Con dos libros acuciosos y una prosa dirigida al público no especialista, desde hace un par de años la joven periodista Eugénie Bastié ha encabezado en Francia los cuestionamientos conceptuales al actual movimiento feminista y se ha convertido en figura mediática. A continuación revisamos sus principales postulaciones.
Hasta hace no mucho tiempo, Eugénie Bastié ocupaba su tiempo en escribir artículos para diversos medios y en una que otra aparición televisiva defendiendo una especie de síntesis provocadora de tipo ecologista-católica-antiliberal que le valía las mofas de la prensa progresista y la admiración del mundo intelectual escéptico del progreso (o réac, como lo motejan los medios de izquierda). Sin embargo, el año 2016, en medio de la explosión de las demandas feministas en Francia, Bastié publicó el ensayo Adiós señorita (Adieu mademoiselle), transformándose con ello en una estrella de los programas de debates en la televisión local. El ensayo, cuyo título hace referencia a la reciente desaparición forzada en el aparato público francés del sustantivo «señorita» y de otros «nombres sexistas y que fomentan los estereotipos», ha afianzando su lugar en el ancho firmamento del polemismo antiprogre (Zemmour, Levy, Finkielkraut, etcétera) y le ha valido la tirria del mundo de izquierda (el Libération la llama «la estrellita de la blogósfera reaccionaria») y de los colectivos feministas. En efecto, un año antes de la publicación de este ensayo, Bastié se había ganado la furia de un grupúsculo iracundo, que interrumpió un debate en vivo para lanzarle una torta en la cara.
La tesis principal del libro de Bastié es que el feminismo (o neofeminismo) que estamos viviendo hoy, lejos de ser una posición razonable que reivindique la igualdad o la dignidad de la mujer en el mundo, es en realidad una ideología que adolece de graves confusiones conceptuales y cuyos efectos prácticos resultan desastrosos para las mujeres. Bastié muestra, con pluma ligera, cómo las demandas de la tercera ola feminista resultan inconsistentes entre sí, y que la única forma de hacerlas inteligibles es entenderlas como la expresión caótica de una ensalada de prejuicios multiculturalistas, ideas filosóficas oscuras (Butler et al.) y reivindicaciones políticas animadas por bajas pasiones.
«La tesis principal de Bastié es que el feminismo (o neofeminismo) que estamos viviendo hoy, lejos de ser una posición razonable que reivindique la igualdad o la dignidad de la mujer en el mundo, es en realidad una ideología que adolece de graves confusiones conceptuales y cuyos efectos prácticos resultan desastrosos para las mujeres».
Ejemplos de estas incongruencias hay muchos: las feministas de Femen luchan contra la «objetivación del cuerpo femenino» desnudándose en la vía pública y provocando las miradas pícaras de los hombres con sus happenings de senos descubiertos. La organización Osez le Féminisme aboga por el reconocimiento de la diferencia y de lo «otro», y a la vez condena irreflexivamente cualquier asomo de diferencia lingüística (por ejemplo «señora-señorita») por considerarla fuente de desigualdad y opresión. Las ONG feministas buscan concientizar sobre la libertad de la mujer para tomar las riendas de su vida, pero a la vez se escandalizan cuando una mujer opta libremente por dedicarse a las tareas domésticas. Se impone la mixitié en la educación escolar, pero se termina por excluir a los varones de muchas actividades o se les obliga a llevar falda en actividades de concientización (!). Las líderes feministas promueven un estilo de vida «sin tabúes» pero son capaces de establecer un proceso inquisitorial contra alguna actriz que muestre demasiado escote. Como bien señala Bastié, las feministas del «prohibido prohibir» se han vuelto agrias puritanas.
El problema de la inconsistencia de las luchas feministas se vuelve especialmente crítico en el contexto francés. Al asumir el principio de «interseccionalidad» de las luchas, el feminismo francés también ha asumido el sindicalismo, la causa LGBT y el discurso anti-etnocéntrico. En un país con un pasado colonial en el norte de África como Francia esto significa, obviamente, converger con la causa a favor del uso del hijab (velo) en los recintos públicos por parte de las mujeres musulmanas (prohibido desde 2004 bajo el principio de «laicidad» del Estado) y considerar «racista» la sola sugerencia de que ciertas costumbres magrebíes, que serían consideradas retrógradas o brutales en un contexto francés no-magrebí, van en desmedro de la mujer.
Así, muchas feministas están prontas a etiquetar el uso de tacos como un signo de «interiorización de la dominación masculina», pero suspenden el juicio con respecto al velo. Como bien hace notar Bastié, es al menos curioso que cuando los medios de comunicación informan de palizas brutales o «crímenes de honor» hacia jóvenes musulmanas, el mundo feminista reaccione con más fuerza para cuestionar el supuesto prejuicio eurocéntrico que se esconde bajo la conceptualización del crimen mismo que para proteger la vida real de las mujeres que viven en estos contextos de abuso. El silencio de las cabecillas feministas ante el abuso sexual masivo perpetrado por inmigrantes árabes durante noche vieja en Colonia el año 2015 (un verdadero «Bataclán sexual», como lo llama Bastié) es un testimonio elocuente, según la autora, de la confusión mental del movimiento feminista. Al hacerse parte de «todas las batallas» y al operar desde complejos de culpa post-colonialistas (los extranjeros son el «buen salvaje») y complejos de inferioridad («Occidente corrompe al mundo»), las feministas dejan de preocuparse por el bienestar de las mujeres de carne y hueso y terminan siendo instrumentales a la sumisión de las mujeres que dicen rechazar.
«Como bien hace notar Bastié, es al menos curioso que cuando los medios de comunicación informan de palizas brutales o “crímenes de honor” hacia jóvenes musulmanas, el mundo feminista reaccione con más fuerza para cuestionar el supuesto prejuicio eurocéntrico que se esconde bajo la conceptualización del crimen mismo que para proteger la vida real de las mujeres que viven en estos contextos de abuso».
Algo similar ocurre con el aborto. De ser propuesto como una instancia última y ojalá evitable, como lo quería Simone Veil en los años 70, con el correr del tiempo ha pasado a ser considerado como un derecho fundamental de la mujer en cuanto tal. Quien ose mencionar los traumas psicológicos que provoca el aborto en muchas mujeres o quien sostenga que el aborto no favorece a las mujeres, sino que perpetúa un ciclo de abuso y miseria, es demonizado (¿quién sino un demonio se puede oponer al progreso?), o peor aún, es censurado por órganos de gobierno por promover un discurso «culposo» opuesto al discurso oficial del ministerio de la mujer liderado, por ejemplo, por la feminista Najad Vallaud-Belkacem – quien, por lo demás, queriendo luchar contra la «objetivación del cuerpo femenino» propone abolir la prostitución (práctica machista) y al mismo tiempo fomentar el vientre de alquiler (práctica filantrópica)-.
Esto último de capital importancia para Bastié. En los últimos capítulos del libro, donde la huella de la revista Limite se hace notar, Bastié está convencida de que el feminismo no es capaz de mejorar la posición de la mujer, porque, en último término, éste y su lucha para abolir las «diferencias» entre hombre y mujer terminan siendo funcionales al mercantilismo. Paradójicamente, este mercantilismo está marcado por ciertos patrones masculinoides de los que supuestamente el feminismo iba a salvarnos (la competencia, el rendimiento, el winnerismo). La obsesión por sacar a la mujer del hogar y ponerla en el mundo del trabajo, el empeño de la mujer por pertenecer a un mundo que le estaba vedado, en realidad ha significado sacrificar la alteridad hombre-mujer en pos de una uniformidad masculinizante. Así, la liberación sexual femenina termina moldeando lo femenino a partir de imágenes masculinoides asociadas al consumo (el sexo como «rendimiento» o «desempeño»). Después de todo, el ideal de la mujer emancipada ¾que hace lo que ella quiere, libre de imposiciones¾ se aviene muy bien con los ideales típicamente consumistas, como el trabajolismo y el hedonismo. En efecto, es el control de la propia vida y de la propia fertilidad lo que muchas empresas en Silicon Valley ofrecen a sus empleadas: «Congela tus óvulos para que la maternidad no interrumpa tu trabajo genial». Vale la pena preguntarse, dice Bastié, si acaso sucumbir al entusiasmo libertario-tecnocrático para volver a esclavizarse al régimen del capital no es equivalente a caer del sartén al fuego.
El cerdo bajo el terror
Después del éxito de Adiós Señorita, Bastié publicó en 2018 otro ensayo llamado El cerdo expiatorio. Terror o contrarrevolución (Le porc émissaire. Terreur ou contre-révolution). Como se puede ver, el título juega con la versión francesa de #MeToo y la teoría del chivo expiatorio del antropólogo René Girard. El fenómeno #MeToo, que surgió después de las denuncias al productor hollywoodense H. Weinstein, y que le dio a la causa feminista un nuevo vigor mediático en todo el mundo, fue adoptado en Francia bajo el lema #Balance ton porc («denuncia a tu cerdo»). El cerdo sería el hombre opresivo y machista, perpetuador del heteropatriarcado y de una línea continua e indiferenciada de abusos, que van desde el amor cortés y la gramática hasta la violación y el asesinato. El adjetivo «expiatorio» hace referencia a la teoría de Girard, según la cual los seres humanos tienden a superar sus crisis de violencia transfiriendo su cólera a un individuo único, el chivo expiatorio.
«El silencio de las cabecillas feministas ante el abuso sexual masivo perpetrado por inmigrantes árabes durante noche vieja en Colonia el año 2015 (un verdadero «Bataclán sexual», como lo llama Bastié) es un testimonio elocuente, según la autora, de la confusión mental del movimiento feminista».
Con todo, el libro de Bastié no es un estudio de antropología, sino un ensayo sobre los puntos ciegos de la ola #MeToo y sobre las diferencias entre el deseo masculino y femenino. Bastié analiza la importación a Francia del feminismo norteamericano, con su cultura de la denuncia, su obsesión con la transparencia, su tendencia a judicializar la relación entre los sexos y su gusto por el linchamiento público de «cerdos» (reales o imaginarios). A partir del análisis de discursos hollywoodenses, tribunas en la prensa, ejemplos de la literatura universal y de la cultura popular, Bastié muestra con éxito, a mi juicio, las aporías y desaciertos de un movimiento que se debate, desorientado, entre el libertinaje y el puritanismo.
¿Por qué el neofeminismo, siendo hijo del feminismo libertino de los 60 y 70, ha caído en el moralismo rígido que tanto aborreció? En Francia, quienes defienden hoy el feminismo sesentero se han opuesto a la ola victimista del #MeToo. En el apogeo mediático de las acusaciones, catarsis y testimonios, un grupo de 100 mujeres (entre ellas, Catherine Deneuve) escribieron una carta al diario Le Monde denunciando la furia inquisitorial del neofeminismo y defendiendo la libertad sexual adquirida en los 60. Este grupo de mujeres se muestra consternada ante el hecho de que la libertad y la igualdad conseguida hace pocas décadas desemboque finalmente en una caza de brujas de la cual no se salvan el piropo, el coqueteo u obras de arte como El rapto de las sabinas de Poussin. Sin embargo, merece la pena preguntarse si acaso las patologías del #MeToo (teorías del complot masculino universal, negación de la biología elemental, hallazgo de una «cultura de la violación» en todas partes) no sean síntomas, sostiene Bastié, de un problema filosófico más profundo, compartidos también por la vieja generación feminista.
Y es que tanto la vieja alternativa libertaria como la nueva alternativa puritana asumen una visión emancipadora de la sexualidad que tiende a disociar el sexo de los afectos y el cuerpo de la mente. Esta disociación produce una serie de problemas individuales y sociales (cultura de la pornografía, desaparición de virtudes básicas que regulan el deseo sexual) que paradójicamente alimentan los desórdenes sexuales que afectan negativamente a la mujer; sin embargo, estos problemas son ignorados por la alternativa puritana, que más bien concentra sus esfuerzos en radicalizar su furia ante ídolos ya derribados (sumisión de la mujer al hombre en el antiguo régimen). Finalmente, el neofeminismo también fracasa, de acuerdo a Bastié, en su intento de extirpar la «masculinidad tóxica» y de construir un nuevo hombre. En vez del nuevo hombre soñado por las neofeministas, una especie de ser amorfo privado de su trágica tendencia a desear a las mujeres, la deconstrucción de lo masculino produce un ser indolente, inmaduro y misógino.
La prosa de Bastié es ágil. Su estilo acelerado, no carente de crudeza, no sólo depara buenos párrafos polémicos, sino que también ideas formuladas con sutileza. Heredera, en cierto sentido, de las plumas de intelectuales inconformistas contemporáneos (Zemmour, Finkielkraut o Michea), también acusa una marcada influencia de Chesterton y Péguy. Mientras que el primer libro es una pieza de periodismo sociológico, el segundo libro apuesta por un abordaje más estético y literario. Gracias a Dios en Francia no sólo existe el intelectual «académico» que escribe a veces para todo público, sino que sigue en plena forma la figura del periodista culto. Quien quiera disfrutar de un análisis provocativo sobre la próxima polémica que estalle en Francia, hará bien en estar atento a las publicaciones de Eugénie Bastié.