interactuar con un clásico del derecho constitucional latinoamericano como Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, del tucumano Juan Bautista Alberdi.

 

Publicado en Valparaíso el 1 de mayo de 1852, sólo meses después de la caída del dictador Juan Martínez de Rozas en la batalla de Caseros, Alberdi se valió de escritos pasados y de las ideas de los principales intelectuales de la época para diseñar en poco tiempo una guía que sirviera de ayuda para la redacción de la Constitución argentina de 1853. Ahora bien, ¿por qué volver a Alberdi en pleno siglo XXI? Se me ocurren tres razones que podrían motivar su lectura.

 

La primera es que los números lo avalan. Juan Bautista Alberdi es reconocido como el arquitecto del progreso argentino, que le permitió al país trasandino ser una de las mayores potencias económicas del mundo. Entre las últimas décadas del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, en plena vigencia del régimen alberdiano, la población argentina «creció 4 veces, el comercio exterior lo hizo 12 veces, la red férrea 40 y el área sembrada 55 veces».[1] Este éxito económico solo pudo ser revertido por la revolución socialista e intervencionista que siguen padeciendo los argentinos y que puede resumirse en las tres «P» de la infamia y la pobreza: Pinedo, Perón y Prebisch.[2]

 

La segunda dice relación con la poca diferencia que presentamos en muchos aspectos con nuestros antepasados decimonónicos, sobre todo en los negativos. Esto resulta dramático si tenemos presente que han pasado casi dos siglos de la reflexión constitucional de Alberdi. Es especialmente sangrante ver que todavía en la región «no hemos podido lograr superar en una medida razonable, el desierto, la pobreza, el hambre, los problemas de falta de educación y de salud, de viviendas, de transporte, de una consolidada y difundida industrialización».[3]

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«Alberdi es reconocido como el arquitecto del progreso argentino que le permitió ser una de las mayores potencias económicas del mundo. Entre las últimas décadas del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, la población argentina “creció 4 veces, el comercio exterior lo hizo 12 veces, la red férrea 40 y el área sembrada 55 veces”. Este éxito solo pudo ser revertido por la revolución socialista e intervencionista que siguen padeciendo los argentinos y que puede resumirse en las tres “P” de la infamia y la pobreza: Pinedo, Perón y Prebisch».

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La tercera evidencia la ventaja de estar frente a un texto capaz de interpelar nuestras convicciones y lugares comunes a través de los cuales edificamos nuestro actual proceso constituyente, con la notable particularidad de demostrar su plena vigencia a través de planteamientos que hoy están a contracorriente de lo que muchos piensan.

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Entusiasmo

Buena parte de la discusión constitucional actual se ha edificado sobre un sustrato emocional con el que se ha pretendido blindar el proceso de eventuales críticas. Así, quien manifieste su disidencia automáticamente será acusado de conspirar contra un consenso popular ya instalado e irreversible. Muchas veces se intentan «escribir en piedra»estos estados de opinión mediante metáforas académicas como «momento constituyente» o «entusiasmo constitucional» con el fin de dotar de formalidad a una situación meramente fáctica.

 

Sin embargo, este compromiso emocional con la Constitución tan propio de los casos sudafricano o estadounidense son una excepción antes que la regla general. En la mayoría de los casos el compromiso de la ciudadanía con un ordenamiento jurídico se da en términos racionales o pragmáticos, de modo que la apelación indiscriminada al «momento constituyente» —habida cuenta de que Ackerman lo emplea para contados casos de modificaciones a la Constitución de Estados Unidos— parece una exageración.[4]

 

A su vez, el entusiasmo no garantiza nada a la hora de medir el éxito de un proceso institucional. Esta fue una de las conclusiones que aportó la Generación del 37 —de la cual Alberdi formaba parte— para cuestionar el estancamiento de la Revolución de Mayo de 1810. En este contexto, otro integrante del grupo, el poeta Esteban Echeverría, señala en su discurso del Salón Literario: «No nos basta el entusiasmo y la buena fe; necesitamos mucho estudio y reflexión, mucho trabajo y constancia».[5] En este mismo espíritu, Alberdi señalará lo siguiente en Bases: «Una constitución no es inspiración de artista, no es producto del entusiasmo; es obra de la reflexión fría, del cálculo y del examen aplicados al estudio de los hechos reales y de los medios posibles» (p. 169).

 

En definitiva, si el progreso de las naciones dependiera de la ilusión, el entusiasmo y la buena fe con la cual sus pueblos se han dispuesto a redactar una nueva Carta Fundamental, de seguro no existiría la miseria, la opresión o los Estados fallidos en la historia del constitucionalismo moderno. Pero no, los fracasos a la hora de limitar el poder, diseñar un sistema político o garantizar derechos fundamentales son más comunes de lo que quisiéramos.

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Originalidad

Muchos son los que estiman en la actualidad que el porvenir de nuestro país llegará cuando seamos capaces de aplicar las instituciones de los países más desarrollados. De este modo, existen quienes no se explican por qué en Chile no se aplican las instituciones de Suiza, Singapur o Nueva Zelanda.

 

Alberdi responde a esta inquietud del siguiente modo: «La constitución que no es original es mala, porque debiendo ser la expresión de una combinación especial de hechos, de hombres y de cosas, debe ofrecer especialmente la originalidad que afecte esa combinación en el país que ha de constituirse» (p. 26). Aclara a continuación que este tipo de originalidad no es la propia de las bellas artes. «No consiste en una novedad superior a todas las perfecciones conocidas, sino en la idoneidad para el caso especial en que deba tener aplicación» (p. 26).

 

En virtud de este criterio, Alberdi le reconoce a la Constitución chilena de 1833 la virtud de haber resuelto el régimen de gobierno «sin dinastías y sin dictadura militar, por medio de una Constitución monárquica en el fondo y republicana en la forma: ley que anuda a la tradición de la vida pasada la cadena de la vida moderna. La República no puede tener otra forma cuando sucede inmediatamente a la monarquía; es preciso que el nuevo régimen contenga algo del antiguo, no se andan de un salto las edades extremas de un pueblo» (pp. 53-54).[6]

 

Esta forma de aproximarse al problema le valió a Alberdi un célebre duelo epistolar con Domingo Faustino Sarmiento, para quien eran los pueblos los que «debían adaptarse a la forma de gobierno y no la forma de gobierno a la aptitud de los pueblos».[7] Para Alberdi, en cambio, «el buen constitucionalismo requería del experimentalismo, del ensayo y el error basado en el estudio de las costumbres y los medios locales, más que la reverencia frente a “teoremas” ajenos provenientes de experiencias exitosas, pero incomparables con la propia».[8]

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«La defensa del comercio en Alberdi mal podría reducirse a un aspecto crematístico o economicista. Tal como sucede en Smith, Tocqueville o Ferguson, en la reivindicación del comercio y el progreso hay un reconocimiento a las virtudes humanas como la laboriosidad, la disciplina y la constancia que hoy se pretenden reemplazar por la mera instrucción formal. Alberdi decía que una persona laboriosa “es el catecismo más edificante” y que esta es capaz de transmitir más sabiduría práctica que cualquier manual de filosofía».

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Progreso

Pasadas las primeras décadas de vida independiente, para Alberdi el fin de las constituciones de su tiempo debía ser el establecimiento de las bases del progreso material. Las amenazas de las jóvenes repúblicas americanas ya no residían en un enemigo externo que supieron derrotar militarmente, sino que ahora estaban en el atraso y la pobreza de su gente. Este cambio en el enemigo demandaba cambiar los medios para combatirlo. Dice Alberdi:

 

«Así como antes colocábamos la independencia, la libertad, el culto, hoy debemos poner la inmigración libre, la libertad de comercio, los caminos de fierro, la industria sin trabas, no en lugar de aquellos grandes principios, sino como medios esenciales de conseguir que dejen ellos de ser palabras y se vuelvan realidades» (p. 46).

 

Reivindicar el comercio en los procesos políticos actuales puede resultar cuando menos escandaloso para quienes no distinguen entre sus críticas a la economía de mercado y sus pretensiones constitucionales. Con todo, nadie podría decir que la pobreza y el subdesarrollo latinoamericano están superados como para concluir que el progreso material hoy ya no es tan relevante como antes.

 

De seguro los medios propuestos por Alberdi ya no tienen la efectividad que demostraron de forma sobrada en las épocas doradas del progreso argentino. Con certeza, los criterios decimonónicos empleados por el tucumano en materia de razas y nacionalidades hoy ya no tienen el menor sentido, gracias a la globalización y a la difusión de las ideas de la libertad en buena parte del mundo. Pero los cambios accidentales no comprometen la vigencia del mensaje constitucional de Alberdi, el cual tiene un profundo correlato de carácter moral que está al alcance de todo aquel que lea Bases de buena fe.

 

La defensa del comercio en Alberdi mal podría reducirse a un aspecto crematístico o economicista. Tal como sucede en Smith, Tocqueville o Ferguson, en la reivindicación del comercio y el progreso hay un reconocimiento a las virtudes humanas como la laboriosidad, la disciplina y la constancia que hoy se pretenden reemplazar por la mera instrucción formal. Alberdi decía que una persona laboriosa «es el catecismo más edificante» y que esta es capaz de transmitir más sabiduría práctica que cualquier manual de filosofía (p. 68).

 

A su vez, en Alberdi podemos apreciar un profundo compromiso con la libertad de conciencia de las personas a través de una defensa apasionada —y adelantada para su época— de la libertad de culto, basada tanto en la necesidad de importar personas laboriosas como en el respeto de la conciencia de estas. Por esta razón criticó duramente la Constitución chilena de 1833 y señaló como grave defecto la exclusión de todo culto no católico porque contrariaba «mortalmente la necesidad capital de Chile, que es la de su población por inmigraciones de los hombres laboriosos y excelentes que ofrece la Europa protestante y disidente» (p. 29).

 

La lectura atenta de las Bases en estos tiempos constituyentes nos permite aproximarnos a las recomendaciones de una las mentes más brillantes de la historia de América Latina que sirvieron de base para el régimen constitucional más exitoso que ha tenido la región en su historia. No por nada son muchos los especialistas que comparan la influencia de las Bases en la Constitución argentina al nivel de la influencia de The Federalist Papers en la Constitución de Estados Unidos.[9]

Alberdi nació meses después de la Revolución de Mayo de 1810, creció en un país todavía por hacer, que hasta el momento solo sabía de victorias militares y fracasos institucionales. Tras cuarenta años de desorden, Alberdi vio en la victoria de Caseros y en el ascenso al poder de Justo José de Urquiza la oportunidad de poner a la Argentina «en el camino de su organización y progreso» (p. 15). Era tiempo de sistematizar el «espíritu de mayo»; de poner la razón por sobre el corazón. Por esto Alberdi fue tan severo con aquellos que abusaban del entusiasmo popular, a quienes advirtió con las siguientes palabras, hoy tan aplicables a quienes han acrecentado de forma artificial las esperanzas en el proceso constituyente: «Haréis constituciones brillantes que satisfagan completamente las ilusiones del país, pero el desengaño no tardará en pedirnos cuenta del valor de las promesas; y entonces se verá que hacéis papel de charlatanes, cuando no de niños, víctimas de vuestras propias ilusiones” (p. 193).

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[1] Gallo, E (2008). «Liberalismo y crecimiento económico y social: Argentina (1880-1910)», Revista de Instituciones, Ideas y Mercados 49, pp. 233-243 (234).

[2] Della Paolera, G. y Taylor, A.M. (1999). «Economic Recovery from the Argentine Great Depression: Institutions, Expectations, and the Change of Macroeconomic Regime», The Journal of Economic History 59 (3), pp. 567-599.

 

[3] Haro, R. (2011). «Juan Bautista Alberdi: Ideas fundamentales de su obra “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”», Revista de Derecho Político 81, pp. 413-440 (426).

[4] Sajó, A. (2009). «Enthusiasm and Acquiescence in Constitution-making”, Indian Journal of Constitutional Law 3(1), pp. 24-38. Tushnet, M. (2005). «Misleading metaphors in comparative constitutionalism. Moments and enthusiasm», International Journal of Constitutional Law 3 (2-3), pp. 262-268.

 

[5] AA.VV. (1958). El Salón Literario, Hachette, Buenos Aires. Página 5.

[6] Refuerza esta notable conclusión de Alberdi el estudio de la evolución de la figura presidencial en Chile desde el siglo XVI hasta nuestros días. Bravo , B.(1995). «Presidente y Gobierno en Chile: de la monarquía a la monocracia», Revista Chilena de Historia y Geografía 161, pp. 147-176.

 

[7] Gargarella, R. (2014). La sala de máquinas de la Constitución. Dos siglos de constitucionalismo en América Latina, Katz, Buenos Aires. Página 127.

 

[8] Ibíd. Página 128.

[9] Davis, H. E. (1962). «Juan Bautista Alberdi, Americanist», Journal of Inter-American Studies 4(1), pp. 53-65.