Los compositores doctos nacionales no gozan de una gran difusión global. En Chile, el panorama es un poco mejor gracias a que el compositor Santiago Vera Rivera (SVR Producciones) hace patria con su extenso e interesante catálogo de música académica nacional. Me consta que incluso sus discos son requeridos en el extranjero. Pero el compositor de formación académica nacional, pese a mostrar una calidad fuera de toda duda, rara vez es distribuido de modo más o menos masivo por sellos discográficos fuera del país. Cuando algún sello extranjero difunde las obras chilenas, es noticia. No hace mucho, el sello Naxos nos sorprendió con dos discos de compositores chilenos tocados por orquestas nacionales en tirajes importantes y plena distribución mundial: uno dedicado a Enrique Soro (con la Sinfónica Nacional de Chile) y otro al ballet de Luis Domínguez La leyenda de Joaquín Murieta (con la Filarmónica de Santiago).
El disco que reseñamos en estas páginas es otra sorpresa, incluso mayor que la anterior. No se trata del lenguaje romántico de Soro o de los modos epigonales del romanticismo de Domínguez, sin duda, muy valiosos en sus épocas y contextos. Esto es otro universo, más fascinante si se me permite. Se trata del disco Finis Terrae, encargado y grabado por el Ensemble Musikfabrik en Alemania, en 2015, y recientemente distribuido internacionalmente por Da Vinci Classics. En la producción hubo capitales chilenos. Sin duda, estamos ante un disco importante. La calidad del Ensemble y su producción (es probable que ningún compositor nacional haya sido grabado antes con tal calidad) hace que la música luzca todos sus méritos. Nos recuerda la afirmación de Boulez en cuanto a que la música de vanguardia o menos canónica muchas veces no es apreciada por las condiciones técnicas bajo las cuales es tocada.
Sin duda, estamos ante un disco importante. La calidad del Ensemble y su producción (es probable que ningún compositor nacional haya sido grabado antes con tal calidad) hace que la música luzca todos sus méritos … La gran tradición de las vanguardias se aprecia en estas obras, pero todos los compositores presentes en el compacto se dan maña para resignificar y resituar sus lenguajes.
En este caso, no podemos imaginar mejores traductores ni mejores ingenieros para estas músicas sorprendentes y frescas. Sin duda, la gran tradición de las vanguardias se aprecia en ellas, pero todos los compositores presentes en este compacto se dan maña para resignificar y resituar sus lenguajes. Esto no suena «académicamente», ni a remedo de nada. Oigamos nada más Mufa, de nuestro conocido Alejandro Guarello, música con atractivos ritmos y timbres, logrados fundamentalmente con un uso maestro de la percusión y madera: música que apenas nos comienza a recordar a Messiaen se lanza en picada hacia otra parte siempre sorpresiva. Allá, de Boris Alvarado, presenta también un importante protagonismo de la percusión a la que se suma un uso muy exigido de la trompeta y de una magnífica tuba: hay que oírla para convencerse cómo puede cantar este gigante. Transgresiones, de Ramón Gorigoitía y su sincretismo vanguardista-vernáculo-jazzístico, funciona con el desparpajo que da el margen. Una obra sin fisuras. Magnífica.
Finalmente,los Fuegos de artificio de Solovera sorprende por su pulcra factura y lirismo. Se oye como si fuera un clásico actual. Por su parte, Alma, de Pablo Aranda, exige lo indecible de la flauta, realmente impresionante saber que se puedan sacar «esos» sonidos de un mismo instrumento, la música fluye con una naturalidad desarmante, como si se tratara de una lírica coreografía interna o un paseo por sorprendentes paisajes íntimos. Obra bellísima.
Un disco que podría producir adicción. Queremos otro y pronto.